17° DOMINGO DURANTE EL AÑO(A)
Provincia Mercedaria
de Chile

17° DOMINGO DURANTE EL AÑO(A)

Sábado 25 de Julio, 2020

 
Con el evangelio de hoy termina el discurso parabólico del capítulo 13 de San Mateo. Hoy se nos relatan tres parábolas o comparaciones y una enseñanza de Jesús a sus discípulos que encierra una tarea para todo aquel que se decida a ser discípulo del Reino de los Cielos.

¡Señor! ¿Qué cosa podría llenarme de más alegría que no seas tú? Haz que contagie a otros con este gozo sin medida.

                Seguimos con las maravillosas parábolas de Jesús. Una joya de pedagogía sencilla para los sencillos de este mundo y una lección para los letrados y entendidos de este mundo. El verdadero sabio es el que reconoce que nada sabe y así está siempre abierto a aprender. Y el cristiano debería ser un sabio, un aprendiz incansable, un discípulo que nunca termina de aprender de su Maestro, el Señor Jesús. ¿Qué aprendemos hoy, en este domingo, día del Señor? ¿Cómo interpretar estas parábolas del tesoro escondido, de la  perla y de la red? No  basta con repetir lo que dice cada parábola. Es necesario preguntarse: ¿Qué me dice el Señor a través de estas tres historias? ¿Dónde está el centro de atención que el Señor quiere que captemos? Fijémonos en un precioso detalle que tiene que ver con el obrero del campo que encuentra un tesoro escondido en el campo, lo vuelve a esconder “y, lleno de alegría”, vende todo lo que tiene y compra el campo. Y Jesús está hablando del Reino de los Cielos, esa maravillosa realidad del amor de Dios que está al alcance de la mano, tan cercano que “está en medio de ustedes” y está manifestándose. Y Jesús tiene toda la razón porque sólo lo que llena de alegría al ser humano resulta valioso y lleva a vender todo lo demás. Y tan cierto que la búsqueda más profunda del ser humano es la alegría, el gozo, la felicidad. Cuando alguien se enamora, la alegría es tan desbordante que todo lo ve distinto, como si todo estuviera participando de su felicidad. Cuando leemos el Cantar de los Cantares se da cuenta que la alegría desbordante del amado por su amada y de la  amada por su amado produce una alegría vertiginosa en la participa  la misma creación. El amor  verdadero es fuente de alegría contagiosa. Y Jesús, maestro de excelencia, nos habla de la alegría que experimenta la ama de casa cuando encuentra su dracma perdida, después de dar vuelta todo hasta que la encuentra y es tanta la alegría que la invade que va a contarle a sus vecinas. O la alegría del padre cuando regresa a su casa el hijo menor, el pródigo que regresa después de haber vivido un equivocado camino donde en lugar de felicidad cosechó un completo desastre porque gastó todo y quedó más pobre que una rata. Es maravillosa la alegría del padre que lo abraza sin importarle los harapos y suciedad que  envuelven a su hijo arrepentido. Se hace una gran fiesta como festejo gozoso (Lc 15). Y cómo no recordar la magnífica sentencia del Maestro: “Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión”. Cuando Isabel, ya viejita junto a su marido también viejito, da a luz al niño Juan, hubo tanta alegría no sólo entre los familiares sino en todo el vecindario. La alegría está por todas partes presente cuando vamos entrando en la Palabra de Dios. Entonces ¿qué nos pide el Señor este domingo? Renovar la alegría de ser cristianos, bendecidos de Dios por el don precioso de la fe. El hecho de estar viviendo un tiempo tan dramático de pandemia y de tanta incertidumbre del futuro que nos espera, no puede arrebatarnos  la alegría de estar con el Señor que, invisiblemente camino a nuestro lado sin que nos demos cuenta. La alegría que brota de tan fundamental promesa: “No teman, yo estoy con ustedes hasta el fin de los tiempos”. La alegría es sanadora, la tristeza enferma. La alegría es la respuesta a la Buena Noticia: Dios nos ama y está con nosotros. La alegría nos protege de caer en el pesimismo radical y mortífero, porque descubrimos que nuestra vida no está tirada al azar, a la suerte. La alegría del Reino de Dios es nuestra mejor arma contra los males del espíritu.

PALABRA DE VIDA   

1Rey 3, 5.7-12   Que sepa gobernar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal

Sal 118,57.72.76-77.127-130              ¡Cuánto amo tu ley, Señor! 

Rom 8, 28-30     Los destinó a reproducir la imagen de su Hijo

Mt 13, 44-52      El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo

                “Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía”, dice la Constitución Dogmática Dei Verbum, 2. Esta es la novedad de la revelación bíblica: Dios se da a conocer en el diálogo que desea tener con nosotros. Pero nosotros ¿queremos aceptar esta invitación?, ¿queremos entrar en el diálogo de amor, queremos ser amigos de Dios? Esta es la esencia de la lectura, meditación, oración y contemplación de la Palabra de Dios en estos pasajes bíblicos excepcionales. Te invito a no tener miedo a dejarte introducir en esta cercanía con el Misterio de Dios cuya compañía nos hace siempre tanto bien. Entremos en el santuario del corazón para que anide la Palabra Eterna y desde allí produzca frutos de buenas obras como el amor, la alegría, la decisión de quedarse con el tesoro maravilloso de la Buena Noticia.

                Del libro Primero de los Reyes 3, 5.7-12                                                                                                              El texto de esta primera lectura de hoy está dentro de la sección de los capítulos 3-5 del Libro Primero de Reyes, libro de historia de la monarquía israelita, donde se resalta una de las facetas más destacadas de Salomón, rey de Israel: su sabiduría. Concretamente este capítulo 3 destaca la sabiduría de Salomón como gobernante. ¿Qué nos dice esta primera lectura? Ciertamente nos enseña que toda esa sabiduría es un don de Dios. La escena acontece en el santuario de Gabaón y como fruto de la oración, acompañada de sacrificios. Ya la misma oración de Salomón se aparta de nuestra costumbre, como posiblemente lo habríamos hecho nosotros; él no cayó en la tentación de pedir lo que le interesaba o  necesitaba individualmente. Quizá habríamos pedido salud, dinero y amor. Pero Salomón no se dejó atrapar por su egoísmo en su plegaria. Por el contrario, nos dejó un ejemplo de plegaria sabia e inteligente. Pidió a Dios  un buen criterio para juzgar, para saber discernir entre el bien y el mal, ambas cosas fundamentales para el arte de gobernar. Pero no sólo para este buen gobierno civil sino también para  nuestra propia persona y así realizar honestamente las tareas y responsabilidades con los demás. Y el buen criterio es más bien escaso, no lo pedimos porque creemos que no lo necesitamos o porque pensamos que siempre hacemos bien las cosas. ¿Es tu oración sabia e inteligente? ¿Vives repitiendo el listado egoísta que se ha hecho una rutina? ¿Por qué no pedir sabiduría para sabernos conducir y criterio para juzgar con rectitud? ¿Qué resonancias tiene tu oración acerca del acontecer del mundo, la sociedad, el país?

                Salmo 118, 57.72.76-77.127-130 es el más extenso de todos los salmos (tiene 176 versículos) y es una meditación prolongada a modo de meditación sapiencial sobre las excelencias de la “Ley del Señor”. Es hermoso porque está traspasado por el amor y la fidelidad a los designios de Dios. “El Señor es mi herencia: yo he decidido cumplir tus palabras” (v.57). “Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata” (v. 72). “La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante” (v.130). Es una demostración del aprecio  por la Palabra divina, fuente de alegría y esperanza, y un admirable testimonio de una manifestación de sencilla y piadosa religiosidad. Nos hace bien orar con el salmista de esta prolongada meditación.

                De la carta de san Pablo a los Romanos 8, 28-30             

                Estamos en la parte final de este glorioso capítulo 8 de la Carta a los Romanos. El texto de esta segunda lectura de hoy es el inicio de este cierre del capítulo, Rom 8, 28-39, un triunfal canto al amor de Dios. El v. 28 comienza señalando: “Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio”, aunque  se nos dice de inmediato que la iniciativa no corre por parte del hombre sino siempre de Dios. Contrapone Pablo lo que ya ha dicho en los vv. 19-27 y afirma que Dios manifiesta su amor primero por su creatura llamándonos, escogiéndonos de antemano, destinándonos a reproducir la imagen de su Hijo, destinándonos a la gloria de su Hijo y haciéndonos justos, liberándonos del pecado por la muerte y resurrección de su Cristo. Se refiere a los cristianos cuando dice “para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio”. En todo momento, el Apóstol se refiere a la iniciativa divina de salvación universal, de tal modo que Jesucristo rompe los límites de la Iglesia y se sitúa en el amplio horizonte de la humanidad: “A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él primogénito de muchos hermanos” (v. 29). Es interesante descubrir que el proceso de salvación consiste en “reproducir la imagen de su Hijo” en cada uno de los creyentes. ¿Por qué? Porque el Hijo es la imagen auténtica del hombre restaurado por Dios, ya que el pecado la había deformado. Cada uno está llamado a ser “alter Christus”, “otro Cristo”, “hombre nuevo” recreado en santidad y justicia verdaderas. Esto tiene, en la reflexión teológica, diversas categorías que expresan este proceso “cristificante”, tales como “configurarse con Cristo”, “transformarse en Cristo”, “conformarse con Cristo”, “hacerse otro Cristo”, “estar en Cristo”, todas estas expresiones apuntan al hecho fundamental que nadie se salva o libera por su propia cuenta sin que solamente si reproducimos la imagen de Cristo el Hombre Nuevo en cada uno de los cristianos. Porque Cristo es la imagen original del hombre nuevo redimido. ¿Cómo estoy reproduciendo la imagen de Cristo en mí? ¿En qué sentido Cristo es el “primogénito” de muchos hermanos? ¿Qué significa seguir a Cristo?

 

                Del evangelio según san Mateo 13, 44-52                           

                Con el evangelio de hoy termina el discurso parabólico del capítulo 13 de San Mateo. Hoy se nos relatan tres parábolas o comparaciones y una enseñanza de Jesús a sus discípulos que encierra una tarea para todo aquel que se decida a ser discípulo del Reino de los Cielos. Se inicia el evangelio de hoy con la primera parábola, quizás la más conocida, la del tesoro escondido (Mt 13, 44). Ésta y la siguiente, la perla fina (Mt 13, 45-46), son gemelas porque apuntan a la misma enseñanza: la presencia del Reino de Dios en Jesús es fuente de alegría, porque es un descubrimiento maravilloso. Mientras que la parábola de la red (Mt 13, 47-50) se centra más bien en el desenlace final del Reino que Jesús anuncia y personifica, en el mismo estilo de la parábola de la cizaña, ya que en ambos casos se trata de una selección final donde el fuego acabará con la cizaña y con los peces malos. Jesús usa la imagen del fuego que formaba parte de su cultura y que San Mateo quiso conservar. Con ella, Jesús no pretende amenazar ni infundir temor sino resaltar lo maravilloso e importante que es el don que se ofrece, el Reino de los Cielos y lo decisivo de la respuesta de la persona frente al anuncio y manifestación en la palabra y acción de Jesús.

                En la parábola del tesoro escondido, pongamos atención al inicio  del versículo 44: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo”, para señalar de inmediato que el reino no es una realidad visible, de este mundo humano, ni tampoco perceptible a simple vista por todos. Se trata de un tesoro, seguido de escondido que refuerza la idea de un valor inapreciable como es Dios mismo y su señorío, actuando en la creación y en la historia humana pero no evidente ni visible a todos. Dice Benedicto XVI al respecto que “otro aspecto de esta misteriosa realidad de la “soberanía de Dios” aparece cuando Jesús la compara con un tesoro enterrado en el campo. Quien lo encuentra lo vuelve a enterrar y vende todo lo que tiene para poder comprar el campo, y así quedarse con el tesoro que puede satisfacer todos sus deseos” (Jesús de Nazaret, 86). Notemos otro importante detalle de la parábola: el hombre que descubrió el tesoro escondido descubrió lo que no buscaba. Así se señala la absoluta gratuidad del Reino de los Cielos que Jesús personifica. Nunca es fruto de una personal búsqueda sino siempre hallazgo impensado que produce una inmensa alegría. Ciertamente quien lo encuentra, es decir, el hombre que se encuentra con Jesús, que es el tesoro escondido en la misma naturaleza humana, Dios “hecho carne”, arriesga todo y nada se reserva con tal de quedarse con el tesoro más importante, más allá de todo lo que puede imaginarse. Hay un desprendimiento de todo lo que tiene con tal de quedarse con el campo donde está su tesoro escondido. Finalmente, esto obedece a una decisión personal, no es algo instantáneo ni natural. Hay una valoración, un sopesar el tesoro hallado con todo lo demás que tiene. Así hace una opción y toma una decisión, con otro matiz igualmente importante, “lleno de alegría” porque lo encontrado no es comparable con todo lo demás y “vende todas sus posesiones para comprar aquel campo”. Es decir, el hombre que ha encontrado a Cristo sin buscarlo, está dispuesto a dejarlo todo con tal de quedarse con Él y todo lo que significa Jesús para la vida y la salvación de una persona.  

                La parábola de la perla fina (Mt 13, 45-46) es gemela con la del tesoro escondido y la diferencia está en que el buscador de perlas finas se encontró con la que no se atrevía siquiera a imaginar. De nuevo se nos enseña que no se entra al Reino de los Cielos por los méritos propios sino que es un don que se ofrece y pide una respuesta. A ambos afortunados con el hallazgo, les queda una tarea de por vida, como es la de ir subordinando todo a la causa del reino. Y eso apunta el “vender todas las posesiones para comprar el campo”. En este sentido resuena la exigencia radical de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero” y el “anda y vende todo lo que tienes, dalo a los pobres, ven y sígueme”. El Reino de los Cielos, es decir, Dios y su soberanía, es el absoluto de la vida nueva que abraza quien es encontrado por Cristo. Valga una consideración para ambas parábolas. En el mundo oriental son muy frecuentes estas historias de sueños cumplidos, un hallazgo tan asombroso que llena de admiración y hace experimentar una alegría sin par. Tanto el tesoro como la perla tienen un valor tan inmenso que todas las demás posesiones no se comparan y quien los encuentra deja todo para quedarse con el tesoro o la perla. Asombro y alegría son las actitudes predominantes  en ambas parábolas. Ciertamente si el descubrir a Cristo y su Buena Noticia no nos produce ningún asombro  ni alegría no tiene sentido nuestra vida cristiana.

                Respecto a la tercera parábola (Mt 13, 47-50) podemos decir que se refiere al juicio como en el caso de la parábola del trigo y la cizaña. En ambos casos son los ángeles los encargados de llevar a cabo la decisión final, la separación del trigo y la cizaña, o de los malos de entre los justos. Se menciona donde van a parar los malos: son arrojados al horno ardiente  donde habrá llanto y rechinar de dientes.  

                El evangelio de hoy contiene una sentencia sobre lo nuevo y lo viejo (Mt 13, 51-53). Es la conclusión al discurso parabólico que hemos seguido en estos tres últimos domingos. ¿Cómo entender  esta conclusión? El evangelio de Mateo nace en medio de una comunidad cristiana conformada mayoritariamente por judíos convertidos al evangelio. Podían perfectamente pensar que su experiencia dentro del pueblo escogido no significaba nada. Las palabras que Mateo conserva de Jesús indican que el Reino de los Cielos no viene a destruir nada verdaderamente bueno y saludable, como acontece con la cultura religiosa de Israel, forjada al abrigo de la fe en el Dios único y portadora de grandes valores humanos  y espirituales. El que acoge el Reino de los Cielos, es decir a Jesús, el Hijo del Padre, no pierde nada de lo auténtico que ha vivido en su cultura. Así el evangelio nos lleva a asumir “las semillas del Verbo”, presentes en toda la humanidad y con mayor razón en la historia de Israel, el pueblo elegido. El texto es precioso: “Pues bien, un letrado que se ha hecho discípulo del reino de los cielos se parece al dueño de una casa que saca de su tesoro cosas nuevas y viejas” (V. 52). No habría que olvidarlo nunca frente a los interlocutores de nuestras pastorales. Es la razón por la que no es muy adecuado hablar de “destinatarios”, que implica una visión pasiva de las personas a evangelizar y una supremacía del evangelizador. El sujeto humano tiene mucho que decirnos sobre el evangelio que él también vive o ha vivido en su búsqueda del Único necesario.

                Un saludo fraterno.                                                                      

Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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