EUCARISTÍA Y COMENTARIO DEL EVANGELIO EN EL 13° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

EUCARISTÍA Y COMENTARIO DEL EVANGELIO EN EL 13° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Domingo 28 de Junio, 2020

 
Discípulo es aquella persona que ha identificado su vida con la de Cristo. Es fácil decirlo pero no siempre vivirlo y practicarlo. Si cada uno viviera su fe a su manera, nunca tendrá problemas como sí los tiene el que intenta vivir el estilo de vida de Jesús

¡Señor Jesús! Quiero identificarme con tu estilo de vida aun aceptando que implica toda mi existencia

Si la vida misma está llena de sorpresas, unas muy gratas  y alentadoras, otras muy ingratas y tristes, cuánto más la vida cristiana tomada en serio y vivida en profundidad. Porque hay cristianos que declaran que viven su fe “a su manera”, que no se complican con tanto evangelio y exigencias morales y sacramentales. Para ellos, todo es muy simple porque “no han matado a nadie  ni roban”. De este modo han reducido todo el evangelio a dos únicas exigencias, y así se consideran “buenos cristianos”. ¿Lo son de verdad? Posiblemente. Pero cuando cada domingo nos confrontamos  con la palabra de Jesús, con su evangelio, con nuestra vida concreta, nos damos cuenta que “otra cosa es con guitarra”. Por desgracia para un buen número de bautizados el evangelio es hablar en chino, una palabra que no ilumina el camino ni orienta la vida porque no está cerca del creyente. Muchos  cristianos nunca han leído los evangelios, se han conformado con lo que otro le ha enseñado en el plano de cumplir con el requisito de asistir a dos  o tres o más charlas para recibir un sacramento. En ellas otro pobre cristiano, el catequista de años en la parroquia, no hace más de lo que puede y asume el lado menos adecuado como es la denuncia de todo lo que los  provisorios oyentes no viven como cristianos. Normalmente se le va el tiempo y no hubo espacio para anunciar la Buena Noticia de Dios para los hombres, Jesucristo y su Reino. En la próxima charla hablaremos de las obligaciones de los padres y de los padrinos, dice al concluir. No hay espacio para el Evangelio, se lo da por supuesto y esto constituye un penoso error de nuestra pastoral. ¡Qué distinto sería si volviéramos a redescubrir la belleza de Jesucristo y su Buena Noticia! Suponer que hoy estamos ante un mundo normalmente cristiano, mucha gente va a los santuarios y la mayoría menciona a Dios, no corresponde a la realidad. Porque esto no hace una vida propiamente cristiana. ¿Cuándo se puede hablar de una vida cristiana, de un cristiano? El evangelio de este domingo nos da en el clavo cuando Jesús declara que se es discípulo suyo sólo cuando él ocupa el lugar central en la vida del cristiano. Y el encuentro personal con Jesucristo es la raíz, el fundamento, la razón, el origen de todo discipulado. Este encuentro es tan gravitante que sólo desde él se comprenden las exigencias que Jesús nos propone. Si Jesucristo es el salvador, el redentor, el liberador la respuesta que cabe es radical, exigente. Sin embargo, todo depende  de que Jesús y su Buena Noticia sean la mejor y más hermosa realidad que el ser humano puede vivir y esperar en este mundo. Él se nos ofrece en los sacramentos y muy especialmente en la Eucaristía, en la palabra de la Biblia, en el prójimo adolorido, necesitado, en la pandemia, en el gozo de los recuperados del covid 19, en los que llevan comida y compañía a tantos sedientos y hambrientos. Si tú tienes la tentación de leer el evangelio de hoy sólo como exigencias radicales, separadas de tu relación cercana y amigable con Jesús, no entenderás nada de lo que significa el ser cristiano con sello de autenticidad. Lo que Jesús nos pide sólo es posible si  lo amamos y lo seguimos en el día a día. Y esto es el corazón de la espiritualidad cristiana entendida como modo o estilo de vida, es decir, tratar de imitar a Jesús en su relación con el Padre y en la relación con los demás y con la creación. Fuente de referencia es el modo cómo Jesús oraba y dialogaba con su Padre en esas largas vigilias en soledad y silencio.

 PALABRA DE VIDA

2R 4, 8-11.14-16               Ése que viene siempre por casa es un santo hombre de Dios

Sal 88, 2-3.16-19           Cantaré eternamente el amor del Señor.

Rom 6, 3-4.8-11               Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él     

Mt 10, 37-42                      Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí

                Dejemos que la Palabra de Dios hable en cada uno de estos textos que la liturgia pone en nuestras manos. El discípulo se sostiene en su aventura de seguir las huellas de Cristo, su Señor, si renueva su convencimiento que la Palabra de Dios es el “pan de Dios” que necesita para vivir su fe y confianza.

                Del segundo Libro de los Reyes 4,8-11.14-16

                El protagonista central de esta historia es el profeta Eliseo, el discípulo fiel y sucesor legítimo del gran profeta Elías. La primera lectura de este domingo nos remite a uno de los milagros que Eliseo hace a favor de una señora rica de Sunán. Las relaciones amistosas entre el profeta y esta señora son relatadas en este capítulo 4, versículos 8-37, y el texto de hoy incluye los versículos 8-11 y 14-16. Primero prestemos atención a este dato: se trata de una mujer rica y casada, en cuya casa el profeta pasa a comer con frecuencia. El  reconocimiento de que Eliseo es “un santo hombre de Dios” le lleva a proponerle a su marido que  se le construya una habitación en la azotea de su casa para que pueda quedarse allí todas las veces que quiera. Es decir, en esta actitud de la señora y su marido, resplandecen la hospitalidad y generosidad con que abren su casa para acoger al profeta de Dios. Se trata de unas actitudes muy importantes en la vida humana, sin las cuales no se puede construir un mundo más humano, fraterno y solidario. Hoy es una carencia muy notoria la hospitalidad hacia los más pobres y sencillos que constituyen un ciclo de pobreza dura en las periferias de la sociedad y la cultura. Sus rostros son múltiples como los migrantes, los encarcelados, los maltratados, los ignorados, etc. Pero no solo esto, nuestra sociedad no es muy hospitalaria que digamos, hay más desconfianza y rechazo que acogida y comprensión lo que posiblemente explica en parte la crispación que se percibe en el ambiente. Acoger es abrirse al otro, intercambiar bienes como la palabra, el saludo, el buen deseo, escuchar al otro, darse tiempo y espacio, abrir la propia vida para que el otro tenga resonancia dentro de cada uno. Hemos perdido la capacidad de acoger al otro como una bendición y estamos acentuando el aspecto negativo y de rechazo acerca del otro. Nos falta una espiritualidad de verdad. Dios a través de Eliseo respondió al gesto de esta generosa dama y esposo. Al enterarse que no tenían hijo, el hombre de Dios le hace la promesa que Dios les regalará un hijo, lo que efectivamente acontece. La mujer acoge el anuncio del profeta y Dios cumple dándoles el hijo. Dios tiene poder para hacer posible incluso lo que humanamente nos parece imposible, porque Dios es siempre el Dios de la vida y quiere la felicidad de sus hijos. Y esta es la esencia de una espiritualidad cristiana. La hospitalidad y la gratitud  van de la mano y expresan muy bien el amor verdadero como amor misericordioso de nuestro Padre Dios.  Y la espiritualidad es un regalo que Dios nos hace a través de su Hijo y del Espíritu Santo, generando así un corazón generoso y agradecido. Nosotros quedamos representados por los protagonistas de esta lectura: no somos capaces de acoger, reconocer y acoger la vida que Dios nos regala. ¿Me doy  cuenta que mi espiritualidad es fruto del Espíritu de Dios y no de mis esfuerzos humanos? ¿Tengo capacidad para darme cuenta de lo que carece el otro y estoy dispuesto a hacer algo por él? ¿O estoy encerrado en mi casa, en mis cosas, en mis dolores, en mis desencantos? ¿Me doy cuenta de las bendiciones que Dios  me regala cada día?

                Salmo 88, 2-3.16-19 es un poema real,  himno y súplica que canta el amor de Dios que se manifiesta en la obra de la creación del mundo y sobre todo  en la historia de Israel especialmente de la monarquía davídica. Así los salmos nos ayudan a contemplar la obra admirable de Dios tanto en la naturaleza como en la historia de Israel, su pueblo escogido para quien Dios es su Escudo y realmente su Rey. Nos hace falta recuperar la capacidad del asombro y la contemplación.

                De la carta de san Pablo a los Romanos 6, 3-4.8-11

                El texto de esta segunda lectura de este domingo es un hermosísimo comentario acerca del bautismo y sus efectos. Es el tema de este capítulo 6 de la carta a los Romanos. Como no tenemos tiempo para leerlo completo, les invito a buscarlo en su Biblia o Nuevo Testamento. Pablo está respondiendo a una pregunta fundamental: ¿Cómo es posible que  los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él? (v.2) En estos breves versículos de Rom 6 responde el  Apóstol a partir de una verdad fundamental para el cristiano de todos los tiempos: el cristiano, mediante el bautismo se une a Jesucristo muerto y resucitado. “¿No saben ustedes que todos los que fuimos bautizados en Cristo Jesús, nos hemos sumergido en su muerte?”(v.3).Y comenta   Pablo a partir del rito de la inmersión en el agua del rito bautismal: “Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo resucitó de la muerte por la acción gloriosa del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (v.4). Esto quiere decir que el hombre sumergido en el agua de la piscina bautismal, participa de la muerte y sepultura de Cristo, lo que significa que pone fin a su antigua vida de pecado que hace solidarios a todos los hombres con el pecado de Adán, el primer hombre. El cristiano bautizado ha muerto al pecado, su antigua condición heredada por su solidaridad con Adán, el primer hombre, y ha sido liberado por Cristo muerto y sepultado. Pero así como el Padre no dejó que Jesús permaneciera bajo el dominio de la muerte sino que lo resucitó por su acción gloriosa, también el bautizado vive ya desde ahora la vida nueva y definitiva; es un resucitado con Cristo. Y como todo lo realizado en Cristo es definitivo porque cumple el designio del Padre “en la plenitud de los tiempos”, el cristiano está ya viviendo en clave de vida nueva como “muerto al pecado y vivo para Dios en Cristo Jesús” (v. 11). El bautizado vive ya anclado en lo definitivo, la vida  nueva que Cristo nos ha obtenido de una vez para siempre. Ya no hay vuelta al mundo viejo del pecado sino que vive para Dios, lo que significa, en plena comunión con Dios, es decir, en la adopción filial que Cristo nos ha conquistado. En consecuencia, los bautizados debemos abandonar todo comportamiento pecaminoso y vivir para Dios, es decir, en comunión con Cristo en Dios. ¿Tengo algún compromiso con el pecado a pesar de ser un hombre bautizado? ¿Me he vuelto nuevamente a la vieja costumbre del pecado? ¿Cómo calificaría mi relación con Jesucristo y el Padre? ¿Creo “a mi manera” o me esfuerzo por vivir “a la manera de Jesús y su Evangelio? ¿Cómo expreso la vida nueva que Jesús me comunica?

                Del evangelio según San Mateo 10. 37-42

                Discípulo es aquella persona que ha identificado su vida con la de Cristo. Es fácil decirlo pero no siempre vivirlo y practicarlo. Si cada uno viviera su fe a su manera, nunca tendrá problemas como sí los tiene el que intenta vivir el estilo de vida de Jesús. Jesús y su mensaje nos complican la vida. No es fácil ser discípulo, ser cristiano  en serio y de verdad. Claro que muchas veces creemos que el asunto de ser cristiano es como ir a cenar a un restaurant donde se come a la carta y cada uno pide lo que le gusta. Es una tentación muy atractiva para muchos creyentes. Yo vivo lo que creo es el evangelio según mi parecer y me siento feliz. “Cristianismo a la carta”, a pedido del consumidor o Iglesia como el supermercado de valores donde elijo lo que yo quiero y deseo. No olvidemos que estamos en la época del mercado y para muchos también la religión es como elegir un producto al gusto del consumidor. Nos gusta creer que en la fe todo es relativo y cada uno vive y hace lo que desea. Escuchemos hoy con mucha atención lo que el Señor en la palabra del evangelio de Mateo nos recuerda. Dejemos que esta Palabra de Dios nos diga lo que significa ser y vivir como discípulo de Jesús. Recordemos la esencial advertencia de Benedicto XVI cuando afirma: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida, y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est 1).

                Miremos ahora nuestro evangelio de este domingo. Está tomado de la parte final del discurso misionero o apostólico del evangelio de Mateo, en el que proclama el estatuto de los predicadores del Reino. En los versículos 34 – 36 Jesús manifiesta que el Evangelio es un acontecimiento definitivo que transforma todas las estructuras sociales, es decir, que Jesús es un signo de contradicción, una causa de discordia y división.

                En los versículos 37 – 39 se esperaría que continuara la instrucción a los apóstoles como enviados a la misión. Pero no. Volvemos a una realidad más original como es el seguimiento de Jesús, y subrayan el lugar absolutamente central que debe ocupar Jesús en la vida de todo cristiano. Así volvemos a la raíz del mismo discipulado: el encuentro personal con Jesucristo. Así se nos recuerda que el misionero o evangelizador siempre y fundamentalmente es un discípulo del Maestro que lo envía. A partir de este encuentro personal con Jesús todo lo demás queda relativizado: padre, madre, hermanos, familia, prioridades, proyecto incluso el “sí mismo”. El texto se expresa como un asunto de “amar más que” dejando claro que la exigencia es de un amor radical y total. Así dice: “El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí”(v.37). Jesús exige una adhesión total a su persona. La decisión debe ser radical, sin términos medios, hasta estar dispuesto a relegar al segundo plano todo lo que se considera como lo más importante  como los vínculos humanos y familiares más estrechos y queridos. Con Jesús no compite nadie ni nada.  La alternativa de tener que elegir entre Jesús y la familia, entre  Jesús y la propia seguridad, entre conservar la vida o perderla por él, no indica igualdad de condición sino simplemente que Jesús exige el todo  por el todo. Tres veces se repite la expresión: “No es digno de mí” y sirve para señalar la radicalidad de la decisión a tomar frente a Cristo.

                ¿Cómo comprender esta clara exigencia de Jesús? Lo que queda claro de inmediato es que la familia no es un ente intocable, un valor absoluto como acontece con todo lo humano. Dados a absolutizar cosas o estructuras, los hombres de hoy no pueden comprender el gesto y exigencia de Jesús. Y muchos se preguntan hasta dónde Jesús puede exigir semejante radicalidad. Y una forma de disminuir la fuerza de esta palabra de Jesús es negarle la calidad de Hijo de Dios y reducirlo a un hombre bueno  y punto.

                El seguimiento implica desprendimiento, renuncias, conflictos. En una palabra: tomar la cruz. Jesús dice: “Quien no tome su cruz para seguirme no es digno de mí” (v. 38). Seguir a Jesús implica tomar decisiones, importantes y definitivas, que no son ciertamente fáciles. Jesús es exigente y no admite respuestas tibias o a medias. No es posible seguirle sino cargando la propia cruz. Y esto no es cualquier cosa. Porque lo más duro en la vida es hacerse cargo de ella, vivir responsable y radicalmente lo que creemos que Jesús nos exige, si queremos ser discípulos de verdad. Y la radicalidad es lo que está faltando en el ser cristiano como “un contra corriente”. Ser cristiano es arriesgado y muy concreto, porque hay que abandonar las seguridades, privilegios y favores. Y eso es tomar la cruz cada día y en cada circunstancia viviendo como “el que sirve”.

                El seguimiento implica  “perder la vida”. Dice Jesús:”Quien se aferre a la vida la perderá, quien la pierda por mí la conservará” (v.39). Jesús nos enseña con su propio ejemplo acerca de lo que significa “perder la vida”. Es por su entrega total. Su vida  es entregada en la cruz por todos los cautivos del pecado y del maligno. Nada se reservó para sí, todo lo puso en las manos del Padre y siempre a favor de la humanidad esclavizada. Y justamente porque se ofreció como sacrificio y ofrenda, su cruz y su muerte se convierten en fuente de vida nueva. Es lo que también debe vivir el discípulo, que tiene que perder = entregar su vida por Cristo, que sigue padeciendo en los sufridos de este mundo, y de este modo conservarla para la eternidad dichosa que se nos promete.

                Las palabras con que se cierra el sermón de la misión (vv. 40-42) se refieren a la recompensa que recibirán todos aquellos que acojan a los enviados. Es la hospitalidad con que deben ser recibidos los que llevan el evangelio de Jesús.                                                                                                                                              Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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