DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (B)

Sábado 02 de Enero, 2021

 


¡Cristo Redentor! Tú eres la Luz de las naciones y el Salvador que esperamos. Quédate con nosotros e ilumina nuestro camino.

                Navidad y Epifanía eran en sus inicios una sola fiesta con un solo objetivo: la encarnación del Verbo pero celebradas  con acentuaciones distintas en Oriente y en Occidente: en Oriente el 6 de enero como fiesta de la Epifanía y en Occidente el 25 de diciembre como fiesta de navidad. La palabra griega epifanía o teofanía tiene el sentido de autonotificación, entrada poderosa en la notoriedad y se refería a la llegada de un rey o de un emperador. Sin embargo,  el mismo término epifanía servía también para indicar la aparición de una divinidad o una intervención prodigiosa de ella. No es extraño entonces que en Occidente se la haya dado el nombre de epifanía  a la fiesta del nacimiento del Señor, a su aparición en la carne. En Occidente, la fiesta de la epifanía cambió de significado celebrando  la aparición de Jesús al mundo pagano con  su prototipo de la venida de los reyes o sabios a Belén para adorar al Redentor recién nacido. A este episodio se unión también el recuerdo del bautismo de Jesús, otro momento de la manifestación de Jesús como el Hijo Amado del Padre, y también el recuerdo de su primer milagro en las bodas de Caná. Como vemos la prioridad de las celebraciones no es tanto celebrar fechas históricas sino resaltar el significado salvífico de la  persona de Jesús. Y en este sentido tenemos que aprender a leer y comprender los textos evangélicos que no son crónica histórica sino testimonios de fe y presentación de la dimensión salvífica de todo lo relacionado con Jesús, el Cristo. Así cuando Occidente aceptó la fiesta de la epifanía de Oriente se propuso celebrar principalmente la venida de los magos vistos como primicias de los gentiles con la consiguiente manifestación de Jesús como Señor de todos los pueblos. Así se distinguen netamente en Occidente el objeto de las dos fiestas: el nacimiento de Jesús en navidad (25 de diciembre) y el homenaje de las naciones, en epifanía (6 de enero). Y un detalle interesante respecto al origen de estas dos fiestas. El 25 de diciembre que no es la fecha histórica del nacimiento de Jesús, era en el mundo pagano el Natalis (solis) invicti, fuente del culto al sol que estaba en boga en aquel tiempo del paganismo decadente y en el solsticio de invierno en que se hacían grandes fiestas. Así la Iglesia, para alejar a los hombres del paganismo, proclama que el verdadero Sol es el Mesías Jesús que nace en esta fecha. Lo mismo acontece con la fiesta de epifanía en el solsticio de invierno que celebraban con grandes fiestas el 6 de enero, era el día más luminoso, y los cristianos orientales celebraban la navidad indicando que Jesús es la luz más radiante que nació precisamente el 6 de enero como la verdadera Luz. Los cristianos fueron capaces de profesar su fe en Cristo, el Hijo de Dios, dándole nuevo contenido y sentido a las búsquedas más hondas de los pueblos paganos. Que esta fiesta de la Epifanía del Señor nos ayude a poner de manifiesto nuestra fe cristiana y venzamos la tentación de acomodarnos sin más a las prácticas sincretistas o mezcolanzas de fe con supersticiones y otras prácticas que nos alejan del misterio divino que se nos ha revelado en Jesucristo y en su Iglesia. La ignorancia religiosa no ayuda a vivir la hermosura de la fe auténtica cimentada en la revelación de Dios a través de su Palabra, su Espíritu, las acciones sacramentales y el compromiso del amor fraterno. Una fe es auténtica cuando se muestra en un estilo de vida bautismal, es decir, en las obras de cada cristiano. Sin las obras la fe está muerta. De ahí la importancia de ser y actuar como verdaderos cristianos. Sin ese testimonio no es posible evangelizar, catequizar, celebrar y compartir. Nuestra vida entera debe ser una epifanía permanente, una manifestación de la verdad, de la vida y del camino que es Jesucristo. Este es el núcleo absolutamente esencial  para ser cristiano.        

PALABRA DE VIDA

Is 60, 1-6              Las naciones caminarán a tu luz, y los reyes al esplendor de tu aurora

Sal 71, 1-2.7-8.10-13 Que se postren ante él todos los reyes

Ef 3, 2-6               También los paganos participan de una misma herencia

Mt 2, 1-12           Vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo

                La Epifanía representa la gran revelación o manifestación de Jesús como Señor y Salvador de la humanidad. La Palabra nos introduce en este acontecimiento salvífico mediante el encuentro entre los sabios de Oriente  y el recién nacido en Belén. En este domingo celebramos a Jesús, rey de los judíos, en su revelación como rey de las naciones. Así Jesús llena también las grandes aspiraciones de la humanidad entera e irrumpe como luz de los pueblos. Dejemos que este anuncio gozoso siga animando nuestra vida y misión evangelizadora.

                Del profeta Isaías 60, 1-6

                El profeta Isaías introduce, mediante un bello oráculo, muy a tono con el Tercer Isaías, la salvación como una realidad universal en un tiempo futuro mesiánico nuevo. Lo hace a través de una imagen simbólica, la gloria de la nueva Jerusalén que no es otra que la gloria del Señor, que resplandece sobre la soñada ciudad futura. El profeta comparte el contraste entre la gloria de Dios, vinculada a la luz, y las tinieblas que envuelven a los pueblos: “Mira: la tiniebla cubre la tierra, negros nubarrones se ciernen sobre los pueblos” (v.2). El anuncio contiene un germen de esperanza futura cuando afirma: “Las naciones caminarán a tu luz, y los reyes al esplendor de tu aurora” (v. 3). La resplandeciente nueva Jerusalén se verá rodeada de pueblos numerosos que vienen desde lejos, lo que será motivo de alegría desbordante; traerán el oro y el incienso, además de los tesoros del mar y lo más importante, “pregonarán las alabanzas del Señor” (v. 6). Esa misma “gloria del Señor”, compartida con las naciones que el profeta anuncia para el futuro, es la que resplandece en el nacimiento y en la epifanía de Jesús, el Mesías anunciado y esperado como  nos lo anuncia el evangelio de hoy. La dimensión universal de la salvación es inherente al plan de Dios realizado en Jesucristo e históricamente vivido en el peregrinar de la Iglesia, pueblo de Dios, enviado a anunciar el Evangelio a toda criatura hasta los confines del mundo.

                El salmo 71, 2.7-8.1013 pertenece a los llamados “salmos reales” ya que el centro de esta plegaria es el rey y probablemente fue compuesto para la ceremonia de su entronización. Se pide que el rey pueda cumplir su tarea de regir felizmente a su pueblo. Obedece a ese momento histórico de Israel donde el rey pasó a ser un elemento clave para el ordenamiento social, ya que sólo su gobierno justo podía garantizar abundancia y bienestar a la nación, especialmente orientado en beneficio de los más pobres. Cuando se identificó al Mesías como Rey, este salmo alcanzó un sentido claramente mesiánico. Así lo oramos de cara a Cristo, Mesías Rey por excelencia.

                De la carta a los Efesios 3, 2-6

                En el capítulo 3, San Pablo se refiere a su misión como “apóstol de los paganos” incluso dice que está preso por Cristo “a causa de ustedes, los paganos” (v. 1). Habla de una revelación por medio de la cual se le dio a conocer el misterio que “no se dio a conocer a los hombres en las generaciones pasadas” (v. 5) sino a los santos apóstoles y profetas inspirados. Este secreto ha sido mantenido por Dios oculto por muchos siglos bajo el velo de la historia de Israel. Y ¿en qué consiste ese secreto divinamente mantenido a lo largo de los siglos? Responde el apóstol: “Y consiste en esto: que por medio de la Buena Noticia los paganos comparten la herencia y las promesas de Cristo Jesús, y son miembros del mismo cuerpo” (v. 6). En verdad no faltan textos del Antiguo Testamento que hablan de una apertura de Israel a los paganos pero nunca de la manera que lo hace Jesús y sus apóstoles. No se trata simplemente de cualquier apertura sino de un compartir la riqueza desbordante de la redención de Cristo que se reparte a todos sin distinción. Con toda razón San Pablo considera esto como la gran revelación de que ha sido partícipe y es la razón profunda de su ministerio apostólico. Claramente no es un hecho exclusivo de su persona sino también de esa tradición apostólica y profética, es decir, de la Iglesia de Jesucristo. Es una de las notas esenciales de la Iglesia el ser “católica”, es decir, universal, superando las barreras entre pueblos y razas, idiomas y culturas. Es la maravilla de nuestro Dios que quiere que todos los hombres se salven. ¿Tengo una mirada de la universalidad de la salvación y la vivo con sentido práctico en mis relaciones con los demás?

                Del evangelio según san Mateo 2, 1-12

                San Mateo dedica los dos primeros capítulos de su obra al llamado evangelio de la infancia de Jesús. Dentro de los relatos, nos ofrece el de la visita de los magos o reyes o sabios de Oriente al Rey de los judíos que ha nacido en  Belén de Judá. Desde el comienzo de estos relatos el evangelista nos dice quién es Jesús: es el Mesías de Israel ( Mt 1,1.16), el Salvador de su pueblo (Mt 1, 21) y el Rey de los judíos (Mt 2,1), adorado por los magos pero rechazado por las autoridades de su pueblo (Mt 2,13).                                                                                                                                     La finalidad de este relato es introducir la relación entre los pueblos paganos, representados por los Magos o Sabios, y Jesús; en estos ilustres visitantes se preanuncia el desenlace: a Jesús se dirigirá el camino de los gentiles o paganos como nos lo anuncia el oráculo de Isaías de la primera lectura de hoy. Notemos  que el protagonista es el rey Herodes y su nombre se menciona nueve veces. Le dejo la tarea de buscar los versículos donde aparece mencionado. Se trata de Herodes,  denominado “el Grande”, el fundador de una dinastía que bajo títulos diversos gobernó en distintas partes de Palestina. Se consideraba a sí mismo judío pero su crueldad y sus tendencias paganas eran más fuertes que su superficial adhesión al judaísmo. Por su origen extranjero y por su gobierno despótico nunca logró atraerse el afecto de sus súbditos. En nuestro evangelio de hoy, Herodes “el Grande” representa la hostilidad del pueblo de las promesas frente a la búsqueda sincera de los “visitantes de Oriente”, los Magos o Sabios. Otra evidencia que nos ofrece el texto de hoy se refiere al título de “reyes” dado tradicionalmente a los magos no tiene fundamento bíblico. Se trata de un desarrollo legendario posterior.

                Jesús es, desde su nacimiento, un signo de contradicción como lo anunció Simeón. Serán paganos los que lo reconocerán como “Rey de los Judíos” y su realeza mesiánica, en la pobreza del pesebre y en la desnudez de la cruz. Los “cercanos”, los de su pueblo, sin embargo, no fueron capaces de captar los signos de Dios y se quedan prisioneros del miedo, privados de la inmensa alegría que acompaña y confirma a los Sabios junto a la estrella que les guía al encuentro del Rey de los judíos que ha nacido. Ellos buscan a un rey y entran en la sencilla casa, adoran al niño que encuentran con María, su madre, y le ofrecen dones preciosos. El confiado abandono de los Sabios o magos  a la inspiración de Dios hace fracasar la astucia de Herodes. He aquí la verdadera sabiduría de estos ilustres visitantes de Oriente. El rechazo del Mesías, Jesús de Nazaret, por parte de Israel y la acogida de las naciones paganas atraviesan la trama de la historia humana y de la historia de la Iglesia. Sólo al final, en la Parusía, se descubrirá esta trama; por el momento, el cristiano está invitado a optar o por la estrategia de Herodes y sus seguidores o por la sabia acogida de los Sabios de Oriente. Es el dilema entre rechazo y aceptación, entre incredulidad y fe, entre tristeza y alegría, entre cautividad y gozosa libertad de los hijos de Dios.

                Actualicemos esta Palabra para nosotros. El camino de búsqueda, emprendido por los Sabios, interroga hoy nuestras certezas o nuestras dudas de fe y solicita una respuesta que también nos ponga a nosotros, de nuevo en camino por el sendero de un deseo de Dios nuevo y más profundo. Porque cuando languidece el deseo de Dios y nos acostumbramos a la rutina de un caminar cansino, terminamos entrampados en lo ya conocido casi de memoria. Volvemos a los Sabios que saben usar sus conocimientos para ir más allá, aún superando los obstáculos de los que no ven ni oyen los signos de Dios. Que no nos acomodemos a lo que ya sabemos o hemos vivido en torno a Cristo y su Buena Noticia; es necesario dar un paso más para encontrar a Cristo de verdad, para adorarle y convertirle en el centro de nuestra existencia y en la meta hacia  la que tender siempre con nuevo impulso. Para esto hay que estar dispuestos a abandonar las seguridades como lo hicieron los Sabios, buscaron al que no conocían, encontraron a un niño y a su madre en una pobre casa y reconocieron ahí al “Dios-con- nosotros”.

                Gracias al evangelio de este domingo de la Epifanía podemos descubrir que nuestro encuentro con Cristo no acontece en los espacios siderales sino en medio de las cosas sencillas y tan humanas que hasta nos parece increíble que ahí, precisamente ahí, nos está hablando nuestro Dios y Señor. “La  grandeza de las pequeñas cosas” radica precisamente en el descubrimiento gozoso del “tesoro escondido” que es Cristo, nuestro Salvador. “Escondido en los pliegues de nuestra pobre naturaleza humana”, en la sencillez de un nacimiento y de una vida oculta, sin el despliegue voluminoso de nuestros estilos exitosos y avasalladores, sin pompa ni gloria mundana, humilde y manso como un cordero, amante ilimitado y cercanía medicinal para nuestras heridas. Este es nuestro camino de vida nueva que exige un morir cada día a nuestro yo siempre inclinado al reconocimiento y lucimiento histriónico. Es el camino del Emmanuel salvador, Jesús el Cristo.   

                 ¡Feliz Año Nuevo! Que Cristo y María su Madre nos acompañen en este nuevo desafío de ser testigos de Jesucristo creíbles, convencidos y convincentes. Fraternalmente les desea

                                                                                               Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.  

 

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