20° Domingo durante el año. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

20° Domingo durante el año. Comentario del Evangelio

Domingo 20 de Agosto, 2017

 
Dios parece que permanece en silencio ante la insistente plegaria por un enfermo agónico, por un drama que vive un inocente, por una discapacidad que afecta el crecimiento de una pequeña niña de sólo diez años. ¿Es tan cierto que Dios calla y permanece en silencio? ¿O somos nosotros los que no sabemos guardar silencio y esperar pacientemente hasta que nos abra su puerta?

20° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Un silencio que desconcierta es el que nos presenta el evangelio de este domingo. Jesús parece no oír el insistente clamor de una mujer pagana incluso cuando los discípulos interceden por ella ante él. Jesús calla. Dios calla, su silencio es largo y desconcertante. Quisiéramos que siempre nos hablara pero la experiencia creyente sabe que eso no siempre es así. Dios parece que permanece en silencio ante la insistente plegaria por un enfermo agónico, por un drama que vive un inocente, por una discapacidad que afecta el crecimiento de una pequeña niña de sólo diez años. ¿Es tan cierto que Dios calla y permanece en silencio? ¿O somos nosotros los que no sabemos guardar silencio y esperar pacientemente hasta que nos abra su puerta? El dolor humano no espera, simplemente grita bajo el signo de la desesperación. Busca afanosamente una palabra que no llega, al menos como la esperaba. “El silencio de Dios” es un tema que ha estado siempre en la mente de pensadores y creyentes. La humanidad, representada por esta mujer pagana del evangelio de hoy, es la que grita por más justicia, verdad, honestidad, rectitud, consuelo, sanación, felicidad… Parece que su grito se pierde en el silencio infinito pero la fe nos hace permanecer ahí, en vigilia, a la espera de una respuesta que siempre llega cuando Dios quiera.

Textos

Is 56, 1.6-7          “A los extranjeros que se han dado al Señor, para servirlo… los traeré a mi monte santo”.

Sal 66, 2-8           ¡Que los pueblos te den gracias, Señor!

Rom 11, 13-15.29-32      “Porque Dios sometió a todos a la desobediencia, para tener misericordia de todos”.

Mt 15, 21-28      “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”.

                Jesús está siempre a la puerta, en lo íntimo de cada persona, esperando para que le dejemos entrar y nos relacionemos con Él como aquel que orienta y da sentido a la opción fundamental de nuestra existencia. Pues bien, ahora al escuchar el sonido de unos toques en la puerta de nuestra casa interior, nos disponemos a abrir con un poco de sorpresa y a la vez con alegría, y nos damos cuenta de que ahí está Jesús. Esto es lo que sucede con la Palabra de Dios que hemos leído y ahora queremos abrigar en nuestro castillo interior. En cada trozo de la Escritura Santa resuena la Voz de Jesús, el esperado de los pueblos. Dejémosle espacio y no le cerremos la puerta. “He aquí que estoy a tu puerta y llamo; si alguno me abre, entraremos y cenaremos con él”.

                Del Libro de Isaías 56, 1.6-7

                Se abre con este capítulo 56 el llamado “tercer Isaías” donde el autor trata de mantener vivas las esperanzas que incluye la apertura hacia los extranjeros. De este modo, el profeta anuncia el fin del exclusivismo judío de la salvación. Se vislumbra así un cambio que empieza a ver a Dios como Padre de todos y que tendrá su culminación en el Nuevo Testamento con Jesús y luego con la comunidad primitiva. Comienza el texto de la primera lectura de este domingo con una llamada: “Observen el derecho, practiquen la justicia, que mi salvación está para llegar y se va a revelar mi victoria” (v. 1). Esto significa poner en práctica la Palabra del Señor.  Luego la palabra se dirige expresamente a los extranjeros: “que guarden el sábado sin profanarlo y perseveren en mi alianza” (v. 6). El texto nos ofrece la oportunidad de descubrir la universalidad de la salvación y de la misión de la Iglesia. La Iglesia no puede sino evangelizar a todos los pueblos de la tierra, para que, creyendo en Cristo Redentor, puedan también entrar a formar parte del pueblo de Dios, la gran familia de los hijos de Dios. De esta universalidad, brota la gran responsabilidad de acoger a los pueblos y naciones, convirtiéndose en casa de acogida y hospitalidad para todos, signo e instrumento de la salvación para todos los pueblos de la tierra. Así se cumple lo que anuncia el profeta: “Los traeré a mi Monte Santo, los alegraré en mi casa de oración; aceptaré sobre mi altar sus holocaustos y sacrificios; porque mi casa es casa de oración, y a mi casa la llamarán todos los pueblos Casa de Oración” (v. 7). Dios no hace acepción, dice Hch 10,34 y Gál 3, 28. Quiere que todos los hombres se salven. Este es el “misterio escondido” del que habla San Pablo, el que fue revelado en la evangelización de los paganos. Nos hace bien recordar esta verdad de fe tan central en el misterio de la salvación. Así se va cumpliendo el gran deseo del salmista: Que todos los pueblos te alaben, Señor.

                De la Carta a los Romanos 11,13-15.29-32

                El capítulo 11 de la Carta a los Romanos es el último capítulo dedicado a la situación de los judíos y la salvación obrada en Cristo. En los 12 primeros versículos de este capítulo se refiere a la salvación de los judíos negando de plano la idea que Dios había rechazado a los judíos. ¡De ningún modo! Contesta Pablo terminantemente. En el texto de la segunda lectura de este domingo, se dirige Pablo a los cristianos procedentes del paganismo. Parte señalando que él es “apóstol de los paganos” y hace honor a su ministerio, para que los hermanos de su raza sientan celos por los frutos que logra la predicación a los paganos y así “salvar a algunos de los de mi raza”. Repite el argumento que ya ha dado antes: el rechazo de los judíos hacia Jesús ha significado la reconciliación del mundo pagano. Si grande fue el efecto de ese rechazo, cuánto más sería la aceptación de Jesús por parte de los de su raza, eso sería como una resurrección. Aunque hayan rechazado a Jesús y su salvación, los judíos se salvarán pero el Apóstol no sabe cómo y ese es un secreto que permanece en Dios. Se funda esta convicción en algo que es muy importante: “Porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables” (v. 29). En definitiva, judíos y paganos han sido encerrados en la desobediencia “para apiadarse de todos” (v. 32). La historia de la salvación, historia de la misericordia divina, tiene esa compleja trama en que la desobediencia de los judíos lleva a la obediencia a los paganos. “Pero un día también ellos alcanzarán misericordia” (v. 31) dice el Apóstol, dejando la salvación de Israel en el secreto designio de Dios. Nos maravillamos del llamado universal a la salvación, ese es el designio inexplicable de la misericordia de Dios. Como Pablo reconocemos que la realización de éste, nos sobrepasa y sólo nos guía la esperanza. El sembrador sólo debe sembrar el Evangelio sin descanso hasta que el Señor recoja los frutos al final de los tiempos.

 

                Del evangelio según San Mateo 15,21-28

                La universalidad de la llamada de Dios en Jesús queda expresada en el encuentro de la mujer cananea con Jesús en la tierra pagana de Tiro y Sidón. Digamos de partida que este evangelio de hoy algo nos puede incomodar con esto de “quitar el pan a los hijos para dárselo a los perritos” y que “los perritos comen las migajas  que caen de las mesas de sus dueños”. A nosotros nos puede parecer extraño este modo de referirse a los paganos desde el mundo judío pero para el tiempo de Jesús era la forma normal.

                Sin lugar a dudas este relato le sirve a San Mateo para afirmar la universalidad de la salvación, es decir, el Reino de Dios y la salvación abraza también a los paganos. La mujer del evangelio de hoy es denominada “cananea”, es otra forma que el Antiguo Testamento usa para referirse a los paganos, además de “perros” o “perritos”. En ambos casos era una forma despectiva de referirse a los no judíos.

                La escena anterior de este capítulo 15 de Mateo nos narra una fuerte polémica y rechazo de los fariseos y letrados judíos hacia Jesús que decide ir a la región de los paganos, Tiro y Sidón. De esta manera, el evangelista ilustra con este relato de la cananea la auténtica voluntad de Dios por sobre la tradición religiosa de los judíos. Se trata de una mujer pagana, excluida e impura según la visión de los judíos. Es evidente que Mateo quiere resaltar el contraste entre la cerrazón de los judíos y la apertura de los paganos a la buena noticia de Jesús.

                Otro aspecto que conviene  resaltar es la forma de pedir que esta mujer emplea para dirigirse a Jesús: son gritos de angustia. “¡Señor, Hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija es atormentada por un demonio” (v. 22). Se trata de una oración de petición que brota de lo más profundo de su corazón y no es para ella sino para su hija. Y Dios escucha los ruegos que le dirigimos y concede a su debido tiempo lo que necesitamos. En ciertos ambientes cristianos se ha ido cultivando una sospecha sobre la oración de petición e incluso algunos llegan a considerarla sin sentido. No tiene sentido, dicen, pedir por la lluvia porque ésta depende de factores climáticos naturales que incluso el hombre puede hacer llover. Todo en verdad obedece a causas naturales porque Dios ha creado todo con sus propias leyes, pero esto no anula ni desmerece la súplica al Señor que el creyente dirige en medio de sus necesidades. El mismo Jesús aconseja pedir con fe y constancia. Contemplando el ejemplo de esta mujer del evangelio de hoy, podemos reafirmar nuestra plegaria “desde lo profundo” de nosotros mismos y Dios nos atenderá.

                Otro aspecto a destacar es la admiración y reconocimiento que Jesús hace de la fe de esta mujer cananea. A menudo tendemos a pensar que la fe verdadera sólo se expresa en compromisos sociales, políticos o  solidarios que tienden a crear un mundo humano mejor  y tendemos a despreciar la fe de aquellos que no tienen esos compromisos como si fuera el único criterio lo anterior. ¿Qué nos enseña Jesús? Quienes se acercan a Él no cumplen con los requisitos que nosotros ponemos como criterios absolutos. Esta mujer del evangelio no ha  hecho ninguna de aquellas cosas, sólo pide con perseverancia venciendo los obstáculos que encuentra. Así ella manifiesta una fe grande en el Señor. Y Jesús la alaba: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumplan tus deseos” (v. 28). ¿Qué es la fe entonces? Es el acto de acogida, adhesión y confianza irrevocable en la persona de Jesús, el Hijo de David. Es el acto de confiar y confiarse sin medida en que el Señor puede más de lo que pedimos y lo hará. Que la fe se exprese en las obras es evidente y una primera obra es precisamente la aceptación de Jesús como Salvador. Una manifestación de la fe será la súplica no sólo por si mismo sino por los demás. El Señor habló de los “frutos buenos” y  “los frutos malos”. La fe auténtica siempre estará con una mano tomada de Dios y con la otra del hombre. Si sólo es voluntariado, obra solidaria a secas, compromiso con las realidades temporales, se queda ahí y no logra germinar en una vida nueva de calidad evangélica. Toda la fuerza del carisma redentor de San Pedro Nolasco o de la Madre Micaela o del P. Hurtado nace y se sostiene en el Único Necesario, es decir, la amistad con el Señor Jesucristo.

                Finalmente dos virtudes siempre necesarias pero escasas: la humildad y la perseverancia. La mujer del evangelio de hoy reconoce que los judíos son los portadores de los dones salvíficos por voluntad de Dios y no tiene dificultad de reconocer su condición de mendiga de la mesa de los señores. Esto supone una condición indispensable para vivir humana y cristianamente. Nunca seremos superiores a nuestro Maestro Jesús. Siempre somos siervos inútiles porque hacemos lo que se nos manda. El discípulo siempre es servidor o esclavo de Cristo y de los demás. Es la manera de asemejarse al Maestro. La perseverancia es otra hermosa virtud que hoy el evangelio pone de relieve. Los discípulos suplican a Jesús: “Señor, atiéndela, para que no siga gritando detrás de nosotros” (v. 23). La constancia obtiene lo que pedimos superando las dudas, el cansancio, el apuro, etc. todos enemigos de nuestra súplica hecha con fe.

                En conclusión, el don de la fe no conoce fronteras de raza, de cultura o condición social. Con ella se abre la posibilidad cierta de un mundo nuevo por la fraternidad que construye en torno a Jesús y su Reino. Para ello hay que anunciarlo y dar testimonio.

                Un saludo fraterno. Que Dios los bendiga.  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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