30° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

30° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Sábado 26 de Octubre, 2019

 
Estamos ante una paradojal parábola conocida como el fariseo y el publicano o recaudador de impuestos. Paradojal porque el fariseo del tiempo de Jesús y de todos los tiempos es una persona piadosa y fiel cumplidora de todo lo mandado en la Ley de Dios, de tal modo que lo que decía en su oración no era mentira sino verdad: no robaba ni cometía adulterio, ayunaba y pagaba el diezmo de todo lo que ganaba. ¿Por qué Jesús señala entonces que su oración de nada sirve y no le obtiene la justificación ante Dios?

¡Señor! Abre nuestro corazón a tu Palabra

               Ayúdanos, Señor de la Historia, a escuchar tu Palabra, a leer y rezar con la Biblia, a contemplar la vida y la historia, para descubrir tu propuesta y caminar hacia ti. Queremos anunciar tu Reino y construirlo con nuestras vidas. Queremos ser testigos de tu amor y de tu proyecto para todos. Así sea, Señor Jesús, ahora y siempre.                                                                                                                Desde el viernes 18 de octubre la situación de Chile se hecho caótica. De una cosa estamos seguros: esta enorme crisis social es una gran oportunidad que tenemos para rectificar rumbo y volver a poner los ojos en las realidades que se han hecho invisibles en medio de tanto materialismo consumista. Y no sólo se han hecho invisibles los valores cristianos sino también los valores humanos fundamentales como el respeto, la dignidad humana, la justicia, las normas que resguardan la vida social, los pobres, el bien común. Cuando se buscan las causas de este síntoma se indican diversos factores tales como la prevalencia de un desarrollo económico por sobre otros aspectos igualmente importantes. El progreso material del país como objetivo casi único postergando siempre la lacerante realidad de las enormes diferencias con que está construida la sociedad chilena. Frente a esta realidad, los creyentes tenemos que poner una “lógica”, un proceso de racionalidad que permita entender lo que está sucediendo. Y nuestra lógica es la del Reino de Dios, sus valores permanentes, su novedad, su configuración de una comunión fraterna universal. Con más intensidad volver a escuchar al Señor en su Palabra y convertir esa escucha en plegaria y proyecto de humanización junto a tantos otros que trabajan por una sociedad más justa, fraterna y solidaria. Estos días estamos ante una sensibilidad desbordada, sin racionalidad alguna, donde la normativa social, propia de toda agrupación de seres humanos racionales e inteligentes, cívicamente organizados, parece no tener lugar. Cada uno cree firmemente que tiene derecho a hacer lo que sienta, sin mediar ninguna mínima consideración. Es hora de poner la racionalidad mínima que el país necesita para poder convivir dignamente. De lo contrario acabaremos en el caos donde no hay lugar para la racionalidad básica. Y si queremos discernir los signos de los tiempos necesitamos un desarrollo lógico racional, ya que la razón humana es la bella capacidad que Dios nos regaló para “conducirnos sabiamente en esta vida”. Ante la sensación de “estar en jaque” sólo cabe abrir espacio de sincero intercambio echando mano a nuestro amor a la patria, a nuestro querido Chile que Dios nos regaló. Que Chile sea una copia feliz del Edén o un caos es tarea de todos y sólo del gobernante o de algún grupo determinado. Sin justicia no hay paz y sin paz no hay convivencia.

               PALABRA DE VIDA

               Eclo 35, 12-14.16-18      “La oración del humilde atraviesa las nubes”.

               Sal 33, 2-3.17-19.23       El pobre invocó al Señor, y Él lo escuchó.

               2Tim 4, 6-8.16-18            “Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas”.

               Lc 18, 9-14                         “Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador”.

                              Dejemos que la Palabra de Dios de este domingo nos invite a renovar nuestra conversión personal y comunitaria al Señor, al Evangelio, al Reino de Dios. Bajo la luz del Espíritu Santo mirémonos en el espejo de la Palabra de Dios.

               Del Libro del Eclesiástico 35, 12-14. 16-18

               El texto de esta primera lectura está tomado de la sección que puede resumirse en los gritos del pobre y abarca los versículos 14 – 26 del capítulo 35. También podría llamarse la misericordia hacia el oprimido. Por razones de pedagogía, brevedad y sentido, la liturgia de la Iglesia nos propone hoy estos versículos. Pero es recomendable leer el texto completo en nuestra Biblia. El autor nos ofrece una hermosa descripción de la misericordia de Dios hacia los pobres, oprimidos, huérfanos, viudas. Resplandece la justicia de Dios que no hace distinción de personas ni a nadie favorece en perjuicio del pobre. Dios está atento y escucha el clamor de los empobrecidos como aconteció con los esclavos en Egipto. Es la verdadera imagen de Dios, que se conmueve y compadece del oprimido y afligido. Quedémonos con la frase que resume esta primera lectura: “No desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; mientras le corren las lágrimas por las mejillas y el gemido se añade a las lágrimas” (v. 17-18). Es la verdadera imagen de Dios que la Biblia no se cansa de repetirnos. Por desgracia, nuestras imágenes de Dios muchas veces no están fundadas en su Palabra sino en prototipos deformados por experiencias de la paternidad humana. Dios es por esencia compasivo y misericordioso con todas sus criaturas y muy especialmente por los pobres en sentido bíblico y no sólo de carencias materiales. ¿Cuántas veces creyentes piadosos apoyan o realizan actos contrarios a la justicia en nombre de Dios? ¿Acaso la fe cristiana no incluye la virtud de la justicia como fundamental? ¿Somos misericordiosos como el Padre es misericordioso?  

               Salmo 33, 2-3.17-19.23 es un canto de acción de gracias. Los versículos 2-3 nos introducen en el reconocimiento de la bondad de Dios mientras los versículos 17 a 19 y 23 están dentro de la exhortación a la práctica del bien aunque sin olvidar la suerte de los que hacen el mal. Se repite una certeza que hoy la Palabra nos inculca: “El Señor está cerca del que sufre y salva a los que están abatidos”. Es un salmo alfabético y didáctico – sapiencial, su autor sigue la línea de los sabios e indica que el temor del Señor y la práctica de las buenas obras son la fuente de la felicidad y de la vida. Sírvanos esta oración para sobrellevar con fortaleza las incomodidades propias de esta emergencia que vivimos en nuestra patria.

 

               De la segunda carta de San Pablo a Timoteo 4, 6-8.16-18

               San Pablo hace las últimas confidencias a su “querido hijo Timoteo”, obispo de Éfeso. El apóstol ve muy próxima su partida de este mundo y la relaciona con el sacrificio litúrgico. La imagen del atleta está en el trasfondo de sus palabras: “He peleado el buen combate, he terminado la carrera, he mantenido la fe” (v. 7). Su vida se resume en el servicio que ha prestado en la difusión de la Palabra de Dios, o mejor todavía, del Evangelio. Es la hora de concluir esta larga carrera tras las huellas de Cristo, una carrera marcada por la fidelidad a la consecución de la meta. Ahora espera la corona de la justicia “que el Señor como justo juez me entregará aquel día” (v. 8). Es el premio que esperan recibir también los que esperan la manifestación de Jesús, en su segunda venida. Concluye afirmando que, aunque todos lo abandonaron cuando tuvo que comparecer ante los tribunales, no le faltó el consuelo del Señor: “El Señor, sí, me asistió y me dio fuerzas” (v. 17). ¿Qué me enseña este testimonio de San Pablo? ¿Es mi vida reflejo de un compromiso a fondo con el Señor y el Evangelio? ¿Entiendo las dificultades que encuentro en el camino como oportunidades para acrecentar mi fe y mi amor a Cristo? ¿Considero que estoy “en carrera” hacia la meta definitiva o me encuentro dando vueltas sobre mi mismo, sin avance ni sentido?

               Del evangelio de san Lucas 18, 9 - 14

               Estamos ante una paradojal parábola conocida como el fariseo y el publicano o recaudador de impuestos. Paradojal porque el fariseo del tiempo de Jesús y de todos los tiempos es una persona piadosa y fiel cumplidora de todo lo mandado en la Ley de Dios, de tal modo que lo que decía en su oración no era mentira sino verdad: no robaba ni cometía adulterio, ayunaba y pagaba el diezmo de todo lo que ganaba. ¿Por qué Jesús señala entonces que su oración de nada sirve y no le obtiene la justificación ante Dios? En verdad, Jesús no condena su forma de orar sino la actitud vital que está en el fondo. Jesús condena su orgullo, hipocresía y arrogancia que lo llevaban a separar las personas en clases, a vivir esclavo de una religión formal y rígida, severa y legalista, a manipular a Dios y a creer que la salvación se gana con el propio esfuerzo. El fariseo no pide nada a Dios y se presenta como un hombre satisfecho de su condición bajo la pretensión de ser justo. Se presenta “erguido”, muy seguro de sí mismo, enumerando sus obras buenas, a modo de escudo o coraza protectora. Su oración es un monólogo de autocomplacencia. No es como los demás hombres, enumera los vicios de los otros y juzga severamente el comportamiento del recaudador de impuestos.

               El otro personaje es el publicano o recaudador de impuestos, a primera vista es lo opuesto del fariseo y formalmente aparece como el modelo frecuente del que no cumple con la práctica religiosa mínima. Y por eso  se presenta como el que no tiene nada que ofrecer a Dios, viene con las manos vacías, nada de que vanagloriarse. Desde lo que entendemos por hombre religioso le aventaja absolutamente el fariseo. Se coloca a distancia, inclinado, sin atreverse siquiera a levantar los ojos al cielo. Su oración es un reconocimiento de su condición de pecador. Siente la necesidad de ser salvado y espera ser perdonado. Así dialoga con Dios: “Oh Dios, ten piedad de este pecador” (v. 13).

               Jesús declara: “Éste volvió a casa absuelto y el otro no. Porque quien se alaba será humillado y quien se humilla será alabado” (v. 14). Esta conclusión de la parábola es una constante de todo el evangelio. Se refiere a la gratuidad de la salvación y a la necesidad de acogerla, antes que merecerla mediante méritos personales, y esto significa comenzar desde lo más profundo y real de nosotros mismos, desde aquello que nos avergüenza, desde aquello que queremos encubrir o tapar mediante la máscara defensiva. Sin este descenso a lo más profundo de nosotros mismos, no puede haber conversión y absolución de nuestro pecado. Este es el camino de la auténtica dignidad humana y de la condición de los hijos de Dios. Sólo así podemos encontrarnos con nuestra verdadera y real imagen, en la desnudez y desenmascaramiento del yo profundo.

               Notemos la intencionalidad de la parábola: “Por algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, les contó esta parábola” (v. 9). No se trata sólo del auditorio de los tiempos de Jesús. Es posible que hoy haya aumentado el auditorio con estas características. El fariseo es una persona satisfecha de sí misma y segura de su valer, poseedora de la verdad, que cree que siempre tiene la razón. Que se siente con el derecho a juzgar y condenar a los demás. El fariseo juzga, clasifica y condena. El fariseo no cambia, no se corrige ni se arrepiente de nada. Siempre cree que lo hace “perfecto”. Cree que tiene a Dios de su parte porque es observante, duro, trabajador, severo y nada se escapa a su control.

               Es muy difícil encontrar gente como el recaudar de impuestos. Nadie quiere decir ni pensar que debe reconocer sus pecados. Se vive sin conciencia de pecado pero se peca y de muchas maneras. Es difícil decir: “Señor, ten piedad de mí, que soy un pecador”. No es de buen tono hacerlo y decirlo. Es propio del hombre progresista suprimir toda experiencia de culpa, olvidar todo lo que pueda perturbar su conciencia. Ensayamos todo tipo de caminos para sacudirnos la culpa. La palabra “pecado” está desaparecida y se la reemplaza por “pequeños errores o faltitas”. En lugar del pecado instalamos la pomposa palabra de “debilidades” normales o de “fantasmas y cadenas” de una ´poca oscurantista. Sin embargo, la culpa se abrirá paso por otros canales dramáticos como angustia, inseguridad, tristeza, agresividad, insatisfacción, fracaso, soberbia, depresión, etc. El pecado es una realidad existencial que a todos nos envuelve y del cual no podemos salir por nuestra cuenta. Hay que abrirse al misterio de la Misericordia de Dios y confiar totalmente que sólo en Dios está el perdón, la reconciliación, la paz.

               Seguramente no nos identifiquemos con el antipático modelo del fariseo, aunque tengamos algunos rasgos suyos; tampoco nos identificamos con el publicano que desnuda su realidad personal tan brutalmente reconociéndose pecador. ¿Con quién me identifico entonces? Hay un tercer personaje en esta parábola aunque invisible y soy yo que leo  o escucho la parábola de Jesús o somos nosotros los oyentes de Jesús. Lo más justo es descubrir que tanto el fariseo como el cobrador de impuestos  perviven dentro de mí, ambos o separados  en ciertos momentos de mi vida. Tengo necesidad de dejarme transformar por Jesús si realmente quiero ser una persona nueva que sabe orar desde la condición humana pecadora y abrirse a la misericordia infinita de Dios acogiéndola sin mérito alguno de mi parte. ¡Vaya valentía!

Un saludo fraterno.

Que el Señor nos bendiga con la Paz.

Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

DESCARGAR COMENTARIO DEL EVANGELIO



Provincia Mercedaria de Chile
Curia Provincial
Dirección: Mac - Iver #341, Santiago Centro
Teléfonos: 2639 5684 / 2632 4132