“Tomen esto es mi Cuerpo. Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos”
En el recuerdo está la celebración de Corpus que movilizaba las fuerzas vivas de la parroquia para que fuera recordada como una fiesta eminentemente popular y cuyo centro era resaltar el misterio central de la presencia real de Jesucristo bajo las especies de pan y vino. Esta fiesta resaltaba justamente el misterio central de la Eucaristía, la presencia real de Jesús en la hostia y el vino consagrado. Pero los tiempos han cambiado tanto que hoy es una fiesta que sobrevive en el ámbito más bien interno de la Iglesia. Ciertamente ha habido intentos de recuperar el viejo brillo de antaño pero lo que han cambiado somos las personas, son los hombres y mujeres de un tiempo marcado por otros intereses que los de antaño. Nuestro Corpus de hoy no es ni la sombra del esplendor. Por de pronto cada comunidad religiosa estaba a cargo de erigir un altar en una de las esquinas de la Plaza de Armas. Los mercedarios, franciscanos, agustinos y dominicos teníamos que acarrear los mejores elementos para destacar la belleza y pulcritud de cada orden religiosa. La procesión era normalmente en la mañana y después de la pontifical celebración en la catedral una larga hilera de fieles se abría paso mientras al final el fino palio que portaban cuatro religiosos caballeros con esclavina y muy bien vestidos, cubriendo al celebrante que llevaba la custodia con la santa hostia. La procesión trascurría entre cantos y plegarias que convertían la plaza de armas en una prolongación de la catedral. Era un gran templo al aire libre. Lucía todo esplendoroso, los altares de las órdenes religiosas más antiguas los sones de la banda. En cada altar se exponía el Santísimo, se ofrecía el aroma del incienso y se cantaba y quien presidía impartía la bendición con el Santísimo. Los más píos seguían el solemne momento de rodillas y en general reinaba un respeto sacralizado que era normal para esos tiempos. Así la procesión de Corpus era una celebración devota y popular, llena de fe y de adoración. Era el Santiago del siglo XX. Poco a poco se fue enfriando el fervor y los aires del Concilio Vaticano II empezaron a soplar fuerte como también los cambios sociales y las dificultades políticas fueron gestando un cambio que hoy vivimos ya como un nuevo estilo, un cambio vertiginoso y generacional que ha convertido las viejas solemnidades en casi meros recuerdos. Hoy no podemos volver a revivir aquello. Eso es imposible porque estamos ante un nuevo estilo de vida en medio de una sociedad que tanteó el progreso material, económico, tecnológico y lo abrazó sin vuelta atrás. Pero quizás olvidamos el otro progreso, el del espíritu, el de la humanización, el de la fraternización, el de la solidaridad, el de la conciencia moral individual y pública, el de la fe cristiana católica. Y aquí estamos tratando de enfrentar la nueva evangelización en un mundo demasiado distinto y muy complejo. ¿Qué le dice hoy a la gente la fiesta de Corpus Christi incluso a la gran masa de católicos? Si pensamos en la masa juvenil de treinta para abajo posiblemente el Corpus Christi no esté ni siquiera en el horizonte de su lenguaje común. Pero no todo está perdido. En el internet es posible encontrar información básica sobre este nombre al menos pero es posible que no alcance para un acto de fe y una adoración creyente. Es clave la nueva evangelización para todos.
PALABRA DE VIDA
Ex 24, 3-8 Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes.
Sal 115, 12-13.15-18 Alzaré la copa de la salvación e invocaré el Nombre del Señor.
Heb 9, 11-15 Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres.
Mc 14, 12-16. 22-26 Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.
Corpus Christi es el nombre latino que desde el siglo XIII recibe esta fiesta de la Sagrada Eucaristía o también Santísimo Sacramento del Altar. No fue fácil para que esto se convirtiera en una realidad pero en el año 1246 el obispo de Lieja Roberto Torete dio un decreto sinodal que determinaba que en el jueves siguiente a la fiesta de la Santísima Trinidad se celebrase anualmente la fiesta en honor del Santísimo Sacramento del Altar. Y en 1247 se celebró por primera vez esta fiesta. El Papa Urbano IV la hizo universal para toda la Iglesia, aunque fue el Papa Clemente V, en 1312, quien confirmó la decisión tomada por Urbano IV quien falleció dos meses después de la promulgación de la Bula del 11 de agosto de 1262. Fue este mismo Pontífice que mandó componer un oficio divino a Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo medieval de la Orden de los Predicadores o Dominicos, que ejercía como profesor de teología en Orvieto, ciudad italiana donde se depositaron los corporales ensangrentados por la hostia consagrada, milagro ocurrido en Bolsena en el año 1264, por voluntad expresa del Papa Urbano IV. Si bien el Papa no incluyó la procesión de Corpus Christi, muy pronto la devoción popular la empezó a vivir con gran alegría y fervor. Indicios de esta procesión se encuentran en Colonia, Alemania, hacia el año 1279. Muy pronto se extendió por Francia, España, Italia. Desde entonces ha permanecido como una fiesta religiosa popular y llena de sentido de una misteriosa presencia de Cristo bajo las especies de pan y vino que la fe reconoce como el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Dejemos que la Palabra de Dios nos ilumine la realidad oculta tras los velos de los signos y palabras litúrgicos. No podemos pretender hacer un resumen de la riquísima teología de la Eucaristía; simplemente sigamos el hilo conductor de los textos que la Iglesia madre nos ofrece para vivir este misterio de la fe.
Del libro del Éxodo 24, 3-8
La primera lectura de hoy está tomada del segundo libro de la Biblia, el Éxodo. Y concretamente el capítulo 24 que está inmerso en la unidad de Éx 20, 22 a 24, 18, toda ella relacionada con el Código de la Alianza. El capitulo 24 se refiere expresamente al Rito de la Alianza. Los versículos 3-8 señalan aquella tradición que sella la Alianza con un rito de sangre. En cambio los versículos 9-11 hablan de otra tradición que sella la Alianza con una comida delante de Dios. Moisés, con sus colaboradores más cercanos y 70 dirigentes de Israel, cumple la orden de Dios de subir al monte Sinaí, deben permanecer a distancia y solo Moisés se acerca a Dios. Éste baja y comunica las palabras, los mandatos que el Señor le había comunicado. Moisés actúa como mediador de la alianza o pacto de Dios con el pueblo. Fijémonos en la importancia de la Palabra de Dios y la actitud de escucha y obediencia que hay en Moisés y también en el resto del pueblo. Una admirable disposición del pueblo oyente de la Palabra de Dios comunicada a través de Moisés, su interlocutor: “Haremos todo lo que dice el Señor”. Esta expresión se vuelve a repetir en el versículo 7 pero con un interesante agregado: “Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos”. La obediencia es el resultado de la actitud fundamental de escuchar. Quien no escucha a Dios, a los demás o a sí mismo, es imposible que pueda obedecer, porque obedecer es poner en práctica la palabra, los mandatos, la enseñanza que se escucha. Se dice que hoy hace falta aprender a escuchar y esto también en nuestra relación con Dios y con los demás. Y por cierto está en entredicho la obediencia. Consecuencia de esta incapacidad de escucha es la falta de diálogo, de intercambio verdadero, de aceptación del otro. Mientras menos nos escuchemos y no escuchemos realmente al Señor, nuestra relación irá de mal en peor. Hoy hay que escuchar más y aprender a callar, prestar atención al que nos habla sea el Señor o el prójimo. Esto nos permitiría revisarnos en nuestra capacidad de apertura y atención al Otro divino y a los otros humanos. Quien no escucha no puede obedecer. ¿Cultivo la capacidad de escucha pronta y atentamente? ¿Escucho la Palabra de Dios proclamada en la eucaristía, en los sacramentos, en el diario vivir? ¿Puedo decir con seriedad “Haremos todo lo que manda el Señor y obedeceremos”?
Salmo 115, 12-13,15-18 es un canto de acción de gracias por haber sido librado de las desgracias que han acechado al orante: el peligro de muerte, la aflicción interior, la situación social de desvalimiento y la esclavitud. Dios escuchó la voz suplicante y libró al que clamaba, por lo tanto, es el momento de la acción de gracias a Dios y de cumplir los votos formulados en tiempo de infortunios. El salmo se abre con el verbo “amar”: “Amo al Señor porque él escucha el clamor de mi súplica, porque inclina su oído hacia mí, cada vez que lo invoco” (v. 1-2). Hay una gran desproporción entre los dones recibidos y la gratitud que podemos darle a Dios. “¿Con qué pagaré al Señor todo el bien que me hizo?”, se pregunta el orante. “Alzaré la copa de la salvación e invocaré el nombre del Señor”, probablemente se refiera al rito de libación, una acción litúrgica que se realizaba durante el sacrificio de acción de gracias. ¡Con cuánta mayor razón podemos recitar este salmo en la fiesta del sacrificio de Cristo por nosotros!
De la carta a los Hebreos 9, 11-15
Este capítulo 9 de la Carta a los Hebreos se refiere expresamente al sacrificio de Cristo, versículos 1- 22, y luego al tema del santuario, vv. 23 – 28. El predicador nos quiere llevar a la comprensión de la nueva alianza para lo cual continúa comparando la antigua alianza cuyo núcleo era el santuario y los sacrificios, todo ello marcado por el carácter transitorio y de ahí la necesidad de repetición permanente de todo lo que estaba vinculado al culto; sin embargo, la clave está en el texto que hoy nos ofrece la segunda lectura. Después de una detallada descripción de los sacrificios y el santuario de la antigua alianza, nos presenta a Jesús bajo el esplendor de lo definitivo. Dice así: “En cambio, Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes futuros” (v.11). Esto contrasta con todo lo anterior. Cristo es también la nueva tienda o Templo, lugar de la presencia y del encuentro definitivo con Dios. “Llevando no sangre de cabras y becerros, sino su propia sangre, entró de una vez para siempre en el santuario y logró el rescate definitivo” (v. 12). Magnífico es este texto. Cristo no ofrece víctimas y sangre de animales sino su propia sangre, es decir, es el propio cuerpo de Jesús, muerto y resucitado, cuerpo divino y no de este mundo creado. El santuario donde Jesús penetró de una vez para siempre es el cielo y con Él nosotros en la medida que lo aceptemos por la fe y el amor. Su sacrificio es redentor, nos rescató de la esclavitud del demonio, del pecado y de la muerte. “Por eso es mediador de una nueva alianza, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos durante la primera alianza, puedan los llamados recibir la herencia eterna prometida” (v. 15). La sangre es el principio de vida y la sangre de Cristo concentra toda la vida de Jesús de Nazaret. Expresa todo el amor y compasión que Dios nos regala en su Hijo. Es una “sangre redentora” porque, derramada en la cruz, libera de toda opresión al hombre y de manera definitiva. Meditemos esta Palabra de Dios y demos gracias por tanta maravilla de Dios hacia nosotros. ¿Has meditado sobre la excelencia de la Morada que es la Persona de Cristo, muerto y resucitado? ¿Qué valor concedes a la redención eterna que Cristo nos ha obtenido con su propio sacrificio? ¿Qué conciencia tienes acerca de la profunda herida que el pecado deja en tu vida y en la vida de la Iglesia de la que formas parte?
Del evangelio según san Marcos 14, 12-16.22-26
El evangelio de esta solemnidad sitúa la eucaristía de Jesús en el ámbito de la pascua judía. Los versículos 12-16 nos relatan los preparativos para la comida pascual de Jesús con sus discípulos. Esta fiesta tenía dos momentos: antes de la puesta del sol se sacrificaba el cordero y después de la puesta del sol se celebraba la cena familiar. Es exactamente lo que hace Jesús al enviar a dos de sus discípulos, como acontece cuando los envía a la misión, con el propósito de preparar la cena de Pascua con sus discípulos. Todo acontece como se los había indicado Jesús. Los Ázimos se refiere al pan no fermentado o panes sin levadura que se preparaban en la vigilia de la Pascua para conmemorar la comida de los israelitas durante la noche del éxodo o salida de Egipto. Cuando san Marcos habla de “el primer día de la fiesta de los Ázimos” se refiere a la fiesta agrícola que duraba siete días y el primer día coincidía con la Pascua, hasta identificarse esta fiesta con la Pascua.
La Pascua, en hebreo pesaj, designa la fiesta y el cordero inmolado. La pascua judía comenzaba el 14 de nisán (abril), y se prolongaba por siete días, llamada la semana de los Ázimos. En sus orígenes fue una fiesta pastoril pero se transformó en memoria del acontecimiento fundacional de Israel como fue la salida del pueblo de Egipto y su paso a través del Mar de las Cañas. Jesús compartió muchas pascuas como hijo del pueblo escogido pero antes de su pasión y muerte, siempre en contexto de la pascua judía, realiza unos gestos acompañados de palabras tan decisivas que cambia el sentido de la misma pascua. A la inmolación del cordero sucede la “entrega” de su propia persona como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y a la comida pascual le abre el sentido del banquete nuevo, donde el mismo, bajo las especies de pan y vino, se convierte en alimento de vida eterna.
La Eucaristía está relatada en los vv. 22-26. Prestemos atención al sentido que Jesús le da a sus gestos, qué nos revela de sí mismo y cómo vive su entrega. Nadie mejor que el mismo Jesús puede explicar lo que significa la eucaristía que él instituyó. No podemos olvidar el ambiente y espíritu en que se celebraba la pascua, es decir, en ambiente de una gran Bendición a Dios por los dones recibidos, era una Acción de Gracias por las intervenciones de Dios en la historia concreta de Israel. La eucaristía acontece durante la cena, mientras comían (v.22). Es segunda vez que Marcos nos repite la misma expresión que ha dicho en el v.18. Es muy importante este detalle porque todo va acontecer durante una cena, en un acto de encuentro, de fraternidad. Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio diciendo: Tomad esto es mi cuerpo (v.22). Bendecir y dar gracias son parte integrantes de toda comida judía. Pero pronunciadas por Jesús, en el contexto de los gestos que él realiza, tienen un significado especial: todo tiende a crear comunión y la primera finalidad de la eucaristía es unir a los hermanos entre ellos, con Jesús y con Dios. Y el Señor sigue haciéndose presente en la comunidad. Se refuerza el sentido comunitario cuando pronuncia las palabras sobre el cáliz: Después tomó un cáliz, dio gracias, se lo pasó a ellos y bebieron de él todos (v. 23) Esta última expresión”y bebieron de él todos”, expresión característica de Marcos y colocada antes de las palabras sobre el cáliz, destaca mejor el gesto de la acogida del don por parte de los discípulos. Pero no habría que perder de vista la dimensión vertical, es decir, la relación directa de los gestos y palabras de Jesús con Dios. Una acentuación desproporcionada de la dimensión horizontal de la eucaristía puede dejar en la penumbra lo más determinante y decisivo. Fijémonos en tres expresiones que emplea Jesús: tomó pan y tomó un cáliz, lo bendijo y dio gracias, quien dice bendición dice también adoración. Jesús aparece totalmente inclinado a Dios y totalmente abierto a los hombres. Así la dimensión vertical, la relación de Jesús con Dios es la base o fundamento de la relación horizontal humana. Entonces la relación con Dios es fuente de la humana y crea fraternidad. Nuestra eucaristía es “Acción de Gracias” por la obra redentora de Jesucristo. Y es el máximo acto de adoración que tributamos al Padre por medio del Hijo y en el Espíritu Santo. Perdido el sentido de bendición y adoración en nuestro ambiente, la eucaristía se convierte en un conjunto de elementos, que cada grupo de liturgia va agregando hasta desperfilar su esencia misma. ¿Es la eucaristía el momento privilegiado para descubrir las maravillas que Dios hace con nosotros y dar gracias? ¿Es bendición y adoración?
Un saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.