18° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

18° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Jueves 30 de Julio, 2020

 
El evangelio nos ofrece una estupenda lección de lo que significa la promesa de Isaías. Lo que el gran profeta anunciaba se cumple en Cristo y en la comunidad que le sigue, la Iglesia. Los hechos nos “hablan”, nos interpelan

¡Señor Jesús! Tú sentiste compasión frente a la multitud  necesitada; que no permanezca insensible ante la necesidad de los demás

                Dos hechos dolorosos embargan a Jesús: el rechazo feroz por parte de los de su pueblo (Mt 13,53-58) y la muerte de Juan Bautista en manos de Herodes (Mt 14,1-12) y al enterarse de tan lamentable noticia, Jesús decide alejarse en una barca a un ligar desierto para estar a solas. Allí en la soledad y el silencio debe digerir la realidad doblemente penosa como es el rechazo de sus parientes y pueblo que no lo reconocen como el  enviado de Dios y el martirio de Juan Bautista, el precursor del  Mesías. Estamos  ante una admirable enseñanza práctica para nosotros que también somos golpeados con noticias dolorosas o preocupantes. Nadie en esta vida está libre de vivir estas desgarradoras experiencias vitales pero ¿qué hacemos ante ellas, cómo actuamos? Es el momento de prestar atención a Jesús que, como maestro y amigo, conoce y experimenta la vida simplemente como es, con  sus alegrías y sus penurias. Cuando estamos ante una situación difícil, dolorosa, penosa,  que nos llena de  tristeza o de rabia, miremos a Jesús. Alejarse es oportuno, no quedarse metido y pegado en el lío. Y alejarse para pensar. Sí, es la  mejor manera de proceder ante el infortunio, el problema. Pensar es reflexionar: ¿qué debo hacer?, ¿cómo salgo de esto? En lenguaje espiritual se trata de meditar, es decir, detenerse, pararse, para mirar desde dentro de sí mismo, para aquietar las aguas interiores alborotadas, para serenarse y reconquistar la paz interior, la calma, la serenidad que permita ayudarme a ver. Jesús decide retirarse al enterarse que Juan Bautista ha sido degollado en la cárcel por orden de Herodes. Podemos imaginar cómo pasó por la mente de Jesús su propio fin violento, su cruz. La cruz no es algo súbito que emerge repentinamente.  No. La cruz está presente a lo largo de su  vida, tal como lo está para cada ser humano. La cruz no es un hallazgo repentino; es nuestra propia existencia marcada por el rechazo, el infortunio, la pobreza de múltiples rostros y no sólo la  material. Hace bien darse espacios para “estar a solas” consigo mismo y cuánto  mejor con el Señor.  En esta pandemia, que nos llegó como un obsequio inesperado y no deseado, nos hemos enclaustrado o encerrados en casa. Nos ha costado y al final hemos ido descubriendo que nos hace bien. Para muchos ha sido desesperante porque el ritmo de esta sociedad del ruido y del permanente movimiento nos ha incapacitado para hacer lo que hizo Jesús tantas veces en su vida: decidirse a estar a  solas. Por desgracia somos cautivos del  continuo e incesante estar conectados, siempre atentos al exterior  y olvidando el santuario interior que cada persona tiene. Es tan pernicioso este modus vivendi del hombre actual que se han quintuplicado las clínicas psiquiátricas, el consumo abismante de medicamentos para tranquilizarse o dormir. Hemos abandonado un hábito saludable que es la decisión de alejarse del mundo absorbente que nos destruye y nos ha convertido en compulsivos consumidores de celular, internet, y toda la infinita gama de artefactos que, al no regular su uso  y frecuencia, son adictivos y nos enferman hasta perder el tino. Pero Jesús también, a pesar del tremendo impacto que le produjo la muerte de Juan y el rechazo de los de su pueblo, sigue fiel a su misión y al desembarcar se encuentra con la multitud que lo busca y “compadeciéndose de ella, sanó a los  enfermos”. La compasión es la nota distintiva de Dios como lo oramos en el salmo 144 de hoy. Y es la actitud fundamental de Jesús como lo muestran sus obras. Que sea también la nuestra, aquí  y ahora.

PALABRA DE VIDA

Isaías 55, 1-3                    ¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta?                

Salmo 144,8-9.15-18 El Señor es clemente y compasivo                                                                      

Rom 8, 35.37-39  ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo?                                           

Mt 14, 13-21      Dadles vosotros de comer

                No olvidemos que la Palabra divina nos introduce a cada uno en el coloquio o diálogo con el Señor: el Dios  que habla nos enseña cómo podemos hablar con Él. Es el momento de la “mesa de la Palabra”, verdadero alimento para nosotros peregrinos de lo Eterno, Infinito, Absoluto. Mi alma tiene hambre y sed de Dios, dice un orante en Israel. Nosotros también tenemos sed de Dios y hambre de Dios, en medio de esta pandemia feroz que nos cerca y nos arrincona “contra las cuerdas del ring de la vida” pero “no tiramos la toalla” y permanecemos en pie y confiados en el Señor, nuestro Dios.

                               Del libro del profeta Isaías 55, 1-3

                El texto de esta primera lectura está tomado del Isaías II o Deuteroisaías, obra de un autor anónimo que ejerció su ministerio profético entre los desterrados en Babilonia durante el ascenso del rey Ciro (553-539 a.C.). Estamos ante un esperanzador panorama que Dios tiene preparado para los desterrados que volverá a su tierra. El texto profético resalta como una característica del retorno a la tierra de Israel la participación justa y equitativa en los dones de la creación. No todo se  obtiene con dinero, aunque en la  sociedad de hoy se nos dice “que todo se logra con dinero”, razón por la cual hemos convertido el dinero en un ídolo imbatible. La pandemia  ha dicho otra cosa. Israel, pueblo de Dios, ha vivido muchas veces el dar la espalda al proyecto de Dios y ha cometido los fallos que le han llevado hasta la tragedia del cautiverio babilónico que duró  cuarenta años. Y de ahí el llamado del profeta a vivir cuatro actitudes fundamentales para recuperar la solidaridad. Es extraordinariamente importante lo que el profeta Isaías nos propone en el capítulo 55 del cual hoy leemos tres versículos cuando invita al pueblo de Israel: “Presten atención y vengan a mí, escúchenme y vivirán”(v.3). Cuatro verbos que indican acciones bien definidas para el creyente de todos los tiempos y sin las cuales no es posible discernir la Palabra de Dios en nuestra vida. En primer lugar, prestar atención significa efectivamente dejar de preocuparse de otras cosas que no sea la voz del Señor. Esta invitación forma parte del verdadero acto de escuchar. Sólo se escucha cuando se presta atención al que nos habla, al Señor, al prójimo, al Espíritu Santo, a la Iglesia.. Fijar la mirada, dirigir la atención hacia el que nos habla, querer escuchar realmente son aspectos inseparables. Ir al encuentro del Señor que nos habla. Son muchas las oportunidades en que el Señor hace esta invitación: “Venid a mí, todos los que están cansados y agobiados”. Es muy importante la cercanía de los interlocutores. El Señor quiere entrar en contacto con nuestra persona real, con todo el ser que cada uno es. Se trata de un encuentro interpersonal: el Tú eterno de Dios y el yo humano de cada uno. Desde esta aproximación humana de Dios en la persona de Cristo y del hombre concreto que es cada uno emerge la escucha: no puedo escuchar al que no creo que vive, al que no considero presente, al que ignoro y no me interesa escuchar. Sólo es posible escuchar al Señor si creo en Él, si deseo acoger sus palabras, si quiero caminar en su presencia.. “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor” nos propone el salmista. Es el propósito permanente del creyente, escuchar al Señor en el ajetreo del diario vivir, en los hechos alegres y tristes de la vida, en la trama de la historia del mundo y de la Iglesia. Hace mucha falta escuchar y escucharnos, como Dios siempre nos escucha. Y entonces Dios promete: “y vivirán”. Porque no escuchar al Señor es morir, es ignorar el sentido profundo de las cosas, es quedar atrapados en las cosas materiales e inmediatas que nos envuelven. Dios es un Dios viviente, da la vida y la ofrece incesantemente en su Hijo Jesús: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”.

                En estas condiciones podemos comprender la gran promesa de Dios a los hombres: “Sellaré con ustedes alianza perpetua”. La Alianza o testamento o pacto que Dios nos ofrece se concreta en el envío de su Hijo Amado quien sella este pacto perpetuo con su propia sangre y con su gloriosa resurrección. La Alianza es libre iniciativa de Dios, es invitación a entrar en esa amistad y comunión tan especial que Él nos ofrece. Claro que de nuestra parte tendremos que estar dispuestos a acogerla, recibirla y comprometernos a vivirla: “Tú eres mi Dios y nosotros somos tu pueblo”. Esa gratuidad incluso saciará nuestra sed y nuestra hambre, colmará con creces nuestras más hondas aspiraciones.

                Salmo 144, 8-9.15-18 es un himno de alabanza a Dios donde se resalta la bondad de Dios en sus acciones siempre a favor de sus criaturas. Son convicciones del creyente que ora alabando y reconociendo las maravillas de Dios. Y una de las más centrales certezas que nos alienta  y conforta es que “el Señor es bondadoso y  compasivo..el Señor es bueno con todos”, porque hace llover sobre  justos y pecadores. El Señor nos trata con equidad y no hace acepción de personas. Nos hace bien orar con un corazón abierto al  misterio del amor de Dios, nuestro Padre.

                De la carta de san Pablo a los Romanos 8, 35.37-39

                Estamos en la parte final del maravilloso capítulo 8 de la carta a los Romanos. 8,31-39 es llamado el canto de victoria de los cristianos. Mediante una pregunta el Apóstol certifica la certeza con que se inicia el capítulo 8, 1: “En conclusión: no hay condena para los que pertenecen a Cristo Jesús” y en 8, 35: “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?”. Porque el amor que Cristo  nos ha demostrado en la cruz es inquebrantable, se  concluye  que tampoco nosotros podemos ser arrancados de este amor de Cristo. Ni siquiera los padecimientos que Pablo enumera a continuación como ya lo ha dicho en el v. 18 cuando dice que “estimo que los sufrimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que se ha de revelar en nosotros”, son capaces de arrancarnos del amor redentor de Jesús. Y Pablo sabe que él ha pasado por ellos en su vida de apóstol de Cristo, tales como presiones externas e internas, hambre, persecución, robo de las ropas, peligros para el cuerpo y para su vida, etc. pero esto no sólo vive el apóstol sino que es igualmente extensivo a todo cristiano. En todas estas circunstancias salimos airosos  gracias al Crucificado que tomó estos padecimientos y muerte sobre sí en favor nuestro. Es la victoria del Señor Jesús con su muerte y resurrección que ha superado todo poder que pudiese pretender apartarnos de Cristo. En suma, una victoria total de la  Pascua de Jesús que arrastra a sus elegidos y les comunica su amor redentor. En tiempos de tantos sufrimientos nos hará muy bien meditar este magnífico mensaje escatológico de la absoluta supremacía del amor redentor de Jesús.

                Del evangelio según san Mateo 14, 13-21

El evangelio nos ofrece una estupenda lección de lo que significa la promesa de Isaías. Lo que el gran profeta anunciaba se cumple en Cristo y en la comunidad que le sigue, la Iglesia. Los hechos nos “hablan”, nos interpelan. Veamos.

  • Tanto el rechazo que vive Jesús entre los suyos, último episodio narrado por Mt 13, 53 – 58 y luego la muerte violenta de Juan Bautista en manos del caprichoso rey Herodes, relato con que se inicia el capítulo 14 de Mateo, deben haber impactado fuertemente a Jesús. Nuestro evangelio de este domingo comienza señalando ese estado de ánimo que envuelve a Jesús. Dice Mateo: “Al enterarse, Jesús se fue de allí en barca, él solo, a un paraje despoblado”(v.13) Los hechos nos “hablan” sean éstos agradables o tristes. Jesús comprende que su misión estará marcada por acogidas y rechazos que pueden llevarlo a vivir el final trágico de Juan Bautista, precisamente por decir y vivir la verdad. La Iglesia y cada cristiano debe también aceptar este camino, el camino de la cruz.
  • Jesús no se encierra en su problema o preocupación. El relato nos indica que “Jesús desembarcó y, al ver la gran multitud, sintió compasión y sanó a los enfermos”(v. 14). Son muchos los lugares que nos remiten a la compasión de Jesús: tiene compasión de la viuda de Naín,  el samaritano “sintió compasión ante el herido botado en el camino”, el padre tiene compasión del hijo que regresa a casa, el pródigo, y nuestro pasaje que lleva a ofrecer alimento a una multitud hambrienta y a sanar los enfermos.
  • La compasión es un amor que mueve las entrañas de Jesús, que nace de lo más íntimo de su ser. No es un simple “sentir lástima” sentimiento muy frecuente en nuestro contacto con el dolor ajeno que no conduce a una acción real de consuelo, ayuda y alivio. La compasión de Jesús revela la misericordia o amor de Dios mismo de quien se dice a cada momento en la Biblia que es “clemente y compasivo, rico en misericordia”. Jesús, en sus palabras y sus acciones nos está mostrando el amor de nuestro Padre del Cielo. Se dice que la compasión y misericordia brotan de las entrañas del ser humano como se entiende   el amor entrañable de la madre. Se distingue de la simple compasión por su disposición a aliviar el dolor o sufrimiento del otro.
  • La compasión auténtica como la de Jesús se implica en la situación de necesidad que vive el otro. En este caso Jesús capta la necesidad de la multitud que lo sigue. Contrasta la actitud de los discípulos que sólo desean deshacerse del problema: “El lugar es despoblado y ya es tarde; despide a la multitud para que vayan a los pueblos a comprar algo de comer”(v. 15). Jesús no comparte la solución ofrecida sino que los implica en la búsqueda de una solución.  ¡Cómo nos parecemos a los discípulos!
  • La respuesta de Jesús es iluminadora: “No hace falta que vayan; denle ustedes de comer” (v. 16). Pobres discípulos, ellos que querían deshacerse del problema cuanto antes, ahora viene su Maestro y los mete de lleno en la situación; no hay escapatoria: se comprometen o no sirven para el Reino.
  • Descubren la inmensa distancia entre la multitud hambrienta y sus pobres recursos: sólo  los suyos aprenden la lección, no sólo escuchando la Palabra sino también en directa relación con la realidad. Siempre es más grande la necesidad que la pequeña porción de levadura; los discípulos sabemos que nunca será suficiente, siempre habrá una distancia enorme entre  nuestros pequeños medios y la multitud necesitada(v. 17).
  • Jesús tomó la iniciativa, pero a partir de los insignificantes dones que los discípulos tenían. Hizo la multiplicación de los panes y no sólo se satisfacen todos sino que quedó para seguir multiplicando los dones. El verdadero protagonista del relato es Jesús. Los discípulos reparten  entre la multitud lo que Jesús les entrega. El milagro de la solidaridad brota de la Eucaristía donde Cristo se nos da como comida, para que vayamos a repartirlo por el mundo a través de la evangelización y testimonio. Prestemos atención a los signos como llevar las ofrendas (v.18); pronunciar la bendición y repartir los dones (v.19). Conclusión: sobreabundancia: los doce canastas de sobras (v. 20). Y los sobreabundancia de los comensales (v.21).

 

Que tengan un buen Domingo.

 

Fr. Carlos A. Espinoza I.

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