5° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

5° Domingo de Cuaresma. Comentario del Evangelio

Domingo 02 de Abril, 2017

 
Partamos reconociendo que la resurrección de Lázaro es la culminación de un proceso en el cual Jesús se ha ido manifestando a través de sus “signos”. Estamos en el séptimo signo, y siete es el número de la plenitud o totalidad. Junto con revelar que efectivamente Jesús es la resurrección y la vida, lo que queda de manifiesto en la resurrección de Lázaro, también el hecho se convierte en “signo” que adelanta la propia resurrección del Señor.

5° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Año 2017 de Cristo Redentor

 “Ante una vida sin sentido, Jesús nos revela la vida íntima de Dios en su misterio más elevado, la comunión trinitaria. Es tal el amor de Dios, que hace del hombre, peregrino en este mundo, su morada: “Vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14,23). Ante la desesperanza de un mundo sin Dios, que sólo ve en la muerte el término definitivo de la existencia, Jesús nos ofrece la resurrección y la vida eterna en la que Dios será todo en todos (cf. 1Cor 15,28). Ante la idolatría de los bienes terrenales, Jesús presenta la vida en Dios como valor supremo: “¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida?”(Mc 8, 36)(DA 109).

Textos

Ez 37, 12-14        “Infundiré mi espíritu en ustedes para que revivan”.

Sal 129, 1-5.6-8   En el Señor se encuentra la misericordia.

Rom 8, 8-11       “El que resucitó a Cristo de la muerte dará vida a sus cuerpos mortales”.

Jn 11, 1-45          “El que cree en mí, aunque muera, vivirá”.

                Hoy entramos a la quinta semana de Cuaresma y la Palabra que escucharemos, en su proclamación litúrgica del encuentro dominical eucarístico, nos ofrece un anticipo del corazón mismo de la vida cristiana auténtica: la Pascua del Resucitado. Los tres textos de la Palabra y por cierto el hermoso salmo 129 con que respondemos, en tono de súplica a Dios, “porque en Él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia”, nos ayudan a celebrar y a actualizar la vida nueva que recibimos en el bautismo, en la fuente regeneradora que la Iglesia abre a toda persona que quiera abrazar esa “nueva forma de vivir” que es el estilo de Jesús. Esta es la razón por la cual estos tres últimos domingos de Cuaresma del ciclo A nos han sumergido en el lenguaje de los signos bautismales que nos ofrece el cuarto evangelio. La resurrección de Lázaro es el último de los signos narrados en la primera parte del evangelio de San Juan, el llamado “Libro de los Signos”. Jesús libera a su amigo Lázaro de las amarras de la muerte y se revela así como “resurrección y vida”. Nos prepara al evangelio el atractivo anuncio del profeta Ezequiel cuando nos dice que Dios saca a su pueblo de la tumba y le infunde su Espíritu para que viva, promesa que alcanza su cumplimiento en Jesús, su Hijo Amado. Otro tanto hace San Pablo cuando nos recuerda que, si vivimos en el Espíritu de Cristo, Dios nos hará participar en su mismo destino de resurrección. Así se teje, desde la Palabra de Dios, una maravillosa trama existencial acerca de la esperanza que nos mueve, no como una ilusión terrena o una vaga idea, sino como una certeza ya que todo está puesto en las manos de nuestro Dios y Señor. Los creyentes tenemos puesta nuestra esperanza en el Señor de la Vida, Vencedor de la muerte y del pecado, Dador del Espíritu de Vida.

                Gustemos el manjar que esconden los textos bíblicos y de este modo alimentemos nuestra vida de fe, de esperanza y de caridad redentora.

                De la profecía de Ezequiel

                Ezequiel recibe la vocación profética antes  del destierro babilónico hacia el año 593 bajo el reinado de Sedecías (598 – 587). En el 587 acontece el saqueo de Jerusalén y la deportación a Babilonia de los judíos. Ezequiel era de la clase sacerdotal y en su libro es posible descubrir dos etapas de su misión profética: la primera dura unos siete años antes y hasta la caída de Jerusalén (587 a.C.), verdadero cumplimiento de su profecía. Luego de un corto tiempo de silencio, inicia su segunda etapa en la que ve el cumplimiento del designio de Dios sobre la historia y la nueva esperanza que ya no se cimenta en los poderes humanos sino en la gracia y fidelidad de Dios.

                Precisamente el texto de esta primera lectura pertenece a la segunda etapa de la misión de Ezequiel y se abre con el capítulo 33 adelante. El breve texto de Ez 37, 12-14 está dentro de una simbólica visión, la del valle lleno de huesos secos (Ez 37, 1-14). Estamos ante una de las visiones más famosas de Ezequiel y su sentido es nítido. El estado anímico espiritual de su pueblo en el destierro es como un cementerio de huesos. No era para menos, ya que habían visto como la ciudad santa de Jerusalén y su templo habían sido destruidos sin compasión por los paganos. Sólo Dios puede revertir el lúgubre estado del pueblo. Israel es ese cadáver, sin vida, sin esperanza pero Dios demostrará una vez más que éste no es el final de su historia. Dios hará florecer de nuevo la vida y esto será una obra exclusiva de Dios, ya que humanamente nadie puede hacer nada por revertir el estado calamitoso del pueblo escogido. Es la obra del Espíritu de Dios, que siempre es vida, y sólo Él puede transmitir vida y vida nueva y en abundancia. Es saludable descubrir los propios límites humanos y también científicos del hombre. Los deseos de una vida mejor no bastan para cambiar el estado empobrecido moral y espiritual que llevamos. Como Israel, también nos parecemos a un cementerio cuando damos la espalda a Dios y queremos construir una ciudad secular muy parecida a la torre de Babel donde reina la confusión y desorden. ¿Se parece mi vida a un campo lleno de huesos secos? ¿Por qué? ¿Quién podrá transformar nuestra vida para hacerla una vida nueva?

                De la Carta de San Pablo a los Romanos

                Considerado por muchos exégetas el más impresionante texto de la Biblia, el capítulo octavo de esta carta paulina desarrolla lo que es la vida animada por el Espíritu Santo. Estamos ante una carta doctrinal de envergadura y quizás sea el escrito más maduro del Apóstol San Pablo. Fue escrita a finales del año 57-58 y desde Cartago en su tercer viaje misionero. El ingreso masivo de hombres y mujeres provenientes del paganismo no dejaba de provocar tensiones al interior de las comunidades cristianas tantos las fundadas por Pablo como las otras esparcidas a lo largo del imperio romano. Entonces un escrito que recapitule y ponga por escrito una síntesis de los temas claves de su predicación, que el Apóstol llega a llamar “su Buena Noticia”, cuyo centro no es otro que la salvación por la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, ofrecida a todos los hombres y mujeres sin distinción de raza, pueblo o lengua.

                El texto de esta segunda lectura hay que situarlo en el contexto del capítulo octavo, versículos 1-17, que gira en torno a la vida nueva “según el Espíritu” que nos regala Cristo. Para hablar de esta vida nueva, nos ofrece  dos formas de vida opuestos: ser movidos por los bajos instintos del hombre natural que conduce a la muerte o dejarse guiar por el Espíritu que tiende a la vida y la paz. En esta línea de pensamiento, el verso 8 es una consecuencia de la primera posibilidad de vida: los que se dejan arrastrar por los bajos instintos “no pueden agradar a Dios”. Incluso más, aún reconociendo esto, el ser humano no tiene forma de liberarse de su atadura que se llama la “ley del pecado”, que conduce inexorablemente a la muerte total, que es la ausencia de Dios. Pero ahora tenemos un aliado maravilloso: el Espíritu Santo, que pone la victoria al alcance de la mano, aún cuando las fuerzas del pecado siguen amenazando con su poder destructor al creyente, éste siempre tiene la posibilidad de vencer por la presencia del Espíritu de Cristo muerto y resucitado. Y esto es vivir en amistad con Dios, dejar que su Espíritu guíe, inspire, sostenga, anime nuestra vida, no en el aire sino con los pies bien puestos en esta tierra de la “ley del pecado” que todos llevamos. ¿Tengo conciencia de esta tensión interior entre el pecado y la vida nueva de la gracia? ¿Acepto que la vida cristiana supone un combate sin tregua contra el “hombre viejo” que hay en mí? ¿Cuál es el perfil del hombre nuevo según este texto?

                Del evangelio según San Juan

                Partamos reconociendo que la resurrección de Lázaro es la culminación de un proceso en el cual Jesús se ha ido manifestando a través de sus “signos”. Estamos en el séptimo signo, y siete es el número de la plenitud o totalidad. Junto con revelar que efectivamente Jesús es la resurrección y la vida, lo que queda de manifiesto en la resurrección de Lázaro, también el hecho se convierte en “signo” que adelanta la propia resurrección del Señor. Sacando a su amigo del sepulcro, Jesús se acredita como el Señor de la vida cumpliendo así lo que ya se anunciaba en el inicio del evangelio de Juan: “En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn 1,4). Sin embargo, esto sólo tendrá pleno sentido cuando el mismo Jesús resucite de entre los muertos.

                El evangelio de hoy, como los de los domingos anteriores, nos relata diversos encuentros de Jesús con personas. Comienza con un diálogo de Jesús con sus discípulos donde el tema es la enfermedad de su amigo Lázaro, luego que está dormido y la natural incomprensión de los discípulos y finalmente “Lázaro ha muerto” dice Jesús. Termina este primer diálogo dando el sentido de lo que ha pasado: “Y me alegro por ustedes de no haber estado allí, para que crean”.  “signo” o oportunidad “para que crean” en Él, y creyendo, “tengan vida eterna”.

                El segundo encuentro y diálogo nos remite al encuentro de Jesús con Marta (vv. 17- 27). El encuentro es cercano y nuevamente Jesús se revela a una mujer en su más profundo misterio. El centro está en la declaración de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Lo crees? (vv. 25-26). Y Marta hace una confesión de fe clave en el encuentro con Jesús: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo” (v. 27). Señalemos que el centro es Jesús en su condición humana y divina y esto constituye el corazón del acto de fe en Él.

                El tercer encuentro acontece con María (vv. 28 -37). Las dos hermanas salen al encuentro de Jesús que todavía no llegaba al pueblo y ambas por separado le dicen: “Si hubieras estado aquí, Señor, mi hermano no habría muerto” (vv. 21.32). Resaltemos la comunión de sentimientos de Jesús con María y los judíos que la acompañaban: “Jesús al ver llorar a María y también a los judíos que le acompañaban, se estremeció por dentro y dijo muy conmovido... (vv. 33 – 34)…”Jesús se echó a llorar” (v. 35)…”Jesús, estremeciéndose de nuevo, se dirigió al sepulcro” (v.38). Revela que la naturaleza humana de Jesús no es disminuida ni anulada por su condición de Hijo de Dios. Es auténticamente hombre en todo el sentido de la palabra.

                A través de María se abre el espacio al último encuentro de Jesús con el muerto Lázaro (vv. 38 – 44). Queda más claramente demostrado que todo el conjunto apunta al único objetivo que es como ha dicho en el v. 4: “Esta enfermedad no ha de terminar en la muerte; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. La gloria de Dios se manifiesta a través de la persona, las palabras y las acciones de Jesús, el Hijo de Dios. Y esto para que sus seguidores respondan con una fe más grande. Queda claro que la fe de los discípulos, la de Marta y la de María necesitan una madurez que sólo se alcanza cuando se reconoce a Jesús como el Hijo enviado por el Padre. Mientras los interlocutores de Jesús piensan que la resurrección es una cuestión del más allá, Jesús habla de un presente resucitado el que es posible por la fe en su persona y a través de Él en el Padre. En Marta quedan simbolizados todos los discípulos cuya fe imperfecta debe dar un paso decisivo en la confesión de fe, la más perfecta que es posible esperar de un ser humano cuando dice: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que había de venir al mundo” (v. 27).

                Una invitación a gozar leyendo pausadamente este precioso texto evangélico de Jn 11, 1-45. Se trata de una palabra permanente que nos ayuda a crecer en nuestra fe.

                ¡Felicitamos a nuestros hermanos religiosos sacerdotes mercedarios al celebrar sus Bodas de Plata Sacerdotales el lunes 3 de abril, los PP. Juan Carlos Venegas Benítez, Mario Alfonso Monardes Campillay y Luis Alejandro Garrido Zapata! ¡Ad multos annos!

                Hasta pronto.  Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 

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