4° DOMINGO DE ADVIENTO(A)
Provincia Mercedaria
de Chile

4° DOMINGO DE ADVIENTO(A)

Domingo 22 de Diciembre, 2019

 
El evangelio de san Mateo que escuchamos es muy hermoso. Está ubicado como conclusión de la larga Genealogía de Jesús con que se abre este evangelio, es decir, “libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán”. Esta larga lista de nombres, muy curiosos para nosotros occidentales, van mostrando que Jesús se entronca con una humanidad muy concreta.

¡Ven, Señor, ven que te esperamos. Ven pronto!

               Fenece, con la rapidez de un rayo, el hermoso tiempo de Adviento. Se nos han pasado volando las semanas destinadas a incentivar la esperanza, siempre tan esquiva en los tiempos que vivimos. Porque hay muchas personas que se acostumbraron a vivir sin esperar nada casi, viven al día, saboreando el efímero instante y punto. Hemos intentado  mantener viva la llamita de la espera que Adviento intenta encender con el  abundante manjar de la Palabra de Dios. Efectivamente el mensaje diario del Adviento, especialmente a través del extraordinario profeta Isaías, con justa razón llamado “el profeta del Adviento” que equivale a decir “el profeta de la espera”, nos ha ayudado a mirar con perspectiva de futuro. Tenemos la tendencia de dejarnos atrapar por lo inmediato y palpable. Fue la misma tentación de Israel, el pueblo elegido. El profeta nos llama, con perseverante insistencia, a esperar el futuro que Dios nos tiene preparado, un futuro que Isaías representa a través de preciosas metáforas como la del vergel que Dios hace crecer en pleno desierto, los abundantes canales de agua que riegan la estepa y se llena de árboles frutales, la variedad de animales y colores de las flores, el bosque, el manantial. Todas imágenes sugerentes de un mundo nuevo que Dios quiere para nosotros. Pero también, mediante potentes imágenes, el profeta de la esperanza nos habla de un mundo sin violencia, sin guerra, sin armas porque Dios  nos enseñará sus caminos y los hombres, envueltos en esta atmósfera de paz, transformarán las armas en utensilios de labranza para producir, en lugar de muerte y destrucción, alimentos que sostengan la vida de los seres humanos. Tenemos  que dar gracias a Dios porque a través de  Isaías nos ha consolado y nos abre un futuro distinto al que nos da vueltas y vueltas en nuestra mente. Dios nos invita a hacernos parte de ese futuro que Él quiere para nosotros, su pueblo triste y apesadumbrado, quizás agobiado y desalentado. ¡Gracias, Señor, por el Adviento que nos has regalado en medio de estos 60 días de zozobras e infortunios! ¡Ven, Señor, no tardes! Te esperamos y te necesitamos.

PALABRA DE VIDA                                                                                                                                Isaías 7, 10 -14                “Pide al Señor tu Dios una señal”   

Salmo 23, 1 – 6                Va a entrar el Señor, el rey de la gloria

Romanos 1, 1 – 7            “Por Él hemos recibido la gracia y la misión apostólica”

Mt 1, 18 -24                     “Concibió un hijo por obra del Espíritu Santo”

 

Encendemos el cuarto cirio de la Corona de Adviento para recordar que debemos mantener encendida la lámpara que es la fe, animada la esperanza y muy vivo el amor. Todo ello para esperar y recibir al Señor que se acerca a nuestra tierra para salvarnos. Nos dejamos acompañar por los grandes creyentes y esperanzados de la historia de la salvación como son el profeta Isaías, llamado “el profeta del adviento”, María “la servidora del Señor”, Juan Bautista “la voz que clama en el desierto” y José “el justo que acepta la voluntad de Dios”. Ellos han resonado en las hermosas lecturas de este Adviento y nos han alentado a abrir nuestros corazones a la esperanza en medio de un vertiginoso e incierto fin de año.

               Dejemos ahora que la Palabra de Dios encienda la llama interior para seguir en esta vigilante espera del Señor que ya llega.

               De la profecía de Isaías 7, 10 - 14

               En la primera lectura de hoy volvemos a encontrarnos con un texto que nos ha aparecido en muchas ocasiones. Está tomado de la Primera parte del libro de Isaías (cc. 1 – 39) y dentro de una sección llamada “Libro del Emmanuel” (c. 6 – 12, 6). Contiene los oráculos de un signo o señal que Dios ofrece en medio de una guerra siro-efrainita. Es un conflicto que involucra al reino de Israel y sus alianzas con pueblos extranjeros para tomarse Jerusalén, la ciudad santa. Esto es clave para comprender el alcance de este anuncio del Emmanuel. Ajaz, rey de Judá, rechaza el signo o señal que Dios le ofrece aduciendo una razón sin sentido: “No la pediré, no tentaré al Señor”. A pesar de esta negativa disposición del rey, Dios hará igual el signo. Es el nacimiento de un hijo cuyo nombre “Emmanuel” que significa “Dios-con- nosotros” es profético y significa que Dios bendecirá y protegerá a Judá. Es esta una promesa en la línea del mesianismo real, “un descendiente de David” con que Dios concederá su salvación a través de un rey. Es la esperanza de los que se mantienen fieles a Dios. Pero Dios no salvará en el aire. El signo o señal es un nacimiento y para ello pronuncia un oráculo fundamental: la doncella, “la virgen” en la traducción griega de la Biblia de los Setenta. Y desde el texto hebreo se trata de una muchacha recién casada sin concretar más. Como el Plan de la Salvación es uno, ya que uno es su autor, Dios, el signo del que habla Isaías alcanza su plena realización en el nacimiento virginal de Jesús como nos lo dirá el evangelio de hoy. La virgen es María y el hijo es Jesús, el Hijo Unigénito del Padre. El plan de Dios se cumple a pesar de la incredulidad de los hombres, bien representados por la actitud negativa del rey Ajaz, rey de Judá.

               Salmo 23, 1 – 4 es un salmo que anima la liturgia de entrada en el templo. Tiene tres partes: un pequeño himno a Dios Creador (v. 1-2), una referencia a las condiciones que deben cumplir los que ingresan al templo (v. 3-6) y aclamaciones a la entrada de Dios a su santuario (v.7-10). El salmo nos ayuda a comprender la “entrada” de Dios, tomando nuestra carne en el vientre purísimo de María, llamada con toda razón “Arca de la Alianza”, morada de Dios entre los hombres.

               De la carta de san Pablo a los cristianos de Roma 1, 1 - 7

               La segunda lectura de la carta de san Pablo a los Romanos no es fácil de comprender de inmediato. San Pablo reafirma algo que aparece con frecuencia en sus escritos: “Pablo, servidor de Jesucristo, llamado para ser Apóstol, y elegido para anunciar la Buena Noticia de Dios” (v.1).  Con esta expresión quiere dejar en claro, ante cualquiera que objete su autoridad apostólica, que se trata de una vocación divina, en el sentido que Dios lo ha elegido para  ser apóstol. Ambas realidades se amalgaman en el famoso binomio de “vocación – misión”. Es impensable que el llamado a ser discípulo de Jesús no sea también enviado a comunicar la Buena Noticia del Reino. Todo cristiano en razón de su bautismo vive este dinamismo de vocación – misión dentro de su propio estado de vida. Interesante destacar todavía dentro de este inicio de  la carta, la relación que señala Pablo con Jesús. El Apóstol se declara “servidor de Jesucristo” que en el texto griego es “esclavo”, y con ello declara  su total dependencia exclusiva de Cristo, verdadera condición para ser verdaderamente libre de toda otra dependencia o esclavitud. Luego retoma una antigua profesión de fe diciendo que Jesucristo, Hijo de Dios “nacido de la estirpe de David según la carne, y constituido Hijo de Dios con poder según el Espíritu santificador, por su resurrección de entre los muertos” (vv.3-4). Hay una referencia a la condición humana de Jesús (misterio de la encarnación) y a su condición gloriosa como resucitado. Todo lo hemos recibido por medio de Cristo Jesús, nada se nos ha dado sino “por medio de Él”. Esta lectura es una acción de gracias, una bendición, que gira en torno a la centralidad de la Persona de Jesús, el Cristo que concentra todos los dones, las bendiciones que podemos desear. El mensaje de este texto paulino es muy actual: hay que volver a la persona de Jesucristo, el verdadero “Emmanuel” que nos salva, nos libera y redime de todo mal. Y esto es fundamental en esta Navidad, que puede convertirse en una fiesta de mercadeo dejando en la oscuridad la profesión de fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.

               Del evangelio según san Mateo 1, 18 - 24

               El evangelio de san Mateo que escuchamos es muy hermoso. Está ubicado como conclusión de la larga Genealogía de Jesús con que se abre este evangelio, es decir, “libro del origen de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abrahán”. Esta larga lista de nombres, muy curiosos para nosotros occidentales, van mostrando que Jesús se entronca con una humanidad muy concreta. San Mateo inicia esta lista con Abrahán, el “padre de los creyentes”, el Patriarca fundador del pueblo escogido. Y relaciona a Jesús con la dinastía davídica, en la línea del llamado “mesianismo real”. Según el profeta Natán “el reino de David no pasará, porque un descendiente suyo reinará eternamente”. El verbo que expresa esta descendencia carnal en esta larga lista de los antepasados humanos de Jesús es “engendrar” y se refiere al acto genésico de los seres humanos, las relaciones sexuales de un hombre con una mujer. Pero, a partir del v. 18 se abre un momento especial, se omite el verbo “engendró o fue engendrado” repetido la genealogía y nos hallamos con una gratísima sorpresa.

               “El origen de Jesucristo fue de la siguiente manera”(v. 18). Así rompe el tenor de la situación que envuelve a Jesucristo con respecto a sus antepasados humanos. Nos va a contar el evangelista de qué manera el origen de Jesús es único, rompiendo el modo normal de la descendencia humana.

               “Su madre, María, estaba desposada con José”. Los desposorios judíos suponían un compromiso que el prometido recibía el nombre de “marido” y no podía quedar libre de este compromiso sino mediante el “repudio”. Estos desposorios no suponían todavía convivencia juntos. Simplemente era un compromiso real que vinculaba ya a quienes estaban así vinculados.

               “Pero, antes de empezar a estar juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”. Así expresa san Mateo la verdad más honda de la fe cristiana: el misterio de la encarnación del Verbo en las purísimas entrañas de María. Nos deja asombrados, sin saber cómo explicarlo, olvidando muchas veces que estamos ante la más admirable manifestación del poder de Dios. La Iglesia nos ha enseñado a creer este misterio: “Jesucristo es verdadero hombre y verdadero Dios”. Es más bien una llamada a contemplar el misterio divino que se esconde en los pequeños espacios del tiempo y lugares para manifestarse en la sobrecogedora sencillez. El misterio de la encarnación es así y no se expresó en los mega eventos humanos que tanto nos gustan. La “gloria de Dios, hecho hombre” confunde todas las glorias humanas, todo aquello que nosotros pretendemos que sea lo más espectacular. El camino de Dios es tan sencillo, tan humano, que no tenemos palabras para describirlo. Está siempre ahí, ante nuestra mirada creyente y ante la mirada curiosa de los que no creen.

               “José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto” (v. 19). José se ve enfrentado a un dilema como suele suceder cuando estamos ante la duda qué camino tomar, qué decidir. Por una parte, no es fácil acoger a una esposa embarazada sin que sepa el esposo cómo ha sido eso. Legalmente tenía el camino de denunciarla según la ley y eso tenía consecuencias muy duras para la esposa. Opta por hacer un camino menos doloroso para ella y para él: simplemente abandonarla en secreto.                                           “Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa” (v. 24). Él acogió el misterio que no le era fácil aceptar y vivir. Tampoco entendió todo. Simplemente aceptó que Dios tiene poder para hacer grandes y humildes cosas en favor de la humanidad. José puso en obra lo que Dios le comunicó en el sueño. Hay que prestarle atención a los pasitos de Dios en nuestra vida diaria. Él habla despacio y está allí donde ni siquiera lo imaginamos. Dios está presente. Sólo falta un poco de atención, de fe y de mucho cariño para verlo como lo hizo José. Cumplir la voluntad de Dios no es automático: hay discernirla en medio de otras posibilidades. Necesitamos un ángel, un hermano, un amigo, un superior, que nos ayude a saber por dónde quiere el Señor que caminemos.

               “Cerremos la puerta detrás de nosotros. Escuchemos con oído atento la inefable melodía que resuena en el silencio de esta noche. El alma silenciosa y solitaria canta al Dios del corazón su canto más sueve y afectuoso. Y puede confiar que él le escucha. De hecho este canto no debe ya buscar al Dios amado más allá de las estrellas, en una luz inaccesible, donde habita y ninguno puede verle. Como es Navidad, como la Palabra se ha hecho carne, Dios está cerca y la dulcísima palabra, la palabra del amor, encuentra su oído y su corazón en la sala más silenciosa del corazón. Es preciso estar tranquilos, no temer la noche, hay que callar. De otro modo no se escucha nada” (K. Rahner, Dios se ha hecho hombre).

               Una Feliz Navidad y muchas bendiciones para todos.                                                                                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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