22º Domingo durante el año. Comentario del Evangelio
Provincia Mercedaria
de Chile

22º Domingo durante el año. Comentario del Evangelio

Viernes 01 de Septiembre, 2017

 
El seguimiento de Jesús trae consigo tribulación y persecuciones, requiere humildad = “renuncia a sí mismo”, asumir la actitud de servicio, practicar las obras de misericordia, y solidaridad con el destino del Maestro. Todo esto está incluido en la expresión “cargar la cruz e ir en pos de Él”. Que este “hacer el camino de Jesús, Mesías e Hijo de Dios” sea nuestra pasión y nuestra meta.

22° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

¡Cristo Redentor!, enséñanos a llevar la cruz

Estamos iniciando el mes de Septiembre, Mes de la Biblia, Mes de la Patria, Mes de la Virgen de la Merced. Encontramos muchas referencias marianas: la Natividad de la Virgen el 8, el Dulce Nombre de María el 12, Nuestra Sra. de los Dolores el 15, Nuestra Madre de la Merced, el 24. María puede recibir muchos nombres o advocaciones pero ella es la única Madre de Dios, Madre del Verbo Eterno del Padre y por lo mismo es Madre de la Iglesia. Sobresale entre todos los miembros del Pueblo de Dios por su admirable testimonio de fe. Ella creyó todo lo que el Señor le anunció. Y de esta manera María es la directamente señalada en aquellas elogiosas palabras de Jesús: “Dichosos más bien los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica”. De ahí que el Mes de la Biblia y el Mes de la Virgen de la Merced ofrecen una estupenda oportunidad para volver a escuchar la Palabra para llevarla a la práctica. Y nuestro querido Chile se forjó bajo el alero benéfico del evangelio que los evangelizadores nos trajeron de la mano con María. Se nos anunció a Jesucristo Salvador pero en íntima comunión con María, su Madre, y ambos han permitido el nacimiento de la comunidad cristiana, nuestra madre la Iglesia, que puso su morada en esta tierra de los confines del mundo. Que no sucumbamos ante el olvido de nuestras raíces cristianas en la trampa de una sociedad sin Dios y sin la fe de nuestros padres. Se nos propone un proyecto de una “sociedad laica”, sin referencias religiosas ni iglesias, con un ordenamiento de valores “ciudadanos” también sin referencia explícita a su dimensión cristiana e incluso aprobación de leyes claramente contrarias a la irrenunciable tradición humanista del cristianismo. ¿Queremos que nuestro Chile emigre de su raíz cristiana hacia una sociedad secularizada que ignore a Dios y al evangelio? Señor, se tú la fuerza que necesitamos para seguirte, se tú el vigor que nos ayude a cargar con la cruz sin miedo y sin murmuraciones. Se tú la razón de nuestra vida.

Textos

Jer 20, 7-9           “Tú me sedujiste, Señor y yo me dejé seducir”.

Sal 62, 2-6.8-9   Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.

Rom 12, 1-2        “Transfórmense interiormente renovando su mentalidad”.

Mt 16, 21-27     “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.  

                  Cumplir la voluntad de Dios no es tan fácil como parece a primera vista. En la Biblia aparecen tantos modelos de fidelidad hasta el extremo como Abrahán, los profetas, María, José, y por sobre todo Jesús. Pero también se muestran ejemplos de infidelidad a raudales. Es que la voluntad de Dios no es evidente a primera vista, razón por la que hay que buscarla sin cesar. Y el auténtico cristiano sabe que ese es el ejercicio central de su camino espiritual. Un caso dramático es el del gran profeta Jeremías que acuñó  su desconcierto interior en el texto que hoy se nos anuncia en la primera lectura. Y es que confrontarse con la Palabra de Dios nunca es fácil ni ligero. El creyente así se convierte en un permanente buscador del querer de Dios en la trama confusa de los hechos cotidianos de su vida. Dejemos que la Palabra nos ayude en esa apasionada búsqueda.

                  La primera lectura está tomada del Libro del Profeta Jeremías. El texto nos abre una ventana al drama interior del profeta, el de su vocación profética. Pertenece al género de confesiones personales que muchos personajes escriben acerca de su vivencia interior. Son famosas las confesiones de San Agustín, por ejemplo. Podemos decir que el texto de esta primera lectura es otro grito más del profeta Jeremías dirigido a Dios a quien sirve. Señala que todo lo que Dios le ha ordenado hacer, lo ha hecho y todo lo que le ha mandado hablar, lo ha comunicado pero el resultado  es tan opuesto a esta fidelidad que no deja de gritar desde lo más hondo de su ser. Obstinación y odio de parte de los oyentes podrían desganar a cualquiera pero no a Jeremías que, pese a todo, permanece fuertemente adherido a la Palabra y a su misión que ha recibido. El profeta se siente seducido, engañado, por el Señor que lo llamó, pero también él se ha dejado seducir. ¿En qué sentido? Efectivamente Jeremías no sabía lo que le esperaba y el Señor tampoco se lo advirtió. Sin embargo, hay algo irresistible dentro de él que no le permite echar pie atrás: “Pero la sentía dentro como un fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía” (v.9). “La Palabra del Señor se me volvió insulto y burlas constantes” (v. 8). Todo bautizado puede experimentar esta misma sensación interior y puede llegar a rebelarse contra Dios pero hay una certeza absoluta: si Dios llama nunca dejará de acompañar con su amor al que elige. Distinto es imaginar que ser llamado es una panacea de pura felicidad; hoy dejemos espacio a Jesús que nos hable sobre las condiciones para seguirlo, es decir, para ser cristiano.

                  San Pablo, en la carta a los Romanos en el capítulo 12, comienza una larga exhortación moral, es decir, sobre lo que debe ser la conducta del cristiano, considerado siempre como miembro de la comunidad de fe, la Iglesia. Los dos versículos de esta segunda lectura bíblica constituyen una bella introducción al siempre delicado tema de las normas de conducta. El versículo 1 es muy decisivo cuando dice: “Ahora, hermanos, por la misericordia de Dios, los invito a ofrecerse como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: éste es el verdadero culto”. El culto puede muchas veces convertirse en un conjunto de ceremonias y ritos muy desconectados de la vida de quienes las viven. Sería un culto vacío, un ritualismo estéril. El Apóstol nos está recordando un principio esencial en la vida cristiana: es la ofrenda de la propia vida, el verdadero sacrificio es la propia persona del creyente que ha sido santificada con la gracia del bautismo al ser liberada de la atadura del pecado. El cristiano es morada del Espíritu de Dios y esta realidad le da sentido a todo lo demás. Es el Espíritu Santo el que hace posible esta entrega a Dios y a los hermanos. En esto consiste “el culto espiritual”. Espiritual significa que es acción propia del Espíritu Santo en el creyente. Criterio fundamental de la conducta cristiana en todos sus aspectos es dejarse transformar desde dentro, desde el corazón, con una mentalidad nueva, la del evangelio, que le permita “discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto” (v.2). Lo más difícil es hacer un discernimiento sosegado, sereno y humilde. A este camino espiritual se opone la ideologización de todo y fortalecimiento de trincheras, sin apertura auténtica a la verdad como ha sucedido con la legalización de las tres causales del aborto, por ejemplo. Una verdadera espiritualidad cristiana se traduce en el compromiso con la vida, con los demás, con los grandes desafíos de un mundo más humano. El “espiritualismo” de moda, individualista y autosuficiente, es una grave tentación. Hay que practicar el discernimiento evangélico constantemente.

                  San Mateo nos sigue deleitando con la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, Hijo de Dios. Continuamos teniendo al apóstol Pedro como protagonista central como aconteció en el evangelio del domingo pasado. Allí admiramos su confesión de fe en Jesús a quien proclamó Mesías e Hijo de Dios, lo que le valió una felicitación especial de Jesús y el establecimiento de su Iglesia con el poder de las llaves. Pero en este domingo, en el episodio sucesivo, muestra una fe inmadura y demasiado vinculada a la mentalidad de este mundo. Ya hemos dicho que Pedro nos representa muy certeramente a cada uno de nosotros y un ejercicio muy recomendable es seguirle la pista a su camino de creyente  para descubrir nuestras propias andaduras de discípulos.

                  En el evangelio de hoy se perciben  tres escenas bien marcadas: 1° Primer anuncio de la pasión y resurrección de Jesús (v. 21); 2° Diálogo de Pedro con Jesús (v. 22-23) y  3° Instrucción acerca del seguimiento de Jesús (24- 27).  De este modo, el evangelista Mateo ha creado el ambiente preciso para que la confesión de fe (Mt 16, 13-20) haga posible este camino de la manifestación de Jesús, que la comunidad va haciendo (Mt 16, 21- 27).

                  Respecto al primer anuncio de la pasión y resurrección de Jesús hay que entenderlo como un paso decisivo que da Jesús en su manifestación a los discípulos, dejando en claro que su camino mesiánico pasa por el sufrimiento y la muerte, antes de llegar a la gloria de su resurrección. Son tres los anuncios de esta naturaleza y en plena sintonía con el “camino o subida de Jesús a Jerusalén”. Comienza el relato: “Desde aquel día, Jesús comenzó a  explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho…” (v. 21). No olvidemos que la tercera gran sección del evangelio de Mateo se abre precisamente con Mt 16, 21 y se extiende hasta Mt 28, 20. Con toda razón, el relato de la confesión de fe termina con una prohibición clarísima: “Entonces les ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt. 16,20). De este modo, Jesús evita que se genere en torno a su persona un movimiento mesiánico de carácter político, tentativas que no faltaron y que fueron rechazadas una y otra vez, como consta en los mismos evangelios. Sin embargo, es tiempo de ir avanzando con sus discípulos en su verdadera manifestación. De esta manera los prepara para lo que viene.

                  Respecto  al diálogo de Pedro con Jesús (v. 22-23) podemos decir que es evidente que Pedro, compartiendo la idea general de un Mesías victorioso y políticamente exitoso, expresa su incomprensión del misterio de Cristo, a pesar de haber profesado su fe en el Mesías e Hijo de Dios. El texto es muy elocuente: “Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá” (v. 22). Si ustedes se fijan, Pedro asume la actitud del tentador allá en el desierto: toma la iniciativa y no tiene empacho en tratar a Jesús como su igual y se propone corregir el camino de Jesús. Es un auténtico obstáculo que Jesús encuentra entre los suyos como la actitud asumida por Pedro.

                  Si esto es así, podemos comprender la dureza de la respuesta de Jesús: “Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro:” ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” Tú eres un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (v. 23). Jesús interpreta la reacción de Pedro como tentación diabólica. No cabe duda que hay un fuerte parentesco entre esta escena y las tentaciones del desierto. Aquí como allá, Jesús rechaza decididamente la tentación e invita a Pedro a “ponerse detrás de Él”, es decir, a seguirlo por el camino que el Padre le había señalado. Es curioso que Pedro es kefas = piedra donde Jesús construye su Iglesia y aquí piedra de tropiezo = escándalo que trata de impedir que Jesús cumpla su misión redentora en el sufrimiento y la muerte según el plan que el Padre le ha encomendado.

                  Finalmente la propuesta del seguimiento de Jesús. Hemos conocido el camino mesiánico de Jesús, ahora Él nos expone el camino del discipulado cristiano (vv. 24-27). En la invitación a seguirlo, Jesús declara la absoluta necesidad de cargar con su cruz, la de cada uno y las exigencias del discipulado. El seguimiento de Jesús trae consigo tribulación y persecuciones, requiere humildad = “renuncia a sí mismo”, asumir la actitud de servicio, practicar las obras de misericordia, y solidaridad con el destino del Maestro. Todo esto está incluido en la expresión “cargar la cruz e ir en pos de Él”.

                  Que este “hacer el camino de Jesús, Mesías e Hijo de Dios” sea nuestra pasión y nuestra meta. Pero nunca solos y aislados sino en comunión con la comunidad de Jesús, su Iglesia.

                  Que el Señor nos reprenda, si es necesario,  si no estamos ni ahí con su propuesta redentora y alimentamos un camino evangelizador exitista y sin cruz ni exigencias.

                  Fraternalmente en el Señor.                      Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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