2° DOMINGO DURANTE EL AÑO (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

2° DOMINGO DURANTE EL AÑO (B)

Viernes 15 de Enero, 2021

 


¡Señor Jesús! Tú me llamaste hace ya un buen tiempo y me invitaste a seguir tus huellas. Aquí estoy, Señor, dispuesto a seguirte

                Estamos en el segundo domingo del tiempo ordinario o mejor dicho, durante el año, de este Ciclo litúrgico B. Un 2021 que parecía una pausa frente a la pandemia que nos tiene bajo vigilancia permanente, prácticamente todo el año 2020 pasado. Se acrecentó esa sensación con el anuncio presidencial de la llegada de la primera partida de la ansiada vacuna contra el Covid 19 y las sucesivas partidas del anhelado remedio que nos ilusiona con haber vacunado al 80% de la población de este Chile adolorido antes del próximo junio. Una alerta inesperada golpea nuestras ilusiones: la nueva cepa del virus ya está entre nosotros. La noticia nos golpea fuerte, nos aterriza violentamente y comienza a llenarse nuestro diario vivir con los fantasmas de las cuarentenas, de los cierres, de los encierros, de las máximas restricciones. Ha sido difícil este segundo golpe. Había que bajar la presión y la autoridad abrió una ventana para que se pueda “ir de vacaciones por 15 días”. Esto rige hasta marzo. Pero las cifras del contagio continúan subiendo en muchos lugares. ¿Cómo no agradecer este esfuerzo tremendo de mantenernos al día sobre lo que nos afecta tan fuertemente? Gracias a esa legión de valientes y arriesgados servidores de la salud, de incansable bregar, contamos con los controles del contagio e incluso sabemos cuáles son los eventos más gravitantes en este fenómeno del contagio. Pero no todos están comprendiendo la gravedad de la situación que nos afecta. Se han realizado “fiestas clandestinas”, “matrimonios muy concurridos”, “encuentros familiares”, “pichangas nocturnas”, etc. Encontraron que en las playas, lejos de los controles de las ciudades, se podía citar “a misa de 10” para encubrir el delito de sectores supuestamente más educados de la sociedad chilena. Y como somos por origen un pueblo transgresor de las  normas,  la pandemia ha dejado al descubierto esa incapacidad de cuidarse y cuidar a los demás. Todos hablan del amor que supuestamente reina entre nosotros pero  los hechos de la vida son porfiadas demostraciones de lo contrario. Cuidar la propia salud y respetar el don de la vida como cuidar la salud de los demás seres humanos y reconocer su dignidad esencial, implica una grandeza  moral que hemos perdido y nuestra ejemplar convivencia democrática se esfumó entre  tanta corrupción, atropello, mentiras y violencia, abusos y doble estándar. Somos una sociedad en completa crisis de credibilidad, de confianza, de apertura. ¿Qué nos  ha pasado? Creímos que el progreso económico del país bastaba para ser una sociedad mejor. El Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962 – 1965, hizo un diagnóstico preciso: el problema de la humanidad es que a su impresionante desarrollo económico y técnico, no correspondió un paralelo desarrollo espiritual. Y cuando el hombre y la comunidad pierden o se deteriora el desarrollo moral, tanto a nivel individual como colectivo, los resultados son simplemente desastrosos. Seguiremos teniendo pandemia y la vacuna no soluciona el problema de nuestra responsabilidad individual y colectiva en la marcha de nuestro querido país y de nuestro revuelto mundo moderno. Nos hace bien alimentar nuestra vida con la Palabra de Dios, la oración, la meditación y la caridad. Respetando las normas establecidas para enfrentar este terrible mal se practica el verdadero amor a Dios y al prójimo. Este domingo segundo del tiempo ordinario nos habla de llamada y seguimiento, y esto constituye el corazón de nuestra vida cristiana de siempre. No hay que olvidarlo nunca ni suponerlo. Hay que vivir de la certeza y convicción: el Señor nos llama y a Él hay que seguirlo.

 PALABRA DE VIDA

 1Sam 3, 3-10.19               Habla, Señor, que tu siervo escucha

Sal 39,2.4.7-10                  Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad

1Cor 6, 13-15. 17-20       ¿No saben acaso que sus cuerpos son miembros de Cristo?

Jn 1, 35-42                          Maestro ¿dónde vives? Vengan y lo verán, les dijo

                ¿Para  qué sirve la liturgia? Conviene no olvidarlo. La liturgia representa la obra fundamental de la Iglesia porque con ella ejercita la adoración a Dios  y Dios es lo primero; la liturgia hace posible recuperar el primado de Dios en la vida del creyente y en la humanidad. Y la Palabra de Dios es la lámpara que nos guía en esa dirección. “Poner a Dios en la vida” es la clave de una auténtica liturgia y misión evangelizadora. Prestemos atención a los modos cómo el Señor nos despierta y nos conduce hacia Él.

                Del Primer Libro de Samuel

                La primera lectura tomada del primer libro de Samuel es un bellísimo texto que vale la pena leerlo y meditarlo muchas veces. Estamos ante una pieza maestra de la narrativa bíblica. El autor estructura la vocación de Samuel en cuatro momentos sucesivos, divididos por las repetidas entradas de Samuel en la habitación de Elí, el anciano sacerdote y los sucesivos diálogos entre ambos. El resultado es una narración animada con suspenso y tensión dramática, redactada además con un estilo directo, sobrio y preciso. Tanto este texto como el evangelio de hoy son relatos de llamada y respuesta. En esta primera lectura, el mediador entre el que lo llama y el joven Samuel es el anciano sacerdote del templo llamado Elí. En el evangelio de hoy es Jesús, el  Bautista y los protagonistas  sus dos discípulos, Andrés y su hermano Simón. En ambos relatos, la iniciativa procede de Dios, en la primera lectura, o de Jesús en el caso del evangelio, lo que quiere decir que nadie se autollama; por el contrario, todo llamado siempre es de Dios. De este modo queda clara la unidad interna del plan de Dios para salvar al hombre y podemos perfectamente comprender que hay un tiempo de preparación (el Antiguo Testamento) y un tiempo de realización (el Nuevo Testamento).

                Recordemos  que Samuel fue entregado o consagrado al Señor por su madre Ana que, acongojada por lo que significaba no tener un hijo, suplicó a Dios y el Señor le concedió el hijo anhelado. Lo llamó Samuel  “por eso yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo”, dijo su madre al llevarlo al templo (1Sm 1,28). Lo acogió Elí, el sacerdote. El niño crece en silencio, conocido sólo por Dios. En este ambiente, Dios lo llama aunque demorará en reconocer su voz y su Palabra. El modo como Dios lo llama  constituye una preciosa lección acerca de la manera como Dios llama. Llama a cada uno por su nombre. Aquí llama: ¡Samuel, Samuel!.  Así su llamada es siempre personal y no anónima y significa que nos conoce de antemano por medio de un conocimiento del amor. Pero Samuel no está en condiciones de conocer de inmediato la voz del Señor, como acontece con todo llamado. Aquí emerge un aspecto extraordinariamente rico: Dios usa una pedagogía cuyo fin es insertarse en el corazón del hombre. Dios se adapta; llama de manera gradual y le da tiempo al hombre. E incluso le renueva la llamada.

                Dentro de esta divina pedagogía cabe el lugar a los intermediarios que ayudan  a reconocer la voz de Dios, como en el caso de Samuel esta función la cumple el sacerdote Elí que enseña al joven Samuel a cómo comportarse ante la insistente llamada. Las mediaciones humanas  son indispensables para recibir y responder la llamada.

                Finalmente destaquemos la respuesta de Samuel: la total disponibilidad. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” expresa la total apertura hacia el misterio que habla llamando. No será la única vez que Dios llame; en la historia de una vocación Dios seguirá llamando muchas veces a reemprender el camino de nuevo, con nuevas exigencias y desafíos. ¿Quién te ayudó a descubrir la llamada de Dios y en qué circunstancias aconteció aquello? El llamado no tiene edad y puede acontecer en cualquier momento de la vida de una persona. La llamada es un misterio y responderla es el principio de una aventura entre dos: tú y el Señor.

                El salmo 39 es un canto de acción de gracias en su primera parte (vv. 2-11) y de súplica la segunda parte (vv.14-18). La respuesta no puede ser más adecuada a la Palabra que escuchamos hoy cuando decimos: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Propiamente en esto se resume el camino de respuesta del discípulo verdadero. Con toda razón la Iglesia vio en este salmo una referencia especial a Jesucristo que dice: “Entonces yo dije: “Aquí vengo, en el libro se ha escrito de mi: Quiero hacer tu voluntad, tu ley llevo en mis entrañas”. Ojalá hoy puedas renovar tu compromiso cristiano de seguir a Jesús y hacer siempre la voluntad de Dios.

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios

                La segunda lectura tomada de la Primera Carta de San Pablo a los Corintios podemos entenderla como una de las consecuencias de la respuesta a la llamada de Dios. El cristiano que acoge el llamado de Jesús está comprometido con un estilo de vida que lo distingue incluso de la anterior forma de vida que tenía cuando todavía no abrazaba la fe. En el capítulo 6 de esta carta los versículos 12-20, San Pablo pone en el tapete un tema bien sensible en el mundo pagano y que representa un importante cambio de conducta en el camino cristiano. El tema de estos versículos es el de la libertad cristiana y la fornicación o lujuria. El tema es de candente actualidad y se trata de la llamada libertad sexual. Argumentos a favor de la llamada libertad sexual no han faltado nunca como tampoco la sana doctrina que parte de un principio fundamental: “El cuerpo no es para la fornicación sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo” (v. 13). Entregarse a una relación fuera de aquella que el Creador propuso es entregar el propio cuerpo al pecado porque se aparta de aquella realidad teologal que vive el cristiano: “¿No saben que su cuerpo es santuario del Espíritu Santo que han recibido de Dios y habita en ustedes?” (v. 19). El discípulo ya no se pertenece a sí mismo sino al Señor que lo ha adquirido a precio de su propia sangre. El discípulo goza de la libertad que Cristo le adquirió con su sacrificio redentor. Somos miembros de Cristo y tanto el cuerpo como la comunidad son signos visibles y templos del Espíritu de Dios. Por lo tanto, la vida moral evangélica también se juega en el uso de nuestro cuerpo. La sexualidad también está dentro del ámbito “sagrado” de la redención de Cristo. No sólo ha sido redimida nuestra alma, también nuestro cuerpo con todos sus atributos. El pansensualismo de hoy tiende a confundirnos con una visión sesgada del ser persona humana cuando distorsiona profundamente el sentido de la vida sexual y afectiva. No cabe duda que la castidad, virtud humana que salvaguarda la dignidad de la sexualidad humana, humanizándola y protegiéndola del mal uso y distorsión de  la misma persona en su totalidad, es una virtud que requiere de esfuerzo y fortaleza. Todo ser humano debe cultivar una sexualidad acorde con la dignidad de ser humano y conforme al proyecto de Dios. Lo que San Pablo nos dice hoy en esta segunda lectura sería bueno reflexionarlo y examinarnos cómo estamos viviendo esta tan delicada dimensión del ser humano.

                Del evangelio según san Juan 1, 35-42

                El evangelio de San Juan nos ofrece otra página hermosísima de un proceso de llamada y respuesta. El texto está a continuación del testimonio de Juan Bautista acerca de Jesús (Jn 1, 19 – 34) y se refiere a los primeros discípulos (Jn 1, 35 -51) pero el evangelio de hoy toma los versículos 35-42. Veamos algunos aspectos a resaltar.

                Al día siguiente es ya el tercer día del ministerio de Jesús. Y hasta aquí, en este evangelio de Juan, encontramos las primeras palabras de Jesús: “¿Qué buscan?” (v.38),dirigidas a los discípulos de Juan Bautista que, cuando escuchan a su maestro decirles: “Viendo pasar a Jesús, dice: Ahí está el Cordero de Dios” (v. 36), éstos “siguieron a Jesús” (v.37). Son también las primeras palabras del Resucitado dirigidas a María Magdalena: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?” (Jn 20, 15). Y será la primera pregunta de  Jesús al comienzo de la pasión en Getsemaní: “Jesús, sabiendo todo lo que le iba a pasar, se adelantó y les dice: ¿A quién buscan?” (Jn 18,4). ¿Qué podemos concluir de este proceder de Jesús? En realidad, es la pregunta que todo cristiano debe formularse antes de cualquier proyecto o acción que se le presente. Los dos versículos 35 – 36 con que se inicia el evangelio de hoy, representan un momento importante en la historia de la salvación. Estamos en el tercer día de la semana de preparación para la revelación de Jesús, quien se adentra en el mundo y en la historia como un hombre cualquiera, acudiendo a escuchar al Bautista, confundido entre la gente. Es el momento en que el Precursor, rodeado de sus discípulos y la gente, tiene una iluminación profética e indica, dirigiéndose a Jesús: “¡Este es el Cordero de Dios!” (v. 36). ¿Qué significa este hecho? Que la misión del Precursor está a punto de terminar, porque cuando llega el esposo (Jesús), tiene que retirarse el amigo del esposo (Juan). Es el momento en que Juan debe dejar el lugar para que Jesús tome la iniciativa. Es interesante otro detalle: no se dice de dónde viene Jesús ni adónde va, ni por qué pasa por allí. Así queda claro que Jesús no es de este mundo sino del Padre. De este mismo modo, Jesús sigue pasando en medio del tiempo de la Iglesia, esperando que alguno dé testimonio y diga: “¡Este es el Cordero de Dios!”. El Precursor señala con claridad el cumplimiento de las promesas en Jesús, aquellas que están escondidas en el Antiguo Testamento. Él es el último de los profetas de la antigua alianza y da testimonio y señala claramente al que es la Nueva Alianza, perfecta y definitiva, a Jesús el Cristo.

                Una palabra final acerca del seguir o seguimiento de Jesús. El sentido técnico y teológico del verbo “seguir” en el evangelio de Juan es “hacerse  discípulo”, “ir tras un maestro”. Los dos discípulos de Juan se hacen discípulos de Jesús y asumen también ellos la tarea de dar testimonio de él, caminando detrás de Él. Seguir a Jesús es entrar en contacto con Él. Así el seguimiento inicial compromete ya su entrega futura. Queda clarísimo que la iniciativa es de Jesús, lo que se expresa en ese volverse hacia ellos y preguntarles: “¿Qué buscan?”.

                 Este proceso vocacional es la clave de la vida cristiana y de toda vocación discipular en el estado laical, religioso o ministerial. La pregunta de Jesús sigue resonando hoy también. Porque la vocación nunca es un proyecto propio ni un plan personal; siempre es el Señor que llama y exige. Todo parte de saber escuchar su voz y atreverse a hacer el proceso de estos discípulos del evangelio de hoy. Una cosa es abrazar el proyecto del reino que Jesús tiene y otra muy distinta hacer valer el propio proyecto y adornarlo con un falso ropaje del reino.

                Para contemplar la belleza de la llamada y el cometido.

                Señor, tú me llamaste para ser instrumento de tu gracia, para anunciar la Buena Nueva, para sanar las almas. Instrumento de paz y de justicia, pregonero de todas tus palabras, agua para calmar la sed hiriente, mano que bendice y que ama.                                                                                       

Señor, tú me llamaste para curar los corazones heridos, para gritar, en medio de las plazas, que el Amor está vivo, para sacar del sueño a los que duermen y liberar al cautivo. Soy cera blanda entre tus dedos, haz lo que quieras conmigo.                                                                                                          

Señor, tú me llamaste para salvar al mundo ya cansado, para amar a los hombres que tú, Padre, me diste como hermanos. Señor, me quieres para abolir las guerras y aliviar la miseria y el pecado; hacer temblar las piedras y ahuyentar los lobos del rebaño. Amén.                                                          (De la Liturgia de las Horas, III, p. 969).

                Un saludo fraterno y que Dios les bendiga.               

             Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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