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Domingo 17 de Febrero, 2019

 
El evangelio de este domingo tiene claramente dos momentos: el primero referido a los Doce apóstoles (vv. 12-16) y el encuentro de Jesús y los doce con la multitud “en la llanura” donde proclama las bienaventuranzas según San Lucas.

Señor, ayúdanos a trabajar por la justicia

                ¡Vamos, que se puede! vocifera el entrenador, como  una súplica o grito de desesperación a sus jugadores que dan la impresión de no darse cuenta que están perdiendo puntos de oro, y que no están sacando la tarea de la semana. Así es el papel de la Palabra semanal que escuchamos los cristianos, domingo a domingo. El Señor no deja de gritar su Buena Noticia y nosotros siempre en el mismo ritmo adormecido y cansino, lo que ha llevado al Papa Francisco a decirnos que estamos adormilados y atontados. Porque no estamos cumpliendo la tarea, y nos estamos acostumbrando   a un “cristianismo apichangado, con muchos rebotes de la pelota de la posmodernidad y bastante lenta la capacidad de reacción de nuestra parte. Me gusta la imagen de un pensador que dice que estamos viviendo una larga siesta y no queremos despertar y abrir los ojos para ver lo nuevo que ya hace rato comenzó y no nos damos por enterados. Estamos actuando como si supiéramos el catecismo de memoria pero no logramos salir al frente de los grandes interrogantes que hoy se nos plantean. Dime como vives y te diré quién eres. Es que el cristianismo es una forma de vida, un estilo de trabajar, convivir, compartir, tratar al prójimo, pensar y vivir día a día. Para muchos cristianos la misa dominical está dentro de las rutinas que hay que practicar. No han logrado descubrir la novedad permanente del evangelio. Para otros la misa es una ceremonia cultual que no logra iluminar el diario vivir en medio de las realidades de este mundo. ¿Cómo podemos vivir las bienaventuranzas que Jesús proclamó desde el Monte de las Dichas, mientras los oyentes estaban ávidos y absortos de lo que estaban oyendo? Con toda razón se dice que es el Programa del Reino nuevo que proclama y realiza Jesús. Sí, así es. Pero no es un programa para otros sino para nosotros y desde nosotros puede llegar a los otros. ¿Vivimos en clave de dicha nuestra diaria jornada? ¿No nos apesta también este ambiente de desconfianza, de desdicha, de reclamos, de críticas despiadadas? Digamos con humildad: “Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. ¡Vamos que se puede! nos grita nuestra divino entrenador. El cielo es posible si jugamos el partido de la vida con entrega y mucha garra evangélica.

 PALABRA DE VIDA

Jer 17,5-8            “Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo”.

Salmo 1,1-4.6    ¡Feliz el que pone en el Señor su confianza!  

1Cor 15, 12.16-20            “Y si Cristo no ha resucitado, la fe ustedes es ilusoria”.                

Lc 6,12-13.17.20-26         “Dichosos los pobres, porque el reino de Dios les pertenece”.

                Hoy es un lenguaje corriente en la sociedad cuando se dice que el hombre es el protagonista de la historia. Pero es un protagonismo que radica en el excelencia y logros destacados  a todo nivel. Se habla mucho de liderazgos eficientes y operativos. Sin embargo, el proyecto de Dios manifestado en Jesús, da vuelta la pirámide y pone a los que estaban a la cola, los de abajo, en la cumbre de la felicidad. ¿Quién podía creer que los pobres podrían ser primeros? Y Dios lo proclama así. Ellos los despreciados son agraciados por el Padre y los convierte en los verdaderos protagonistas del Reino que nos proclama y trae Jesús de Nazaret. ¡Vaya qué cambio más brutal! Realmente los primeros son los últimos y los últimos son los primeros en la lógica de Dios. Si queremos entrar también en esta nueva lógica tenemos que “hacernos pobres como y con los pobres”, los preferidos de Dios, los cercanos de Jesús.

                Del Libro  del profeta Jeremías 17, 5-8

                Jeremías es un profeta de esos que no deja tranquilo al leerlo. Siempre es apasionante saborear su palabra que es Palabra de Dios. Es un profeta que vive en carne propia el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una también absoluta solidaridad con el pueblo rebelde e infiel. Entre estos dos polos se articula la vida y obra de este hombre de Dios. Lo hace por fidelidad a su vocación de profeta de Dios y debe anunciar la catástrofe que sobreviene al pueblo a causa de sus pecados. Jeremías se mantiene fiel y sostiene esta fidelidad en el contacto continuo con Dios, es una fidelidad marcada por el sufrimiento y arriesgando todo. Lo más duro es conducir al pueblo a la toma de conciencia acerca de la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor; es extraordinaria la forma cómo la describe el mismo Jeremías: será una nueva forma de entender la alianza, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas. Así anuncia la alianza que Jesús nos propone con su sacrificio redentor.

                El texto de esta primera lectura nos pone de manifiesto el drama de Jeremías, que es el drama de Judá. El capítulo 17, 1-13 trata de los pecados y castigos que pesan sobre Judá. Y de esta sección tomamos los versículos 5-8. Queda claro que los pecados no quedan sin consecuencias y tienen  el merecido castigo. Y entre las consecuencias es que el pecador se hace acreedor a una maldición: “¡Maldito quien confía en un hombre y busca su apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor!”(v.5). Y la Biblia considera tanto la bendición como la maldición como palabras poderosas que Dios pronuncia y como tales cumplen lo que prometen. Es decir, ser bendecido o ser maldito es una situación muy seria y grave para una persona, porque Dios acoge y acepta cuando bendice y rechaza cuando maldice. Y el pecador aparta su corazón de Dios y lo pone en el hombre, signo de fragilidad. El versículo 6 expresa a través de imágenes elocuentes las consecuencias que arrastra el pecador infiel, una vida infecunda y vacía. Luego la contrapartida: “¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo!” (v.7). Las imágenes del versículo 8 sirven  para sugerir una persona llena de vida y de alegría como una tierra regada por la lluvia. En la Biblia se usa mucho la imagen del “árbol plantado junto al agua” para indicar una vida cerca  de Dios.  ¿Qué me dice esta primera lectura? ¿Creo que el pecado no deja consecuencias dramáticas en nuestra vida? ¿Pienso que el pecado es normal? ¿Qué efectos tiene una vida cristiana alejada de Dios, de la oración, de los sacramentos, de la Palabra de Dios, de la amistad con Cristo?

                Salmo 1, 1-4.6 nos ayuda a profundizar lo que Jeremías nos ha dicho. Estamos en el salmo de entrada al salterio o libro de los Salmos. Describe los dos modos de ser y de conducta. Uno es el de los malvados, pecadores y arrogantes, abundante prole que puebla nuestra tierra. El otro es el de los que viven en torno a la ley del Señor, la meditan de día y de noche, y la ponen en práctica. ¿En qué bando me ubico según mi ser y proceder?

                De la primera carta de San Pablo a los Corintios 15,12.16-20

                Pasividad y apatía parecen ser las notas características de muchos cristianos de hoy frente a un contexto social que no dista mucho del que vivían las comunidades cristianas de Corinto, especialmente el atractivo irresistible que ejerce un ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo.   Hoy tenemos la ocasión de hacer también nuestros los consejos, amonestaciones y la palabra del evangelio  de San Pablo, ese paladín extraordinario de la fe cristiana. La primera carta a los Corintios fue escrita desde Éfeso donde Pablo estuvo misionando entre los años 54 a 57 d.C. Estamos ante un texto extraordinario que nos pone en contacto con las dificultades y tensiones que vivían estos cristianos en un mundo adverso y pagano.

                El capítulo 15 de esta preciosa carta trata del tema de la resurrección de los muertos. El asunto surge de la inquietud que ha llegado a oídos de Pablo y que planteado en el v.12: “Ahora bien , si se proclama que Cristo resucitó de la muerte, ¿cómo algunos de uestedes dicen que no hay resurrección de muertos? (v. 12). Nunca faltan ni faltarán ideas “nuevas” que perturban la fe débil de muchos cristianos. Es posible que algunos pensadores partidarios de la filosofía griega difundieran la imposibilidad de la resurrección de los cuerpos, ya que comparten el dualismo entre cuerpo y alma; según ellos, sólo el alma es inmortal, el cuerpo es materia despreciable y perecedera. Tampoco esto es muy diferente de lo que muchos piensan y difunden hoy, con matices y acentos distintos pero siempre desde una visión dicotómica.

                Planteada la dificultad, San Pablo concentra su respuesta en los vv. 16-20 diciendo que la resurrección de Jesús no es un hecho aislado sino que se ordena a la nuestra de tal manera que si no se da nuestra resurrección tampoco se dio la de Jesús. Es absurdo negar la resurrección. Si Jesús no resucitó, nuestra fe carece de objeto y fundamento, nuestra esperanza es entonces ilusoria y trágica. Y en tal caso los cristianos seríamos las personas más dignas de lástima al haber puesto nuestra esperanza solo para esta vida. Un verdadero desastre  para los que ya murieron y un gran vacío para los que aún vivimos. Por esto es insostenible una “inmortalidad solo del alma” sin considerar el cuerpo y no es posible sostenerla desde la condición de cristianos. Es la razón porque estos versículos constituyen la gran afirmación de la esperanza cristiana. Sin resurrección no hay vida cristiana ni esperanza verdadera. “Cristo ha resucitado de entre los muertos, y resucitó como primer fruto ofrecido a Dios, el primero de los que han muerto” (v.20) es la afirmación que vincula a Cristo con la humanidad de la cual es el primer fruto de la vida nueva que todos estamos llamados a alcanzar, gracias a Él que murió y resucitó. ¿Comparto la idea de separar lo material de lo espiritual, lo corporal humano del “alma espiritual”? ¿Qué significa que Cristo murió y resucitó entonces?

                Del evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6,12-13.17.20-26

                El evangelio de este domingo tiene claramente dos momentos: el primero referido a los Doce apóstoles (vv. 12-16) y el encuentro de Jesús y los doce con la multitud “en la llanura” donde proclama las bienaventuranzas según San Lucas. Ya aquí hay una diferencia con San Mateo que dice que Jesús lo hace desde la montaña. También son diversos los destinatarios: mientras Lucas se dirige a una comunidad donde hay grandes diferencias entre pobres y ricos creando una grave situación de injusticia social, Mateo lo hace desde una comunidad en conflicto con el judaísmo y para lo cual resalta las actitudes propias de los que pertenecen al Reino.

                Respecto a la primera parte, vv. 12-13, conviene resaltar un acto típico que Jesús realiza antes de tomar decisiones importantes como en esta ocasión lo es la elección del grupo de los Doce. Me refiero a la oración: “Por aquel tiempo subió a  una montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios”(v. 12). Es un gesto muy destacado por el tercer evangelio y muestra la intensidad de la comunión entre el Hijo y el Padre. La montaña es muy significativa a lo largo de la Biblia y tiene por objetivo mostrar la presencia de Dios como distinta y de otra naturaleza que las cosas que nos rodean. La oración de Jesús es el modelo de la oración de todo cristiano, una forma de comunicación cercana y familiar con el Padre; aprendemos a orar dejándonos enseñar por el maestro de la oración, Jesús de Nazaret.

                Respecto al número “doce” tenemos que decir que contiene un valor simbólico. Jesús quiere expresar claramente su intención de poner las bases de un nuevo pueblo de Dios que adore en espíritu y en verdad al modo como Dios había conformado a Israel desde los inicios con doce tribus. Jesús da cumplimiento a la elección y a las promesas que Israel no pudo cumplir ni quiso reconocer a Jesús, el definitivo enviado del Padre. Si bien San Lucas no menciona la finalidad de esta elección, solo se conforma con constatarla: “Cuando se hizo de día, llamó a los discípulos, eligió entre ellos a doce y los llamó apóstoles”. La elección es gratuita y Jesús tiene autoridad para hacerlo y poner las exigencias que validan el sentido “apostólico” del Pueblo de Dios. Esta elección acontece en un momento clave en el ministerio público de Jesús, es decir, cuando Jesús establece un itinerario concreto para el discipulado, un proyecto de vida para quienes se arriesguen a seguir a Jesús. Estamos ante el “programa del Reino” que todo cristiano hace suyo.

                Las bienaventuranzas de Lucas sintetizan cuatro aspectos de la vida humana: la pobreza, el hambre, el llanto o tristeza y la persecución. Ya se nos ha recordado que la presencia de Jesús se identifica como “el año de gracia del Señor”, es decir, una invitación a cambiar radicalmente la situación social como acontecía en el año jubilar judío cada cincuenta años. La condición específica de este tiempo de gracia es la justicia y el programa del seguidor de Jesús acentúa esta dimensión de un cambio que no procede de las estructuras humanas sino de Dios mismo que toma partido por la causa de los pobres de la tierra. Si hubiera más justicia habría menos pobreza.

                En esta lógica del Reino surge lo opuesto al Reino: vv. 22-26. Son las “ayes de Jesús” muy típicamente propio del lenguaje y estilo de los profetas del A. T. Son una lamentación que sirve de advertencia o amonestación que hace Jesús a los que sostienen un orden injusto en la tierra.

                Que el Señor nos bendiga, hasta pronto.              Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.             

 

 

                  

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