DOMINGO DE LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ (B)

Domingo 27 de Diciembre, 2020

 


¡Señor Jesús! Así como Simeón y Ana dieron testimonio de ti, bajo la acción del Espíritu      Santo, que también nosotros demos testimonio de ti en el mundo de hoy

Con el recuerdo del Nacimiento de Jesús en Belén se inicia el Tiempo de Navidad y  como acontece con los grandes hitos de la historia de la salvación también la Solemnidad de Navidad tiene su propio ritmo que se simboliza en la estructura de las celebraciones del 24 de diciembre a partir de la primeras vísperas o vigilia de Navidad al caer la tarde e iniciar la noche y luego las tres misas: “de medianoche” o popularmente llamada “misa del gallo”, luego “de la aurora” y finalmente “del día”. Pero no sólo es cuestión de horas distintas en que la comunidad cristiana hace memoria del Nacimiento del Hijo de Dios. Hay un extraordinario simbolismo que la liturgia quiere ilustrar desde las lecturas bíblicas. Y ¿cuál es ese simbolismo? Las lecturas de estos diversos momentos celebrativos están dispuestas bajo el simbólico y gradual itinerario de las tinieblas hacia la plenitud de la luz. Y otro detalle muy interesante es mostrar ese itinerario progresivamente, paso a paso. También el evangelio  del nacimiento se va narrando en trazos que permiten ir descubriendo las facetas del  acontecimiento en su plenitud. Así podemos decir que la Navidad es como un misterio nupcial (en la víspera), misterio de luz (primera misa a la medianoche) en contraste con  las tinieblas que envuelven al pueblo; misterio de salvación universal y no sólo de Israel (segunda misa de la aurora) y salvación que alcanza  los confines de la tierra (misa del día). El  nacimiento de Jesús, del Hijo de Dios entre nosotros “en la humildad de nuestra naturaleza humana”  y en la pobreza del portal de Belén nos trae el don de una vida nueva y divina: del nacimiento de Jesús, nacido de mujer y de su descubrimiento en la fe por los pastores, como nos lo recuerda la segunda misa o de la aurora se llega al nacimiento de aquellos que no son engendrados “de la carne ni de la sangre”, sino de Dios por la fe en Cristo, Hijo de Dios que se ha hecho hijo del hombre (tercera misa o misa del día). Estoy seguro que para la inmensa mayoría de fieles católicos esta singular riqueza de la vigilia del 24 y del 25 de diciembre no está  en sus registros. El simbolismo ampliamente vigente en la Palabra de Dios y en la liturgia cristiana es el  de las tinieblas y la luz, lo que significa que acoger a Jesús, Hijo de Dios “hecho hombre en las purísimas extrañas de la Virgen María” significa abandonar las tinieblas que nos envuelven, el pecado y todas sus negativas manifestaciones en la humanidad y en cada persona. Y eso significa abrazar, acoger la LUZ que es Cristo. Desgraciadamente la presencia de las tinieblas en nuestra vida es persistente aunque ya no tienen el poder absoluto sobre nuestras vidas. Acoger a Jesús que nace y reconocerlo como el Salvador significa acoger la vida eterna, la justicia, la paz, la salvación, el amor, la redención, la dicha o felicidad como meta definitiva de nuestra existencia. Más que preocuparnos de las tinieblas, que las conocemos de memoria y muchos veces  en ellas vivimos y nos movemos, el misterio de Navidad es una invitación a “nacer de nuevo”.  En la Navidad de Jesús nace el Hombre Nuevo y en él nosotros encontramos a Dios, de tal modo que el que lo acoge, por la fe y el amor renace como hombre nuevo. “Hoy os ha nacido un Salvador” (misa de la medianoche). “Hoy resplandece la luz sobre nosotros” (misa de la aurora). “Tú eres mi Hijo; yo te he engendrado hoy” (misa de día). ¡Feliz Navidad!

 

PALABRA DE VIDA

Gn 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3              Así será tu descendencia. Abrám creyó en el Señor

Sal 104, 1-6. 8-9                                El Señor se acuerda eternamente de su Alianza.

Heb 11, 8.11-12.17-19                   Por la fe obedeció Abrahán

Lc 2, 22- 40                                        Porque mis ojos han visto a tu Salvador

                Hemos celebrado el Nacimiento del Salvador con gran alegría y amor. Y con la solemnidad de Navidad se abre la Octava del Tiempo de Navidad; son los ocho días que siguen a una solemnidad como la que estamos celebrando. Y en el domingo dentro de esta Octava se nos invita a celebrar la Fiesta de la Sagrada Familia. Durante este tiempo celebrativo seguimos contemplando la  encarnación de Dios en el vientre purísimo de la Virgen María, su natalicio y su infancia. Dios hecho hombre debe crecer como verdadero hombre. María y José son los llamados a brindar al Niño Jesús todo lo necesario para que como guagua, infante, adolescente, joven se convierta en la persona madura humana que Dios, su Padre, quiere que sea. De esta dimensión humana de la infancia y adolescencia de Jesús no sabemos más que lo indispensable. Se le llama “vida oculta” porque es otro el foco de atención para el creyente, es decir, el misterio pascual, la muerte y resurrección que efectivamente supera el drama del pecado y de la muerte. Lo cierto es que Dios hecho hombre necesitó de una familia, ya que en ésta el hombre aprende a ser tal. Celebremos pues, esta fiesta con mucha atención leyendo en la profundidad el cumplimiento de las promesas divinas y la importancia de la fe en Dios y su Palabra.

                Del libro del Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3

                La primera lectura, tomada del libro del Génesis, primer libro de la Biblia, nos remite a la época patriarcal comenzando por Abrahán desde el capítulo 12. Dios irrumpe en la historia de un desconocido hasta ahora en la Biblia, que es, en definitiva, prototipo de la irrupción de Dios en la conciencia humana. Dios llama y su llamada pone en movimiento al elegido. Lo invita a dejar su tierra y  la casa de su padre para emprender una aventura, por la cual la vida de este hombre adquiere una nueva dimensión. El texto de la primera de lectura de hoy nos refiere uno de los momentos más impresionantes en la historia del encuentro de Dios con un ser humano; se trata de la Alianza o Pacto. Notemos que es Dios quien toma la iniciativa. Ningún humano tendría la ocurrencia de celebrar un pacto con Dios si éste no lo invitara primero. Sin embargo, las cosas no se dan según los cálculos humanos. Abrahán recibe una promesa de un descendiente pero pasan los años y no hay indicios que esto sea una realidad. Dios ratifica su promesa y realiza lo que promete. “El Señor visitó a Sara como lo había dicho y obró con ella conforme a su promesa”. Nace Isaac cuando Abrahán era anciano. Dios expresa la veracidad de su Palabra con el cambio de nombre: de Abrán  pasará a llamarse Abrahán “Yo te he constituido Padre de la multitud de naciones”. Este cambio de nombre indica que Dios destina al elegido para  una nueva misión. Alianza y fe de Abrahán son los acentos de la Palabra de Dios de este domingo. Dios cumple sus promesas no a nuestro estilo sino según un admirable designio suyo. Lo definitivo es el acto de fe que se traduce en la confianza de Abrahán en Dios, una confianza puesta a toda prueba que le atrae la dicha de ser aceptado incondicionalmente por Dios.

                Salmo 104, 1-6.8-9 es nuestra respuesta a la palabra que Dios nos dirige y hoy es una invitación a contemplar las maravillas que Dios hace en favor de  su pueblo. El inicio es una amplia invitación a dar gracias, a dar a conocer las acciones de Dios, a cantar, a pregonar, a gloriarse y a alegrarse.  Y los  versos 8 y 9 son el recuerdo de la alianza de Abraham y la certeza de que Dios permanece fiel  a la palabra que dio por mil generaciones. El resto del salmo describe los motivos por los cuales hay que dar gracias a Dios y para ello hay que recordar sus intervenciones salvadoras  en favor de su pueblo. ¿No sería bueno dar gracias por tantas maravillas que el Señor realiza en su Iglesia a pesar de nuestros pecados y escándalos? 

                De la carta a los Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19

                La segunda lectura, de la homilía o Carta a los Hebreos, del famoso capítulo 11 donde se reúnen todos los testimonios de una fe bíblicamente vivida y que se abre con esta afirmación: “La fe es la garantía de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve”, nos ofrece una necesaria reflexión acerca de la fe. Esta segunda lectura de hoy nos ofrece unos versículos relacionados con el “Padre de los creyentes”, Abrahán, quien “salió sin saber adónde iba”. Grande es también la fe de Sara, su esposa que “aún pasada su edad, recibió el poder de concebir… porque juzgó digno de fe al que se lo prometía” (v.11). Y no cabe duda que un momento crucial en la vida de Abrahán sea cuando Dios le pide el sacrificio de su hijo Isaac. Es un momento de prueba extrema para este creyente: “Por fe, Abrahán, cuando Dios lo puso a prueba, tomó a Isaac, para ofrecerlo en sacrificio” (v.17). No era un momento más en el caminar de la fe sino el punto crucial de una fe que se traduce en obediencia hasta el límite. Pues bien, Abrahán acepta la prueba porque “pensó que Dios tiene poder para resucitar de la muerte” (v. 19). La fe es el don que Dios concede para que el hombre emprenda el camino confiando en Él, se abre  a la esperanza donde Dios es la garantía de las promesas y se traduce en obediencia, en disponibilidad, en decisión y compromiso de caminar por donde Dios quiera llevar al que llama. No faltan pruebas ni obstáculos a la fe en el Dios único y verdadero, pero siempre se pueden superar con su gracia poderosa. La palabra clave de la fe es confiar y confiarse en las manos del que nos llamó a salir de las tinieblas y caminar hacia la luz. ¿Está mi fe hoy en esta dirección? ¿Dejo lugar a Dios en mi vida? ¿Me dejo conducir por la voluntad amorosa de Dios? ¿Qué obstáculos pongo a la plena confianza en Dios, mi Señor?

                Del evangelio según san Lucas 2, 22-40

                El evangelio, de San Lucas 2, 22-40, es la continuación del relato del nacimiento de Jesús que hemos proclamado en la misa de la noche de Navidad. Notemos que estamos ante la circuncisión del niño a los ocho días de su nacimiento, la imposición del nombre que fue anunciado por el Ángel Gabriel y la purificación de la madre.                                                                               El rito de la circuncisión es un sello o marca en la carne  por el cual el varón israelita queda incorporado al pueblo de la alianza.  Procede desde la época patriarcal. En otros pueblos es un signo de pertenencia social. En Israel es un signo eminentemente religioso que se remonta al mismo Abraham, padre del pueblo elegido. Se trata de un signo físico de la alianza con Yahvé y simboliza la integración en la vida religiosa judía. De aquí nace la metáfora de “la circuncisión del corazón” como  expresión de la fidelidad a Yahvé.  Incircunciso es simplemente el pagano, el que no pertenece al pueblo elegido.                                                                                                                                   El segundo rito es la presentación del niño Jesús en el Templo  para cumplir lo mandado por la Ley de Moisés y por tratarse de un primogénito varón, unido a la purificación de la madre. Esta presentación tenía como finalidad consagrar a todos los primogénitos varones al Señor de acuerdo con aquel criterio que todo primer fruto pertenece al Señor. Esto regía para animales, vegetales y humanos. “Consagrar” significa “dedicar” o “pertenecer” a Dios. De aquí el sentido de los padres que “consagran” sus hijos a Dios, o a la Virgen María o a algún santo. Esta práctica tiene un aspecto muy hermoso al querer reconocer la soberanía de Dios en la vida concreta de las personas. A Dios le pertenece siempre la vida, las personas, las primicias de animales y vegetales.    El tercer rito era la purificación de la madre, entendida más como pureza cultual y ritual y no tiene nada que ver con la pureza moral. Así lo establecía la Ley. Ofrecieron los padres el sacrificio de los pobres: un par de tórtolas o dos pichones, dice San Lucas. Y la pobreza es un rasgo del evangelio lucano. Jesús nace en una cueva o pesebrera. Su mensaje se dirige con preferencia a los pobres en la más amplia gama de miserias humanas, siendo el más profundo y grave  el pecado o lejanía de Dios.

                ¿Qué pretende San Lucas con estos datos que hemos mencionado? Ciertamente resaltar el cumplimiento de las promesas. Todo lo que envuelve la vida de Jesús implica descubrir que las promesas divinas alcanzan su cumplimiento. Por otra parte, mostrar el modo humano de la vida de la Sagrada Familia que camina inmersa en esta atmósfera divina pero sin ponerse fuera del tiempo y de la sociedad donde vive. Sin embargo, estos hechos no quedan encerrados en la crónica del Niño Jesús. Distintos personajes como el anciano Simeón y la profetiza Ana dejan claro el alcance universal y salvífico de Jesús, su persona y su obra. El llamado “himno de Simeón” es bella confesión de que Dios cumple con la promesa de salvación largamente esperada por Israel y “como luz para iluminar a los paganos y como gloria de tu pueblo Israel”. Ana da testimonio de lo que está viendo cuando Jesús es llevado por sus padres al templo: “Dando gracias a Dios y hablando del niño a cuantos esperaban la liberación de Jerusalén”.

                Que la Palabra de Dios  nos haga redescubrir la belleza de la familia que acoge por la fe el proyecto de Dios sobre sus miembros. La Fiesta de hoy nos recuerda una verdad esencial: la familia es la “escuela del evangelio de la vida”.    

                                                               Que  tengan un buen domingo en familia.           

 

                               Fr. Carlos A. Espinoza I.      

 

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