1° Domingo de Cuaresma.
Provincia Mercedaria
de Chile

1° Domingo de Cuaresma.

Domingo 18 de Febrero, 2018

 
Breve el evangelio de este primer domingo de cuaresma pero gigantesco en dimensiones. Inmediatamente después de su bautismo, Jesús es conducido por el Espíritu al desierto, precisamente el “lugar de la prueba”.

¡CRISTO REDENTOR!, NO NOS DEJES CAER EN LA TENTACIÓN

                Hemos iniciado un tiempo litúrgico muy significativo como es la Cuaresma, pues nos prepara para vivir  y celebrar la Pascua 2018, corazón absoluto de la vida cristiana. Cuaresma dice referencia a los cuarenta días que vivió Jesús en el desierto, previos a su ministerio público. Es un tiempo que tiene su característica especial: ayuno, oración y penitencia, son los tres aspectos centrales de la cuaresma. Con estos medios el Señor nos invita a prepararnos a la celebración del Misterio Pascual de Cristo, es decir, su bienaventurada pasión, su resurrección de entre los  muertos y su gloriosa ascensión a los cielos. Cuaresma es un tiempo de intensa preparación para celebrar la Pascua y la mejor forma de hacerlo es mediante la conversión del corazón. Un aliado esencial de este tiempo es la Palabra de Dios que no dejará de llamarnos e invitarnos a cambiar el corazón, centro de nuestra interioridad donde habita el mal y puede habitar también el bien que agrada al Señor. Pero todo esto requiere de cada uno de nosotros una olvidada condición, incluso en muchos que se consideran buenos cristianos; me refiero a la conciencia de pecado y a la necesidad de conversión. Está apagada la conciencia de pecado y muchos ya han descartado inscribirse en la lista de los pecadores, pues se consideran buenos y mejores que el resto. Es frecuente escuchar a personas todavía cercanas a la Iglesia que no saben de qué confesarse porque no tienen pecado. Es decir, tienen pecado pero su conciencia se ha ido entenebreciendo y no tiene ya la luz que ilumine el verdadero estado de vida en que se encuentran. Normalmente tienen muy claro los pecados de los demás y los condenan sin compasión y acaso este no sea el peor pecado con que destruimos a las personas. El pecado es una  realidad de fondo de todo ser humano y de la cual no se escapan ni los santos. No hay peor pecador que el que dice que no tiene pecado, dice San Juan en una de sus cartas. Aprovechemos, pues, este tiempo penitencial para reflexionar sobre nuestra vida ante el misterio de Dios. Dejemos entrar ese rayito de luz al santuario interior donde es posible el encuentro con lo auténtico, con la verdad, con Dios mismo.

PALABRA DE DIOS

 Gn 9, 8-15           “Yo hago una alianza con ustedes y con sus descendientes”.

Sal 24, 4-5.6-9                Tus senderos, Señor, son amor y fidelidad. 

1Pe 3, 18-22       “Porque Cristo murió una vez por nuestros pecados”.

Mc 1, 12-15        “Inmediatamente el Espíritu lo llevó al desierto, donde pasó cuarenta días y fue tentado por Satanás”.

                Tentación. El vocablo griego que se traduce ordinariamente como “poner a prueba”, puede significar también, con sentido peyorativo, “tentar” cuando se trata de someter a discusión la relación del hombre con Dios. Si Dios puede probar al hombre sin tentarlo, pues “Dios no tienta a nadie”, el hombre no puede poner a prueba a Dios sin dudar de su poder, sin impugnar su amor y su fidelidad. Así Israel vivió el lugar típico de la tentación en Massá, llamado también Meribá, es decir “querella”, porque Israel tentó a Dios creyendo que no podía darle de beber en el desierto. Jesús ha sido tentado por los hombres en diversas ocasiones durante su vida. Todas estas tentaciones quedan recapituladas en la escena grandiosa en el desierto, donde Jesús triunfa del Tentador por excelencia, que es “Satán, allí donde Israel había sucumbido”. Dejemos que la Palabra ilumine este camino de Jesús y también nuestro, pues el Tentador trata de hacer caer a los creyentes, debilitados por causa del pecado que suscita la concupiscencia.

                Primera lectura: Génesis 9, 8-15

                El texto se sitúa en el contexto de la alianza de Dios con Noé que se relata en Gn 9, 1-17 siendo el texto de la primera lectura el centro de este tema. Se nos describe precisamente la alianza o pacto de Dios con Noé, antes de hablar de Abrahán y de la alianza de Dios con él y su descendencia como efectivamente se relata en Gn 15, 1-21.  Y por cierto mucho antes de que se hable de la alianza en el Sinaí de Éxodo 19 – 24. Sin embargo, este relato de la alianza de Dios con Noé es más reciente que los otros textos mencionados. El autor sacerdotal piensa en un nuevo orden de cosas, como una nueva creación que Dios emprende después de la catástrofe del diluvio con la que eliminó a todos los vivientes, hombres y animales, salvo a Noé y su arca. Por eso el capítulo 9 comienza con las bendiciones divinas que recaen sobre Noé y sus hijos, los animales y todo viviente, comprendidos como los nuevos inicios de la humanidad y creación post diluvio. Son las mismas bendiciones que habían recibido Eva y Adán, los primeros padres. La promesa que Dios había hecho de no enviar más un diluvio sobre la tierra, la renueva en el marco de una alianza que afecta a toda la creación y que se ratifica mediante una señal: el arco iris. Es la primera alianza de otras que Dios libremente establece con los hombres. Esta alianza con Noé se extiende a toda la creación ya purificada y renovada por el diluvio universal. “He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros y con vuestra descendencia; con todo ser vivo que está con vosotros – aves, ganados y todos los animales de la tierra que os acompañan – con todo lo que ha salido del arca y con todos los vivientes de la tierra” vv. 9-10). Algunos padres de la Iglesia comentan que el signo del arco iris que garantiza la alianza de Dios con la humanidad representa el signo de Jesucristo quien muriendo en la cruz ha sellado la verdadera alianza que ya anunciaba con Noé.

                Salmo 24, 4-5. 6-9 es un salmo de súplica y confianza con alcances sapienciales relativos al camino y la enseñanza cuando suplica el orante: Indícame, Señor, el camino, enséñame tus sendas” o cuando afirma su confianza en Dios diciendo: “Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas, no recuerdes mis pecados juveniles, y mis culpas”. Es el momento de renovar también nosotros la confianza en el Señor de la alianza sellada con su sangre en la cruz.

 

                Segunda lectura: 1Pe 3, 18-22

                El texto de esta segunda lectura de hoy afirma que la salvación obrada por Cristo mediante su muerte y resurrección tiene alcance universal, no sólo porque involucra a todos los hombres del tiempo presente y futuro sino también a los de las épocas pasadas, como los que sufrieron el diluvio a causa de sus pecados. Así lo expresa: “Y entonces fue a hacer su anuncio a los espíritus que estaban prisioneros, a  los que se resistieron a creer cuando Dios esperaba pacientemente, en los días en que Noé construía el arca” (vv. 19-20). No tendría mucho sentido hablar de que Cristo salva al género humano si no incluye también la humanidad del pasado. Así la muerte y resurrección de Cristo abarca al cosmos completo, humanidad y creación. Continúa señalando el autor de esta carta que en el plan de Dios todo tiene sentido e incluso que las aguas del diluvio y la salvación de apenas ocho personas es imagen del bautismo: “Todo esto es figura del bautismo, por el  que ahora ustedes son salvados, el cual no consiste en lavar la suciedad del cuerpo, sino en el compromiso con Dios de una conciencia limpia; por la resurrección de Jesucristo” (v.21). En la generación judía de la época de finales del siglo primero de nuestra era cristiana existía la creencia de que la generación del diluvio no tendría parte en el mundo venidero ni que estaría de pie en el juicio. Por lo tanto, Cristo murió por los pecados de todos, de los que vivieron antes de él y de quienes vivieron y vivirán después. La salvación es un don universal que Dios nos concede por medio de Cristo su Hijo. La pasión de Cristo ha roto las coordenadas espacio – temporales de la historia, y la nueva vida inaugurada por el Espíritu de Dios en Cristo Resucitado se proclama no sólo para los creyentes destinatarios de la carta, sino también para los pecadores del pasado. Con este mensaje se acrecienta el consuelo que necesitaban los cristianos que debían afrontar toda clase de dificultades provenientes del paganismo. Es importante señalar que los cristianos son una pequeña comunidad en un inmenso mundo adverso y no cristiano. Dios ya hizo un milagro salvando del diluvio apenas a ocho personas y con ellos hizo la alianza que favorece a todos.

                San Marcos 1, 12-15

                Breve el evangelio de este primer domingo de cuaresma pero gigantesco en dimensiones. Inmediatamente después de su bautismo, Jesús es conducido por el Espíritu al desierto, precisamente el “lugar de la prueba”. En los relatos paralelos de Mateo y Lucas Jesús se prepara con el ayuno, aquí en Marcos no señala  el ayuno sino que “los ángeles lo servían”. Tampoco tenemos un relato detallado de las tentaciones como nos ofrecen Mateo y Lucas. En cambio, la victoria de Jesús sobre el Tentador queda sugerida por el trato pacífico con los animales, pues “vivía entre las fieras”. Este es un detalle que puede ser iluminado desde la visión profética que describe el reinado del Mesías como una armónica convivencia de los hombres bajo el símbolo de la armonía entre los animales salvajes (cf. Is 11, 6-9: el lobo habitará con el cordero, etc.) o el jardín del Edén antes del pecado de Adán (cf. Gn 2 – 3) pero con una diferencia fundamental: Jesús sale airoso de la prueba.

                Esta breve narración de San Marcos nos señala que la condición mesiánica de Jesús no lo exime de las pruebas y padecimientos propios de nuestra condición humana. Es lo que decimos a través del misterio de la encarnación. Dios se ha hecho hombre con todas las consecuencias que esto tiene. En lo único que es diferente a nosotros el Hijo humanado del Padre es en el pecado. Una consecuencia inmediata de la encarnación, real y verdadera, es que el Mesías entra en la lucha que se libra en la historia humana donde el pecado y la muerte son el ingrediente más dramático con todas sus consecuencias de maldad y sufrimiento. Jesús no queda exento de este dramático escenario humano. Y como verdadero hombre pasa por la prueba del desierto, “lugar de la prueba”, espacio de la tentación. La prueba es una característica de la condición humana, pues el encuentro de dos seres es una prueba de su libertad. La prueba no es tentación ya que es una invitación a una vida más intensa y a una relación más profunda. Si Dios quiere nuestro bien y felicidad, puede ofrecernos caminos para no perdernos sino robustecernos en la fe  como acontece con Abrahán. Si pensamos el mal o sufrimiento que tiene como causa la voluntad humana en la generalidad de las veces, las consecuencias de esas malas decisiones no son pruebas sino tentaciones. Se habla de las pruebas de amor que Dios nos regala pero el problema es que manejamos una concepción abusiva de este concepto. La inmensa cantidad de sufrimientos y penurias son consecuencias directas de nuestras malas acciones, hechas sin discernimiento verdadero. No todo es tentación del Tentador ni todo es prueba de Dios.

                Al comenzar la Cuaresma aprovechemos desde el primer día en profundizar la Palabra del Evangelio diario y mirémonos como en un espejo. Sin este ejercicio espiritual diario nunca lograremos descubrir los envoltorios de nuestro corazón y las raíces profundas del pecado propio. Y si no descubrimos el pecado personal, no es posible que haya conversión alguna. Seguiremos en el mal camino provocando tanto sufrimiento que podríamos evitar y ayudar a ser el mundo un poco mejor cada día. No esperes que te echen en tu cara tus defectos; mejor haz el descubrimiento propio de lo que está podrido dentro de ti. Y esto es el acto de humildad que el Señor está esperando siempre. Entonces tiene sentido recibir la ceniza. “Polvo eres y en polvo te convertirás”. ¡Qué gigantesca verdad!

                Gracia y paz para todos.               Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.



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