25° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

25° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Sábado 19 de Septiembre, 2020

 
La parábola de Jesús sigue interpelándonos como lo hizo también cuando el Señor la propuso para presentar la realidad misteriosa del Reino de los Cielos. Su inicio es característico de la enseñanza de Jesús en parábolas: “El reino de los cielos se parece a…” (v.1).

¡Señor! Gracias por invitarme a trabajar en tu viña: que lo haga de buena gana y con mucha alegría.

                En varias ocasiones Jesús utiliza imágenes que hablan del trabajo y en ese ámbito lleva la delantera la imagen de la viña. Bien sabemos  que en la tradición del pueblo israelita tres árboles y sus frutos ocupaban un lugar destacado en la vida social y económica. Se trata de la oliva, la vid y la higuera. Muchas veces se describe la pena que produce cuando el olivo “olvida su aceituna”, cuando los campos no dan cosecha y faltan las ovejas y las vacas en el establo. Aprecia el Señor el trabajo, lo dignifica y le cambia el sentido de maldición que pesa sobre él. Tanto es así que usó el lenguaje de la agricultura, la minería  o la pesca como imágenes sugerentes de lo que él  viene a anunciar y a realizar, el Reino de Dios. Jesús valoró la faena de los pescadores y se sirvió de esa realidad para dar a entender su evangelio. Cuando llama a los pescadores les dice: desde ahora los haré pescadores de hombres. Esto significa que deberán bregar sin descanso, enfrentar las tormentas y las noches sin pescar nada a pesar del esfuerzo. Quienes son llamados a evangelizar a los demás saben que deben enfrentar una dura tarea, porque evangelizar es un trabajo tan noble que nunca se puede dar por terminado. Otra imagen que Jesús usa para instruirnos es la de la viña. Así el Reino de Dios se puede comparar a un señor propietario de una viña que sale  muy temprano a contratar trabajadores para su viña. Se trata de un dinámico empresario que no puede ver gente desocupada todo el día. Da trabajo y no se cansa de salir a distintas horas a buscar a otros jornaleros. Y los encuentra. Ya cerca del término del día encuentra otros: “¿Por qué están aquí todo el día sin hacer nada?” El trabajo dignifica al hombre. El trabajo es indispensable para toda persona. Una de las consecuencias de la pandemia es precisamente la inmensa masa de personas desocupadas pero agravada la situación por el duro golpe asestado al país el 18 de octubre de 2019 con evidentes consecuencias, envuelto en el manto de las demandas sociales que, siendo reales, sin embargo, sirvieron para encubrir la ferocidad y consecuencias de la jornada de terror que vivimos aquel viernes 18 de octubre. Jesús nos recuerda que el trabajo es positivo y bueno, que ayuda a la construcción de la familia, de la sociedad y de la Iglesia. Que el trabajo es fundamental en la evangelización del mundo. No tiene sentido “cruzarse de brazos” frente a los grandes desafíos que tenemos que enfrentar como país, como humanidad. Está bien pedir en la oración pero es igualmente necesario trabajar por lo que pedimos. Si pedimos paz, hay que trabajar por la paz desterrando todo odio o venganza. Si pedimos salud, hay que comprometerse a respetar todas las medidas que el sentido común nos dicta y la autoridad nos manda. Si queremos un país más fraterno y solidario, tenemos que trabajar por desterrar todo lo que nos divide y nos conduce a la violencia o al  individualismo egocéntrico. La propuesta de Jesús de un mundo nuevo y mejor pasa  por nuestra leal acogida y conversión. ¿Acaso esperamos un milagro que no nos cuesta nada? Eso es tentar a Dios. Por eso, acoger el Reino de la justicia y de la paz, de la libertad y del amor es el punto de partida para comprometerse con una acción decidida y constante por ese cambio que abraza la vida entera y todos los aspectos de nuestra persona. El Señor nos pregunta  también a nosotros: “¿Por qué están aquí todo el día sin hacer nada?”. Empecemos por responder con mucha honestidad, sin engañarnos con débiles excusas. ¿Qué tal si decimos la verdad?

PALABRA DE VIDA

Is 55, 6-9                              Mis planes no son sus planes, mi proyecto no es su proyecto

Sal 144, 2-3.8-9.17-18 El Señor está cerca de aquellos que lo invocan

Flp 1, 20c-24.27a              Para mí, la vida es Cristo

Mt 20, 1-16                        Así los últimos serán primeros, y los primeros, últimos

                Apreciados invitados: la mesa está servida, tengan la bondad de venir a compartir su rico y estupendo alimento. Nada menos que la misma Palabra de nuestro Dios y Padre. Hay que comer el alimento para digerirlo y dejar que produzca el fruto de una profunda renovación de nuestra vocación cristiana y nuestra misión evangelizadora. Si no te alimentas con Cristo, Pan bajado del cielo, Palabra eterna del Padre, no puedes dar frutos abundantes y saludables. Te invito a gustar el exquisito manjar que se esconde en los textos bíblicos que la Iglesia, maestra y madre, nos ofrece este Día del Señor. Empecemos bajo el impulso del Espíritu Santo para que abra la mente y el corazón a la Palabra que se nos ofrece hoy.

                Del libro de Isaías 55, 6-9

                Estamos ante el último capítulo del llamado Isaías II que como autor anónimo ejerció su trabajo de profeta en medio de los desterrados de Babilonia, durante el ascenso del rey persa Ciro entre los años 553 al 539 antes de Cristo. Ciro tomó la ciudad de Babilonia en el año 539, se declaró emperador e inauguró una política de tolerancia que culmina con el Edicto de Ciro sobre la repatriación de los judíos en el año 538 a.C. Y para este profeta anónimo el destierro que han vivido los judíos no es un desastre sino un lugar de redención de Israel pues saldrá purificado como un nuevo pueblo que Dios, Señor de la historia, guía hacia un nuevo éxodo. Todo esto lo decimos para comprender la hondura del mensaje que este profeta anónimo pone a nuestra consideración. El texto de Is 55, 6-11 y del cual la liturgia nos presenta los vv. 6-9 se refiere a la Palabra de Dios como una realidad viva y eficaz, capaz de cumplir lo que promete y anuncia. Basta con que reconozcan al Señor, que regresen nuevamente a Él, y volverán a experimentar su piedad y su perdón, porque “él tendrá piedad, vuelvan a nuestro Dios que es rico en perdón” (v.6-7). Para los desterrados y en cautiverio, lejos de su tierra, era difícil vivir esta llamada, pues, pensaban que no había remedio, todo estaba perdido. Dios, sin embargo, nos sorprende, quiebra nuestros esquemas preconcebidos frente a la desgracia. “Mis planes no son sus planes, sus caminos no son mis caminos” (v.8). Aunque nos cuesta aceptarlo, Dios  siempre nos desconcierta. La  distancia siempre será infinita entre Dios y sus criaturas, aunque cueste aceptarlo, así es. Con frecuencia nos “fabricamos imágenes de Dios” que no son Dios. Tenemos la tendencia de “hacer a Dios a nuestra imagen y semejanza”, “un Dios máquina productora de milagros”. No anules la inmensa distancia entre Dios y tu persona. Deja que Dios sea Dios y tú acepta que eres su criatura. Tendrá que llegar Jesucristo para mostrarnos el  rostro de Dios pero sin eliminar el infranqueable abismo de su misterio eterno. ¿Qué imágenes me he hecho de Dios? ¿Responden a mis deseos, carencias, expectativas? ¿Creo que Dios es como un vecino? ¿Qué te dice la palabra misterio de Dios?

                Salmo 144, 2-3.8-9.17-18 es un himno de alabanza a Dios cuyo centro absoluto es el Señor, que se da a conocer a través de sus obras, como también como un Rey grande y poderoso pero bondadoso y compasivo, de gran misericordia, que es bueno con todos y tiene compasión de todas sus creaturas. Nos hace bien meditar este precioso salmo cuando estamos tan acostumbrados a agobiar a Dios con petitorios interminables. Alabar y bendecir es uno de los grandes objetivos del Pueblo de Dios, reconocer las maravillas que Dios hace a pesar de nuestra infidelidad e indiferencia. Que la pandemia no nos arrebate la alabanza y gratitud hacia Dios, nuestro Padre, que nunca nos abandona.

                De la carta de san Pablo a los Filipenses 1, 20b – 26

                El texto de la segunda lectura está tomado de esta preciosa carta de San Pablo. El texto de esta segunda lectura de hoy está tomado del capítulo primero dentro de la unidad textual que abarca los vv. 12-30. En esta unidad, san Pablo se refiere extensamente al tema de su prisión por Cristo. La mayoría de los estudiosos de Pablo piensan que se refiere a una experiencia de prisionero en Éfeso, de la cual no se tienen mayores datos como la de Jerusalén y la de Roma. Lo cierto es que san Pablo sabe mucho de cárceles y padecimientos por Cristo y el Evangelio. Interesante es destacar que el ejemplo de Pablo, que aún estando encarcelado, se las arregla para seguir predicando el evangelio, con la complicidad de las mismas autoridades que se lo permiten y toleran. Este ejemplo alienta a la comunidad cristiana en su tarea de anunciar el evangelio. El optimismo y coraje de Pablo no se lo atribuye a su persona sino a Cristo.”Estoy completamente seguro que ahora como siempre, viva o muera, Cristo será engrandecido en mi persona” (v.20b). Y luego una de esas sentencias extraordinarias que por ser breve queda rápidamente gravada en la memoria del oyente: “Porque para mí la vida es Cristo y morir  una ganancia” (v.21). Se nos manifiesta la férrea personalidad de Pablo cuando siente en su interior un tironeo entre su deseo “que es morir para estar con Cristo, y eso es mucho mejor” (v.23) o seguir con su vida corporal que “para ustedes es más necesario que siga viviendo” (v.24). La pasión por estar ya unido a Cristo para siempre y por toda la eternidad se confronta con la otra pasión por el evangelio y por la comunidad de los creyentes a quienes les hace bien seguir recibiendo el testimonio de Pablo. Finalmente es mejor esta última opción. La pasión por la evangelización y por Cristo son fuerzas que amasan la vida del verdadero apóstol. El extraordinario ejemplo de san Pablo como el más grande de los evangelizadores de todos los tiempos, nos debe servir de aliciente para que también nosotros, como los cristianos de Filipos, nos animemos a anunciar a Jesucristo sin miedo. Esa pasión por Cristo y por las personas nos hace falta muchas veces en nuestra experiencia de cristianos. ¿Estoy en un tira y afloja entre  mi fe y mi vida concreta? ¿Qué situaciones tironean mi espíritu desde mi condición de cristiano? 

                Del evangelio de san Mateo 20, 1-16

                La parábola de Jesús sigue interpelándonos como lo hizo también cuando el Señor la propuso para  presentar la realidad misteriosa del Reino de los Cielos. Su inicio es característico de la enseñanza de Jesús en parábolas: “El reino de los cielos se parece a…” (v.1). Es el objeto de esta parábola y se lo descubre a lo largo del relato. La historia era perfectamente conocida por los oyentes de ayer y también por los de hoy, pues también hoy existen obreros o jornaleros que ofrecen su servicio por un jornal por el día. Son los “temporeros” o “migrantes”. Un denario era la paga normal por un día de trabajo y era suficiente para el sustento de una familia para el día. Jesús conoce muy bien la cultura de su pueblo.

                ¿Qué aspectos nos llaman la atención de esta parábola?

                Llama la atención que el propietario de la viña salga a buscar trabajadores en la última hora de la jornada, aunque podemos pensar que siempre puede necesitar operarios dada la envergadura de la viña. Normalmente la contrata es por la mañana. Por otra parte, es a los únicos que se les formula una pregunta acerca de por qué están todo el día sin hacer nada. Y la respuesta da a entender que se trata de operarios débiles, que nadie contrata, pues es evidente que siempre se contrata a los más capaces y fuertes. Posiblemente estos trabajadores de la última hora representan a las personas que no tienen nada que esperar, los débiles, los despreciados, los pequeños en el lenguaje de Jesús.

                Otro aspecto que llama la atención es el tema de la  paga. Se comienza por los últimos llegados a la viña, los contratados a la última hora. Todo parecía indicar que comenzaría la paga por los que llegaron a la primera hora de la jornada a la viña. Igualmente hay que destacar que  a todos se les paga un denario, sin importar la hora en que han sido contratados. Este proceder abriga la (falsa) esperanza que los que llegaron a primera hora de la mañana van a recibir más, cosa que no acontece. Lo cierto es que éstos reprochan el proceder del propietario de la viña porque supuestamente  habían trabajado “más” y soportado “más” que los últimos en entrar a la viña. La respuesta es clara: fue un denario el que se había convenido al ser contratados. Y lo más importante, el dueño de la viña puede ser generoso y hacer con su dinero lo que mejor le plazca.

                La  parábola concluye con la misma sentencia del relato anterior: “Así los últimos son los primeros y los primeros serán los últimos” (v. 16). En cambio la conclusión de Mt 19 dice así:”Muchos de los primeros serán los últimos y muchos de los últimos serán los primeros” (v.30) Así esta parábola de los jornaleros de la viña completa la enseñanza anterior relacionada con la recompensa de los que dejaron todo para seguir a Jesús. Mientras el joven rico está apegado a sus riquezas (Mt 19,22: “Al oírlo, el joven se fue triste, porque era muy rico”) y no acoge la invitación de Jesús, Dios se muestra generoso con  sus dones y siempre da más de la cuenta como queda representado en la parábola de los jornaleros de la viña. El propietario de la viña representa la actitud de Dios. Su misericordia de Dios no se opone a la justicia humana pero la sobrepasa totalmente en el amor. Dios no es  injusto al ser generoso. Él da de sus bienes a quien quiere.

                La parábola deja al descubierto el estrecho límite humano, como la justicia humana.  Y resalta nítidamente la generosidad desbordante de Dios que “levanta del polvo al desvalido y alza de  la basura al pobre”. De este modo Jesús deja al descubierto el estrecho legalismo religioso y social de quienes hacían alarde de cumplir la ley y agradar a Dios con su cumplimiento aunque fuese puramente externo. Ante Dios no hay méritos que justifiquen la vida nueva y la salvación. Todos, absolutamente todos, somos necesitados de perdón, de amor para ser salvados. Por otra parte, Dios no nos regalará la vida eterna por trayectoria, por méritos, por hoja de vida impecable. Todo, absolutamente todo, es gracia, gratuidad, y no premio ganado o merecido. La parábola no nos deja indiferentes ante un mundo tan centrado en el logro personal, el éxito a como dé lugar. Todo se gana, se obtiene por el propio esfuerzo, todo queda bajo la exclusiva mirada egocéntrica de un hombre autosuficiente. Así no hay lugar para los otros, la que son nadie, los últimos de la escala del éxito.

                Finalmente,  no es extraño que el asunto se repita en la Iglesia, en sus comunidades. No faltan personas católicas que constantemente dejan caer el peso de su larga trayectoria, sobre todo cuando llega una persona nueva a la comunidad o grupo. “Llevo 35 años haciendo catequesis y nadie me va a enseñar ahora, menos esa que viene llegando”. Nos negamos a dejar de ser los primeros y ponernos en el lugar de los últimos. Es probable que en las comunidades cristianas del siglo primero de nuestra era cristiana, los judíos convertidos al cristianismo miraran con recelo a los paganos que se fueron integrando a las comunidades cristianas. El encuentro de Jesús con el joven rico y la parábola de los jornaleros de la viña nos ubican perfectamente en qué sentido debemos comprender ambas enseñanzas de Jesús, es decir, en el horizonte del seguimiento de Jesús. Para ser discípulo suyo hay que efectuar un cambio en ciento ochenta grados, un cambio de mirada, es decir, darle a la vida una nueva orientación. Para ser primero hay que hacerse último. El más importante en la nueva comunidad discipular de Jesús es  el que sirve a los demás, es el último. ¿Habremos comprendido este cambio radical que implica hacerse cristiano? El modelo de esta exigencia o condición fundamental es el mismo Jesús que “no vino a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10,45).

                Que tenga  un buen domingo y no olviden que el próximo jueves 24 de septiembre celebramos a Nuestra Madre de la Merced, Fundadora y Patrona de la Familia Mercedaria.

                Que el Señor los bendiga.                                                        

  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M. 

                 

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