SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
Provincia Mercedaria
de Chile

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Sábado 31 de Octubre, 2020

 
El evangelio de esta Fiesta es el inicio del Sermón de la Montaña o de las Bienaventuranzas en la versión de San Mateo. Lo extraordinario del sermón de la montaña es el esfuerzo por descubrir los valores del reinado de Dios en medio de las dificultades por las que atraviesan los cristianos de aquella primera hora que experimentan el rechazo de la comunidad judía. Más que preceptos de conducta, la propuesta de Jesús es vivir desde una determinada manera como la pobreza, la aflicción, el desprendimiento, el hambre y la sed de justicia como bienaventuranzas.

¡Señor Jesús! Enséñanos a ser felices de ser tus discípulos y a vivir tu Proyecto de vida nueva, las Bienaventuranzas del Reino

                Hablemos de la felicidad o dicha o bienaventuranza, porque la fiesta de Todos los Santos que celebramos tradicionalmente en este primer día de noviembre, no puede ser entendida sino como uno de los rasgos más esenciales de un cristiano: la felicidad, la alegría, la dicha, el gozo. Es imposible no recordar las magníficas palabras del Papa Francisco cuando nos regaló su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium que se traduce como “La alegría del evangelio” fechada el 24 de noviembre de 2013. Dice el Papa: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la  tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”(EG 1). Nosotros nos hemos encontrado con Jesús o mejor todavía Él ha salido a nuestro encuentro en los recodos de nuestros caminos, y nosotros lo hemos reconocido y lo hemos seguido hasta hoy. Pero esto no quiere decir que instantáneamente nos  hemos dejado transformar por este encuentro; más bien, nos ha costado abrazarlo, decidirnos a seguirlo, a permanecer con Él, a “estar con Él”. Precisamente este ha sido nuestro esfuerzo y seguirá siendo, porque nos acechan las tristezas, nos seducen  los encantos del mundo en el que vivimos, aunque sabemos que “esas alegrías” son falaces y pasan la cuenta cuando paladeamos la tristeza, el desengaño, la desesperanza, etc. Sólo Jesús y su Palabra puede devolvernos la alegría siempre y cuando nos dejemos salvar por Él. “Dejarse salvar” resulta muchas veces difícil porque se nos repite hasta el cansancio que “tú puedes”, “tú tienes que poder”, “todo depende de ti”, “eres poderoso y si  te lo  propones, piensa que ya lo tienes” ¡y cuántas otras frases por el estilo! ¿Es tan cierto que el hombre puede todo? ¿Es tan cierto que no tenemos límites o limitaciones? Muchas veces esta mentalidad del hombre actual no deja espacio para “dejarse ayudar, dejarse salvar, dejarse apoyar”. La pandemia  nos está mostrando lo que no deberíamos olvidar nunca: somos frágiles y no somos dios. Aún con todo el espectacular avance de la ciencia y de la técnica, el hombre no puede olvidar su fragilidad, su necesidad, su impotencia. ¡Cuántos cristianos no se dejan salvar por Él ni menos  por la Iglesia, ni por el prójimo! Es indispensable “dejarse salvar por Jesús”. Y sólo así seremos liberados de  la más grande atadura que llevamos, el pecado, esa ruptura activa y pertinaz que nos impide entrar en el camino de la auténtica alegría que Jesús nos regala. Y cuando reconocemos nuestro pecado, la raíz de mal que hacemos, entonces abrazamos el camino  de la santidad, es decir, de la liberación del pecado y de la muerte. Y el pecado tiene muchos nombres en nuestra vida: tristeza, vacío interior, aislamiento, violencia, flojera, odio, soberbia, egoísmo, abuso, atropello, destrucción, desaliento, y un largo etcétera. Cada uno póngale nombre al pecado que le impide ser feliz, fraterno, solidario, alegre, amoroso, servicial, respetuoso, sincero, veraz, humilde, y otro largo etcétera. Nuestra crisis es ética,  hemos abandonado la moral y las buenas costumbres, condiciones indispensables para vivir en comunidad, en familia, en sociedad civilizada. Todos los Santos son aquella legión gigantesca que ya goza de Dios para siempre, los que se dejaron perdonar y salvar por Jesús en esta vida, los que fueron felices sufriendo, sirviendo, ayudando, consolando, enjugando las lágrimas, en una palabra, vivieron amando y sirviendo a los demás por amor al mismo Jesús en cuyos rostros supieron reconocerlo. Es nuestra fiesta, la de nuestro proyecto del Reino.           

PALABRA DE VIDA

Apoc 7, 2-4.9-14               Después vi una multitud enorme, que nadie podía contar

Sal 23, 1-6                       Benditos los que buscan al Señor

1Jn 3, 1-3                        Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre

Mt 4, 25 – 5,12                 Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles…     

                La Fiesta de Todos los Santos nos abre un boquete hacia la eternidad, esa esquiva eternidad para el hombre moderno, tan ensimismado y autoreferente, como si lo tuviera todo aquí y ahora y ya nada puede ser motivo de espera o ansia de futuro. Y quien se abre a la trascendencia de la vida, al misterio de Dios, puede empezar a entender el porqué de esta fiesta con que iniciamos el penúltimo mes del año. Aún si visitamos a nuestros seres queridos en el cementerio o parques del recuerdo, puede ser que emerja, en lo más recóndito de cada uno, una lucecita de esperanza de que un día nos uniremos en la gran sinfonía de los santos y santas en el cielo. Si falta esta dimensión trascendente, nuestra visita al cementerio se convierte en silencioso signo de los huesos que en polvo se convertirán. Esta fiesta nació para recordar al Pueblo de Dios cuán importante es la santidad que llevamos “como en vasijas de barro” como dice San Pablo. Nos hace bien este recuerdo. Estamos metidos en un torbellino que nos arrastra y nos deja a merced de cualquier movimiento. Reafirmemos nuestra fe y renovemos hoy nuestro compromiso de ser santos como el Señor es Santo. Bueno, no podemos contar el número de los santos y santas de esta historia de la Iglesia. Sabemos son una muchedumbre innumerable. Muchos de ellos vivieron con nosotros aunque no nos dimos cuenta que eran fieles bautizados que vivían agradando a Dios, en las buenas y en las malas. Te propongo un pequeño ejercicio. Piensa si tú has conocido una persona, familiar, amigo, que te haya dejado el “buen aroma de Cristo”. Pueden ser religiosos, sacerdotes, laicos. Fueron santos que amaron mucho a Dios y le hicieron mucho bien a su prójimo.

                Del Libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

                La primera lectura tomada del libro de la Apocalipsis nos ayuda a intuir una pregunta que siempre inquieta: ¿Cuántos se salvan? La respuesta la encontramos en este texto del capítulo 7 del último libro de la Biblia. Antes que todo lo material sea destruido, viene un ángel con el sello de Dios vivo. Son sellados en la frente los servidores de nuestro Dios. El número 144.000 es un número perfecto y son los elegidos del nuevo Israel. La cifra está lejos de ser matemática. Significa que el pueblo cristiano es el heredero legítimo del antiguo Israel. Se trata de una cifra simbólica: el pueblo cristiano supera al pueblo antiguo de Israel. Se obtiene multiplicando 12 x 12 y luego por 1000. La continuación de nuestro texto es fundamental para no caer en estrecheces de cálculos. Cambiamos de escenario y ahora estamos en la realidad celeste. El vidente contempla una muchedumbre ante Dios y el Cordero. Es universal porque contiene personas de todos los pueblos y naciones y es innumerable. Está de pié como signo de victoria, es decir, se encuentra ya participando de la resurrección de Jesucristo. Están vestidos de túnicas blancas, es decir, comparten ya la nueva vida de Cristo. Llevan palmas en sus manos como signos de júbilo. Y los ángeles se suman a la celebración. Concluye nuestra lectura con la pregunta acerca de la identidad de los que llevan las vestiduras blancas. La respuesta es paradojal: “Éstos son los que han salido de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (v. 14). Han purificado sus vidas por la plenitud de la redención de Cristo, su sacrificio redentor tiene la fuerza para hacer nuevas todas las cosas. En resumen. Esta multitud incontable ya reina con Jesús en la gloria porque han compartido ya la muerte y el sacrificio de Cristo. Ocupan el primer lugar la muchedumbre de los mártires que han sido blanqueados por la sangre.

                Salmo 23, 1-4.5-6 se comprende en el contexto de una liturgia de entrada en el templo. El inicio del salmo es ya una invitación a la alabanza a Dios Creador: Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los mares , él la afianzó sobre  las corrientes del océano (vv.1-2). Luego los versículos siguientes recuerdan las  condiciones para celebrar un verdadero culto al Creador. ¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en el recinto sagrado?(v. 3). La respuesta es un elenco sapiencial de virtudes tales como tener las manos limpias y puro el corazón, no jurar en falso, no rendir culto a los ídolos. A quienes actúan así, recibirán la bendición del Señor. Es muy saludable para nosotros  meditar este salmo cuando vamos a orar o a celebrar nuestra fe.

                De la primera carta de san Juan 3, 1-3

                La segunda lectura, tomada de la Primera Carta de San Juan, nos ayuda a comprender uno de los argumentos a favor de la esperanza cristiana como es la filiación divina del cristiano. Su base no es una moral especial sino el amor de Dios, razón por la cual es una gracia, una consecuencia del haber nacido de Dios. Desde este fundamento divino es posible la existencia del cristiano y de la comunidad como tal. La filiación divina es una realidad actual como lo muestra la acción  del Espíritu Santo sin la cual no sería posible la existencia cristiana en el mundo y frente a él. Sin embargo, esta realidad tan hermosa como la filiación divina no es posesión definitiva ahora. Se proyecta a su realización plena cuando “seremos semejantes a él y lo veremos como él es”. Se afirma la igualdad entre Cristo y nosotros los hijos de Dios. Somos hijos de Dios pero en el Hijo de Dios, Jesucristo. Lo contrario a esta justicia de Dios es el  pecado o iniquidad o rebelión contra Dios de la que habla a continuación en 1Jn 3,  4-10. ¿En qué ámbito me sitúo yo frente a Dios? ¿Tengo conciencia de ser hijo de Dios porque “he nacido de Dios” gracias a Jesucristo?

 

                Del evangelio de san Mateo 4, 25 – 5, 12

                El evangelio de esta Fiesta es el inicio del Sermón de la Montaña o de las Bienaventuranzas en la versión de San Mateo.

                Se inicia el texto de esta Fiesta con el versículo 25 del capítulo cuatro diciendo que a Jesús “Le seguía una gran multitud de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania”. Y versículos previos San Mateo nos indica que la actividad de Jesús incluye enseñanza, proclamación de la Buena Noticia y sanaciones. En esa lógica es comprensible que la multitud se vea convocada a seguirlo. Se puede decir que la fama de Jesús atrae y se difunde a todo Israel con Jerusalén como la capital. Este versículo señala la inmediata universalidad del mensaje del Reino que Jesús hace. Para destacar la majestuosa proclamación que hace Jesús, señalemos los detalles siguientes: serán oyentes del Sermón de  la Montaña la multitud que se congrega procedente de  distintos lugares. Jesús” subió al monte” como Moisés cuando  sube al Sinaí para recibir las tablas de la  Ley. Jesús “se sentó” como la actitud adecuada para enseñar desde la cátedra como lo hizo Moisés. “Se le acercaron sus discípulos” que ya había elegido y que son los primeros convocados para acoger el Sermón del Monte. Jesús entonces “se puso a enseñarles”, no sólo a los discípulos sino también a la multitud.  En conclusión, si el  Sinaí fue fundamental para la alianza de Dios con Israel a través de Moisés, aquí estamos ante un momento clave donde Jesús es el Nuevo Moisés que proclama la Nueva Alianza de Dios con la humanidad.

                El Sermón del Monte, cuyo relato contiene amplias resonancias bíblicas como hemos indicado, es el primero de los cinco discursos programáticos de Jesús en la perspectiva de San Mateo. Es considerado el programa del nuevo Pueblo de Dios. Para comprender este texto tiene que estar en el trasfondo de nuestra lectura el Sinaí y Moisés. Así podremos captar diferencias y contrastes entre Jesús y Moisés. La enseñanza que ofrece Jesús es novedosa y lo hace a título personal.

                El programa del reinado de Dios. Hay una diferencia fundamental entre los mandamientos que recibe y promulga Moisés y las proclamaciones de las ocho felicidades que Jesús hace como enunciados de valor y no como mandatos o normas. Las bienaventuranzas son una invitación a superarse constantemente, ya que formuladas en positivo no resultan tan precisas como el mandato de no hacer tal o cual cosa, como están formulados los Diez Mandamientos. Las bienaventuranzas son  también una denuncia de mezquindades humanas evidentes pero que se superan con la gracia liberadora de Jesús. Las bienaventuranzas son un ofrecimiento gratuito de la misericordia de Dios que se regala abundante y siempre abierta al que la acoge con un corazón bien dispuesto. Las bienaventuranzas se identifican con el don del gozo que instala el reinado de Dios en el corazón de los creyentes. El grupo al que Jesús dirige el programa de las bienaventuranzas es a los que Jesús había llamado a seguirle. No quedan fuera la multitud pero  son los discípulos los primeros y principales destinatarios de estas bienaventuranzas o dichas.

                Lo extraordinario del sermón de la montaña es el esfuerzo por descubrir los valores del reinado de Dios en medio de las dificultades por las que atraviesan los cristianos de aquella primera hora que experimentan el rechazo de la comunidad judía. Más que preceptos de conducta, la propuesta de Jesús es vivir desde una determinada manera como la pobreza, la aflicción, el desprendimiento, el hambre y la sed de justicia como bienaventuranzas. A primera vista pueden parecer fáciles de alcanzar, sobre todo las cuatro primeras bienaventuranzas, pero considerando las otras cuatro descubrimos que significan un gran compromiso para cambiar la realidad. Se trata de hacer presente el reinado de Dios aquí y ahora. ¿Cómo? Con el compromiso de la misericordia y la solidaridad; el empeño por una vida honrada y limpia; el trabajo por la paz y la reconciliación; y la firmeza ante la persecución.

                En síntesis, las bienaventuranzas son la proclamación del cumplimiento de todas las promesas que Dios ha hecho a su pueblo, anuncian la fidelidad de Dios a sus promesas, las bendiciones de la alianza eterna pronunciadas sobre los fieles que la  guardan. Las bienaventuranzas son para aquellos que han acogido el reino y sintetizan las actitudes vitales de todo discípulo de Jesús. Pero, al mismo tiempo, son gritos de alegría porque el reinado de Dios ya está entre nosotros.  

                La santidad no nos hace huir del mundo concreto ni evadirnos en quimeras. La verdadera santidad se juega también en el trabajo humano por transformar el mundo en espacio del reinado de Dios. Esta Fiesta de Todos los Santos nos recuerda el compromiso anónimo de esa multitud de hombres y mujeres que fueron destellos del mundo nuevo de Dios en medio de los hermanos.

                Que tengan una hermosa Fiesta de la Santidad en este domingo 1 de noviembre.                           

                Un saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.   

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