DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR (A)

Sábado 11 de Abril, 2020

 
La Pascua es en proceso de aprender a morir con Cristo, es decir, abandonar el reino del yo y descubrir el amor y la entrega por el otro, que en este caso concreto es evitar todo aquello que puede conducir al contagio del virus, y en ese abrirse al otro dar el paso a una actitud nueva frente a la vida real, es decir, vivir en, con, por y para Cristo, el Señor de la Vida

¡Resucitó el Señor verdaderamente! Aleluya

Una Pascua especial es la que estamos viviendo en estos días aciagos de una pandemia que no da respiro, a pesar de todos los enormes esfuerzos que hacen personas y organizaciones. Pero no basta. El corona virus no tiene límite ni respeta condición alguna. Todos  estamos con el alma en un hilo, como búho  en el tejado o como quien clama: “Ten piedad de mi Señor, porque estoy angustiado”. Y la angustia va por dentro porque como buenos modernistas, autosuficientes y orgullosos, todopoderosos y engreídos, no podemos resolver el drama a la velocidad que estamos acostumbrados. El sufrimiento no se resuelve al instante. Metidos en esta pandemia a nivel mundial no hay ninguna receta milagrosa. Habrá que convencerse que el drama tiene secuelas terribles como las muertes, los contagiados. Nada de esto es de rápida solución. Hay que dejar que las cosas decanten según los ritmos propios de la naturaleza y no según “el ahora ya” de una cultura efectista y veloz. La mayoría está viviendo esto con una ligereza y liviandad impresionante. Otra nota del hombre moderno. Nada se toma en serio, todo es pasarlo bien e incluso encontrar divertido lo que estamos viviendo. Es la trampa mortal para el ser humano el vivir sin tomarle el peso a las cosas. Muchísima gente cree que la cuarentena es tiempo de vacaciones, de paseo,  de fiesta de viernes con toque de queda y todo. ¿Qué nos está manifestando esta pandemia? Un estilo de vida vacío, sin una distinción básica entre lo que es esencial e importante y lo que es trivial. Una generalizada actitud de “echarse al bolsillo la ley, la norma, el mandato” y hacer lo que “yo deseo, yo quiero, yo tengo derecho”. En este desolador panorama tenemos la osadía inaudita de proclamar a todo pulmón: ¡Cristo, el sufriente y crucificado,  muerto y despreciado, ha resucitado! Él es el Señor. Tenemos que abrazarnos a su camino, a su cruz, a su amor hasta el extremo, para darnos cuenta que Él es nuestra esperanza, nuestra fortaleza, la causa de nuestra alegría. Hoy somos los granos de trigo caídos en la tierra infestada por el corona virus y otras pestilencias. ¿Seremos capaces de morir a  la vieja levadura de la avaricia y resucitar a una vida nueva del compartir, del regalar vida resucitada? Hoy tenemos que aprender que sacrificarse, seguir las indicaciones que la autoridad nos da, colaborar con la ascesis del no contacto directo e inmediato con el otro, cuidar la higiene y acoger el “quedarse en casa” son formas concretas del amor al prójimo y a ti mismo. Así continuamos en el sendero de la cruz de Cristo pero  con espíritu de resucitados con Cristo. Tentaciones no faltan como exponerse imprudentemente bajo el pretexto de servicio y disponibilidad pero el momento que vivimos no da para esas aventuras tremendamente peligrosas, ya que una vez establecido el contagio es muy difícil  detenerlo y pone en riesgo incluso al mismo sistema de salud y a su personal. Es hora de pensar en el otro que está expuesto día a día por causa de nuestra falta de colaboración con esta situación que puede objetivamente convertirse en una inmanejable mortandad. La Pascua es en proceso de aprender a morir con Cristo, es decir, abandonar el reino del yo y descubrir el amor y la entrega por el otro, que en este caso concreto es evitar todo aquello que puede conducir al contagio del virus, y en ese abrirse al otro dar el paso a una actitud nueva frente a la vida real, es decir, vivir en, con, por y para Cristo, el Señor de la Vida. Y esto es lo que aconteció con nuestro bautismo donde fue sepultado nuestro pecado y se nos regaló la primicia de una vida nueva. ¿Crees esto? Respondamos como Marta: “Sí, Señor, creo que tú, eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo” (Jn 11,27). ¡Ánimo y mucha constancia!, el Resucitado hace camino con nosotros.

PALABRA DE VIDA    

Hech 10,34.37-43             Comimos y bebimos con él, después de su resurrección

Sal 117          Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él

Col 3, 1-4             Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo

Jn 20, 1-9            Él también vio y creyó

Hemos vivido una Semana Santa en pandemia. Así y todo la Palabra como una antorcha en medio de la oscuridad nos ha conducido a la Pascua de Jesús, su muerte y resurrección. Esta es la clave de la vida cristiana auténtica. Lo verdaderamente decisivo es que Jesús de Nazaret, el crucificado, vive por toda la eternidad. Y nuestra fiesta de Pascua afirma y celebra que Cristo no está entre los muertos sino que vive. No somos seguidores de un difunto venerable; somos testigos de Aquel que rompió para siempre el círculo de la muerte resucitando al tercer día, tal como lo había anunciado a los suyos. De ahí que nuestro Evangelio no es primero un código de moral o un conjunto de consignas sabias de un gran maestro, es un anuncio o kerigma, una Buena Noticia para el hombre de este y de todos los tiempos. Escuchemos la Palabra de Dios en esta perspectiva y tendremos sobrados motivos para anunciar a otros al Resucitado. ¡No busquen entre los muertos al que está vivo!

Del Libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 34.37-42

Por el prólogo del Libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que su autor, el médico Lucas, remite a su primer Libro escrito por el mismo, en  el cual narra lo que  hizo y enseñó Jesús desde el comienzo hasta su Ascensión al cielo. Se refiere al tercer evangelio, el de san Lucas. Y en el Libro de los Hechos de los Apóstoles relata cómo desde Jerusalén se inicia la acción evangelizadora de la Iglesia hasta los confines del mundo. Y el actor principal de la historia de la Iglesia es el Espíritu Santo. La obra literaria de Lucas se remonta al año 80 de la era cristiana.                          La primera lectura de hoy está tomada del Libro de los Hechos de los Apóstoles y  nos remite al encuentro de Pedro y Cornelio. Este capitán de la cohorte itálica, hombre piadoso, que veneraba a Dios con toda su familia, está abierto al Evangelio y no se resiste. Se trata de un pagano muy bien dispuesto a acoger el mensaje cristiano; en cambio Pedro duda y se resiste a abrirles la puerta a los paganos. Dios interviene y Cornelio y Pedro serán protagonistas de un cambio radical en la iglesia naciente. El versículo 34 del capítulo 10 nos sitúa ya con Pedro dentro de la casa de Cornelio. Su palabra es increíble: “Verdaderamente reconozco que Dios no hace diferencia entre las personas”. Pedro está dando un paso decisivo en la comprensión del Evangelio y en la real dimensión de la persona de Jesús, muerto y resucitado. Se trata de abrirse a la universalidad de la salvación superando la estrechez del pueblo israelita. El anuncio llega por primera vez a los paganos y esto es obra de Dios que dispone todas las cosas para el bien de los hombres. Se rompen las barreras que se habían construido durante largos siglos entre judíos creyentes y paganos. Esto lleva a pensar que más que la conversión de Cornelio, un pagano abierto a recibir el Evangelio, hay que hablar de la conversión de Pedro y con él de toda la comunidad naciente, hacia el mundo gentil también invitados al Reino. Luego se nos pone en contacto con la primera predicación o kerigma primitivo cuyo centro es la muerte y resurrección de Jesús: “Todos los que creen él, en su nombre reciben el perdón de los pecados” (v.43). La fe cristiana se fundamenta en el testimonio de quienes conocieron al Señor Jesús: “Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y Jerusalén” (v. 39) y también del Resucitado: “…a nosotros, que comimos y bebimos con él después de su resurrección” (v. 41). Somos evangelizadores más  que doctrineros, portadores de Buena Nueva que maestros de doctrina.

El salmo 117, 1-2.16-17.22-23 es un himno procesional de acción de gracias que comienza por la invitación a dar gracias al Señor por el maravilloso don de nuestra redención por la muerte y resurrección de Cristo, manifestación portentosa del supremo amor del Padre con nosotros. Nos recuerda que Cristo, muerto y resucitado “es ahora la piedra angular” la que fue y sigue siendo rechazada por los constructores de la sociedad del consumo, del éxito fácil, del dinero y del poder.

De la  carta de San Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-4  

La segunda lectura, de la Carta de San Pablo a los cristianos de Colosas, nos pone ante el desafío de abrazar la vida nueva con Cristo que el Apóstol describe bellamente. Es un mensaje alentador y extraordinario acerca de las consecuencias del bautismo: “Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre” (v.1). No se trata de una salvación para un futuro lejano; por el contrario, es una realidad que empezamos a vivir ya aquí y ahora, en el diario caminar que nos lanza hacia la meta de su manifestación plena. En cada cristiano se realiza la pascua como ha acontecido en Jesús: “Porque ustedes están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios” (v. 3). En el bautismo fuimos sumergidos, sepultando nuestro hombre viejo con sus pasiones y pecados que nos conducían a la muerte. Pero, al mismo tiempo, hemos resucitado con Cristo para vivir la vida nueva que está escondida con Cristo en Dios. El cristiano no se evade en un espiritualismo vacío ni en quimeras terrenas. Debe tener los pies bien puestos en esta realidad concreta y desde aquí comprometerse a transformar la sociedad desde su testimonio y trabajo por el Reino. Es muy hermosa la vocación y misión de un cristiano como para que se enrede en las cosas terrenas. Celebrar al Resucitado es también renovar nuestro bautismo como fuerza de transformación desde la hondura de nuestras personas. El proceso pascual es el proceso bautismal que cada bautizado está llamado a vivir cada día.

Del evangelio de san Juan 20, 1-9

El evangelio de hoy, nos pone ante la angustia que experimentan María Magdalena y los discípulos al encontrarse con el sepulcro vacío. “Todavía estaba oscuro” dice el inicio del pasaje de hoy como un símbolo del punto de partida de la fe pascual. Al parecer no se trata solo de la oscuridad temporal sino también de aquella experiencia de los discípulos que se han quedado sin su maestro. María es la primera en ser testigo de la resurrección o mejor todavía del Resucitado, ya que nadie vio el modo o manera cómo Jesús resucita. María al encontrar la piedra del sepulcro quitada va corriendo a comunicárselo a dos testigos, Pedro y el discípulo que tanto quería Jesús. Así con dos testigos se podía dar crédito a su testimonio. Ambos van también de prisa y cada uno comprueba lo dicho por María. El discípulo amado llega primero al sepulcro, ve las sábanas vacías pero no entra y cuando entra Pedro, entonces sí ingresa y “vio y creyó”. ¿Qué vio? Que el sepulcro estaba vacío, no estaba el cuerpo de Jesús que había sido enterrado el viernes por la tarde. ¿Qué creyó? Que Jesús había resucitado. Sin embargo, no es un creer pleno sino inicial. Este creer ha surgido de comprobar que el sepulcro está vacío, es decir, de la ausencia de un cadáver y no de una palabra de Jesús:”Todavía no habían entendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos” (v. 9). Estamos ante una fe pascual incipiente; los discípulos tendrán que hacer un camino que los conducirá al encuentro con el Resucitado y con su Palabra. Parece fácil pero no lo es. La verdadera prueba de la resurrección es el encuentro con el Resucitado que es el mismo que ha sido crucificado. Por eso, la escena del evangelio de hoy no concluye con el entusiasmo de ir a anunciar el acontecimiento a los demás sino con la certera indicación: “Los discípulos se volvieron a su casa” (v.10). La misión brota del reconocimiento del Cristo Vivo y no de un sepulcro vacío. Muchos cristianos hacen esto mismo porque no  se han dejado interpelar por el Señor Resucitado. Saben de Jesús a la distancia, de oídas pero no han tenido la experiencia del encuentro personal con el Resucitado. Y podemos recordar la excelente sentencia de Benedicto XVI en Aparecida: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un  nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (DA 243). Y esto significa que “el inicio del cristianismo: un encuentro de fe con la persona de Jesús, requiere, por lo tanto, “reconocer la presencia de Jesucristo y seguirlo. Ésta fue la hermosa experiencia de aquellos primeros discípulos que encontrando a Jesús, quedaron fascinados y llenos de estupor…” (DA, 244).

Como los discípulos de la primera hora cristiana, también nosotros tenemos que abrazar un camino largo, un auténtico proceso discipular que dura toda la vida, para asimilar y hacer nuestro  el camino de Jesús muerto y resucitado. Si la imagen del grano de trigo que cae en tierra y produce fruto abundante muriendo se identifica con la  pascua de Jesús, no será menos con el auténtico discípulo suyo. No podemos quedarnos pegados en la fascinación y entusiasmo iniciales, es fundamental configurar la propia vida con el estilo de vida de Jesús, donde no falta la cruz como camino a la Vida Nueva.

¡Feliz Pascua de Resurrección! Que la renovación de nuestro bautismo nos lance nuevamente al mundo a proclamar que Jesucristo está vivo y que su victoria es nuestra liberación.

 Un saludo fraterno y hasta pronto.                  

      Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.   

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