21°DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

21°DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Domingo 25 de Agosto, 2019

 
Es el evangelio del Ciclo C de la Liturgia de la Iglesia que estamos siguiendo este año. ¿Qué nos anuncia este domingo? ¿Cuál es el mensaje que el Señor quiere que asimilemos? “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Esta pregunta abre la dimensión escatológica de la salvación entendida como entrada en el banquete del Reino.

¡SEÑOR JESÚS! Haz que tu Reino llegue a todos

                La palabra “misterio” es tan densa y profunda que la vida cristiana no tiene otra que mejor exprese lo que nos envuelve, nos llama, nos salva, nos libera. No se trata de una cosa sino de una Persona que lo llena todo y todo lo sustenta. Usamos con frecuencia un vocablo genérico para intentar identificarlo, aún sabiendo que la palabra Dios puede vaciar de su misterio a aquella Persona que nos habla en cada página de la Sagrada Escritura y de la creación misma. Nuestra aventura creyente es intentar identificar ese Tú que nos habla y nos sostiene. Y queda claro que no podemos identificarlo, definirlo, dominarlo. Lo que podemos decir sobre Él procede de nuestra experiencia de fe pero no lo podemos abarcar en su totalidad. Ese Tú permanece en el misterio aunque como creyentes una y otra vez leemos su Palabra en la Sagrada Escritura. ¿Qué conocemos de Dios? ¿Qué podemos afirmar de su plan de salvación? En verdad somos humildes peregrinos que desean  la verdad, que buscan la luz, que anhelan o atisban signos de una Presencia que nos envuelve  sin anularnos. Ciertamente  el Tú que nos llama sigue siendo un misterio sobre el cual no podemos poner nuestras manos ni reducirlo a nuestras categorías humanas. Nunca se deja dominar aún por nuestras sofisticadas categorías teológicas o nuestras piadosas prácticas. Y si hay  algo sorprendente es que este Tú se presenta siempre como un don, a pesar de nuestra pretensión de merecerlo o ganarlo a costa de nuestras obras y méritos. En efecto, Dios  está dándose de infinitas formas sin que nunca el hombre pueda decir  que lo merece o se lo ganó. La Palabra de este domingo nos deja claro que no merecemos el Reino ni tampoco lo podemos convertir en nuestra propiedad. Jesús usa  una imagen potente que nos puede ayudar a comprender el misterio del Reino de Dios. Siempre estamos ante “la puerta angosta o estrecha” para indicarnos que sólo cabe la lucha, el compromiso, la resistencia. No hay ningún título de dominio predeterminado para entrar en el Reino. Nos hace bien aceptar la puerta estrecha de nuestros días si queremos aceptar el Reino de Dios, es decir, a Dios mismo en su inescrutable misterio.

 

 

                PALABRA DE VIDA

Is 66, 18-21         “Pero yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria.                                                                                                                                  

Sal 116, 1-2        Vayan por todo el mundo y anuncien el Evangelio.                                        

Heb 12, 5-7.11-13            “¿Han olvidado ya la exhortación que Dios les dirige como a hijos?”.   

Lc 13, 22-30       “Procuren entrar por la puerta estrecha”.

 

Seguimos acompañando a Jesús mientras se dirige a Jerusalén. Como Él, todo discípulo es siempre un peregrino que va siguiendo sus huellas, “con sus ojos fijos en Jesús”. Va pasando por ciudades y pueblos enseñando que el reino de Dios está haciéndose presente, aquí y ahora, en su palabra y sus obras. A uno de los que le escuchan le asiste una gran preocupación y lanza su pregunta: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” El Maestro no responde a la inquietud de la estadística sino que invita a esforzarse por “entrar por la puerta estrecha”. Esta expresión sirve en el Nuevo Testamento como metáfora para señalar la entrada en el Reino de Dios o al cielo. En San Mateo se nos ofrece la metáfora en sentido más preciso cuando se nos invita a entrar por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella. “¡Qué estrecha es la puerta!, ¡qué angosto es el camino que lleva a la vida!, y son pocos los que lo encuentran” (Mt 7, 13-14). Nos está costando mucho ser coherentes, firmes, pacientes, sensatos en medio de una cultura que ya no es necesariamente cristiana ni católica como pretendemos soñarlo. Ser y vivir evangélicamente no es fácil ni placentero; hay que tomar decisiones después de discernir por qué puerta entramos y qué camino queremos hacer. Ya no es socialmente rentable ser y vivir cristianamente, porque la puerta estrecha es acoger al pobre, al cautivo, a pecadores y despreciados. Y esta es la puerta por donde Jesús atravesó el umbral de la existencia humana. Se hizo pobre, humilde, manso, paciente, servidor, redentor, médico y de este modo hizo una opción preferencial por los más sufrientes de la tierra. Nuestra misión no puede darse de otro modo que no sea al estilo de Jesús.

                Dejemos que la Palabra de Dios nos ayude a discernir la puerta de Jesús y la nuestra, si verdaderamente queremos ser sus discípulos misioneros.

                Del libro del Profeta Isaías 66, 18-21

                Estamos al final del Libro de Isaías, en  el ambiente del Tercer Isaías (desde el capítulo 56 al 66). Precisamente de este último capítulo del Tercer Isaías respiramos un final esperanzador, abierto y universalista hasta extremos insospechados. Una síntesis de los más hermosos temas de este  Libro profético del Antiguo Testamento tales como la manifestación de la gloria de Dios, la atracción universal y lo completamente inesperado como es la participación de los gentiles como sacerdotes y levitas de la nueva realidad mesiánica. Es un sueño espectacular del futuro, no sólo de Israel sino de la humanidad entera. Sólo Dios puede ofrecernos semejante alentador panorama y solo su Hijo, Jesús de Nazaret, puede llevarlo a plenitud. Israel, el pueblo escogido, ya nunca más estará solo porque todas las naciones gentiles definitivamente estarán junto a él, unidas en la paz que procede de la gloria de Dios, de su manifestación visible a todos los hombres, de su revelación en Jesús. Así lo dice el profeta: “Pero yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria” (v. 18). Se mencionan los pueblos más significativos, peregrinando de todos los ángulos de la tierra conocida hasta Jerusalén, tales como Tarsis, Etiopía, Libia, Masac, Tubal y Grecia. Son convocados “quienes nunca oyeron mi fama ni vieron mi gloria y anunciarán mi gloria a las naciones” (v 19). Es una extraordinaria peregrinación de las naciones gentiles hacia el Monte Santo de Jerusalén “como los israelitas traen la ofrenda en una vasija pura al templo del Señor” (v. 20). Y la culminación del encanto del futuro nos lo regala el versículo 21: “De entre ellos escogeré sacerdotes y levitas – dice el Señor –“. Todos los hombres son abrazados en esta salvación que Dios en su Hijo Jesucristo nos regala. La universalidad del don es una excelente noticia para todos los tiempos y para todos los pueblos sin excepción. La Iglesia es la comunidad de comunidades de los pueblos. ¿Creo firmemente que todos los hombres están llamados a la salvación? ¿Tengo un sueño de  una humanidad unida y liberada de toda esclavitud, sin miserias ni dominaciones?

                Salmo 116, 1- 2 brevísimo himno de alabanza, el más breve de todo el Salterio, una invitación a todas las gentes a glorificar al Dios de Israel. El fundamento de esta invitación es el inquebrantable amor que Dios ha mostrado por su Pueblo. Así Israel cumple la misión mediadora respecto a todas las naciones.

                De la Carta a los Hebreos 12, 5-7.11-13

                Continuamos con la Carta a los Hebreos. Esta segunda lectura nos quiere ayudar a comprender el sentido del sufrimiento, para lo cual nos recuerda un pasaje del Libro de los Proverbios (Prov 3, 1-12) que dice que Dios corrige al que ama y aflige al que le es el más querido. Pero el mejor ejemplo que se nos propone es el mismo Cristo y por eso nos hace un llamado: “Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, en lugar del gozo que se ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia” (v. 2).El dolor tiene una finalidad pedagógica en el plan de Dios pero no siempre lo vemos de esta manera, de tal modo que nos parece una experiencia infructuosa y estéril. Entonces el sufrimiento es una prueba de que somos hijos de Dios, ya que los hijos deben ser corregidos por el padre. Si somos corregidos por Dios, estamos ante la prueba de que somos sus hijos. El padre corrige y castiga a sus hijos y no se preocupa de los extraños. Por eso, los hijos respetan a sus padres. Desde estos datos de la experiencia humana, el predicador se eleva a la consideración de lo que acontece en nuestra relación con Dios, nuestro Padre. Dios nos corrige mediante el sufrimiento para hacernos partícipes de su santidad o de su vida divina. Es cierto que ninguna corrección es agradable sino dolorosa, aunque después produce frutos saludables. Del mismo modo, para el cristiano el sufrimiento es sufrimiento y lo verdaderamente importante es ver el sentido positivo que tiene. El sufrimiento es un medio que sacude, saca de la seguridad o comodidad o de la autosuficiencia con el fin de despertar en nosotros el ansia de Dios, el deseo de robustecer o enderezar nuestros pasos. El sufrimiento tiene muchos aspectos positivos que no los percibimos mientras estamos metidos en él. El sufrimiento y la corrección nos incomodan, nos enojan e incluso nos hacen entrar en rebeldía pero siempre son una oportunidad para despertarnos de nuestro letargo. El discípulo sabe que debe renunciarse a sí mismo, tomar la propia cruz y seguir las huellas de su Señor y Maestro Jesús. El seguimiento de Jesús implica grandes exigencias y renuncias, tribulaciones y dificultades. El amor siempre “duele” cuando es verdadero. ¿Tengo alguna experiencia particularmente dolorosa? ¿Cómo la he vivido? ¿La he integrado en mi camino cristiano? ¿O vivo en ella profundizando el desconcierto  y dolor?

                Del evangelio de san Lucas 13, 22-30

                Llegamos  a la plenitud de la Palabra de Dios, el Evangelio de Jesús. Seguimos el camino de Jesús de la mano del tercer evangelio, el de San Lucas, escrito hacia el año 80 de nuestra era cristiana. Es el evangelio del Ciclo C de la Liturgia de la Iglesia que estamos siguiendo este año. ¿Qué nos anuncia este domingo? ¿Cuál es el mensaje que el Señor quiere que asimilemos? “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Esta pregunta abre la dimensión escatológica de la salvación entendida como entrada en el banquete del Reino. El que pregunta es alguien que ha escuchado el mensaje de Jesús, tiene curiosidad y se sitúa desde fuera del mensaje. La pregunta no es nueva. Era muy frecuente en el grupo de los fariseos y lo sigue siendo a lo largo de los siglos en la Iglesia. Queremos tener una respuesta precisa y definida sobre el número de los que entrarán al cielo. Nos ponemos fuera del problema porque pensamos en los niños que mueren sin bautismo, los infieles, los herejes y los malos. ¿Estarán salvados? ¿Quiénes? Nos preocupa el problema de los demás y dejamos de lado el propio. ¿Qué nos dice Jesús?

                Pero Jesús no satisface nuestra curiosidad, no contestó porque no ha venido a satisfacer curiosidades ni estadísticas ni sondeos de opinión pública. No. Jesús responde con la exigencia del reino y su radicalidad. Su respuesta es tajante: “Procuren entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos intentarán entrar y no podrán” (v. 24). Jesús nos está diciendo que esto es lo verdaderamente importante y todo lo demás es intrascendente, vacío, sin consistencia. Sin embargo, nos ha costado asumir la respuesta de Jesús. Cada cual frente a la curiosidad planteada tiende a dar respuesta según su particular experiencia como, por ejemplo, los judíos dirán que se salvan los auténticos judíos y se condenan los gentiles. No faltan cristianos que dicen que se salvan los que están en la Iglesia y se pierden los que están fuera. Las sectas tienden a salvar a sus pequeñas huestes de seguidores y a condenar al resto del mundo. ¿Es este proceder el de Jesús? No.  Lo único importante es acoger el reino y vivir el evangelio. En verdad, lo importante no es la suerte que correrán los demás sino el esforzarse por entrar por la puerta estrecha. Es el compromiso y no la curiosidad que importa para la salvación. Y desde aquí Jesús, para avivar o despertar la conciencia de este compromiso, agrega unas palabras de una seriedad  escalofriante. Es dramático sólo pensar en quienes dirán con seguridad pasmosa: “Señor, ábrenos” y recibirán una inesperada respuesta: “No sé de dónde son ustedes” (v. 25). Aunque hayan compartido la mesa del Señor y escuchado atentos sus palabras y consideren que son sus amigos, Jesús declara que son sus enemigos, no los reconoce y dice: “Apártense de  mí, malhechores” (v. 27). ¿Quiénes son éstos que creen ser amigos de Jesús y Él no los conoce? Son los judíos que no se han convertido ante la llamada de Jesús en su predicación y sus acciones. Son los cristianos que han comido con Jesús (la eucaristía), han escuchado su Palabra y han invocado al Señor en la plegaria pero no han recibido el reino, no han cumplido su Palabra y viven en la “injusticia” (pecado). Y si hay una pertenencia sólo externa a la  Iglesia, sin compromiso de vida, se comprende que Dios regala el reino a otros que vienen de oriente y occidente, los que eran los últimos, y entran al reino siendo los primeros. Éstos últimos “se sentarán a la mesa en el reino del Señor” (v. 29) y los primeros llamados recibirán esta sentencia: “Allí será el llanto y el crujir de dientes…mientras ustedes sean expulsados” (v. 28). Lo importante no es saber cuántos entrarán al cielo sino cómo estoy viviendo hoy mi compromiso con el Señor, con el evangelio y con el prójimo, es decir, si la fe está animando mi vida entera.

                Que el Señor los bendiga.                                                     

      Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.      

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