21° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

21° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Sábado 22 de Agosto, 2020

 
No cabe duda que la confesión de fe de Pedro que nos narra el evangelio de hoy y el relato de la transfiguración del Señor son dos hitos muy significativos en el camino de Jesús. Hoy se nos narra la confesión de fe de Pedro. Todo se abre con la doble pregunta que Jesús dirige a los discípulos acerca de lo que la gente dice y de lo que ellos mismos piensan de Él.

¡Señor Jesús! Que, como Pedro y la Iglesia, yo también te reconozca como el Mesías e Hijo de Dios  vivo. ¡Aumenta mi fe en ti!

                ¿Poder o servicio?  He ahí el gran dilema del cristiano y especialmente de los pastores que  Jesús llama a pastorear el rebaño. El rebaño tampoco es propiedad del pastor de turno.  Siempre el único Señor es Jesús y todos los demás servidores. Sin embargo, tenemos que ser conscientes que este lenguaje no  es del todo comprendido. Predomina la idea del poder y ojalá absoluto. Pero ¿es malo el poder? No,  si sabe poner al servicio  del bien de los demás. Por desgracia la enseñanza de Jesús y su ejemplo de vida todavía no cala a fondo en nuestro mundo tanto civil como religioso. Es innegable que asistimos a los abusos de poder, es decir, cuando alguien cree tener derecho a dominar a otro por diversos medios sin descartar el  uso de la violencia. Poder  y violencia van de la  mano. Alguien cree tener más poder que otro y otros y considera  tener un derecho a usar todos los medios para ejercerlo aún bajo el uso de la amenaza y violencia. El hombre de todos los tiempos tiene una tarea no siempre resuelta adecuadamente que consiste en humanizar su tendencia a ejercer un dominio sobre los demás. Se habla de los tiranos  y sus tiranías pero hay que reconocer que debajo de nuestros ropajes se agazapa siempre un tirano, un déspota, un traidor, un vengador, un violento. Nuestra gran trampa es ignorarlo y suponer que los otros son los violentos y abusadores. Después de veinte siglos de evangelio cristiano “de la no violencia” el mundo es testigo de la multitud de formas y rostros de la violencia y el afán de dominio sobre los demás. Siempre  nos queda grande el mandato bíblico de “amar a los enemigos, perdonar al que hierra”. Preferimos  instalar nuestro ser violento y nuestra insaciable ansia de poder. Antes se hablaba de quienes ejercían un puesto público que eran “servidores públicos” y su tarea se identificaba como “servicio público”. Hoy parece que se buscan los cargos públicos para mostrar poder y capacidad de manejo, es decir, cómo mantener y acrecentar el poder, aún a costa de sacrificar el bien de los demás. La corrupción se instaló de hecho en nuestra convivencia porque se debilitó el sentido de una sociedad y de los cargos o servicios a la comunidad. Empezó a mandar el individualismo en todos los espacios de la  convivencia asestando un golpe mortal  a la racionalidad inteligente que es indispensable para construir  una comunidad nacional. ¿Poder o servicio? Impera el primero y anula el segundo. Quienes se sienten involucrados en este  feroz ejercicio del poder dominante a como dé lugar acusan de “demonizar el poder”. En verdad, no se trata de eso sino de darnos cuenta cómo se ha deshumanizado el ejercicio de los cargos o puesto de servicio. Así la  sociedad queda sometida a una pugna de poderes, de partidos políticos, de ideologías,  de proyectos tan variados que el bien común está desaparecido. Cada facción pretende repartirse la ciudadanía según sus ideologías. Hemos perdido el sentido de sociedad realmente civilizada y democrática, la que es posible sólo si se respeta al otro, si se colabora con el bien común, si se integra a los que piensan distinto, si por sobre todo impera la conciencia de sociedad, de comunidad que se proyecta en sus niños y jóvenes.  Una sociedad sin brújula moral está condenada a desintegrarse. Hoy el evangelio nos habla de Jesús que entrega las llaves del reino al apóstol Pedro que proclamó su confesión de fe en Jesús como el Mesías, el Hijo de Dios; el mismo Jesús quiere edificar su Iglesia, su comunidad. La Iglesia de Jesús queda en manos de hombres y por eso no dejará de estar sacudida y zarandeada tantas veces por las olas de los tiempos. Sin embargo, hay una sólida promesa: las puertas del  Hades no prevalecerán contra ella. Aún con sus  peripecias históricas, la Iglesia que no se identifica sólo con el Papa, los obispos y los sacerdotes sino  que es Pueblo de Dios que peregrina en medio del mundo anunciando el evangelio de salvación, continúa siendo instrumento de humanización y evangelización.

PALABRA DE VIDA

Is 22, 19-23                         Lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá 

Sal 137, 1-3.6.8                 Tu amor es eterno, Señor.

Rom 11,33-36    ¡Qué insondables sus decisiones, qué incomprensibles sus caminos!

Mt 16, 13-20      Pues yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra construiré mi Iglesia                                                       

                Abramos nuestra vida a tan hermosa Buena Nueva y Cristo la irá transformando con el poder de su Espíritu, si lo acogemos con la fe y el amor que hoy la Palabra nos recuerda.

                Del libro  del profeta Isaías 22, 19-23

                Estamos ante un oráculo que podemos ubicarlo después de la liberación de Jerusalén en el año 701 a. de C. que pone fin a la campaña victoriosa de Senaquerib. El texto trata de la sustitución del mayordomo Sobná, un extranjero que había llegado al puesto más importante en Israel en tiempos del rey Ezequías quien gobernó entre los años 716 a 687 a. de C. Este mayordomo, animado de su aire de grandeza, se dedica a construirse un mausoleo en lo alto. Tal proyecto no es del agrado de Dios y entonces, a través del profeta, que no ve con buenos ojos que un extranjero ocupe tan importante cargo, le comunica de parte de Dios que lo echará del cargo. En su lugar, se anuncia que Dios pondrá a un israelita dotado de poderes para gobernar a los habitantes de Jerusalén y del pueblo de Judá. Se trata de un mayordomo mayor que está a cargo, cuidado y gobierno de la casa del rey. El elegido es Eliaquín, hijo de Jilquías. El traspaso de poderes se simboliza en la entrega de las llaves con las cuales se permite abrir y cerrar la puerta. Quien recibe o tiene las llaves tiene la autoridad y el dominio sobre lo que se le encomienda a su cuidado. El llavero o portero goza de autonomía y tiene dominio sobre quien entra y quien sale.   Tengamos presente este simbolismo para comprender el evangelio de hoy cuando Jesús entrega a Pedro “las llaves del reino de los cielos”. Pedro, por voluntad de Jesús, se convierte en el mayordomo mayor  de la Iglesia de Cristo. Las palabras de los versículos 22 y 23 se aplican al Mesías según Apocalipsis 3,7 y Jesús las dirige a Pedro en Mt 16, 19. Así en la Escritura descubrimos una admirable unidad en el plan divino de la salvación y todo referido a Jesús, el Mesías en quien converge el Antiguo y Nuevo Testamento. ¿Acepto la Iglesia como comunidad de salvación fundada y querida por Cristo? ¿Me estorba la Iglesia Católica y prefiero una fe en Cristo pero sin Iglesia? ¿Leo con frecuencia el evangelio para descubrir la persona de Jesús, Hijo de Dios y Mesías prometido?

                Salmo 137, 1-3.6.8bc es un canto de acción de gracias al Señor por el cumplimiento de sus promesas, mostrando así su amor y su fidelidad, porque “me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma” (v.3). La prueba de su amor y fidelidad, a pesar de su grandeza, se muestra en que se “fija en el humilde” (v. 6). Una certeza invade la acción de gracias de este orante cuando dice: “Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! (v.8bc). ¿No te pasa lo mismo cuando escuchas la Palabra de Dios y te llena de esperanza, de consuelo y de amor? Atrévete a hacer también experiencia de la grandeza de Dios y sostén las  certezas de este orante bíblico. Sería precioso que lo intentaras.  

                De la carta de san Pablo a los Romanos 11, 33-36

                Son los versículos finales del capítulo 11 de la Carta a los Romanos que hemos  venido leyendo y meditando en estos domingos. San Pablo pone fin a su reflexión acerca de la conversión de su pueblo Israel que inició en 11, 25.  Si recordamos el domingo pasado, la segunda lectura concluía con esta sentencia: “Porque Dios ha encerrado a todos en la desobediencia para apiadarse de todos” (v.32). Tanto judíos como paganos han vivido en la desobediencia a Dios, nadie tiene méritos para ganarse la salvación. De este modo, todos, judíos y paganos, han experimentado la misericordia infinita de Dios que nos ha perdonado en Cristo. Y esto constituye el secreto más grande de la salvación. En la continuación de este texto, nos encontramos con la respuesta humana, la única posible, ante el misterio de salvación: la admiración, el reconocimiento y la alabanza. Sin la capacidad de admiración o asombro, el creyente se debate en especulaciones y pensamientos o reflexiones que secan el espíritu. La capacidad de asombro tiñe la fe de belleza, y Dios es un misterio bellísimo. Hemos perdido esta capacidad de admiración y nos hemos empobrecido, porque también la vida humana requiere de este aspecto. Sin admiración, la vida se convierte en cumplimiento y monotonía. Con San Pablo podemos también nosotros decir: “¡Qué profunda es la riqueza, la sabiduría y prudencia de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones, qué incomprensibles sus caminos!”(v.33). La oración, la Palabra, la vida misma son espacios estupendos para asombrarse de la obra de Dios con nosotros. Otro aspecto infaltable en la vida creyente es el reconocimiento humilde y sincero que Dios es maravilloso y sus planes sapientísimos. También es muy saludable el reconocimiento del otro y de los demás. El reconocimiento se formula en preguntas: “¿Quién conoce la mente de Dios? ¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio primero para recibir en cambio? (vv.34-35). Son tan necesarias las preguntas porque ellas nos abren al misterio. Sin preguntas es difícil aprender. Y a Dios lo conocemos mediante nuestras preguntas formuladas con amor. Y finalmente, la alabanza como una profesión de fe: “De él, por él, para él existe todo. A él la gloria por los siglos, Amén” (v.36). Todo nos lleva a Dios y en Dios todo tiene sentido. ¡Qué magnífico final de este capítulo 11! Gracias a san Pablo podemos acrecentar nuestra fe en el Señor Jesucristo, muerto y resucitado. ¿En qué se manifiesta tu capacidad de asombro, de admiración, de goce con la belleza? ¿O vives tan pobremente tu vida  cristiana que no hay lugar para la alegría, el gozo,  la gratitud? ¿Por qué se nos empobrece tanto la más bella experiencia que un ser humano puede disfrutar como es Dios mismo?

                Del evangelio según san Mateo 16, 13 - 20  

                No cabe duda que la confesión de fe de Pedro que nos narra el evangelio de hoy y el relato de la transfiguración del Señor son dos hitos muy significativos en el camino de Jesús. Hoy se nos narra la confesión de fe de Pedro. Todo se abre con la doble pregunta que Jesús dirige a los discípulos acerca de lo que la gente dice y de lo que ellos mismos piensan de Él. El relato aparece en los tres evangelios sinópticos: Mc 8, 27-30; Mt 16, 13-20; Lc 9, 18-21. En los tres evangelios, Pedro contesta en nombre de los Doce con una afirmación que se aleja de lo que piensa la gente acerca de Jesús. El tema de fondo de las preguntas es la identidad de Jesús. También en los tres evangelios sigue a la confesión de fe de Pedro el primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección, más una invitación a seguirle a Él por la senda del Crucificado.

                Tres elementos que no se pueden separar están presentes en el relato de Mateo: la confesión de fe de Pedro no se puede entender sino en relación con el anuncio de la pasión y las palabras acerca del seguimiento que Jesús les propone. Porque Jesús no logró convencer a los jefes de Israel y tuvo que aceptar el rechazo no sólo de los jefes sino también la incomprensión del pueblo y el aparente fracaso de su misión, lo que contrasta con unos auspiciosos inicios de un triunfo inicial de su ministerio. Este es el clima espiritual que rodea las dos preguntas acerca de su identidad que Jesús dirige a los suyos. Estamos, por tanto, ante una cuestión vital. Jesús necesita saber qué piensa la gente y qué es lo que piensan sus discípulos, que es lo mismo qué piensan los de fuera y los de dentro. Sólo así queda al descubierto si su misión trae el Reino de Dios y si responde a lo que Dios quiere de Él, es decir, Jesús duda si el camino seguido hasta ahora es el adecuado. Este pasaje evangélico tiene así una doble función: reafirmar a Jesús en su misión y confirmar a los discípulos en su seguimiento, ambas cuestiones vitales.

                El relato de San Mateo amplía el relato de Marcos 8, 27-30, señalando que Jesús es el “Hijo de Dios” y el encargo confiado a Pedro. Así el relato de Mateo permite a sus lectores como nosotros no centrar tanto la atención en Jesús, como en el relato de Marcos, sino en la Iglesia, el nuevo Israel, que Jesús convoca en torno a Pedro. Esto último se comprende ante el fracaso de la misión dirigida a Israel, que no se convierte ni lo acoge como Mesías verdadero, y Jesús convoca y forma el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.

                La doble pregunta de Jesús permite distinguir claramente la diferencia de opiniones de la gente y la de los discípulos a quienes representa Pedro y con ellos reconoce que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Estos dos títulos resumen la fe de la Iglesia de Mateo. De este modo no es suficiente decir que Jesús es el Mesías esperado por Israel; hay que agregar que es “el Hijo de Dios”, lo que es completamente coherente con la primera parte del evangelio de Mt 1 – 4,6. Si Jesús es sólo el Mesías, su comprensión puede quedar envuelta en el mundo de las expectativas de un mesianismo político social,  como de hecho lo esperaba Israel.  La fuerza de su mesianismo está en su condición de Hijo de Dios, su divinidad. Y hoy estamos envueltos en una acentuación casi única de Jesús histórico con quien se avienen las tendencias actuales que buscan sacudirse de cualquier modo de todo lo que implique exigencias. Y un Jesús humano queda al nivel de toda otra autoridad puramente humana. Hoy se prefiere a Jesús y no a Cristo, a Jesús pero sin Iglesia. Molesta el que sea Hijo de Dios y estorba la Iglesia. Que sea Hijo de Dios significa reconocer no sólo su condición humana sino al  mismo tiempo y definitivamente como Dios mismo entre  nosotros. Jesús es “Dios – con – nosotros”. Aquí radica su misterio único y su trascendencia absoluta.

                A la confesión de fe de Pedro, Jesús responde con una palabra de felicitación y un encargo muy especial de cara a la Iglesia. Según esto, Pedro es dichoso porque el Padre le ha revelado el misterio de reconocerle como Mesías e Hijo de Dios; y le confía la misión de ser la roca, sobre la que se asentará su Iglesia, reunida en torno a los discípulos. El cambio de nombre donde Cefas es roca describe la tarea que Jesús le encomienda: ser roca firme para que la Iglesia no sucumba ante las dificultades. Para ello le entrega “las llaves del reino de los cielos” y le confiere el poder de “atar y desatar”. Pedro aparece como el mayordomo supremo, en la línea de la primera lectura de hoy de Is 22, 19-23. El “atar y desatar” designaba, entre los judíos, la potestad de interpretar la ley de Moisés con autoridad. Así Jesús nombra a Pedro mayordomo y supervisor de su Iglesia con autoridad para interpretar la ley según las palabras de Jesús y adaptarla a nuevas necesidades y situaciones.

                El evangelio de hoy contiene numerosas expresiones arameas tales como “el poder del abismo”, “las llaves del reino de los cielos”, “atar y desatar” lo que habla a favor de la antigüedad del texto. Mateo interpreta fielmente el deseo de Jesús de reunir una comunidad de discípulos, y la primacía de Pedro dentro de dicho grupo. El texto ha animado una amplia discusión entre católicos y evangélicos sobre la cuestión del papado. La tradición católica sostiene que las palabras de Jesús se aplican tanto a Pedro como a sus sucesores, los Papas, todos ellos llamados a presidir a los hermanos en la fe y en el amor. Los evangélicos afirman que las palabras de Jesús son exclusivamente dirigidas al apóstol Pedro y si esto fuera así no habría un Papado que se funda en  ser vicario de Cristo y sucesor de Pedro. Esto es tan inaudito que desconoce que hasta el siglo XVI, cuando nace la reforma protestante, el Papa ha sido garante de la unidad de la Iglesia de Cristo en cuanto sucesor de Pedro y Vicario de Cristo por los veinte siglos de historia de la Iglesia.

                Recemos por el Papa Francisco y renovemos nuestra sincera adhesión al misterio de la Iglesia de Cristo, “signo e instrumento de la unión de los hombres con Dios y de la unión entre sí”.

                El Señor nos bendiga con su gracia y su paz.                   

     Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.    

 

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