22° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)
Provincia Mercedaria
de Chile

22° DOMINGO DURANTE EL AÑO (A)

Domingo 30 de Agosto, 2020

 


¡Señor! Quiero acompañarte y seguirte pero dame el valor para no abandonarte nunca

                El siempre llamativo testimonio del profeta Jeremías nos sorprende con una profunda confesión con que se abre nuestra “mesa de la Palabra” de este domingo:¡Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir!(Jer 20, 7). El Diccionario de la Lengua Española dice que “seducir, del latín seducere, literalmente es “engañar con arte y maña”. Y en el segundo significado de seducir es “persuadir suavemente al  mal, embargar o cautivar el ánimo”. Ejemplos de esta dura realidad de la seducción maléfica son muchos y algunos estremecedores y recientes. Hay un terrible proceso de la seducción que termina demoliendo toda resistencia de la víctima hasta encontrarse con la no menos terrible consecuencia de ser asesinada. En el lenguaje espiritual se habla de las “seducciones del Maligno”, ese ser espiritual,  invisible, que busca apartar del que considera su enemigo mortal, es decir, de Dios al creyente. La seducción funciona siempre mediante un atractivo engaño que comienza a cautivar a la víctima hasta dejarle totalmente indefensa y expuesta. Se habla de “trampas” que pone el enemigo de Dios en el camino del creyente, es decir, el ofrecimiento de placeres, felicidad, y todo lo que al hombre le atrae siempre: dinero, honores, éxito, “pasarlo bien”, sexualidad y drogas a la  carta, y todo tipo de desórdenes. El Seductor, enemigo de Dios, es un espíritu caído pero inteligente y audaz. No da puntada sin hilo, nos conoce como a la palma de la mano. Conoce nuestras debilidades y sabe explotarlas. Sabe que nos sentimos seguros cuando brilla el dinero en abundancia y con dinero se abren todas las puertas de la maldad. Hablamos  muy poco de nuestra situación real, la de ser seducidos por el Maligno y sus legiones. Vivimos en Jauja, somos fantásticos, fenomenales, increíbles, magníficos, todo terreno. Son las expresiones más comunes de nuestros castillos de arena con que se nos pasa la vida. En este tiempo, la seducción tiene el sello del consumismo compulsivo. Increíble cómo la gente se ha volcado a los grandes centros del consumo y agotan mercancías. Habrán pensado si la pandemia continúa con nosotros dos o más años, ¿cómo vamos a “parar la olla”? ¿No sería bueno usar esa escasa actitud que el evangelio nos aconseja de ser prevenidos? La seducción también  está volcando a la humanidad hacia una desatada violencia y destrucción.  Resulta estúpido que lo mismo que ha costado tanto esfuerzo y sacrificios sea destruido en un dos por tres en razón de las más increíbles sin razones. La seducción se convierte en este imperio de las drogas a todo nivel. Seducidos por el maligno, el espíritu del mal que tiene como tarea seducir y llevar el agua a su molino, el del mal. Muchas veces, el creyente como el profeta Jeremías, experimenta la desazón y angustia frente a lo que le acontece. Jeremías siente una tentación de culpar a Dios de los males que le sobrevienen. Este grito de angustia, porque la palabra de Dios ha sido para el profeta “oprobio  y burla” cada día; incluso se hace el propósito de no recordar más a Dios ni hablar más en su Nombre. Sin embargo, no abandona ni deja de ser profeta porque “había en mi corazón algo parecido al fuego ardiente” dice Jeremías acogiendo la  misión, siempre difícil, llena de contramanifestaciones, pero sostenido por el Señor. Así la experiencia de Jeremías, experiencia dramática, nos prepara para comprender mejor el camino de Jesús, tan difícil que el mismísimo Pedro trató de enmendarle el proyecto a Jesús y Jesús reafirma su decisión de seguir el camino doloroso y declararlo como exigencia de todo discípulo suyo. Y el camino de Jesús duele, saca roncha si queremos vivirlo con sinceridad.  

PALABRA DE VIDA

Jer 20, 7-9           ¡Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir!                                                              

Sal 62, 2-6.8-9                Mi alma tiene sed de ti, Señor, Dios mío.                                                          

Rom 12, 1-2       “Transfórmense interiormente renovando su mentalidad”.                                        

Mt 16, 21-27      “El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga”.  

                Cumplir la voluntad de Dios no es tan fácil como parece a primera vista. En la Biblia aparecen tantos modelos de fidelidad hasta el extremo como Abrahán, los profetas, María, José, y por sobre todo Jesús. Pero también se muestran ejemplos de infidelidad a raudales. Es que la voluntad de Dios no es evidente a primera vista, razón por la que hay que buscarla sin cesar. Y el auténtico cristiano sabe que ese es el ejercicio central de su camino espiritual. Un caso dramático es el del gran profeta Jeremías que acuñó  su desconcierto interior en el texto que hoy se nos anuncia en la primera lectura. Y es que confrontarse con la Palabra de Dios nunca es fácil ni ligero. El creyente así se convierte en un permanente buscador del querer de Dios en la trama confusa de los hechos cotidianos de su vida. Dejemos que la Palabra nos ayude en esa apasionada búsqueda.

                Del profeta Jeremías 20, 7-9

                No cabe duda que estamos ante el más impresionante profeta de la Biblia. Como nadie, Jeremías nos revela su ser más íntimo y su historia es atrayente y conmovedora. De este gran profeta está tomada la primera lectura de hoy. El texto nos abre una ventana al drama interior del profeta, el de su vocación profética. Pertenece al género de confesiones personales que muchos personajes escriben acerca de su vivencia interior. Son famosas las confesiones de San Agustín, por ejemplo. Podemos decir que el texto de esta primera lectura es otro grito más del profeta Jeremías dirigido a Dios a quien sirve. Señala que todo lo que Dios le ha ordenado hacer, lo ha hecho y todo lo que le ha mandado hablar, lo ha comunicado pero el resultado  es tan opuesto a esta fidelidad que no deja de gritar desde lo más hondo de su ser. Obstinación y odio de parte de los oyentes podrían desganar a cualquiera pero no a Jeremías que, pese a todo, permanece fuertemente adherido a la Palabra y a su misión que ha recibido. El profeta se siente seducido, engañado, por el Señor que lo llamó, pero también él se ha dejado seducir. ¿En qué sentido? Efectivamente Jeremías no sabía lo que le esperaba y el Señor tampoco se lo advirtió. Sin embargo, hay algo irresistible dentro de él que no le permite echar pie atrás: “Pero la sentía dentro como un fuego ardiente encerrado en los huesos: hacía esfuerzos por contenerla y no podía” (v.9). “La Palabra del Señor se me volvió insulto y burlas constantes” (v. 8). Todo bautizado puede experimentar esta misma sensación interior y puede llegar a rebelarse contra Dios pero hay una certeza absoluta: si Dios llama nunca dejará de acompañar con su amor al que elige. Distinto es imaginar que ser llamado es una panacea de pura felicidad; hoy dejemos espacio a Jesús que nos hable sobre las condiciones para seguirlo, es decir, para ser cristiano. Con esta primera lectura, nos abrimos a la experiencia de seguir al Señor con cruz, con renuncias, con incomprensiones a granel, viviendo la dura distancia entre el ideal y la cruda realidad personal, de ser enviados a quienes ni siquiera se dan por enterados, un auténtico abrir surco en medio del mar. El que quiere celeste que le cueste, si quieres la vida eterna, tienes que morir cada día al amor propio, al orgullo, el enemigo número uno  de nuestra felicidad que según los grandes maestros espirituales es el más duro de vencer y permanece hasta el final de nuestra vida. ¿Entiendes entonces en qué consiste seguir a Cristo, no un día ni una semana sino toda la vida?

                Salmo 62, 2-6.8-9 el orante expresa en una metáfora su situación cuando dice: mi alma tiene sed de ti, por ti suspira mi carne como tierra sedienta, reseca y sin agua(v.2). Así se expresa el profundo y ardiente deseo de Dios que anida en el corazón del orante. Tiene un aire nostálgico como de algo que se tuvo y ahora se convierte en añoranza. Puede ser un levita que ya no ejerce sus funciones en el santuario y ora recordando lo bien que le hizo la cercanía de Dios en su vida. Imaginemos nuestra situación lejos del templo, de la eucaristía y de los encuentros de grupo, a causa de esta pandemia. ¿Tendremos también esta experiencia de tener sed de Dios, de encuentro?

                De la carta de san Pablo a los Romanos 12, 1-2

                San Pablo, en la carta a los Romanos en el capítulo 12, comienza una larga exhortación moral, es decir, sobre lo que debe ser la conducta del cristiano, considerado siempre como miembro de la comunidad de fe, la Iglesia. Los dos versículos de esta segunda lectura bíblica constituyen una bella introducción al siempre delicado tema de las normas de conducta. El versículo 1 es muy decisivo cuando dice: “Ahora, hermanos, por la misericordia de Dios, los invito a ofrecerse como sacrificio vivo, santo, aceptable a Dios: éste es el verdadero culto”. El culto puede muchas veces convertirse en un conjunto de ceremonias y ritos muy desconectados de la vida de quienes las viven. Sería un culto vacío, un ritualismo estéril. El Apóstol nos está recordando un principio esencial en la vida cristiana: es la ofrenda de la propia vida, el verdadero sacrificio es la propia persona del creyente que ha sido santificada con la gracia del bautismo al ser liberada de la atadura del pecado. El cristiano es morada del Espíritu de Dios y esta realidad le da sentido a todo lo demás. Es el Espíritu Santo el que hace posible esta entrega a Dios y a los hermanos. En esto consiste “el culto espiritual”. Espiritual significa que es acción propia del Espíritu Santo en el creyente. Criterio fundamental de la conducta cristiana en todos sus aspectos es dejarse transformar desde dentro, desde el corazón, con una mentalidad nueva, la del evangelio, que le permita “discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto” (v.2). Lo más difícil es hacer un discernimiento sosegado, sereno y humilde. A este camino espiritual se opone la ideologización de todo y fortalecimiento de trincheras, sin apertura auténtica a la verdad como ha sucedido con la legalización de las tres causales del aborto, por ejemplo. Una verdadera espiritualidad cristiana se traduce en el compromiso con la vida, con los demás, con los grandes desafíos de un mundo más humano. El “espiritualismo” de moda, individualista y autosuficiente, es una grave tentación. Hay que practicar el discernimiento evangélico constantemente. Y el compromiso cristiano a fondo nos traerá problemas, mucha veces con los mismos de la casa. Servir a Dios exige una entrega a fondo, desde los más profundo de nuestro ser. Pero cuantos  reducen su cristianismo a actos aislados mientras la vida va por otro carril. ¿Es mi vida concreta una víctima viva, santa y agradable a Dios? ¿Ejercito el discernimiento de la voluntad de Dios antes de decidir o realizar las acciones?

                Del evangelio según san Mateo 16, 21-27

                San Mateo nos sigue deleitando con la Buena Noticia de Jesús, el Mesías, Hijo de Dios. Continuamos teniendo al apóstol Pedro como protagonista central como aconteció en el evangelio del domingo pasado. Allí admiramos su confesión de fe en Jesús a quien proclamó Mesías e Hijo de Dios, lo que le valió una felicitación especial de Jesús y el establecimiento de su Iglesia con el poder de las llaves. Pero en este domingo, en el episodio sucesivo, muestra una fe inmadura y demasiado vinculada a la mentalidad de este mundo. Ya hemos dicho que Pedro nos representa muy certeramente a cada uno de nosotros y un ejercicio muy recomendable es seguirle la pista a su camino de creyente  para descubrir nuestras propias andaduras de discípulos.

                En el evangelio de hoy se perciben  tres escenas bien marcadas: 1° Primer anuncio de la pasión y resurrección de Jesús (v. 21); 2° Diálogo de Pedro con Jesús (v. 22-23) y  3° Instrucción acerca del seguimiento de Jesús (24- 27).  De este modo, el evangelista Mateo ha creado el ambiente preciso para que la confesión de fe (Mt 16, 13-20) haga posible este camino de la manifestación de Jesús, que la comunidad va haciendo (Mt 16, 21- 27).

                Respecto al primer anuncio de la pasión y resurrección de Jesús hay que entenderlo como un paso decisivo que da Jesús en su manifestación a los discípulos, dejando en claro que su camino mesiánico pasa por el sufrimiento y la muerte, antes de llegar a la gloria de su resurrección. Son tres los anuncios de esta naturaleza y en plena sintonía con el “camino o subida de Jesús a Jerusalén”. Comienza el relato: “Desde aquel día, Jesús comenzó a  explicar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho…” (v. 21). No olvidemos que la tercera gran sección del evangelio de Mateo se abre precisamente con Mt 16, 21 y se extiende hasta Mt 28, 20. Con toda razón, el relato de la confesión de fe termina con una prohibición clarísima: “Entonces les ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías” (Mt. 16,20). De este modo, Jesús evita que se genere en torno a su persona un movimiento mesiánico de carácter político, tentativas que no faltaron y que fueron rechazadas una y otra vez, como consta en los mismos evangelios. Sin embargo, es tiempo de ir avanzando con sus discípulos en su verdadera manifestación. De esta manera los prepara para lo que viene.

                Respecto  al diálogo de Pedro con Jesús (v. 22-23) podemos decir que es evidente que Pedro, compartiendo la idea general de un Mesías victorioso y políticamente exitoso, expresa su incomprensión del misterio de Cristo, a pesar de haber profesado su fe en el Mesías e Hijo de Dios. El texto es muy elocuente: “Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá” (v. 22). Si ustedes se fijan, Pedro asume la actitud del tentador allá en el desierto: toma la iniciativa y no tiene empacho en tratar a Jesús como su igual y se propone corregir el camino de Jesús. Es un auténtico obstáculo que Jesús encuentra entre los suyos como la actitud asumida por Pedro.

                Si esto es así, podemos comprender la dureza de la respuesta de Jesús: “Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro:” ¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás!” Tú eres un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (v. 23). Jesús interpreta la reacción de Pedro como tentación diabólica. No cabe duda que hay un fuerte parentesco entre esta escena y las tentaciones del desierto. Aquí como allá, Jesús rechaza decididamente la tentación e invita a Pedro a “ponerse detrás de Él”, es decir, a seguirlo por el camino que el Padre le había señalado. Es curioso que Pedro que es kefas = piedra donde Jesús construye su Iglesia y aquí piedra de tropiezo = escándalo que trata de impedir que Jesús cumpla su misión redentora en el sufrimiento y la muerte según el plan que el Padre le ha encomendado.

                Finalmente la propuesta del seguimiento de Jesús. Hemos conocido el camino mesiánico de Jesús, ahora Él nos expone el camino del discipulado cristiano (vv. 24-27). En la invitación a seguirlo, Jesús declara la absoluta necesidad de cargar con su cruz, la de cada uno y las exigencias del discipulado. El seguimiento de Jesús trae consigo tribulación y persecuciones, requiere humildad = “renuncia a sí mismo”, asumir la actitud de servicio, practicar las obras de misericordia, y solidaridad con el destino del Maestro. Todo esto está incluido en la expresión “cargar la cruz e ir en pos de Él”. La cruz misma era un signo de rechazo, un instrumento de dolor y muerte. Jesús la transforma en signo de amor, de vida y de salvación. La cruz es el trofeo de la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte, los dos grandes enemigos del hombre. El que resucita es el mismo que ha sido crucificado. La Pascua es paso de la muerte a la Vida.

                Que este “hacer el camino de Jesús, Mesías e Hijo de Dios” sea nuestra pasión y nuestra meta. Pero nunca solos y aislados sino en comunión con la comunidad de Jesús, su Iglesia.

               

                Fraternalmente en el Señor             

                                           Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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