2° DOMINGO DE CUARESMA (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

2° DOMINGO DE CUARESMA (A)

Domingo 08 de Marzo, 2020

 
El monte aparece como espacio de liberación del peso de la vida cotidiana, normalmente agobiante. El monte es lugar de reforzamiento, de aire puro, de contemplación desde otra perspectiva, de altura y profundidad, de la creación misma y de nuestra vida. Es, sobre todo, el lugar de la revelación de Dios.

¡Señor Jesús! Muéstranos tu rostro resplandeciente

                ¡Llegó el temido mes de marzo! Es una lástima que uno de los meses más vitales de nuestro calendario sea tan desafortunado, hasta el punto de hacerlo centro de los peores pronósticos que la mente humana construye con una pasmosa facilidad. ¡Ojalá tuviéramos  la misma creatividad para el bien y la esperanza, la alegría y el optimismo! Gastamos mucho tiempo en construir leyendas desalentadoras, pronósticos aterradores, eventos espeluznantes hasta convertirnos en “profetas de desgracias”. Hay  que llamar la atención creando el máximo de terror e incertidumbre. Esto es un signo de cómo nos afecta este “estallido social” o “acto terrorista” o “manifestación pacífica”. Es que ni siquiera estamos de acuerdo en qué hemos vivido el pasado 18 de octubre, qué nombre lo identifica. En este sentido es muy bueno el aporte clarificador del Sr. Carlos Peña cuando nos invita a definir exactamente qué es lo que nos ha pasado, cuáles son los temas sociales que están involucrados, cuáles serían sus causas profundas. Tengo la impresión que la inmensa mayoría se ha quedado en los hechos de violencia sin entrar en una mayor reflexión sobre lo que está en el fondo de los mismos. Nos es indispensable que dejemos el espacio a la  Palabra de Dios para que nos conduzca a  la luz verdadera. Hemos sido introducidos desde el primer día de este marzo multifacético en un espacio de fe y de esperanza como es la Cuaresma. Posiblemente tendamos a acentuar sólo el drama del pecado y olvidemos al verdadero centro de este tiempo litúrgico que no es otro que Dios, Padre de misericordia. No hay alegría más grande que acoger el ansiado perdón de nuestros pecados por parte de Dios mismo en el sanador sacramento del perdón. La Cuaresma  nos invita a hacer penitencia, a orar con mayor intensidad, a practicar el ayuno y la solidaridad, a perdonar de corazón a quienes nos han ofendido y a pedir perdón a quienes hemos hecho mal pero todo esto apunta al único y maravilloso fin de restablecer en cada uno de nosotros, no por méritos propios  sino por “pura gracia de Dios Padre de misericordia”, la imagen roturada por el pecado para hacer de nosotros una persona nueva, llena de paz y esperanza, de generosidad y entrega, es decir, llena de Dios. No nos quedemos en la periferia de la vida, tantas veces marcada por el pecado, sino que dejemos que  el resplandor de esa vida íntegra, llena de trasparencia y de sinceridad, de amor y de bondad sin límites, nos abra los ojos y haga descubrir a Jesucristo como  el Hombre Nuevo que vive su pascua por nosotros. Para nosotros, creyentes, marzo es un tiempo de vida, de inicio de las tareas entre las cuales se encuentra la de construir una nueva forma de convivencia nacional, poner las bases para una paz estable cimentada en más justicia y seguir evangelizando sin pausa a través de colegios, universidades, parroquias y comunidades. ¡Bienvenido marzo 2020!

PALABRA DE VIDA

Gén 12, 1-4         Sal de tu tierra y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré

Sal  32, 4-5.18-20.22     Señor, que descienda tu amor sobre nosotros

2Tim 1, 8-10       Él nos salvó y llamó, destinándonos a ser santos

Mt 17, 1-9     Su rostro resplandeció como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz

                Seguimos el camino de la Cuaresma. Los discípulos deben escuchar y seguir a Jesús por el camino de la Pascua. Es el camino del sufrimiento y de la muerte de Jesús que recorre plenamente consciente, preparando a sus discípulos para que también lo afronten con fortaleza. Sin embargo, es el único camino que conduce a la verdadera vida, a la gloria auténtica, a la luz sin ocaso. He aquí la más difícil tarea de la fe: aceptar que la vida verdadera sólo se alcanza muriendo como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto abundante. Es la siempre disyuntiva a que nos enfrenta Jesús cuando afirma que el que salva su vida, la perderá y quien pierda su vida por su causa, vivirá. Paradoja del camino de Jesús y del camino del discípulo. En el suceso de la transfiguración estamos llamados a contemplar nuestra meta última que, sin embargo, no nos ahorrará el abrazar el camino de la cruz en la vida presente.

                La mesa de la Palabra está servida y los comensales son invitados a alimentarse de este suculento banquete que el Señor nos ofrece cada domingo y cada día. Sólo así dejaremos esa vida famélica y rutinaria que llevamos como cristianos asustados y timoratos.

                Del libro del  Génesis 12, 1-4

                Estamos ante el inicio de la historia de la salvación. Con el capítulo 12 del primer libro de la Biblia, llamado Génesis porque trata de los orígenes del mundo y de los orígenes de la historia de la salvación, precisamente con el primer y gran Patriarca hebreo Abrán. El llamado o vocación de Abrán se funda en una elección gratuita de Dios, expresada de modo imperativo, para señalar la autoridad de Dios que llama: “El Señor dijo a Abrán: - Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré” (v. 1). La elección gratuita a favor de Abrán le impone la necesidad de dejar su parentela y su tierra, es decir, desarraigarse o desprenderse. El llamado divino pone en movimiento al elegido de tal modo que, a partir de este llamado, su vida tendrá una nueva orientación. Así queda de manifiesto que hay una obediencia muy poderosa de parte del llamado. No se le pide un desplazamiento puramente geográfico, limitado. A tenor de lo que Dios le promete, el desplazamiento es definitivo. La promesa habla de una bendición perpetua que beneficiará al pueblo y a todas las naciones de la tierra. Y Abrán se puso en camino como el Señor se lo mandó. La “salida” de Abrán se convierte en el acto fundamental de todos los que sean llamados a compartir la promesa. Nos hace bien contemplar el horizonte infinito de nuestra vocación cristiana, la vida eterna, la eterna bienaventuranza. Así el rigor de la conversión a que nos invita la Cuaresma no nos desalentará sino que nos hace mirar la meta hermosa a la que estamos llamados en Cristo. Lo iniciado en Abrán sólo concluye en el Reino de Dios que Jesús nos anuncia y realiza. ¿He comprendido mi vida cristiana en clave de una llamada gratuita,  inmerecida que Dios me ha hecho? ¿Qué he dejado para seguir  mi vocación cristiana? ¿Qué sentido tiene que Jesús te diga  que Él es el Camino? ¿Eres realmente discípulo de Jesús?

                Salmo 32, 4-5.18-20.22 es un himno de alabanza que resalta el poder de Dios, que se manifiesta en la creación, en la historia y en la vida cotidiana. Es bueno que el Señor nos recuerde lo que tantas veces tendemos a olvidar: Dios nos cuida con su providencia admirable, estamos en sus manos y eso es motivo de confianza aún en medio de los peligros que nos acechan. Para tiempos de crisis nos ayuda a salir de nuestro encierro y nos devuelve la confianza.

                De la segunda carta de san Pablo a Timoteo 1, 8-10      

                Este es un urgente llamado que hace Pablo a su discípulo y obispo de Éfeso. El breve texto tiene la forma de una acuciante llamada como si fuera la última desde la cárcel en que se encuentra el Apóstol. Le invita a permanecer fiel y a compartir: “Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios” (v.8) Esta fidelidad no se funda en las propias obras humanas sino en la iniciativa y gracia de Dios al llamarnos en Cristo “desde toda la eternidad”(v.9). El versículo 10 es una síntesis del kerigma o predicación primitiva del cristianismo cuando dice: “Y que se manifiesta ahora por la aparición de nuestro salvador Cristo Jesús, quien ha destruido la muerte e iluminado la vida inmortal por medio de la Buena Noticia”. La aparición de Cristo Jesús, nuestro salvador, se refiere al misterio de su encarnación, es decir, se hizo hombre en el seno virginal de María por obra del Espíritu Santo y de este modo se hizo presente en medio de la historia humana, en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Ha destruido la muerte, consecuencia trágica del pecado, mediante su propia pasión y muerte en la cruz y su gloriosa resurrección, entendida como luz de la vida inmortal. Atendamos a esta necesaria invitación que el Apóstol nos hace a nosotros para que “no tiremos la toalla” sino que, armados de la coraza de la fe, podamos luchar, sin avergonzarnos del testimonio de Dios, permaneciendo fieles en el camino de la cruz sin perder de vista el triunfo de la luz definitiva. ¿Me anima la fortaleza de Dios y permanezco fiel a Jesús? ¿Es posible una vida cristiana sin cruz? ¿Es posible vida con cruz pero sin resurrección?

                Del evangelio según san Mateo 17, 1-9

                El relato de San Mateo se inicia con una indicación temporal interesante: “Seis días después…” (v. 1). Con esta expresión cronológica conecta el relato de la transfiguración con la confesión de fe de Pedro (Mt 16, 13 -20), con el primer anuncio de la pasión y resurrección (Mt 16, 21 – 23) y con las condiciones que debe asumir el que quiera ser discípulo suyo, es decir, seguirle por el camino de la cruz(Mt 16, 24-28). En ambos casos, en la confesión de fe de Pedro y en la transfiguración, se trata de la divinidad de Jesús, el Hijo y también, en ambos casos, el tema está relacionado con la pasión. De esta manera la divinidad de Jesús va unida a la cruz y sólo en esta interrelación reconocemos a Jesús correctamente.

                Jesús elige a tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan y los llevó a un monte alto a solas con Él. Estos mismos tres están en la Huerto de los Olivos mientras Jesús vive la extrema experiencia de la angustia, lo que contrasta con la escena de la transfiguración. Volvemos a encontrarnos con la profunda relación de ambas: cruz y gloria. Ambas experiencias acontecen en un monte, lugar de encuentro y revelación. No olvidemos la importancia de los montes en el Antiguo Testamento tales como el Sinaí, el Horeb, el Moria, todos ellos manifestación de sufrimiento y revelación. Es importante descubrir el valor simbólico del monte: no sólo como espacio de subida externa sino también de subida interior. El monte aparece como espacio de liberación del peso de la vida cotidiana, normalmente agobiante. El monte es lugar de reforzamiento, de aire puro, de contemplación desde otra perspectiva, de altura y profundidad, de la creación misma y de nuestra vida. Es, sobre todo, el lugar de la revelación de Dios. La oración misma es la experiencia de subir al monte para intensificar el encuentro con el Señor, encuentro de gracia y consuelo, para volver a mirar las cosas desde la altura de Dios. Este último aspecto ha sido subrayado por San Lucas cuando dice que Jesús subió al monte “para orar”. Y agrega que “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco” (Lc 9, 29).

                En la transfiguración, Jesús resplandece desde su interior, no sólo recibe la luz sino que él mismo es Luz de Luz. Las vestiduras blancas de Jesús nos hablan de nuestra victoria escatológica. En la literatura apocalíptica los vestidos blancos son expresión de la creatura celestial como los ángeles y los elegidos. Pensemos en San Juan, en el libro del Apocalipsis, cuando describe la gloria final de los elegidos “cuyos vestidos han sido lavados en la sangre del Cordero”. Así también nosotros vivimos la transfiguración en nuestro bautismo donde somos sepultados con Cristo en su muerte  y renacemos a la vida nueva que el pecado nos había quitado. Razón tiene Jesús de invitarnos a caminar en la luz y no en las tinieblas del pecado. Así el cristiano, discípulo de Jesús, vive el gran desafío de “revestirse de la luz” del resucitado victorioso que ha vencido las tinieblas mediante su entrega redentora en la cruz.

                La presencia de Moisés y Elías que aparecen conversando con Jesús, lleno de esplendor y de fulgor irradiante, testimonian que Jesús es el cumplimiento de la Ley y los Profetas, el verdadero Mesías que conducirá a la verdadera tierra prometida, el Reino de Dios. La intervención de Pedro no hace más que justificar la relación de la transfiguración con la fiesta de los Tabernáculos mediante la cual se recordaba las maravillas del éxodo que Dios obraba a favor del pueblo, especialmente cuando Dios bajaba a la tienda del encuentro y habitaba con su pueblo. La mención de la Nube se refiere a la gloria de Dios que envuelve a Jesús y a los participantes. Y la voz que se oye, la voz del Padre que declara a Jesús como “mi Hijo muy querido, mi predilecto. Escúchenlo” (v. 5).

                Que esta Palabra de Dios nos reconforte y anime para seguir siendo testigos de Jesús abrazando su misterio de cruz y resurrección del que ya estamos participando por nuestro bautismo.

                Un saludo cordial y hasta pronto.                             

       Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M. 

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