4° DOMINGO DURANTE EL AÑO (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

4° DOMINGO DURANTE EL AÑO (B)

Sábado 30 de Enero, 2021

 
De la mano de San Marcos continuamos profundizando ¿quién es Jesús? Ciertamente nosotros podemos tener la sensación que lo conocemos suficientemente pero es posible que en verdad no lo conozcamos. Y el camino para conocerlo es su Palabra y sus acciones. Nos interesa no sólo lo que dice, lo que enseña, sino también lo que hace, cómo lo hace. Prestándole atención a ambos aspectos podemos ir conociéndolo mejor y más profundamente. Conocer a Jesús es propiamente la tarea del discípulo durante su vida, porque nunca se termina por conocerlo a fondo

¡Jesús! Basta que digas una palabra y quedaré sano

                De la mano de San Marcos continuamos profundizando ¿quién es Jesús? Ciertamente nosotros podemos tener la sensación que lo conocemos suficientemente pero es posible que en verdad no lo conozcamos. Y el camino para conocerlo es su Palabra y sus acciones. Nos interesa no sólo lo que dice, lo que enseña, sino también lo que hace, cómo lo hace. Prestándole atención a ambos aspectos podemos ir conociéndolo mejor y más profundamente. Conocer a Jesús es propiamente la tarea del discípulo durante su vida, porque nunca se termina por conocerlo a fondo. Nadie ama lo que no conoce y esto nos puede estar pasando en la hora presente de nuestro ser cristiano. Y entonces nuestra fe, adhesión a Jesús y su Reino, no tiene la fuerza para transformar nuestra vida, para cambiar actitudes, criterios y modos de actuar. La fe se nos reduce a conocer las normas y preceptos que Jesús enseña pero no su Persona, la fisonomía de su misterio, la hondura de su propuesta por el Reino. Si seguimos con atención el evangelio de San Marcos nos daremos cuenta que nos ofrece un camino para conocer a Jesús, para comprender que es verdadero hombre y verdadero Dios. Te invito a intentar conocer un poco más a Jesús, a saborear su palabra y entrar a ser su discípulo en serio. En esta línea de reflexión, me parece muy adecuada la distinción entre una “espiritualidad desde arriba” y una espiritualidad “desde abajo”. El tema está abordado por el P. Anselm Grün, benedictino, maestro espiritual y psicólogo, en un libro sugerente  y digno de ser leído. Una espiritualidad desde arriba, que parte de los principios de arriba y desciende a las realidades  de abajo,  a nuestras realidades  humanas. Es la atractiva propuesta de la perfección como meta de la vida y como meta propia del creyente que se somete a las exigencias de un modelo que depende del esfuerzo puramente humano o sobrehumano. El problema de fondo de una espiritualidad desde arriba es creer que podemos llegar a Dios a como dé lugar mediante un encomiable esfuerzo humano. Es la primacía absoluta de ideales nobles tan elevados que pueden conducir a la sensación de haber alcanzado una engañosa perfección. Una espiritualidad desde abajo en cambio nos ofrece los modelos bíblicos de personas que nunca son humanamente perfectos, sin defectos ni equivocaciones. Son hombres y mujeres con limitaciones y con taras de graves culpas a la espalda que han clamado a Dios desde el más profundo de su dolor. Porque los propios errores no son fuente de felicidad sino de mucha congoja. Una espiritualidad desde abajo nos plantea la necesidad de ir a Dios desde la profundidad de nuestra realidad humana. Y precisamente “si consideramos la manera de hablar y proceder de Jesús, descubrimos siempre una espiritualidad desde abajo. Jesús se dirige intencionalmente a los pecadores y publicanos porque los encuentra abiertos al amor de Dios”. Y una espiritualidad desde abajo, desde nuestra condición humana, encuentra el fundamento en un famoso himno cristológico que san Pablo introdujo en la carta a los Filipenses 2, 6ss. que dice así: “Cristo, a pesar de su condición divina, no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como un hombre cualquiera, se abajó, obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso Dios lo encumbró sobre todo”. Este movimiento de descenso hasta la más profunda condición humana y luego en su ascenso hasta lo más alto de los cielos significó para los primeros cristianos la mejor lectura de la redención. La humillación o kénosis o anonadamiento de Cristo es el camino de una verdadera espiritualidad desde abajo y la transformación que permite ascender al amor de Dios.

PALABRA DE VIDA

Dt 18, 15-20       Pondré mis palabras en su boca y él dirá todo lo que yo le mande

Sal 94,1-2.6-9                Ojalá hoy escuchen la voz del Señor

1Cor 7, 32-35     Hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor

Mc 1, 21-28        ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad!

                La Palabra proclamada en la liturgia, donde se manifiesta viva y operante, no es sólo una “buena noticia”, una comunicación de contenidos desconocidos hasta ese momento, sino también una comunicación que comporta hechos y cambio de vida, es decir, tiene un carácter constructivo, pues el mensaje cristiano no es sólo “informativo” sino también transformativo. Busca una transformación moral que cuenta con el carácter limitado del oyente de la Palabra. La escucha de la Palabra no es una ejercitación mecánica de oír; es una interpelación a lo más hondo del oyente de la Palabra. ¿Comprendo que la vida cristiana y la liturgia es siempre una llamada a un cambio que tensiona mi vida como creyente? La vida cristiana siempre es pascual, es un paso desde la esclavitud a la gracia liberadora que Dios nos ofrece en Cristo. Si no bajamos al fondo de la propia vida no podemos vivir el camino pascual de Jesús.

                Del libro del Deuteronomio 18, 15-20

                40 años después de errar por el desierto, el pueblo israelita llega finalmente a la frontera de Canaán, la tierra prometida. Muere Moisés sin entrar a la tierra deseada. El Deuteronomio cuenta los últimos discursos de Moisés al pueblo y nos ofrece una profunda meditación sobre el largo camino que Israel ha realizado como pueblo de Dios. Hoy,  en la primera lectura, se nos ofrece el perfil del verdadero profeta que Dios va a suscitar en Israel, será “un profeta como yo: a él escucharéis” (v.15), dice Moisés. Y luego Dios habla de una promesa: “Yo les suscitaré, de en medio de sus hermanos, un profeta semejante a ti; pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo le mande” (v. 18). El tema se inscribe en un contexto más amplio que va de los versículos 9 a 22 de este capítulo 18. En los versículos previos a nuestro texto de la primera lectura, encontramos advertencias, prohibiciones que el pueblo debe observar sobre los falsos profetas que siempre los hubo en Israel. Se trataba de personas que se atribuían un mandato divino que supuestamente los convertía en profetas. La relación entre estos falsos profetas y los verdaderos profetas siempre fue compleja. Israel fue definiendo ciertos criterios para distinguir a unos de otros. El texto de esta primera lectura se refiere a una promesa que Dios hace acerca de un profeta excepcional, alguien así como un segundo Moisés, cuyas características se proyectaron algunas veces sobre el futuro Mesías. ¿Qué nos enseña el texto que hemos escuchado? Sin lugar a dudas hay que mantener muy abiertos los ojos y la conciencia para saber distinguir, desde la misma Palabra de Dios, entre los verdaderos y falsos profetas. La tarea no es nada fácil porque esos mismos profetas falsos encuentran el camino predispuesto para ser escuchados y seguidos. Jesús advierte que siempre van  a ver falsos profetas y nos invita a no seguirlos ni tampoco darle crédito a sus embustes. El verdadero profeta es Jesucristo, el Hijo del Padre.

                El salmo 94, 1-2.6-9 representa una liturgia procesional en que los encargados del culto exhortan a la asamblea, mediante un canto invitatorio a entrar en el recinto de templo con vítores y aclamaciones. Nuestra respuesta es una invitación a la fidelidad al Señor: “Ojalá hoy escuchéis la voz del Señor”, lo que no hizo Israel en su pasado siendo infiel a Dios, es una potente exhortación a vivir la fidelidad al Señor en todo momento. La Iglesia ha renovado su llamada a los consagrados  a vivir “El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia”, ante  una “hemorragia” que debilita la vida consagrada y la vida misma de la Iglesia. Los abandonos de la fe, no sólo de consagrados sino también de tanto cristiano laico, son preocupantes ciertamente. “Ojalá hoy escuchéis la voz del Señor” es el ruego que sale del alma del creyente también en estos tiempos.

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios 7,32-35

                La segunda lectura continúa el tema ya iniciado el domingo pasado por San Pablo. Estamos siempre dentro del gran capítulo 7 dedicado a clarificar aspectos en torno al matrimonio y al celibato. El texto de hoy está al final del capítulo 7. Sin disminuir en nada la dignidad de que goza el matrimonio y su trabajo por el evangelio, ofrece san Pablo una palabra orientadora acerca de ese nuevo carisma que empieza a surgir en las comunidades, también en la de Corinto. Se trata de una opción personal por una vida célibe, es decir, un estado de vida sin  matrimonio y cuyo fin es preocuparse de los asuntos del Señor, a plena dedicación, sin tener las ocupaciones de cuidar a una esposa o un marido como es el caso de los casados. Se llama celibato por el Reino, a imitación de Jesús que no tuvo mujer y del mismo Pablo que tampoco tuvo esposa. El Apóstol está dándole carta de legitimidad a este carisma que, como tal no es obligatorio sino una vocación especial dentro de la comunidad cristiana. No olvidemos que para Pablo todo esto se debe entender en la perspectiva de que estamos ya en el tiempo final, el del Reino, que permite delimitar las cosas de este mundo. También hay que decir que el Apóstol no está planteando la superioridad del celibato con respecto al matrimonio ni tampoco diciendo que es el estado más perfecto. Es interesante el último versículo del texto: “Les he dicho estas cosas para bien de ustedes, no para ponerles un tropiezo, sino para que su dedicación al Señor sea digna y constante, sin distracciones” (v. 35). Lo importante es que cada uno abrace el camino para el que está llamado con tal de servir al Señor. El celibato consagrado tampoco lo acaparan los religiosos y religiosas; de hecho hay muchos laicos que se sienten llamados a vivir este estado de vida por amor al Señor y para servirlo. Dada la densa y pesada nube de sensualismo que domina este tiempo, tanto el matrimonio como el celibato están puestos en el nicho de la sospecha y el descrédito. Sin embargo, el matrimonio y el celibato son dignos estados de vida que dignifican incluso humanamente hablando la dignidad del ser humano. Son estados de vida e implican abrazar un estilo de vida que tiene como punto de mirada la enseñanza del evangelio y la sana doctrina de la Iglesia. El bautizado está dedicado al Señor y sea casado o dedicado exclusivamente al servicio de Dios, vive su condición desde la consagración.

                Del evangelio según san Marcos 1, 21-28

                Llegamos al centro de la liturgia de la Palabra, pues Dios nos habla por medio de su Hijo a quien tenemos que escucharlo si queremos vivir evangélicamente. También en la liturgia de cada día de la semana estamos haciendo la lectura continua del primer evangelio, el de san Marcos. Seguimos en este cuarto domingo del tiempo ordinario en el capítulo primero de Marcos. El estribillo previo a la proclamación del evangelio dice: “El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz”. Se trata de una preciosa cita del profeta Isaías que hemos aclamado en la misa de Navidad por la noche. Y es tan adecuada para disponernos a escuchar el evangelio que no cansa nunca de sorprendernos gratamente. Esa luz es Cristo. Y con ese destello de luz divina dejemos que nos ayude a comprender la noche de nuestra existencia.                                                                                                    

                Veamos algunos aspectos que nos llaman la atención.                                                                                  Entraron en Cafarnaún(v.21). Estamos en Galilea, tierra de los gentiles o paganos. Lugar de pobres y punto de cruce de varios grupos humanos. Aquí vivirá Jesús y normalmente regresa a este lugar después de visitar pueblos y ciudades anunciando el evangelio. Aunque los discípulos no son nombrados se entiende que van con Jesús en la expresión entraron pero en el resto del relato no se les menciona. Cafarnaún estaba situada al norte del lago de Galilea  y era una aldea de pescadores que será como el punto central de la primera parte del  ministerio público o actividad apostólica de Jesús.                                                                                                                                                                       Y cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a enseñar. Se trata de la participación de Jesús en la vida religiosa de su pueblo. El sábado era y es el día de reposo para el pueblo judío y Jesús va a la sinagoga o casa de oración como todo judío. En la sinagoga se leen los textos sagrados y Jesús también enseña allí.                                                                                                   Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas (v.22). Al evangelista Marcos no le preocupa tanto mostrar el contenido de lo que enseña Jesús, como sí  lo hacen Mateo y Lucas, sino resaltar el rasgo de la autoridad con que Jesús enseña y actúa. Es una manera de enseñar y actuar que provoca admiración, asombro entre las multitudes pero, por sobre todo, la autoridad con que procede. Esto le da al inicio del ministerio un aire de éxito inmediato ante las multitudes que lo siguen.

                En los vv. 23 -28 se nos narra la curación de un endemoniado. Resaltemos los elementos más significativos de este episodio:

                Y había en la sinagoga un hombre poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar (v.23). Es la primera curación que efectúa Jesús y se refiere a un hombre poseso, es decir, un ser humano invadido por un “espíritu que, aún siendo distinto de él, se identifica con él”. Estar poseído es “estar bajo el dominio de un espíritu” y normalmente el poseso está dotado de una fuerza sobrehumana que afecta toda su persona.

                “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios” (v.24). La expresión “¿Qué quieres de nosotros…” indica rechazar una intervención considerada inoportuna o que uno no quiere saber nada de la otra persona o con el asunto en cuestión. Es bastante frecuente en el lenguaje bíblico. El espíritu impuro reconoce a Jesús Nazareno como “El Santo de Dios” como también manifiesta la clara conciencia que Jesús ha venido a  acabar con ellos, los espíritus impuros. El Satanás sabe  perfectamente donde está Dios y cómo encubrir su presencia  bajo la posesión del ser humano.

                Pero Jesús lo increpó, diciendo: “Cállate y sal de este hombre” (v. 25). Jesús impone silencio al espíritu impuro que está actuando a través del poseso, porque será necesario un tiempo hasta que pueda ser reconocido como Mesías o Cristo de Dios. Y queda al descubierto la autoridad de Jesús sobre el espíritu impuro. Jesús está arrebatando a los cautivos del demonio. Eso significa “Sal de este hombre”, es decir, déjalo libre.

                El espíritu impuro lo sacudió violentamente y, dando un gran alarido, salió de ese hombre (v. 26). Estamos ante un exorcismo que revela un aspecto decisivo de la misión salvadora de Jesús ya que Él vino a erradicar el mal en todas sus formas. Así se comprende la acción redentora de Jesús, como liberación de todo lo que nos esclaviza y oprime. La liberación del pecado que esclaviza y somete al ser humano es obra de la autoridad que Jesús tiene para que seamos libres.

                Todos quedaron asombrados y se preguntaban unos a otros:” ¿Qué es esto? (v. 27). Admiración y preguntas sin respuesta. Quienes estaban en la sinagoga ha oído y visto lo que Jesús enseña y hace pero no saben quién es. Es la pregunta que acompañará el ministerio público de Jesús, aunque los espíritus impuros sí lo saben y lo manifiestan.

                ¿A quién representa este hombre poseído de un espíritu impuro? No cabe duda que a la humanidad, a cada ser humano. Jesús, “el Santo de Dios”, viene a romper los poderes  del mal que subyugan al hombre oprimido por el mal. La misión de Jesús es redentora, liberadora, sanadora, rompe las notorias e invisibles cadenas que nos atan impidiendo que podamos romperlas por nosotros mismos. No  podemos. Si acogemos a Jesús y no sólo nos asombramos de su enseñanza y de sus obras, podemos experimentar la pascua tal como lo vivió este hombre del evangelio de hoy.

                “¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret?” ¿Advertimos la carga de agresión que irrumpe desde lo más hondo de nosotros mismos sólo al oír la palabra santa? Esta palabra por sí sola hace añicos nuestra idea de vida que – a pesar de todo – nos ha ayudado bien o mal a hacer frente al orden cotidiano. En lo más profundo de nuestro interior advertimos que Jesús, “el Santo de Dios”, nos está pidiendo una conversión, un modo de entender la vida completamente nuevo. “Cállate y sal de ese hombre”. Sólo una cosa es segura: sin la Palabra poderosa de Jesús, nunca podrá ser destrozado el  dominio tiránico del “espíritu impuro”. (H. Jaschke).

                                Que tengan un buen domingo en familia.       

  Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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