26° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

26° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Sábado 26 de Septiembre, 2020

 
El evangelio de san Mateo nos ofrece la parábola de los dos hijos, que introduce con una pregunta: “¿Qué les parece? (v.28) y la cierra con otra pregunta: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”(v. 31).

¡Señor! Tu pregunta ¿cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? me interpela y me doy cuenta que no siempre cumplo tu voluntad

                ¿Qué significa “hacer la voluntad de Dios” en medio de una cultura tan autorreferente y autosuficiente? Porque hoy el evangelio nos pone ante la necesidad de revisarnos honestamente ante el espejo de la Palabra de Dios. Y, nos guste o no, la Palabra está siempre delante de nosotros afectando nuestra conciencia, invitándonos a mirarnos en nuestra propia experiencia diaria. Porque la Palabra quiere producir en nosotros un cambio verdadero y profundo y no sólo una enseñanza o unas ideas más para nuestro haber. Pero no habrá cambio auténtico si no acogemos en primer lugar el llamado o mensaje que el Señor nos dirige sin cesar. Y la Palabra es cortante como una espada de doble filo, nunca deja indiferente por más que hagamos el intento de aparentar que no nos llega. Cada domingo, día del Señor, la Palabra nos vuelve siempre al mismo centro de atención: lo que Dios quiere que hagamos y no olvidemos. Jesús, en el evangelio de este domingo, nos plantea la pregunta sobre los dos hijos y en relación con el mandato que su papá les hace. ¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre? La pregunta nos obliga a pronunciarnos porque también hoy somos parte de ese auditorio oyente que tuvo el Señor en su tiempo en Palestina. Los oyentes del siglo primero de nuestra era cristiana respondieron: “El primero”. Y, ¿cuál fue la actitud y respuesta que asumió el primer hijo frente a la orden expresa y clara del papá que le dijo: “Hijo, quiero que hoy vayas a trabajar a mi viña”. La respuesta fue tajante y certera: “No quiero”. Así de preciso y determinante. Si sólo hubiese sido esta su respuesta es evidente que de ninguno modo hubiera cumplido la voluntad de su papá. Pero no. Recapacitó, volvió a revisar su tajante y seco “No quiero”. Y fruto de este “volver a pensarlo”, fruto de ese ejercicio de reflexión personal y de asumir la equivocada respuesta, echó pie atrás. El relato evangélico dice escuetamente: “Pero después se arrepintió y fue”. Arrepentirse pero ¿por qué? Porque no fue la forma de responder a su papá con un “No quiero”, frío y displicente donde ignora la relación cercana y paternal que envuelve la relación padre – hijo. Es la misma frialdad del hijo menor de la parábola del hijo pródigo en San Lucas, que le dijo al papá: “Dame la parte de la herencia que me corresponde”. Y así nos acontece en nuestra relación con Dios, nuestro Padre. A veces  nuestro trato es amoroso, cercano y acogedor; otras, frío y distante, desconcertante. Y como fruto de la torpeza inicial “No quiero”, del recapacitar o volver a pensar lo que le dije y cómo se lo dije, surge el arrepentimiento sincero y luego se pone a hacer la voluntad de su papá, es decir, “va a trabajar a la viña”. “Hacer la voluntad de Dios” supone que nos sentimos y somos realmente “hijos amados del Padre”, que estamos atentos a lo que el Padre quiere que yo haga, que estoy reflexiva y anímicamente dispuesto a realizar lo que manda. Por eso es bueno rezar todos los días: “No nos dejes caer en la tentación y líbranos del maligno”. ¿Qué tentación? La de pedir: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo” pero llenarnos la jornada, la semana, los meses, los años, la vida de “No quiero”. ¿No sería mejor empezar por revisar nuestra respuesta y tratar de hacer el camino del primer hijo del evangelio de hoy. Del segundo hijo, ni hablar. El mundo está lleno de “sí, voy” pero nunca pasa nada. ¿A cuál de esto hijos se parece usted?                 

PALABRA DE VIDA

Ez 18, 25-28        Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá 

Sal 24, 4-5.6-7.8-9     Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna

Flp 2, 1-11           Se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz

Mt 21, 28-32      Les aseguro que los recaudadores de impuestos  y las prostitutas entrarán antes que ustedes en el Reino de Dios

                Está el banquete preparado y la mesa de la Palabra ya servida. Vengan a comer porque no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Y siempre nos llama a alimentarnos para no desfallecer en el camino que, como se le dijo a Elías, “levántate y come porque el camino es muy largo”. Y con la fuerza de ese alimento, ofrecido por Dios al profeta, tiene la fuerza para llegar al monte Horeb, lugar del encuentro con Dios. Y un cristiano no tiene energía espiritual si no se alimenta de la oración, de la Palabra, del testimonio, de la misión evangelizadora. Mirémonos pues en el espejo sublime de la Palabra de Dios de este domingo.

                Del libro del profeta Ezequiel 18, 25-28

                El Profeta Ezequiel es la palabra de entrada a la mesa de la Palabra de este día del Señor. Ya hemos dicho, a propósito de este profeta, que uno de los aspectos centrales de su mensaje es el tema de la responsabilidad personal que, desde una concepción de la responsabilidad colectiva, en el sentido que todo el pueblo era responsable de las culpas, pasa a una concepción individual: cada uno  es responsable de sus actos. Esto constituye un paso muy significativo en la historia de la salvación. El profeta distingue entre “justo” y “malvado” y la vida o la muerte ya no dependen de un designio grupal del que uno no puede librarse, sino de las decisiones que en libertad cada persona toma. Este avance en el proceso de preparación que Dios dirige pacientemente con Israel tiene una consecuencia que para los contemporáneos de Ezequiel es todo un cuestionamiento acerca del proceder de Dios, que consideran no justo. “¿Es injusto mi proceder? ¿No es el proceder de ustedes el que es injusto? (v. 25). La justicia de Dios es perfecta, la humana es relativa. Bajo el principio de la responsabilidad individual, tanto en la justicia como en la maldad, ya nadie tiene asegurado su destino final. Sólo el compromiso permanente con el bien lleva al justo a la meta última, la vida. Puede el justo volverse al mal y, si no se convierte, morirá; pero también el malvado, si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, “ciertamente vivirá y no morirá” (v.28). Nuestra vida presente adquiere una gravedad absoluta: o la vida o la muerte. Las obras marcarán la diferencia. “Yo juzgaré a cada uno según su proceder” (v. 30). ¿Qué cabe hacer en esta vida presente? Recapacitar como el hijo pródigo de la parábola, es decir, pensar, discernir, vivir con inteligencia activa; arrepentirse del mal camino y convertirse a Dios abandonando los delitos. Entonces hay que vivir y poner en práctica los  mandamientos del Señor como signo concreto del verdadero amor a Él. Tarea no nos faltará hasta cuando enfrentemos nuestra pascua última en este mundo cuando Dios así lo tiene previsto en sus misteriosos designios. ¿Qué nos sugiere el anuncio de la responsabilidad personal? ¿Qué significa que el malvado si se arrepiente obtendrá la vida  y vivirá? ¿Cuál es nuestra tarea vital entonces?

                Salmo 24, 4-9 es una súplica para conocer los caminos de Dios. En ella el orante manifiesta su confianza en la misericordia de Dios: Acuérdate, Señor, de tu compasión y de tu amor porque son eternos (v.6). ¿Quién no ha pasado por una situación parecida a la que vive este orante? Mírame, Señor, y ten piedad de mí, porque estoy solo y afligido (v.16). La confianza en Dios está fundada en la experiencia porque el Señor es bondadoso y recto: por eso muestra el camino a  los extraviados; él guía a los humildes para que actúen rectamente y enseña su camino a los pobres(vv. 8-9). Siempre Dios está pronto a abrir  el camino al  pecador “para que se convierta y viva”, aunque éste siga creyendo que Dios no lo sabe ni se entera. Así piensa el malvado. Pero la misericordia divina es inagotable y nos sigue buscando y nos espera.

                De la carta de san Pablo a los Filipenses 2, 1-11

                La Carta de San Pablo a los Filipenses es una carta amable en la que se muestra que esta comunidad permanece en el corazón del Apóstol como un tesoro. Si hay una nota distintiva de esta carta es la alegría que, como nos ha recordado repetidas veces el Papa Francisco, es la característica del cristiano. La relación entre evangelizador y evangelizados es cordial y afectuosa. La razón de esto es la vida nueva de Cristo Jesús que comparten todos. Se trata del compromiso ético que suscita la fe en Cristo. Desde aquí se comprende la belleza y dignidad de las normas morales, cuyo centro es la caridad y la humildad a las  que Pablo les exhorta vivamente y que ellos ya van abrazando. El texto clave está en este llamado: “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (v. 5). ¿Qué es primero en el orden de la caridad? Sin lugar a dudas la humildad, resultado y condición de una caridad auténtica y duradera. Si el egoísmo es lo contrario al amor, el orgullo (falta de humildad) es su enemigo mortal. Si crecemos en el amor auténtico nos haremos más humildes y serviciales. Luego San Pablo ha insertado un antiguo himno litúrgico de la comunidad cristiana primitiva, con el fin de exhortar  a la fraternidad y nada mejor que recordarles el sublime ejemplo de Cristo, en su misterio de humillación o kénosis y su glorificación o resurrección. Y estos dos aspectos representan la cristología más antigua de la Iglesia. La vida y ejemplo de Cristo son vistos en términos de descenso/ ascenso: Cristo, de condición divina, preexistente junto al Padre, se encarna y toma la condición humana como un hombre cualquiera, lo que se expresa en una fórmula vigorosa y audaz: Cristo “se vació de sí mismo”(v.7), para señalar el paso de su preexistencia divina a la condición humana sin diferenciarse de ningún otro hombre: “y tomó la condición de esclavo”, aspecto central de la vida y misión de Jesús, en su pobre condición humana, es la obediencia: “Se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz”(v. 7).  Toda la vida de Cristo queda definida por esa obediencia al Padre hasta el extremo de la cruz. Y la obediencia será el rasgo del verdadero discípulo que escucha la Palabra y la pone en práctica. Luego de perfilar los rasgos de la kénosis (= humillación) de Jesús, el canto pasa al perfil de la exaltación por la acción soberana del Padre, es decir, la resurrección – glorificación de su Hijo. Dice el texto: “Por eso Dios lo exaltó y le concedió un nombre superior a todo nombre” (v. 9). Jesús es “el Señor” ( Kyrios) de todo lo creado. En Él se resume toda la historia de la redención humana efectuada por el Padre a través de su Hijo. Es bueno volver a meditar este precioso texto cristológico tan significativo para iluminar y animar la vida de todo cristiano. Seguir el ejemplo de Jesús es la fuerza de la identificación con el misterio de nuestro modelo y maestro. Nadie como Él nos mostró la fuerza del amor por el hombre caído para levantarlo y hacerlo digno de su misma resurrección. ¿De qué manera me identifico con Jesús? ¿Cómo puedo vivir su abajamiento, su kénosis en la vida diaria?

                Del evangelio según san Mateo 21, 28-32

                El evangelio de san Mateo nos ofrece la parábola de los dos hijos, que introduce con una pregunta: “¿Qué les parece? (v.28) y la cierra con otra pregunta: “¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?”(v. 31). Esta es la primera parábola de tres dedicadas a ilustrar el rechazo de Israel hacia la persona y la oferta del Reino que Jesús proclama. Las otras dos son la de los viñadores asesinos (Mt 21,33-46) y de los invitados a la boda (Mt 22, 1-14).

                Esta parábola de los dos hijos sólo aparece en Mateo. Jesús expone la parábola, luego provoca el juicio de sus interlocutores (sacerdotes, ancianos del templo y fariseos) y finalmente, al dar la explicación, lo vuelve contra ellos. El juicio de sus interlocutores es que lo importante no es la obediencia aparente como la del segundo hijo: “ya voy, señor; pero no fue” (v.30), sino la de quien cumplió la voluntad del padre, es decir el primer hijo: “No quiero; pero luego se arrepintió y fue” (v. 29). Socialmente hablando el segundo hijo se comportó muy bien porque en apariencia obedece al padre; en cambio el primero, manifiesta en primer término el rechazo al mandato del padre. Sin embargo, a pesar de esto, cumple la voluntad del padre.

                ¿A quién se parecen los interlocutores de Jesús? El juicio de Jesús es directo. Sacerdotes, ancianos del templo y fariseos han dicho sí a la Ley de Moisés pero su actitud es como la del hijo que dijo sí pero no fue a trabajar a la viña del padre. Desde el punto de vista social y religioso oficial aparecen como irreprochables cumpliendo la ley de Moisés pero de hecho no cumplen la voluntad de Dios. De este modo no se han convertido como se los pedía Juan Bautista: “Porque vino Juan, enseñando el camino de la justicia, y no le creyeron” (v. 32). Sin embargo, los recaudadores de impuestos y las prostitutas, que inicialmente dijeron no a Dios, negándose a vivir según los mandamientos, son los que han acogido esta última invitación y los que de hecho han cumplido la voluntad del Padre. Aunque nos parezca increíble, la realidad del Reino de Dios es acogida por los que precisamente la casta religiosa de Israel consideraba como los más alejados de Dios. Jesús declara que ha venido por los que están enfermos, los pecadores, los que estaban lejos. Pero los que estaban social y religiosamente más cerca se quedan fuera. Los últimos son los primeros y los primeros son los últimos. Es la paradoja del evangelio.

                Así, con esta parábola, Jesús está respondiendo a la acusación de acoger a  los pecadores y comer con ellos. La respuesta de Jesús es una llamada a mirar desde otra perspectiva: lo que realmente importa no son las apariencias externas sino la actitud interior. El que ama a Dios no es el que observa unos ritos y comportamientos externos, sociales, sino el que cumple de corazón la voluntad de Dios. También la comunidad cristiana de Mateo recibe una explicación de por qué las autoridades judías rechazaron a Jesús y cómo los paganos han acogido el Evangelio. Y así como esta parábola actualiza la Palabra de Dios en la comunidad de Mateo, hoy nosotros también estamos llamados a revisar nuestro comportamiento. No sea que seamos cristianos de doble estándar  o de doble chapa: instalados cómodamente en la fe de costumbre pero viviendo de una manera que nada tiene que ver con el evangelio de Jesús. Preguntémonos todos: ¿Qué significa verdaderamente Dios en mi diario vivir? ¿Tiene la fe cristiana que recibí en el bautismo alguna implicancia en mi trabajo, en mis relaciones afectivas -sexuales, en mi manera de hacer y entender la familia, en mi forma de relacionar y compartir con el vecindario? ¿Estoy haciendo un sincero seguimiento de Cristo en mi vida? ¿Cómo busco la voluntad de Dios en concreto? Es muy verdadero que del dicho al hecho hay mucho trecho. Con facilidad nos decimos cristianos católicos, casi con seguridad, pero no tenemos ningún problema de vivir al ritmo de las tendencias aberrantes y opuestas al evangelio. Llevamos una religión de palabras, de pensamientos, de deseos pero sin compromiso serio y constante de vida con el Señor, con la Iglesia, con el evangelio.

                Por eso podemos decir con toda humildad:”Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad y coherencia; que intente en todo momento hacer tu santa voluntad y no la mía; que escuche tu Palabra y deje espacio para que se anide en mi interior, a fin de que cambie mi corazón y lo haga humilde y caritativo”.

                El problema más grave de la Iglesia hoy es la incapacidad para vivir el evangelio acogiendo una cultura que de muchas formas se ha ido distanciando de sus raíces cristianas. Seguir creyendo que el problema es sólo de formas y no de fondo, que no se resuelve sólo con documentos sino con el testimonio de vida de quienes nos llamamos cristianos católicos, lo que supone que creemos que efectivamente el evangelio es capaz de transformar la vida entera de personas y grupos. Pero si no creemos que esto es posible, es muy difícil el proceso evangelizador.

                Que el Señor nos bendiga.                                          

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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