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Domingo 11 de Agosto, 2019

 
El evangelio de hoy se abre con una advertencia positiva y en la misma línea de la que nos formuló el domingo pasado: no se prohíbe acumular riquezas sino que se nos exhorta a desprendernos de ellas. El desprendimiento, no por razones ascéticas y penitenciales, sino por una gran causa como lo dice el versículo 32: “No temas, pequeño rebaño, que el Padre de ustedes ha decidido darles el Reino”.

¡Señor, no nos dejes caer en la trampa del Tentador!

                ¿Cuál es la tentación de hoy? Tomemos conciencia de lo que con frecuencia rezamos al final del Padrenuestro cuando decimos “No nos dejes caer en la tentación”. ¿A qué se refiere esta súplica? Generalmente preferimos hablar más de tentaciones y no de “la tentación”. Parece que nos es más fácil globalizar también esta dimensión tan importante en la vida de un creyente. Ya sé que podemos enumerar muchísimas cosas como tentaciones y quizá muchas de ellas no lo son. Jesús experimentó también el asedio del Tentador quien le ofreció diversas posibilidades para que se apartara del camino y, aparentemente, Jesús fuera feliz haciendo las cosas a su propia manera, siguiendo  “sus gustos”. Y el Tentador tiene muchos rostros como nos muestra la propia experiencia. También en el evangelio el apóstol Pedro actúa como un tentador y nada menos que con Jesús mismo, su Maestro cuando le pareció que el panorama de la cruz y del sufrimiento que Jesús anuncia sin tapujos era “políticamente incorrecto”, diríamos es impresentable que el Mesías, pensó Pedro, hable de sufrimiento y muerte. Eso no vende, nadie va seguir a un Mesías que habla de su fracaso. Hay que hablar de un Mesías empoderado, ganador, exitoso, que marca la diferencia y atrae por su discurso, buscado afanosamente por la prensa, sometido a una agenda imbatible de logros y victorias. También la muchedumbre actuó como el Tentador. En efecto, lo buscan y van tras Jesús. No era para menos si eran sanados sin cancelar ningún bono y alimentados sin mover un dedo. Y la gente intentó proclamarlo rey y decían: “éste nos conviene porque nos da todo lo que necesitamos gratuitamente”. Y querían hacerlo rey. Jesús descubre su astucia y pone al descubierto el engaño: Ustedes me buscan porque los sano y les doy pan material pero no les interesa lo que yo les propongo para ser mejores. Las multitudes también hacen el papel del Tentador, cuando halagan, aplauden, silencian, aprueban y buscan apartar del camino de Dios. Líbranos de caer en la tentación de prescindir de Dios, de intentar torcerle la mano de sus planes, de desviarnos del camino, de aplaudir lo que debíamos rechazar, de guardar silencio haciéndonos cómplices con el Tentador que sigue acechándonos sin parar. ¿No estaremos colaborando con el plan del Tentador, sin querer llamarlo por su nombre? 

                PALABRA DE VIDA

Sab 18, 5-9          “Tu pueblo esperaba ya la salvación de los justos”.                                                        

Sal 32, 1.12.18-20.22    ¡Feliz el pueblo que el Señor se eligió como herencia!                                    

Heb 11, 1-2.8-19              “La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se  ve”.                                                                                                                                     

Lc 12, 32-48         “Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas”.

 

                Abramos nuestro corazón a la Palabra de Dios que se nos proclama este domingo para alimentar nuestra vida de fe y provocar en nosotros un renovado anhelo de sincera conversión.

                El Libro de la Sabiduría es la primera estación de la Palabra en este domingo. Es uno de los libros de la corriente sapiencial de Israel. La sabiduría ocupa un destacado lugar en este escrito pero no exclusivamente ya que el tema que atraviesa el escrito es el de la justicia. Campean términos como justicia, injusticia, justos e injustos, juicio.  Es muy interesante el tema de la justicia porque se refiere al gobernante en la sociedad. ¡Qué bien nos haría tenerlo en cuenta en el presente! Cronológicamente es el último libro del Antiguo Testamento y muy cercano al tiempo del Nuevo Testamento.

                El texto de esta primera lectura dominical está dentro de una sección del libro de la Sabiduría que se refiere a la historia de Israel (10, 1- 19, 22). El texto de 18, 5-9 se refiere a la muerte de los primogénitos egipcios y a la liberación de los israelitas. El mensaje central del texto es el recuerdo de la noche de salvación para Israel, la liberación que esperaban los israelitas y que se realizó en aquella noche con la muerte de los primogénitos de los egipcios. Por eso dice el autor: “Tu pueblo esperaba ya la salvación de los justos y la perdición de los enemigos” (v. 7). Recordemos que es la última plaga que permitió finalmente a los israelitas emprender la salida o éxodo de Egipto, hecho fundamental en la historia de la salvación. Desde aquí se desencadena una historia de liberación que hará de Israel el pueblo escogido y liberado por Dios de su esclavitud. La reflexión del sabio es elocuente: “Pues con una misma acción castigabas a los adversarios y nos honrabas llamándonos a ti” (v. 8). Nos hace bien volver a recordar la experiencia de Israel pues nos ayuda también a entender nuestra propia historia de salvación como una permanente lucha entre la muerte y la vida nueva del Resucitado Jesús.

                El salmo 32, 1.12.18-20.22 es un salmo en forma de himno que canta el poder de Dios manifestado en la creación, la historia y la vida cotidiana. Dios no sólo crea por medio de la Palabra sino que dirige con su Providencia todos los acontecimientos de los pueblos. Y conoce profundamente lo más íntimo de cada uno y cuida con cariño de las vidas de sus fieles. Nos hace bien contemplar el poder de Dios manifestado en la  inmensidad de la creación y en las profundidades de cada uno. Dios está presente a pesar de nuestro intento de ignorarlo o relegarlo o sacarlo de nuestras existencias llegando a postular “la muerte de Dios”.

                De la Carta a los Hebreos 11, 1-2.8-19

                Más que carta, los especialistas consideran que es una larga homilía que interpela a los oyentes. Se trata de un discurso bien hecho, con elegante retórica y clara exposición. Se trata de un buen predicador. Los destinatarios serían judíos convertidos al cristianismo y se trataría de una comunidad que ha ido perdiendo el entusiasmo de la primera hora, sobre todo, al experimentar el rigor de la persecución y el abandono de la práctica cristiana. Hay una añoranza del esplendor del pasado en torno al templo y sus ritos, especialmente el sacerdocio, y por ahí el peligro de querer volver atrás, al judaísmo y sus organizaciones. Es entonces lógico mostrar la superioridad de Cristo en relación a los aspectos centrales del judaísmo como el templo, la alianza, el sacerdocio, el sacrificio. En síntesis es una larga exhortación ya que la fe de esta comunidad está en peligro. Es normal que después del entusiasmo de la primera conversión, venga la tentación de dejarse arrastrar por la fatiga y el desaliento. La deserción de algunos comenzaba por abandonar las asambleas litúrgicas y la formación cristiana dejaba mucho que desear. No era menos el efecto de las persecuciones que habían provocado desconcierto. Este escrito llama a los cristianos a seguir el camino que lleva a la vida eterna. Si leemos este escrito en esta clave nos ayuda a comprender una y otra vez nuestra experiencia eclesial como la que estamos viviendo hoy.

                ¿Qué nos dice el Espíritu Santo al leer o escuchar esta segunda lectura? Fijémonos en el enunciado del inicio del capítulo 11: “La fe es garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven” (v.1). Desde aquí el predicador hace un recorrido por el testimonio de los justos del Antiguo Testamento que brillaron precisamente “por la fe”, que les hizo “dignos de aprobación”. Gracias  a la fe nos mantenemos firmes en la espera de la segunda y definitiva venida de Cristo, que se expresa en la palabra “parusía”. La mirada desde la fe permite situarse más allá de los acontecimientos inmediatos o de las cosas del mundo y nos abre a ese horizonte de lo definitivo que es la segunda venida del Señor. La fe también nos adelanta o anticipa ese encuentro definitivo con el Señor ahora en nuestro tiempo presente. Gracias a la fe, ese encuentro con el Señor da sentido al presente y será definitivo para la historia. Vivimos desde lo definitivo, vivimos en la fe que espera la realización plena y definitiva del encuentro con el Señor. Es esta la nota distintiva de esta nube de testigos creyentes: vivieron en su tiempo pero siempre esperando un futuro que Dios prometía. El texto de hoy se refiere a la fe de Abrahán y los patriarcas. Todos ellos “aspiraban a una patria mejor, es decir, a la patria celestial” (v. 16). Todos ellos se reconocieron “peregrinos y forasteros en la tierra” (v.13), “herederos de la misma promesa. Porque esperaban la ciudad construida sobre cimientos cuyo arquitecto y constructor es Dios” (v. 10). Momento absolutamente cumbre de la fe y la esperanza es el sacrificio de Isaac, prueba suprema para Abrahán, “el padre de la fe y de la promesa”. Cuando Abrahán, por obediencia y por la fe, ofrece a su hijo Isaac “a su hijo único, el que era la garantía de la promesa” (v. 17), lo hace porque “pensó que Dios tiene poder para resucitar de la muerte” (v. 19). En síntesis, la fe es esperar con certeza que lo definitivo está en la segunda venida del Señor y desde aquí hay que juzgar la historia y nuestra propia vida. ¿Espero realmente la segunda venida de Cristo, en gloria y majestad? ¿Espero y creo que este mundo pasará y dará lugar a la segunda venida del Señor? ¿Tengo fe en las promesas que Dios nos ha manifestado?

                Del evangelio según san Lucas 12, 32-48

                El domingo pasado gozamos con la radiante luz de la fe que irradia sobre esa realidad humana tan potente como es la avaricia y la acumulación de bienes. En este domingo, Jesús nos exhorta a venderlo todo, proponiéndonos una radicalidad que nos puede incomodar bastante, sobre todo, cuando privilegiamos el apego a los bienes materiales. El discípulo tiene que aprender a mirar su vida no desde la vida común y corriente sino “desde el Reino”. Esa es la gran riqueza para el discípulo auténtico. Todo lo demás es secundario o “añadidura”. Todo lo demás es superfluo de cara a la realidad del Reino de Dios. ¿Es posible realizar esto? ¿Estoy dispuesto a revisar mi modo de vida o mi estilo de vida desde el valor absoluto del Reino de Dios? ¿Con qué obstáculos tropiezo en ese intento?

                El evangelio de hoy se abre con una advertencia positiva y en la misma línea de la que nos formuló el domingo pasado: no se prohíbe acumular riquezas sino que se nos exhorta a desprendernos de ellas. El desprendimiento, no por razones ascéticas y penitenciales, sino por una gran causa como lo dice el versículo 32: “No temas, pequeño rebaño, que el Padre de ustedes ha decidido darles el Reino”. Este “pequeño rebaño”, que es la Iglesia, experimenta la hostilidad del mundo pero su fuerza no está en el poder ni en el prestigio sino en la gracia y el Espíritu que cuida de él. Agrega San Lucas que no hay que poner el corazón en las riquezas sino que hay que compartirlas con los necesitados. Así se entiende la exigencia radical con respecto a los bienes materiales que el cristiano y la Iglesia deben tener frente a los mismos. Todo encuentra su sentido en quién ponemos el corazón, si en Dios, es decir, su Reino o en los bienes terrenos.

                En Lc 12, 35 - 48 se nos invita a la vigilancia y fidelidad al Señor que viene. Es la principal actitud y ocupación del discípulo. En este sentido se nos proponen tres parábolas: los sirvientes que esperan la llegada de su amo (35-38); la incertidumbre de la hora de la venida del Hijo del Hombre (39-40); los responsables de la Iglesia (41- 48). En la primera se resalta la actitud vigilante y despierta de la espera “para abrirle en cuanto llegue y llame”, lo que implica estar preparados siempre para recibir al Señor. La segunda nos señala que no basta con estar despiertos y vigilantes; hay que estar preparados “porque cuando menos lo  piensen llegará el Hijo del Hombre”. Y en la tercera parábola, se centra la atención en los pastores de la comunidad. El administrador fiel y prudente es el que permanece fiel a su tarea hasta que el Señor venga. Es importante prestar atención a la siguiente conclusión: “Dichoso aquel sirviente a quien su señor, al llegar, lo encuentre actuando así” (v. 43). Toda autoridad o responsabilidad en la comunidad de Jesús es siempre un servicio a sus hermanos y no un jefatura despótica, “dueño de fundo” o dictador prepotente, visión mundana de los cargos y oficios en absoluta oposición al sentido evangélico del servicio y de la autoridad. Son servidores y hermanos. ¿Cómo evangelizar la tendencia a ejercer dominio, poder y autoritarismo sobre los demás? ¿Cómo evangelizar las relaciones internas de todos los miembros de la Iglesia? Estar vigilantes, preparados y despiertos también ante estas situaciones antievangélicas, es una forma de esperar la segunda venida del Señor, un “estilo de hacer y vivir la dinámica del Reino ya aquí y ahora”.

                Un saludo fraterno y que Dios nos ayude a vivir esta Palabra con la disponibilidad y gozo de María Nuestra Madre de la Merced.                                                  

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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