5° Domingo de Pascua
Provincia Mercedaria
de Chile

5° Domingo de Pascua

Domingo 29 de Abril, 2018

 
El evangelio de San Juan nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos que sirve para reforzar la idea de la comunión que debe haber entre Jesús y los discípulos. Jesús establece una alianza con su comunidad identificándose con la vid verdadera.

YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS

                En este domingo seguimos profundizando en el misterio del Resucitado pero ahora más fuertemente en la relación de los discípulos, entre los cuales nos contamos nosotros, con el Señor de la Vida Nueva, con Jesús el Mesías. La imagen de la vid o de la viña es muy frecuente mencionada en el Antiguo Testamento y sirve para comparar a Israel como la vid o viña elegida y plantada por Dios. La imagen es sugerente y rica en aplicaciones. Sirve para expresar plásticamente las relaciones entre el viñador y su viña, Dios y su pueblo. Ayuda a comprender que no siempre la viña rinde los frutos esperados ni se da cuenta de los cuidados que desarrolla su dueño que llega a preguntarse qué hará con su viña que no dio frutos dulces sino agrios. Sirve la imagen también para comprender la viña verdadera de la viña salvaje. Para indicar el amor que liga al viñador con su viña se describen los trabajos previos como la preparación de la tierra, la elección de las mejores cepas y el hecho de plantarlas y cuidarlas. Esta riqueza simbólica de la viñador y su viña ayuda a comprender los cuidados de Dios por la humanidad, por su pueblo, por la Iglesia, por una parte y por otra, la gigantesca distancia en la respuesta de estas viñas que Dios  ha plantado con tanto cariño. En estos días, la imagen nos sirve también para comprender, por una parte, la inmensa obra de Dios por salvarnos en su Hijo y, por otra, la siempre pequeña respuesta de cada uno y de todos. No hay proporción entre el don y la respuesta, entre la gracia y los frutos que producimos. Esta vida necesita poda, necesita cuidados, necesita viñadores probos. Es tiempo de mirar desde la Palabra nuestro caminar como comunidad, como Iglesia, como pueblo de Dios. Y el Señor quiere que su viña no quede expuesta a la avalancha de pisadas y destrozos. Es tiempo de mirarnos ante el espejo de la Palabra. Oremos por este momento que estamos pasando como Iglesia y escrutemos el paso de Dios también en medio de este sufrimiento y cuestionamiento presente.

PALABRA DE VIDA

Textos

Hech 9, 26-31    “Predicaba decididamente en el nombre del Señor”. 

Sal 21    Te alabaré, Señor, en la gran asamblea.

1Jn 3, 18-24        “.. que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo”.

Jn 15, 1-8            “Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador”.

                En la oración colecta de hoy pedimos al Padre que “con tu ayuda demos fruto abundante y alcancemos la alegría de la vida eterna”. Y esto está en plena sintonía con la Palabra de este quinto domingo de Pascua. La Pascua es “el paso”, la transformación de la existencia del bautizado. Jesús pasa de su existencia terrena a una existencia transfigurada, gloriosa. Y a esto estamos todos llamados, los que por la fe hemos aceptado a Jesucristo. Vivir una existencia de resucitados “aquí y ahora”, en nuestra condición humana presente, es el gran desafío del cristiano. Y de esto nos van a interpelar las lecturas bíblicas de hoy. ¿Cómo está “mi pascua”, “mi paso” de la muerte a la vida? ¿En qué se muestra que he dado ese “paso” bautismal de morir al pecado y vivir para Dios? Hemos celebrado la Pascua 2018, ¿qué luz, qué efectos, qué compromisos he asumido desde esta celebración pascual? La Pascua o es un rito o ceremonias o es una llamada a una calidad de vida cristiana mucho más incisiva y profética que la que estoy llevando. Dejemos que la Palabra nos impulse nuevamente a vivir en amistad con Cristo y lejos del pecado.

                Primera lectura: Hechos 9, 26-31: “le tenían desconfianza porque no creían que también Pablo fuera un verdadero discípulo”, dice el texto. ¡Cuánta desconfianza se ha ido generando entre nosotros! Casi somos expertos en sembrar desconfianza en todo. Así estamos construyendo la sociedad, la familia, el colegio, la comunidad, la Iglesia, la vida, etc. El texto de esta primera lectura nos ayuda a seguir recordando los hitos iniciales de la fe cristiana en comunidad. Estamos en el capítulo 9 del Libro de los Hechos que comienza con el siempre sobrecogedor relato de la conversión de Pablo en el camino a Damasco. No iba por cosas muy buenas, llevaba autorización de las autoridades judías para llevar presos a Jerusalén “a los seguidores del Camino del Señor que encontrara, hombres y mujeres”. Saulo de Tarso es un fogoso judío de la secta de los fariseos y un encarnizado enemigo y perseguidor de los discípulos de Jesús. Es comprensible, por lo tanto, que la experiencia del camino de Damasco que vivió Pablo no diera garantías absolutas que fuera verdadero discípulo. Dice el texto de hoy: “Al llegar a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos; pero ellos le tenían miedo, porque no creían que fuera discípulo”. Hay un ambiente de desconfianza frente al converso Pablo.  Por cierto nos sigue pasando a nosotros. Tenemos desconfianza acerca de la autenticidad de hermanos o hermanas que se han reencontrado con la fe cristiana y nos preguntamos si será cierto que se han convertido o simplemente están viviendo un momento de euforia inconsistente. Una comunidad tiene que ser capaz de reconocer los aspectos de la desconfianza que envuelve a sus miembros, si quiere ser un signo visible de fraternidad evangélica. Pero hay un excelente discípulo, “un hombre bondadoso” que efectúa una positiva mediación. Bernabé es el “ángel de la guarda” que tuvo Pablo. ¡Cuánta falta hacen estas personas en los grupos! Son constructores de paz muy necesarios para integrar y hacer comprensibles los temores o desconfianzas, sin herir a nadie. Es que sólo la verdad puede edificar verdadera comunidad. Bernabé es veraz y sin segundas intenciones cuenta simplemente lo que él ha visto en torno a Pablo. Y la comunidad aceptó este testimonio. La comunidad fue capaz de dar un “paso”, vivir la “pascua” superando el miedo. ¿No deberemos hacer lo mismo nosotros? ¿No sería posible vivir “en y desde la verdad” incluso los errores y omisiones? Tarea pendiente.

                El Salmo 21, 26-28.30-32 es la oración del justo perseguido y famoso porque fue el que recitó Jesús en la cruz. Es la más extraordinaria súplica que encontramos en la Biblia, ya que el salmista relata con impetuosa viveza su angustiad dolor que genera una apasionada súplica ante el Señor. Los versículos de este domingo son la gratitud por la liberación que el afligido anhela con toda su alma.

                Segunda Lectura: 1Jn 3, 18-24.

                La segunda lectura de la primera carta de San Juan nos hace una preciosa advertencia, siempre actual: “Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad”. Esta es la prueba de si el amor que nos mueve es auténtico; tiene que manifestarse en actos o acciones y no puede contentarse con ser “de palabra y  de boca”. En consecuencia, el amor verdadero a Dios y al hermano se muestra en el cumplimiento de sus mandatos y si hacemos lo que es conforme a su voluntad. Todo auténtico amor procede del Hijo: “Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó”. Accedemos a Jesús, el Hijo del Padre, sólo mediante la fe en Él, adhiriéndonos a su persona y su obra. Sólo así podremos amar “con obras y de verdad”. Amar, pues, no es cualquier sentimiento; amar significa amar como Jesús amó, quien nos amó hasta extremo. ¿Es mi amor una bonita palabra o es el amor de Jesús que me cambia? Hay tanta palabra sobre el amor, es una sobreabundancia de palabras; es necesario más “obras”, más testimonio práctico.

                Evangelio de San Juan 15, 1-8

                El evangelio de San Juan nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos que sirve para reforzar la idea de la comunión que debe haber entre Jesús y los discípulos. Jesús establece una alianza con su comunidad identificándose con la vid verdadera. El Señor le pide que dé frutos y que transforme su enseñanza en doctrina de vida. En los versículos 1-4 Jesús pone de relieve la relación que existe entre Él – vid verdadera, el Padre – viñador y la comunidad de los discípulos representada por los sarmientos. Es interesante descubrir que en el uso de esta primera relación entre Jesús – vid verdadera y el Padre – viñador, Jesús está revelando su identidad y aclarando su relación con el Padre. La imagen de la viña- vid es muy frecuente en el Antiguo Testamento y servía para identificar al pueblo escogido como plantación de Dios. Es cierto que en la mayoría de los casos la imagen viña – vid sirve para mostrar el contraste entre el amor de Dios, amor fiel, y la infidelidad de Israel. Pero en el evangelio de Juan hay un interesante cambio. La vid es Jesús y no el pueblo o comunidad mesiánica y por lo tanto es Cristo el que cumple con la esperanza de Israel eliminando así la infidelidad. Cristo es fiel y es “la verdadera vid que da la vida”. Es Cristo la vida fiel que ha respondido completamente a las atenciones de Dios. Cristo es el vino excelente de la fidelidad a la alianza. En Él no cabe ya el drama de la infidelidad a Dios. Es el que se ha dejado conducir por el amor del Padre hasta el extremo de la obediencia como ha sido entregar su vida como plenitud de su amor y así comunicar el amor que le une al Padre, fundamento de la comunidad de los discípulos.

                La alegoría de la vid tiene otro aspecto que resalta nuestro texto de hoy. Jesús utiliza la imagen de la vid y los sarmientos para señalar la unidad de éstos con la vid y el vínculo entre Jesús y sus discípulos que sacan de Él la savia de la vida divina. No se trata de una relación externa y material; es una relación tan profunda que de ella dependen los frutos. Es el Padre – viñador que corta los sarmientos improductivos y poda los que dan fruto, para den más frutos. La imagen de la limpieza y de la poda tiene la finalidad de hacer los sarmientos más vigorosos y fructíferos; con ella se alude a la acción de Dios en el discípulo: la condición para dar fruto y dar más fruto es estar unido a la cepa o vid que es Jesús. Así llegamos al fondo de la realidad: se es fecundo o estéril en la medida en que el discípulo vive su unidad con el Señor. Y aquí es también muy importante lo que el evangelista dice: la fidelidad que se nos pide es a las exigencias de la fe en Cristo más que a las obras. Y el instrumento para podar y purificar a los discípulos es la Palabra de Dios. Es la Palabra fuente de nuevas purificaciones y fuente permanente de la vitalidad cristiana. Es el principio dinámico de la vida cristiana de todos los tiempos.

                Vivimos un momento de poda, qué duda cabe. La poda es ley de vida y crecimiento de las plantas…, de las personas y de los grupos, de las comunidades y de la Iglesia. La poda controla, encauza y orienta las fuerzas; impide la dispersión, da nueva energías. Nos hace crecer y ser nosotros mismos. Nos podan los amigos, el grupo, la comunidad, a través de relaciones claras y fraternales; a través de la ayuda, la crítica y la exigencia. Nos podan cuando ponen en crisis nuestro estilo de vida y escala de valores; cuando nos hacen afrontar nuestras incoherencias y zonas oscuras de nuestro ser. Pódanos, Señor, pódame, Señor. Quiero dar más fruto.                                      

Un saludo fraterno y hasta pronto.                  

      Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 

 

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