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Domingo 24 de Febrero, 2019

 
Nuestro texto de hoy está referido al amor al prójimo, y muy especialmente a los enemigos. En el centro de esta propuesta de Jesús está la regla de oro: el amor verdadero consiste en hacer real el amor a los enemigos. No se trata de un sentimiento sino de una acción y una tarea, que es la esencia de la ética evangélica y abraza hasta lo extremo que es el amor a los enemigos.

                El llamado de este domingo séptimo es urgente como siempre acontece con el evangelio. Difícilmente encontramos una síntesis tan apretada acerca de lo que significa amar al prójimo. Estamos de acuerdo que las imágenes son fuertes para expresar la absoluta necesidad de poner en práctica estas recomendaciones que si se viven producen el fruto llamado convivencia humana y evangélica. Están proclamadas estas enseñanzas de Jesús en un ambiente intensamente complejo donde lo más grave es la ruptura de la convivencia social incluso dentro de la Iglesia. Y fácilmente, a medida que leemos y meditamos el evangelio y la Palabra de este domingo, va emergiendo en nuestro espíritu la certeza que no estamos muy cerca del espíritu cristiano que  tantas veces creemos que lo estamos viviendo. Hay muchos signos de la falta de una convivencia humana y evangélica. Se acrecientan los signos de la división en todos los ámbitos de la vida. Cada persona está dividida por dentro, sobrelleva una ruptura entre su mundo interior y lo que está viviendo. Es un yo partido, no integrado ni unificado. Esto abarca lo más variados aspectos de la vida de una persona: en el plano humano y social, se vive de la apariencia, se enmascara la realidad mostrando lo que no se es; en el plano espiritual es patética la doblez entre vida real que se lleva y la fe y sus exigencias morales; la división también se manifiesta en la vivencia de la sexualidad reducida muchas veces al tema del goce inmediato sin sentido de proyecto ni compromiso. Estamos en la cultura del fragmento, se ha perdido el sentido de totalidad de una vida humana y evangélica. Es el tiempo de la primacía de lo inmediato e instantáneo como quien se sirve un café. La Palabra nos invita a detenernos, a hacer una necesaria pausa en medio de la agitación de los ánimos, dejando que ella nos interpele para reencontrar el sentido en la hondura del ser humano, sobre todo para revisar nuestra manera de vivir la convivencia fraterna en los distintos espacios donde nos movemos. Porque Jesús nos propone un modo completamente nuevo de relacionarnos con el otro, con el prójimo, con aquel o aquellos con quienes compartes tu existencia diariamente. El Evangelio es para vivir día a día según el estilo de Jesús y no solo una doctrina interesante.

                PALABRA DE VIDA

1Sm 26,2.7-9.12-14.22-23            “Él te puso hoy en mis manos, pero yo no he querido hacer daño al ungido del Señor”.

Sal 102, 1-4.8.10.12-13                  El Señor es bondadoso y compasivo.                                                        

1Cor 15, 45-49   “El último Adán, en cambio, es un ser espiritual que da la  Vida”.

Lc 6, 27-38  “Pero a vosotros que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian”.

                La mesa de la Palabra está dispuesta y ahora nosotros los comensales, gratuitamente invitados, si queremos podemos nutrirnos de este divino manjar. No cabe duda que siempre se nos ofrece el mejor nutriente de nuestra fe, con el cual podemos sostenernos en fidelidad y docilidad de discípulos de Cristo, Palabra del Padre y Pan vivo bajado del cielo.

                Del primer Libro de Samuel 26, 2.7-9.12-14.22-23

                El presente texto es una ventana que se nos abre a una realidad que muchos creyentes no comprenden al creer que la Biblia sólo habla de Dios y de las cosas santas. Una rivalidad activa entre el primer rey de Israel de nombre Saúl y David, un subalterno que cumplirá un destacado papel en la historia de la salvación. El capítulo 26 de este primer libro de Samuel prácticamente sigue el mismo esquema narrativo del capítulo 24. En ambos casos se narra la persecución de Saúl contra David. Y en ambos se deja en claro la bondad de David al perdonarle la vida al rey Saúl, estando en ambos casos al alcance de la mano para matar al rey perseguidor. Así el relato deja al descubierto el buen comportamiento de David hacia Saúl a quien reconoce como “el ungido del Señor”. Se destaca el filial respeto del joven David y el relato ofrece un hecho concreto donde queda de manifiesto el temor de Dios en el corazón de David y la afanosa  búsqueda de Saúl contra su enemigo. El sentido de esta narración es pedagógico porque contiene una enseñanza fundamental acerca del amor y respeto a la vida del otro. Así la liturgia de la palabra nos prepara para entrar en la novedad que nos ofrece Jesús en su Evangelio y nos indica cuál es el camino entre los seres humanos. David respeta la vida de quien le persigue con todo el poderío bélico que Saúl disponía. ¿Qué actitud tomo cuando el enemigo está indefenso? ¿No tendría derecho a eliminarlo creyendo que Dios lo pone en mis manos? ¿No sería justo que diera curso a mi afán de venganza? A David no le fue fácil porque su ayudante le sugirió que era bueno eliminar a Saúl indefenso, ¿cómo vencer la tentación de proceder con el ojo por ojo y diente por diente?

                Salmo 102 es nuestra respuesta a la propuesta que el Señor nos dirige en un ámbito tan delicado como es el amor al enemigo. Se inicia con un soliloquio, una palabra que sale de lo más hondo de sí mismo y luego explota en un bellísimo himno de alabanza, que resalta la extraordinaria bondad del Señor que hace extensiva a los humildes. Dios es un padre cariñoso con sus hijos, en contraste con nuestra concepción de que es un juez implacable y terco. Nos hace bien recitar este salmo completo que nos ayude a modificar nuestra distorsionada mirada sobre Dios.

                De la primera carta de San Pablo a los Corintios 15, 45-49

                Continuamos con este importante capítulo 15 de la primera carta a los Corintios. San Pablo nos ha dicho que “Y si Cristo no ha resucitado, vuestra fe carece de sentido y seguís aún hundidos en vuestros pecados”. Seguimos profundizando bajo la guía de San Pablo que nos ofrece una distinción que ha hecho historia en la vida cristiana y muy especialmente en la espiritualidad. Somos un cuerpo “psykhikon”= “físico”, es decir, cuerpo animal pero animado por un aliento vital “psykhe” = aliento vital, que no libra de la corrupción, y un cuerpo espiritual “pneumatikon”= espiritual, animado por un principio celeste “pneuma”= espíritu que nos comunica la incorruptibilidad. Esto está en la base del presente texto de la segunda lectura de hoy. Los padres del desierto distinguieron los hombres entre “carnales” y “espirituales”, donde carne se refiere a los dos aspectos primeros que hemos indicado: lo físico y psíquico. En cambio “los espirituales” son los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios. Pero no cayeron en la trampa del dualismo que nos ha hecho mucho daño: “los espirituales” no son ingenuos ni presuntuosos sino tienen una fuerte experiencia de su condición “física y psíquica”, la conocen y la aceptan, saben que son frágiles y practican la vigilancia constante en su vida para no caer en las trampas de su propia realidad humana. Este mismo pensamiento está propuesto por San Pablo en la contraposición entre Adán y Cristo. Lejos de pensar en figuras míticas, el Apóstol está refiriéndose a la dimensión histórica. Adán es criatura mortal, “de la tierra”, en cambio Cristo es el glorificado, el resucitado, el “hombre celestial”. Cristo es “el último Adán que se hizo un espíritu que da vida”. Y mira esta otra afirmación: “Como hemos llevado la imagen del terrestre, llevaremos también la imagen del celeste” (v.49). ¿Cómo está mi proceso de integración de estos aspectos centrales de mi persona? ¿Hay aspectos dicotómicos en la comprensión y práctica de mi vida cristiana? ¿Cómo integro la dimensión humana con su complejidad y una espiritualidad cristiana?

                Del evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 6, 27-38

                El domingo pasado leímos y meditamos la primera parte de este capítulo 6 de san Lucas, la elección de los Doce Apóstoles y el sermón de la llanura con las cuatro “dichas” y las cuatro “desdichas”. Hoy continuamos con el desarrollo del discurso programático de Jesús. No olvidemos que  comprende el Sermón del Monte (Mateo) o Sermón de la llanura (Lucas) como el programa o proyecto de vida que un discípulo de Jesús debe vivir. Nuestro texto de hoy  está referido al amor al prójimo, y muy especialmente a los enemigos. El tema ocupa gran parte de este discurso como  lo podemos comprobar al escucharlo o leerlo.

                Es una palabra universal bajo la única condición que quieran escuchar. “A vosotros que escucháis os digo...” no señala algunos destinatarios específicos. Todos son invitados a hacerse cargo del Programa del Reino, sin excepción. Sin embargo, es indispensable ejercitar la “escucha”, la capacidad de oír.

                ¿Cómo entender este Programa de Jesús? Nuestra tendencia es creer que se nos está dando un nuevo código de leyes para regular nuestra conducta en determinadas situaciones. ¿Será esto la clave de comprensión? No necesariamente. La clave de lectura es prestarle atención al espíritu que debe animar desde dentro de la persona toda la vida cristiana. Y solo desde aquí se comprende que la motivación del amor a los enemigos no puede ser interesada ni llevada por motivos egoístas.

                ¿Cuál es la motivación del amor a los enemigos? Es una sola: el ejemplo del Padre cuyo Hijo viene a revelarnos para que nosotros recuperemos la imagen verdadera de Dios nuestro Padre. Y el broche de oro: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (v. 36). Y este es uno de los títulos clásicos del Señor como lo muestra la abundancia en las fórmulas litúrgicas de Israel.

                Benedicto XVI dice que “el evangelio de este domingo contiene una de las expresiones más típicas y fuertes de la predicación de Jesús:”Amad a vuestros enemigos”. Pero ¿Cuál es el sentido de esas palabras? ¿Por qué Jesús pide  amar a los propios enemigos, o sea, un amor que excede la capacidad humana? En realidad la propuesta de Jesús es realista, porque tiene en cuenta que en el mundo hay demasiada violencia, demasiada injusticia y, por tanto, sólo se puede superar esta situación contraponiendo un plus de amor, un plus de bondad” (El año litúrgico, p.299).

                Estamos ante la “carta magna” de la no violencia cristiana, que no consiste  en rendirse ante el mal del mundo sino en responder con el bien rompiendo la cadena fatídica del mal que se apodera del corazón humano. El “evangelio de la no violencia” es afrontar el mal con el convencimiento que es el poder del amor de Dios más fuerte que toda forma de violencia. Es por lo tanto un compromiso activo que no cede a la tentación de no hacer nada o asumir una actitud pasiva ante el mal que nos rodea. El “amor a los enemigos” constituye la esencia del amor auténticamente evangélico, ya que nunca será más violencia o más injusticia, o más atropello lo que cambiará el mundo. El amor del Padre compasivo es la única estrategia que puede  movilizar nuestra vida a hacer realidad la práctica del amor a los enemigos.

                En el centro de esta propuesta de Jesús está la regla de oro: el amor verdadero consiste en hacer real el amor a los enemigos. No se trata de un sentimiento sino de una acción y una tarea, que es la esencia de la ética evangélica y abraza hasta lo extremo que es el amor a los enemigos. Es interesante notar en el texto la variedad de formas verbales que implican acciones a realizar. Es como la lectura de la petición del padrenuestro: “perdonas nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. No es un sentimiento o un buen deseo; es un compromiso real y concreto.

                Al contemplar el evangelio y la palabra de Dios podemos revisar nuestro compromiso real con  las exigencias que nos plantea Jesús si queremos ser parte de su Reino. Renovemos el espíritu con que tenemos que vivir tan extraordinario programa de Jesús.

                Un saludo fraterno y hasta pronto.                         Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.         

 

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