DOMINGO DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE LA FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR (B)

Viernes 08 de Enero, 2021

 
El evangelio de hoy, Mc 1, 7- 11, muy breve se divide en dos partes. Los versos 7-8 nos hablan del testimonio de Juan Bautista sobre el Mesías y luego los versos 9-11 el también breve relato del bautismo de Jesús por Juan en el Jordán. Todo esto acontece antes del inicio del ministerio predicación de Jesús en Galilea.

 ¡Señor Jesús! enséñanos a vivir la maravillosa experiencia de nuestro bautismo cada día.

PALABRA DE VIDA

Is 55, 1 – 11        Buscad al Señor mientras se deja encontrar

Sal (Is)                  Sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación

1Jn 5, 1 – 9         El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios

Mc 1, 7 – 11       Y al salir del agua, vio que los cielos se abrían

                               Hemos vivido y celebrado el ciclo navideño y con la fiesta de hoy estamos retomando el tiempo normal que en lenguaje litúrgico es identificado como “tiempo ordinario” o “domingos durante el año”. En este ciclo litúrgico las lecturas corresponden al Ciclo B y el evangelio que saborearemos es el de San Marcos. De hecho hoy estamos entrando en la dinámica de este evangelista. Lo tendremos en los domingos siguientes hasta que el Miércoles de Ceniza nos introduzca en el tiempo de la Cuaresma.  Con esto queremos tomar conciencia del ritmo espiritual al que nos invita la liturgia de la Iglesia. Tenemos la sensación de vivir el año litúrgico, Año del Señor, como momentos aislados con ciertas fiestas que nos llaman la atención; en realidad, se trata de hacer memoria, vivir y celebrar los misterios centrales de nuestra fe. El 2021 debe ser un año que intentaremos vivir con el Señor y como Iglesia. Y para ello qué cosa mejor que seguir el ritmo de su Palabra según la liturgia diaria y semanal de la Iglesia.

                Las lecturas de esta Fiesta del Bautismo del Señor son alentadoras y su tema es el agua. Nos vamos a fijar en este elemento que tiene una importancia vital no sólo en el plano material sino también espiritual. Dios se vale de un elemento que usamos tanto que ni siquiera nos damos cuenta de su importancia. Cuando nos falta el agua captamos de inmediato qué importante es para nuestra vida. ¿No nos pasará lo mismo con nuestro bautismo? Nuestra fe está vinculada también al lavado purificador del agua bautismal. Dejemos que esta Palabra de Dios de hoy nos ayude a contemplar las maravillas de nuestra fe bautismal.

                Del profeta Isaías 55, 1 - 11

                La primera lectura del profeta Is 55, 1 – 11 es un texto muy hermoso. El profeta está describiendo la nueva época, la del Mesías que Dios promete, como el retorno de Israel. Es el tema de fondo de los versos 1 – 5. Lo extraordinario es que todos están llamados a participar de los bienes de la creación equitativamente. Igualdad, justicia y oportunidad para todos, el anhelado sueño de la humanidad, no son consignas políticas ni estrategias económicas sino el mismo proyecto que Dios quiere para Israel y para todos los pueblos. Pero para que sea posible hay que escuchar a Dios que nos habla: “Prestad atención, venid a mí; escuchadme y viviréis. Sellaré con vosotros una alianza perpetua” (v. 3). Este proyecto se funda en Dios y no en el hombre. La alianza que Dios quiere establecer con su pueblo pertenece a su soberana decisión. La alianza no se merece ni es premio. Es gratuidad absoluta porque Dios la ofrece y la realiza soberanamente. Los efectos de esta amorosa actitud de Dios hacia su pueblo y a las naciones de la tierra son también compromisos. “Buscad al Señor mientras se deja encontrar; invocadlo mientras está cerca. Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes y el Señor se apiadará de él si se convierte” (vv.6-7).  Los versos 10-11 son una joya de magistral sabiduría y se refieren  a la realidad de la Palabra del Señor. Es un texto inmensamente citado y es una imagen literaria extraordinaria que nos permite acercarnos al misterio de Dios que habla y nos habla. Y la fuente de las promesas divinas es la Palabra de Dios. La imagen de la lluvia y de la nieve, que caen sobre la tierra y  “que después de haber empapado la tierra, de haberla fecundado y hecho germinar” vuelven al cielo para continuar con este maravilloso milagro según el orden y voluntad del Creador, sirve para indicar que la Palabra de Dios es viva, tiene fuerza para hacer fecundar, engendrar y generar vida “porque cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo” (v. 11).  La fecundidad de la Palabra es  la vida de fe que el creyente vive cada día. Se trata de una vida de fe activa, dinámica, en movimiento que produce los frutos del Espíritu. Jesús dirá que son dichosos los que escuchan la palabra y la ponen en práctica. Una pura teoría religiosa, una doctrina o norma moral por sí solas no tienen fuerza para producir el cambio radical o conversión que el Señor espera de cada uno de sus hijos. La Palabra de Dios, la palabra de Jesús y su misma Persona pueden hacer el milagro de un cambio profundo personal y comunitario. ¿Eres una tierra “empapada, fecundad y germinada” por la Palabra viva de Dios? ¿O eres un sitio eriazo, lleno de sabandijas, maleza y cachivaches?

                Salmo [Isaías 12, 2-6] es un canto d alabanza y de acción de gracias con el que se cierra una serie de palabras y acciones relacionadas de y sobre Isaías de Jerusalén. Entre los motivos que el redactor considera  en esta alabanza y acción de gracias está esta bella certeza: “Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación” (v. 3). Y cómo no recordar el encuentro de Jesús con la samaritana (Jn 4, 1- 42) cuando Jesús responde a la mujer: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua  que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna” (Jn 4, 13-14). La Sagrada Escritura nos  ayuda a comprender el  único plan de Dios para salvarnos. Jesús es la fuente de la salvación donde bebemos el agua que apaga la sed de Dios.

                De la primera carta de san Juan 5, 1 - 9

                La segunda lectura de la primera carta de San Juan 5, 1 – 9. La primera de Juan pertenece al grupo de escritos del NT que se conocen como Cartas Católicas, en el sentido que no tienen un destinatario determinado sino que se refieren a comunidades cristianas. Esta primera de Juan se dirige a un grupo de comunidades cristianas que atraviesan una grave crisis debido a la difusión de doctrinas incompatibles con la revelación cristiana y constituían una seria amenaza contra la integridad de la fe cristiana. Es tan grave la situación que el autor de esta carta identifica a los predicadores de estas doctrinas como enticristos, falsos profetas, mentirosos, ellos son del mundo y por eso el mundo los escucha. Se llega a decir que no hay que rogar por ellos, ni saludarlos ni menos aún recibirlos en casa.  Decimos esto para comprender mejor la fuerza que tiene esta carta cuya lectura nos refresca la memoria creyente y nos invita a volver siempre a la fuente: vivir la fe y el amor.  Y sólo “El que cree que Jesús es el Cristo ha nacido de Dios; y el que ama al Padre ama también al que ha nacido de él” (v. 1). Es como  el motivo de fondo de este precioso texto. Una de las preocupaciones de su autor es la relación del creyente con el mundo. ¿Quién es  el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? (v. 5). “Y la victoria que triunfa sobre el mundo es nuestra fe” (v. 4). Pero la fe en Jesús como Hijo de Dios es inseparable del amor: “El amor a Dios consiste en cumplir sus mandamientos; y sus mandamientos no son una carga” (v. 3). El amor vence al mundo, el mundo en cuanto regido el malo y  el pecador. Esta victoria del amor que vive el creyente es el fruto precisamente de la fe en Jesús, el Hijo de Dios. Su sacrificio queda expresado en que vino “con agua y sangre”, en el bautismo y la eucaristía como núcleos esenciales de la vida cristiana. Sin ellos no hay vida nueva en el creyente. Es el Espíritu de Jesús que habita en el creyente, junto al agua del bautismo y a la sangre, memorial del sacrificio de Jesús, en la eucaristía que testifica que lo que Dios ha prometido lo ha cumplido y lo cumple en su Hijo Amado quien nos ha dado la vida eterna. Es bueno recordar nuestras certezas de fe, nuestras convicciones profundas, sobre todo, cuando hay un afán de “bajarle el perfil a Jesús” presentándolo tan solo como  humano y a lo sumo como un profeta entre muchos, a fin de que no sea Hijo Unigénito de Dios, de tal manera que no tenga autoridad para exigirnos el acto de fe, la entrega de la vida, la fuerza de sus mandatos. Y  el resto se viene abajo como la necesidad de salvación trascendente, la conciencia de nuestra condición de pecadores, el lugar y misión de la Iglesia, la importancia de la vida sacramental y del seguimiento de Jesús en el día a día. ¿Quiénes son los enemigos de la fe hoy día? ¿Le podría poner nombre e identificarlos? No siempre son personas o grupos, son también tendencias, doctrinas, movimientos.

                Evangelio de san Marcos  1, 7 - 11

                El evangelio de hoy, Mc 1, 7- 11, muy breve se divide en dos partes. Los versos 7-8 nos hablan del testimonio de Juan Bautista sobre el Mesías  y luego los versos 9-11 el también breve relato del bautismo de Jesús por Juan en el Jordán. Todo esto acontece antes del inicio del ministerio predicación de Jesús en Galilea.

                El evangelio de san Marcos fue escrito  hacia el año 65 y está dirigido a cristianos que no viven en Palestina, es decir, a cristianos de origen pagano. Estos creyentes vivían dificultades que tenían que ver con la “gloria del Hijo del Hombre”. La respuesta de Marcos es clara: no hay que extrañarse de las dificultades porque la realeza y divinidad de Jesús no se afirmaron en el triunfo sino en la cruz. No es extraño que el relato de la pasión ocupe toda la segunda mitad del evangelio de Marcos, es decir, de Mc 8, 31 a 16,8.  ¿Acaso no es ésta  la misma  dificultad que vivió Pablo cuando recorre Atenas y anuncia a  un Dios resucitado? Fue un fracaso su anuncio pero desde entonces comprendió que el misterio de Dios pasa por la cruz y el sacrificio de su Hijo. Desde entonces no dejará de anunciar a Cristo Crucificado, muerto y resucitado.

                ¿Quién es Marcos, el autor del primer evangelio? Los Hechos de los Apóstoles habla de un tal “Juan apodado Marcos” (Hch 12,12; 13, 5; 15,37). Hizo el aprendizaje de misionero con Pablo (Col 4,10), luego se separó de él pero lo acompañó más tarde en la cautividad de pablo en Roma. Pedro a su vez señala que Marcos, “su hijo”, está con él en Roma (1Pe 5,13). De aquí se cree que Marcos puso por escrito las enseñanzas de Pedro concretamente en la comunidad de Roma. También se ha identificado con Marcos al joven que se escapó desnudo en el momento del arresto de Jesús, lo que indicaría que Marcos fue testigo ocular de lo que escribe en su evangelio.

                El evangelio de Marcos tiene una intención catequética ya que es evidente que responde a las inquietudes de sus destinatarios y los ayuda a dar el paso desde una preocupación puramente humana sobre el poder y divinidad de Jesús hacia la fe que ha recibido en la  Iglesia. Si nos fijamos en su inicio es elocuente su intencionalidad cuando dice: “Comienzo de la Buena Noticia de Jesucristo, Hijo de Dios” (Mc 1,1).

                Nuestro evangelio de hoy, Fiesta del Bautismo de Jesús, nos conecta directamente con el testimonio de Juan Bautista, el  precursor, el que prepara al pueblo para acoger al que viene, al Mesías esperado. Juan no sólo es reconocido por su predicación  e invitación a recibir el bautismo de conversión para el perdón de los pecados; su estilo personal revela la imagen de un profeta, “el último profeta del Antiguo Testamento”, vestimenta y alimentación precaria y su triple llamada: reconocerse pecador, cambiar de vida y hacerse bautizar para obtener  el perdón de los pecados. Estos tres pasos son la esencia de lo que significa preparar el camino del Señor. Este es el clima espiritual y humano que rodea el bautismo de Jesús.

                El precursor Juan Bautista reconoce su papel en dependencia del que viene detrás de él: “Detrás de mí vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a  sus pies para desatar la correa de sus sandalias” (v.7). En varias ocasiones se habla de la relación de Juan Bautista con Jesús y al parecer, al menos entre los discípulos de Juan y los de Jesús pudo darse una tensa relación  de la cual han dejado entrever los textos evangélicos.

                La declaración siguiente es muy pertinente: “Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo” (v. 8). Es la gran novedad de Jesús que no sólo promete el Espíritu sino que lo da. En cambio el bautismo de Juan como todas las formas de ritos de purificación no traspasan el nivel de acciones rituales humanas incapaces de regalar el Espíritu del Resucitado.

                En este clima espiritual se abre la sencilla pero significativa acción del bautismo de Jesús. El relato es escueto y muy concentrado en lo esencial. La entrada de Jesús en escena es muy sobria.

                Inicio de la escena: “En aquellos días, Jesús llegó desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán” (v. 9). En este versículo se resume el relato del bautismo de Jesús. Es interesante señalar que Jesús va a bautizarse por propia iniciativa y así muestra ya el protagonismo que asume en el inicio de su predicación pública. Es el “nazareno” procedente de Nazaret de Galilea que realiza un acto junto a los pecadores que sí  necesitan el bautismo. Así Jesús aparece solidarizando con la humanidad que viene a redimir. Es un acto de humildad, de anonadamiento del Hijo de Dios, una manifestación de haber tomado la condición humana para salvar a los hombres. “Fue contado entre los pecadores” dirá el profeta. Es la  kénosis de Dios, el  abajamiento que soportó por amor a los pecadores.

                “Y al salir del agua, vio que los cielos se  abrieron” (v.10). Ya el profeta Isaías profetizaba diciendo: ¡Si rasgaras el cielo y descendieras…! (Is 63,19b). ¿Qué significa la expresión? El rasgarse el cielo significa la intervención directa de Dios en el momento que Jesús sale del agua del Jordán. Y en Cristo se abren los cielos también para cuantos creen en él. Gracias a Jesús reconocemos la intervención maravillosa de Dios que derrama su Espíritu sobre nosotros también en nuestro bautismo.

                “Y el Espíritu Santo descendió sobre él como una paloma” (v. 10). A la humillación del bautismo que significa para el Hijo de Dios, haciéndose solidario con los pecadores, sin tener pecado “se hizo pecado por nosotros” corresponde la directa intervención de Dios descendiendo el Espíritu sobre su persona directamente, sin mediaciones. Jesús restablece la comunión directa con Dios que los hombres habíamos roto por el pecado. Jesús, lleno del Espíritu Santo, es el Ungido que el Padre ha enviado al mundo. Así Jesús es el auténtico Templo de la Trinidad donde los hombres volverán a entrar en esa comunión que el pecado rompió. Jesús es la Presencia del Padre y del Espíritu porque es el Hijo.

                “Y una voz desde el cielo dijo:”Tú eres mi Hijo muy querido, en ti tengo puesta toda mi predilección” (v. 11). Estamos ante una auténtica teofanía o manifestación del misterio de Dios. En esa  “voz del cielo” se reconoce la voz de Dios, la voz del Padre. No sólo se han abiertos los cielos y ha descendido el Espíritu sobre Jesús, sino que escucha al Padre Eterno. Lo que proclama es la mejor declaración sobre la verdadera naturaleza de  Jesús: Tú eres  mi Hijo muy querido… Es una afirmación en sentido pleno: Jesús no es un adoptado, es el hijo en el sentido más verdadero de la palabra. “De la misma naturaleza del Padre” dice la profesión de fe. Aquí, en el Jordán, Dios ha consagrado, ha ungido, a Jesús como Rey-Mesías.

                Así el evangelio de san Marcos parte de una manifestación de Dios que declara a favor de Jesús como su Hijo muy amado y concluye con la confesión de fe en labios del centurión romano cuando habiendo observado todo lo relacionado con la pasión y muerte de Jesús  dijo: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios” (Mc 15, 39).

                Llegamos al  final de nuestra aproximación a la Palabra de esta Fiesta del Bautismo de Jesús que, en realidad, es más  una brillante Epifanía del misterio de Jesús hombre e Hijo muy amado de Dios.

                Un abrazo fraterno y que gocemos recordando las maravillas de ser bautizados.

                Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

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