SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (A)

Sábado 06 de Junio, 2020

 
Este texto está tomado del famoso encuentro entre Jesús y Nicodemo, un fariseo, autoridad entre los judíos, que fue a visitar a Jesús “de noche”. Jesús lo evangeliza pero reconociendo la importancia del evangelizado: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? (v. 10), le dice Jesús comprendiendo a su interlocutor.

¡Oh Trinidad amabilísima!, fúndenos contigo en un abrazo amoroso y perpetuo, hasta que gozando de Ti, podamos alabarte sin fin

                 “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Así se inician nuestras celebraciones litúrgicas y con ello queremos hacer confesión de nuestra fe en la Santísima Trinidad. Nuestras oraciones se dirigen al Padre por medio de Jesucristo y en el Espíritu Santo. Es tan normal concluir con un “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”. Vivimos inmersos en un misterio tan admirable que nuestras fórmulas de tanto repetirlas se nos han ido haciendo tan normales que pueden llegar a ignorar el misterio de Dios. En efecto, estamos ante el misterio más grande y admirable que nos supera y nos envuelve. Sin embargo, la concepción que se tenga de Dios nace en buena parte de nuestra experiencia de las relaciones humanas. En la experiencia religiosa incluida la cristiana se dan distintas sensibilidades y formas de relacionarse con el misterio de Dios pero dos son las más frecuentes: nos sentimos protegidos o amenazados, confiados en una relación gozosa y cordial o suspicaces y llenos de temor ante la posibilidad de ser dominados por Dios y su poder. Tenemos que ser capaces de descubrir que sobre Dios proyectamos nuestras aspiraciones y necesidades, nuestros fracasos y sufrimientos, todas experiencias de confianza o de desconfianza. Más aún, de Dios nos hacemos imágenes que responden a nuestros anhelos o a nuestros fracasos. Somos especialistas en fabricar imágenes de Dios hasta el punto que no caemos en la cuenta que muchas de ellas son profundamente distorsionadas. Gran tarea tenemos los cristianos de revisar nuestra manera de relacionarnos con Dios o con nuestras imágenes humanas de Dios. Esta fiesta de la Santísima Trinidad nos brinda la oportunidad de dejar que la misma Palabra de Dios nos ayude a descubrir el rostro que Dios mismo ha dado de sí en su auto- revelación, en su Hijo Amado y bajo la acción del Espíritu Santo. Dado que todo lo que sabemos de Dios no es fruto de la sabiduría humana sino de la sabiduría divina, de su manifestación gratuita y libre, podemos afirmar que Dios es Amor, en griego “ágape”, es decir, “amor divino, de gratuidad, de gracia inmerecida”. Así, cuando dejamos que Dios mismo nos manifieste su plan y su intimidad, nuestras imágenes, deseos y aspiraciones quedan en el plano humano. Dios es Dios y nosotros sus criaturas. Este camino se inició con nuestro bautismo. Desde entonces la vida del nuevo cristiano queda irrevocablemente situada en el ámbito del misterio de la Santísima Trinidad. El bautismo declara que “el Padre nos ha agraciado con el renacimiento por su Hijo en el Espíritu Santo, pues quienes reciben el Espíritu Santo y lo llevan en sí son llevados a la Palabra, es decir, al Hijo. Pero el Hijo los lleva al Padre, y el Padre los hace partícipes de su inmortalidad. Así, pues, sin el Espíritu no puede verse la Palabra de Dios y sin el Hijo nadie puede llegar al Padre, porque el Hijo es el conocimiento del Padre. El conocimiento del Hijo se consigue por el Espíritu. El Hijo, en cuanto dispensador, da el Espíritu según el beneplácito del Padre, a quienes el Padre quiere y como quiere”. Así se describe la maravilla de nuestra vida de fe cristiana. Estamos envueltos, inmersos, empapados en el misterio del amor de la Trinidad. Y cuando esto forma parte de nuestra conciencia y perdura en todas las etapas de nuestro desarrollo “hasta alcanzar la madurez del hombre perfecto en Cristo, el Hombre Nuevo”, nuestra vida está envuelta en el clima de la confianza “en manos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, suscita la gratitud y la acción de gracias, y se vive en el amor como atmósfera espiritual que permite el encuentro y diálogo con el misterio que después de nuestra vida terrena veremos “cara a cada” por la eternidad.  

 

PALABRA DE VIDA

Éx 34, 4-6.8-9     El Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse

Dn 3, 52-56                A ti, eternamente, gloria y honor

2Cor 13, 11-13  La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo permanezcan con todos ustedes

Jn 3, 16-18          Dios entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él tenga vida eterna

                ¡Qué maravillosa debe ser la realidad de Dios, su Misterio insondable! La liturgia nos invita hoy más que a pensar en Dios desde nuestra pobre razón humana, a contemplar bajo la luz de la fe el tesoro escondido de la vida cristiana, es decir, el misterio de Dios uno y trino. Y si contemplamos todavía, con asombro y admiración, podemos gozar de la belleza eterna de Dios, realidad que nos supera y nos envuelve en ese destello de su luz infinita. Entonces brotará de lo más profundo de nuestro corazón la alabanza y la adoración, ambos actos tan traspasados por el sentido de Dios que hoy nos embarga. Y esta solemnidad de la Santísima Trinidad, a través de la Palabra de Dios, nos muestra las maravillas que realiza pero, sobre todo, por ese modo de ser Dios, por su belleza y bondad de donde brotan sus obras que nuestra pobre persona puede aún contemplar y admirar. Y así como acontece con las personas, así acontece con el Señor: se nos invita a entrar en el corazón de Dios, su amor y comunión en su intimidad como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por diversas razones, nos cuesta penetrar en el corazón de la Santísima Trinidad y con frecuencia nos quedamos en las obras que lo manifiestan como la creación y la historia de la salvación.

                Una cordial invitación a dejarnos amar por el Señor cuya Palabra nos habla de Él y de su maravilloso plan para redimirnos del pecado y de la muerte, porque como veremos, Dios no permanece en su misterio sino que abre la puerta de su corazón para comunicarse con el hombre.

                Del Libro del Éxodo 34, 4-6.8-9

                El capítulo 34 del Libro del Éxodo se refiere a la renovación de la alianza de Dios con su pueblo infiel. Moisés debe subir al Sinaí nuevamente porque el pueblo, de muchas maneras, ha roto la alianza con Dios, de tal modo que se puede hablar de múltiples infidelidades que acarrean consecuencias nefastas para el pueblo pecador. Y entonces vuelve a renacer el arrepentimiento y la restauración de las relaciones por medio del perdón de un Dios que se autoproclama como “El Señor, el Señor, el Dios compasivo y clemente, paciente, rico en bondad y lealtad” (v.6). Esta es la trama de la historia de salvación, con sus dos protagonistas, Dios y el hombre, en constante vaivenes de cambios, abandonos, rechazos de parte de la creatura humana, lo que contrasta absolutamente con la estabilidad y permanencia de Dios, cuya  nota central es su amor misericordioso. Y de este encuentro, en diálogo, nace el proceso no sólo espiritual del hombre sino también todo cambio verdadero, como lo expresa admirablemente Jeremías cuando habla que Dios cambiará el corazón del hombre, lugar donde se vivirá la definitiva alianza. En nuestro pasaje de esta primera lectura, Dios manda a Moisés a restaurar las tablas de la Ley y proclamar nuevamente el decálogo. Ciertamente vivir esta Alianza con Dios trae consecuencias que el hombre no siempre acoge, como el abandono de la idolatría, la absoluta adhesión al único Dios y la práctica de las cláusulas de la Alianza, los mandamientos. ¿En qué ponemos el acento en esta lectura? En el rasgo fundamental de la autoproclamación de Dios: Dios es misericordioso. Y recordamos la invitación de Jesús: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso”. ¿Qué me dice esta Palabra de Dios en mi actual momento como persona creyente? ¿Estoy convencido que estoy escuchando la verdad sobre Dios? ¿Cuál es el nombre más cercano a la realidad de Dios según esta Palabra de Dios?

                Dan 3, 52-56 es el llamado “canto de los tres jóvenes”(vv. 52-90) del libro de Daniel. Cada uno de los versículos indicados para hoy son seis invocaciones a Dios que se inicia con la expresión “Bendito seas, Señor”. Lo interesante es destacar motivos para bendecir y alabar a Dios por su obras maravillosas. Son expresiones que pueden resultarnos extrañas a  nuestra costumbre de sólo pedir favores y muy poco reconocimiento y gratitud en nuestras formas de orar. Nos hace bien reconocer las cosas buenas que Dios nos regala como el nuevo día, la salud, la paz hogareña, la alegría, la confianza para enfrentar juntos los desafíos como la pandemia. ¿Por qué quieres bendecir y alabar al Señor? ¿Acaso no hay maravillosas obras que nos hablan del Señor? Cuidado con acostumbrarnos a siempre quejarse, lamentarse, siempre estar deprimido y triste.

                De la segunda carta de San Pablo a los Corintios 13, 11-13

                El capítulo 13 de esta segunda carta a los Corintios, escrita hacia finales del año 57 desde Filipos por San Pablo, son las últimas exhortaciones que le dirige a una comunidad que no ha dejado de provocar dificultades al mismo Pablo. En concreto, se trata del saludo final, una despedida brevísima, impersonal, sin mencionar a nadie. “Estén alegres”, les dice, pero no se refiere a la manera como los corintios entendían la alegría como “pasarlo bien y gozar sin límite alguno”; ciertamente se trata de la alegría cristiana, aquella que nace de la profunda relación con Cristo, fuente de las demás actitudes claves de la vida cristiana como  trabajar por alcanzar la perfección que no es otra que el amor, vivir animados por el Espíritu de Cristo que habita en cada cristiano y en la comunidad, vivir en armonía y en paz, ambas actitudes evangélicamente entendidas y no como “armonía” de la Nueva Era o la paz como “pacifismo” natural de los movimientos de moda. Se trata de un compromiso a vivir el estilo de Jesús que pide decisión y perseverancia, fidelidad y empeño para superar el dinamismo natural que cada uno lleva  e instalar desde su corazón y en la vida concreta las grandes manifestaciones de la Vida Nueva de Cristo. Es en este ámbito evangélico y evangelizado donde se experimenta el amor  y la paz, los grandes dones que Dios regala. Y no son fruto del puro esfuerzo humano. Y el versículo 13 contiene una de las fórmulas más claramente trinitarias del Nuevo Testamento. Sin lugar a dudas es por revelación del Espíritu Santo que San Pablo nos lega tan bella fórmula que la  liturgia las asume como saludo inicial de nuestra eucaristía. Lo que expresa la fórmula es lo que identifica a cada una de las divinas Personas de la Santísima Trinidad: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con ustedes”. La gracia redentora de Jesucristo, el amor misericordioso del Padre y la comunión del Espíritu Santo, identifican las acciones que las tres Personas divinas realizan a favor del hombre. En el corazón de la Trinidad no hay distinción entre ellas; en cambio en la “economía de la salvación”, es decir, ese plan ordenado que Dios previó para salvarnos, es posible descubrir a cada una de las Personas divinas por sus manifestaciones. Pero no olvidemos que estamos ante el Misterio central de la fe. Nuestras explicaciones son sólo indicativas y temerosas aproximaciones. ¿Tengo conciencia del Misterio cuando menciono las tres divinas personas? ¿Percibo en la oración el aspecto de encuentro y diálogo entre Dios invisible y la persona humana? ¿Adoro y alabo este Misterio frente al cual me propongo vivir por la fe y el amor?

                Del evangelio según San Juan 3, 16-18

                Este texto está tomado del famoso encuentro entre Jesús y Nicodemo, un fariseo, autoridad entre los judíos, que fue a visitar a Jesús “de noche”.  Jesús lo evangeliza pero reconociendo la importancia del evangelizado: “Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? (v. 10), le dice Jesús comprendiendo a su interlocutor. Los especialistas en el evangelio de San Juan han descubierto profundas relaciones entre este episodio del capítulo 3 y los temas de la última Cena en el capítulo 13. No tenemos espacio para entrar en este análisis.

                ¿Cuál es el mensaje de este evangelio de hoy?

                Primero, se refiere a la esencia del cristianismo: Dios es amor y sus sinónimos de Misericordia, Gracia, Fidelidad, que traducen lo mismo en lenguaje humano para que, de alguna manera, logremos tener acceso a su misterio inefable y eterno. Como dice Benedicto XVI: “Dios es Uno en cuanto que es todo y sólo Amor, pero, precisamente por ser Amor es apertura, acogida, diálogo; en su relación con nosotros, hombres pecadores, es misericordia, compasión, gracia, perdón. Dios ha creado todo para la existencia, y su voluntad es siempre y solamente vida”.

                El evangelio de hoy nos habla de la fuente de la salvación o de la vida que es el amor del Padre que entrega a su Hijo para destruir el pecado y la muerte, los grandes enemigos de Dios y del hombre. Junto con este fundamento de toda la obra redentora, San Juan resalta una de sus ideas centrales teológicas que es el carácter universal de la obra salvífica de Cristo que nace y se proyecta desde la iniciativa misteriosa del amor de Dios a los hombres. El envío y misión de su Hijo es la manifestación más alta de un Dios que es Amor. Jesús es el don del Padre para la humanidad, el más excelente de todos, de manera que ésta no queda abandonada en su desesperación y su pecado. Acogiéndolo por la fe, el hombre “no perece” sino que alcanza “vida eterna”, es decir, la salvación. Mediante la fe, el hombre acoge este acto de amor de Dios y puede dejarse transformar por este amor. Y entonces el hombre queda puesto ante su opción fundamental: aceptar o rechazar el amor del Padre que se ha manifestado en Cristo, su Hijo. La misión de Cristo no es condenar al hombre sino salvarlo. Sin embargo, el hombre queda enfrentado a una decisión: si acepta a Jesús mediante su libertad, se salva; pero si lo rechaza, rechaza el amor  que se ha manifestado en el Hijo como amor de Dios y por ese acto se condena. No necesita que nadie lo declare condenado, pues, el mismo se condena rechazando la salvación.

                Anotemos que el juicio en el evangelio de San Juan no se refiere al juicio escatológico del final de la historia como en los evangelios sinópticos. El juicio aquí es una realidad anticipada, actual, que se realiza en el encuentro de los hombres con Cristo durante su vida. Así el juicio no lo realiza Dios sino el hombre por sí mismo, a través de su actitud de acogida o rechazo de Jesús. Y esto  le da a nuestra vida una responsabilidad siempre actual. Más aún, podemos comprender que la vida discipular es un proceso permanente de confrontación con Jesús y nuestros planes. Es mejor decir que nos hacemos cada día discípulos en nuestras decisiones diarias por o en contra de Cristo y su Evangelio, que es lo mismo que optar por la vida eterna o por la condenación, que creer que ya somos discípulos y nada nos preocupa. ¿Cómo vivo mi situación de discípulo de Cristo Redentor? ¿He aceptado este dinamismo de hacerme mejor discípulo cada día? ¿Qué opciones enfrento actualmente desde mi condición de discípulo de Cristo Redentor?

                Un grande saludo y hasta pronto. ¡Bendito sea el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo!

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.  

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