14°DOMINGO DURANTE EL AÑO(A)
Provincia Mercedaria
de Chile

14°DOMINGO DURANTE EL AÑO(A)

Sábado 04 de Julio, 2020

 
Maravillosa invitación nos formula el Señor Jesús que, sin embargo, no deja de conmovernos profundamente. El texto comienza con una breve plegaria (vv. 25-27) que nos acerca a la interioridad del Señor, pues nos abre una puerta a su misma intimidad, a lo que Él vive en el fondo de su persona en el encuentro con su Padre.

¡SEÑOR JESÚS! Ayúdame a aprender de Ti, que eres manso y humilde de corazón

                El evangelio nos pone ante dos grupos de personas: los pequeños y los sabios e inteligentes. Y Jesús, en su hermosa oración de acción de gracias al Padre, declara que son los primeros los que son beneficiados con la manifestación o revelación que Dios hace en Jesús y son los que reconocen en la acción, en la enseñanza y en las obras de Jesús, el Reino de Dios y en su persona al Mesías e Hijo de Dios. Y esto significa que los pequeños reconocen la voluntad del Padre y la realizan. Pero en nuestra común percepción los pequeños son los niños y también las personas de baja estatura. El mismo Jesús se refiere a los niños muchas veces precisamente como modelo de lo que debe ser todo discípulo cristiano. Para Jesús los niños manifiestan el valor de la confianza también necesaria para el discípulo verdadero. Los niños se destacan en  su entusiasmo cuando Jesús hace su entrada a Jerusalén. Cuando quiere poner un ejemplo de lo que significa hacerse servidor de los demás, Jesús pone a un  niño en medio de sus discípulos; de este modo enseña que todo discípulo suyo tiene hacerse “pequeño”.  Porque son los pequeños, es decir, los discípulos de Jesús, quienes reconocen a Dios como su Padre y sólo así pueden reconocer a los demás como sus hermanos. No se nace pequeño en sentido evangélico, hay que “hacerse pequeño”, es decir, hay que “nacer de  nuevo” si queremos ser discípulos de Jesús. Es la tarea de la conversión que no se reduce a dejar ciertos vicios y pecados sino que implica un cambio radical de orientación de la vida personal. Y una razón poderosa para cambiar de dirección es descubrir que somos amados por el Padre aún a pesar de nuestra equivocada manera de vivir y de actuar. Y  Jesús viene precisamente a buscar a los pecadores, todos lo somos, y nos invita a abrazar una nueva manera de vivir, de entender la  vida, de convivir con los demás. Así nos  hacemos del grupo de los pequeños, los que acogen a Jesús y por Él descubren el rostro acogedor del Padre. La revelación de Dios es precisamente para estos pequeños, los pobres, los pecadores, los ninguniados, los “descartados” como dice el Papa Francisco. Son los preferidos de Dios porque reconocen su condición de  bendecidos por el Señor. Los pequeños  son los carenciados de la vida. Y todo lo que hagamos por ellos, dice Jesús, los más pequeños de  mis hermanos, conmigo lo hicieron. Y esto en el escenario del juicio final. Finalmente hay que decir que se trata de los pobres reales en su inmensa gama de situaciones humanas. Son los amados y preferidos por el Señor. No sólo se trata de la pobreza material sino también las otras lacras lacerantes de la sociedad, la miseria moral, espiritual, humana, etc. Una palabra sobre los sabios e inteligentes, el otro grupo que Jesús menciona en su oración de acción de gracias. Se trata de quienes se destacan por su conocimiento profundo de la Biblia y por la observancia de los mandatos divinos, es decir, los escribas y maestros de la Ley pero también a algunos fariseos. Este grupo despreciaba a quienes no tenían  conocimiento ni observaban completamente los mandatos divinos. Había oficios que impedían esta observancia como curtidores, carniceros, publicanos, cambistas, pastores, etc. Los sabios e inteligentes desprecian a los pequeños, esos creyentes humildes y piadosos que Jesús declara dichosos porque el Padre les revela su amor, el misterio del Reino que se oculta a los sabios  e inteligentes.                      

PALABRA DE VIDA

Zac 9, 9-10 Mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde

Sal 144 Bendeciré tu nombre eternamente

Rom 8, 9.11-13  Pero ustedes no están animados por los bajos instintos, sino por el Espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes

Mt 11, 25-30      Porque mi yugo es suave y mi carga ligera

                Tenemos servida la mesa de la Palabra con sus cuatro textos bíblicos: profético, salmo, escrito apostólico y evangelio. Todos ellos nos ayuda a ir entrando en la trama maravillosa del plan de la salvación y todos convergen en la Persona y Palabra de Jesucristo. Él es el núcleo fundamental de la historia de la salvación, su presencia se va perfilando desde el Antiguo Testamento y adquiere pleno sentido en su encarnación redentora desde el mismo anuncio del ángel a María hasta su gloriosa exaltación a la derecha del Padre. Toda la Sagrada Escritura nos habla y se refiere a Cristo y sin Él no tiene sentido. Hagamos un permanente esfuerzo por integrar los textos y aprender a leerlos en clave de plan o economía de la salvación. ¿Qué nos dice el Señor en este domingo, cómo nos habla a través de estos pasajes y de toda la celebración dominical?

                De la profecía de Zacarías 9, 9-10

                El libro de Zacarías pertenece a los 12 profetas menores y comparte época y situación histórica con el profeta Ageo, es decir, en el destierro babilónico de Israel que se inicia el año 587 a.C. cuando Nabucodonosor II conquista y arrasa Jerusalén y emprende las tres deportaciones de judíos a Babilonia; principalmente hacia 538 a.C. cuando Ciro, rey persa que conquistó Babilonia en el 539 a.C. quien permitió el retorno de los judíos cautivos en Babilonia a Jerusalén. Sin embargo, este retorno no fue todo lo bueno que se soñó, pues hubo bastante desaliento entre los retornados al comprobar que no era fácil realizar la reconstrucción esperada. Estamos ubicados a finales del siglo IV° a. C. Descubrimos que hay dos corrientes mesiánicas: una triunfalista, militar y nacionalista, y otra centrada en la espera de un Mesías humilde, sin pretensiones triunfalistas. A esta última se refiere el texto de esta primera lectura de hoy. El texto resalta, en primer lugar, una nota que faltaba mucho en la actitud de los retornados a Jerusalén. Nos referimos a la alegría, al júbilo que produce al descubrir la acción de Dios en la historia concreta. El motivo de esta alegría no es otra que la espera de un Mesías rey con características que el Nuevo Testamento descubre como referidas a Jesús de Nazaret: justo, victorioso, humilde y cabalgando un asno.  Resaltamos el sentido de “humilde” como referencia a uno de los cánticos del Siervo de Yahvé de Isaías 53, 3 como se habla del Siervo “como hombre de dolores” y que cargó con nuestras culpas (53, 6). Su poder está marcado por la paz, único bien que hace crecer la vida en la tierra. Con su obra de paz destruirá los armamentos de la guerra que los hombres fabrican para luchar entre sí. El Mesías Jesús no tiene ejércitos ni guerreros, no tiene otra arma que el amor que se entrega por los demás y los libera de sus ataduras. Así se proyecta “el evangelio de la no violencia” ya desde los mismos profetas y, sobre todo, desde la Persona y obra de Jesús de Nazaret. A pesar de los siglos del evangelio de la paz, los hombres siguen fabricando muerte y destrucción, lo que implica una de las distorsiones más dolorosas que soportan los siglos y los pueblos, la impresionante cantidad de dinero invertida a instrumentos de destrucción masiva, frente a las carencias terribles que soportan millones de seres humanos. ¿Será posible un mundo mejor? Y si lo fuera ¿qué es lo que tenemos que cambiar? ¿Cómo  vives el “evangelio de la no violencia” en concreto? No basta  con gritar, quemar, destruir, ofender, atacar, matar, amenazar, atropellar.. y de eso la historia humana está saturada, aún cuando se lo justifica con una nueva sociedad que nunca llega y seguimos con la misma violencia.

                Salmo 144 constituye nuestra respuesta al alentador anuncio  profético que hemos escuchado y lo hacemos con este himno de alabanza a Dios. Motivos no nos faltan para alabar y bendecir a nuestra Padre por medio de su Hijo e inspirados por el Espíritu de Dios. Hacemos  nuestros  los motivos que menciona  el salmista como  este. “El Señor es clemente y compasivo, paciente y de  gran amor. El Señor es bueno con todos, su amor y tiene compasión de todas su creaturas”. ¡Qué consolador es lo que  el Señor pone en nuestros labios! En medio de la dureza de esta pandemia nos hace bien recitar este salmo en muchos momentos. Nos hace falta estar convencidos y animados por el Espíritu Santo.

                De la Carta a los Romanos 8, 9. 11-13

                Precioso texto nos ofrece hoy esta segunda lectura. Muchos comentaristas consideran el capítulo 8 de Romanos como una de las más bellas páginas de la Biblia. Y razón tienen de sobra. Todo el capítulo se refiere a la vida por el Espíritu Santo. “Porque la ley del Espíritu que da la vida, por medio de Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”, dice Pablo al inicio de este capítulo. Y, de manera extraordinaria, desarrolla el dinamismo de doble tono que hay en el hombre y por cierto en el creyente: los primeros, los bajos instintos, nos llevan a la muerte, lo segundo, la vida en el Espíritu, a la vida verdadera. Consecuencia de lo primero, la muerte de Dios en el hombre y todas las secuelas de vivir esclavo de esos dinamismos desintegradores que están en nosotros. Para sacarnos de esta penosa situación, y ya que nuestros esfuerzos humanos no logran liberarnos de estos “tiranos interiores”, los instintos carnales, Dios ha enviado al Mesías Jesús de Nazaret para que “por medio de Él” seamos liberados de la ley del pecado y de la muerte. Es Cristo “verdadero hombre” que se enfrenta con el drama humano más hondo, en el propio terreno del pecado y de la muerte, para derrotarlos sin contaminarse con ellos, haciéndose hombre en el vientre purísimo de María. Esta acción se desarrolla en el cristiano a través del Espíritu Santo:”Ustedes no están animados por los bajos instintos, sino por el Espíritu de Dios que habita en ustedes” (v. 9). Es el mismo Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos, el que por su  Espíritu  dará vida a nuestros cuerpos mortales (v. 11). Así el cristiano se juega su destino diariamente: “Porque si viven de ese modo, morirán; pero si con el Espíritu dan muerte a las bajas acciones, entonces vivirán” (v. 13). Así, todo culmina en la filiación adoptiva que Cristo nos participa, es decir, todos hijos e hijas de Dios. La liberación auténtica, aquella que hunde sus raíces en lo hondo de nuestro ser, no es simplemente el resultado de nuestras estrategias  humanas – sanadoras- psicológicas- ascéticas- morales. Todo eso sirve pero no tiene el poder de liberar nuestra naturaleza pecadora. Por la fe, acogiendo a Cristo, nuestro Redentor, puedo, por pura gracia, ser introducido en el manantial del “agua viva” que Cristo nos ofrece, es decir, su Espíritu Santo. Todo es gracia y luego también nuestra generosa respuesta. Es la vieja frase de “vivir en gracia de Dios”. ¿He experimentado el cautiverio de alguno de los bajos  instintos? ¿Qué significa ser redimido de “esta carne de pecado”, es decir, de esta humanidad que tiende al mal? ¿Me he sentido profundamente redimido por pura gracia de Dios? ¿Podrías repasar la lista de los llamados “pecados capitales”? ¿Los  conoces?

                Del evangelio según san Mateo 11, 25- 30

                Maravillosa invitación nos formula el Señor Jesús que, sin embargo, no deja de conmovernos profundamente. El texto comienza con una breve plegaria (vv. 25-27) que nos acerca a la interioridad del Señor, pues nos abre una puerta a su misma intimidad, a lo que Él vive en el fondo de su persona en el encuentro con su Padre. Es un “desahogo espiritual”, existencial, profundo desde la mismidad de Jesús. Esta breve plegaria es una reacción espontánea y jubilosa de Jesús ante el resultado de la misión de los apóstoles: los pobres e ignorantes han recibido el anuncio y la realidad del Reino de Dios. Se trata de la oración mesiánica de Jesús ante la sorprendente revelación de Dios a los desheredados de la tierra. El texto es muy hermoso e ilustrativo para nosotros: “¡Te alabo, Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla!”(v. 25). Deja claro el Señor que la experiencia de Dios no pasa por más conocimiento y sabiduría sino por esa capacidad de saber captar el paso de Dios en la historia, y la disponibilidad para aceptar su llamada. No significa aceptar que la ignorancia sea una virtud ni que no sea necesario acceder a la sabiduría. Jesús declara que una sabiduría puramente humana no lleva a la apertura al Reino. Es necesario abrirse al espíritu de pobreza e indigencia humana para captar el paso de Dios por nuestra  vida.

                Un momento muy significativo y en continuidad con la transfiguración, es el que sigue: es la revelación del gozo exultante de Dios como Padre que vive Jesús como experiencia de Dios, experiencia de filiación y predilección como su misión que le ha encomendado. El texto pertenece a los momentos culminantes de la revelación en los evangelios: “Todo me lo ha encomendado mi Padre: nadie conoce al Hijo, sino el Padre; nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquél a quien el Hijo decida revelárselo” (v. 27). Percibimos la luz que irradia el Señor desde su sentimiento filial con su Padre y la misión que ha recibido de llevar a los hombres a esa misma revelación: Dios es el Padre que en Jesús se nos revela como amor misericordioso.

                Una extraordinaria invitación abre un segundo momento (vv. 28-30) en que Jesús se dirige a los discípulos. Invita a todos diciendo: “Vengan a mí, los que están cansados y agobiados, y yo los aliviaré” (v. 28). No es una frase para el bronce o un slogan de promoción. Retrata la experiencia de Jesús, su experiencia misionera. Recorría Galilea anunciando el Reino de Dios y sanaba los males más diversos, sentía compasión de la muchedumbre porque estaba extenuada y abandonada como ovejas sin pastor. Es la mirada compasiva y misericordiosa que presta atención al pobre y sufriente de la sociedad de su tiempo y de todos los tiempos. Hoy  esta experiencia continúa muy presente y la Iglesia que, siguiendo el ejemplo de su Maestro, no puede ser sino compasiva y misericordiosa ante los signos variados y múltiples de la fragilidad humana. Esta invitación de Jesús ha impactado el corazón de muchos cristianos y como Jesús, nuestro Redentor, vieron en los pobres cautivos, maltratados, abandonados, atropellados, etc. el rostro de Cristo que continúa sufriendo en ellos. San Pedro Nolasco, Santa María Micaela, San Alberto Hurtado, San Juan de Mata,  San Alberto Hurtado y tantos otros, no pasaron de largo frente a los heridos de los caminos sino que como Jesús hicieron suya su causa, su dolor, su sufrimiento. Se convirtieron en redentores como el Redentor Jesús. Hoy estos “cansados y agobiados” están en todas las clases sociales y nuestra respuesta seguirá siendo la de nuestros santos fundadores.

                Si Jesús promete a todos descanso, también propone una condición: “Carguen con mi yugo y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su vida” (v. 29). ¿Qué es el yugo de Cristo? Es la ley del amor, es su mandamiento que ha dejado a sus discípulos. El verdadero remedio para los males de la humanidad es una regla de vida basada en el amor fraterno, que brota del manantial del amor de Dios. Supone abandonar la arrogancia, la búsqueda del poder y tantas otras formas de cautiverio que atentan contra la persona humana y su dignidad. Arriesgarse a vivir en la verdad y poner más “mansedumbre” o tolerancia evangélica es el camino redentor auténtico.

                Que Jesucristo Redentor, Maestro y Modelo de un mundo nuevo, nos sostenga en nuestra misión redentora para un mundo prisionero de sus bajos instintos posesivos y destructores.

                 

                Un saludo fraterno y que Nuestra Madre de la Merced nos proteja siempre.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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