6° DOMINGO DURANTE EL AÑO (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

6° DOMINGO DURANTE EL AÑO (B)

Sábado 13 de Febrero, 2021

 
El evangelista dice: “Jesús, compadecido, extendió la mano y lo tocó,..”. Estamos ante una de las notas características de Jesús frente al dolor ajeno: sentir compasión, y así revela esa reacción que es tan propia de Dios frente a la miseria de su creatura. Dios es compasivo y misericordioso y Jesús manifiesta esta cercanía del Padre hacia el hombre caído y pecador.

¡Señor Jesús! Enséñanos a ser compasivos y solidarios

                ¿Con qué enfermedad podríamos comparar la lepra de la que habla la primera lectura y el evangelio de este sexto domingo? Podría ser con el temido  SIDA (síndrome de inmunodeficiencia adquirida) o con el no menos temido Covid 19 que nos tiene con el alma en un hilo. Aunque esta pandemia saca ventaja sobre el SIDA porque ha puesto a la humanidad entera en estado de alerta y de máxima complejidad. Ciertamente la lepra para el tiempo de Jesús era un terrible mal que afectaba a las personas y a  sus familias. Por de pronto mostraba sus efectos horribles en la fisonomía corporal de quien la padecía, especialmente el rostro. Además de sus consecuencias en la salud corporal del leproso, éste debía sobrellevar otra consecuencia, tan dolorosa o más dolorosa que la propia enfermedad, como era la marginación absoluta de la comunidad. De la lepra se habla en el Antiguo y Nuevo Testamento (griego lepra) y designa este término, además de la enfermedad de este nombre, diversas afecciones de la piel, que son motivo de una impureza cultual que excluía de la comunidad. Para poder reintegrarse, una vez sanado, el individuo debía ser purificado ritualmente por un sacerdote. De esta enfermedad y otros males de la piel nos habla el libro del Levítico 13 y 14, y la primera lectura de hoy precisamente nos remite al capítulo 13 de este libro. En qué consistía esta “lepra” que el hebreo habla en general como afecciones de la piel, no es posible precisarlo. Podría ser una dermatitis, una soriasis o un eczema pero cuyo tratamiento está muy lejos del de la lepra. El sacerdote tenía la difícil misión de certificar el tipo de mal y lo más amargo y difícil para el enfermo era ser declarado efectivamente leproso, lo que implicaba un aislamiento total de la comunidad: “Mientras le dure la afección seguirá impuro. Vivirá apartado y tendrá su morada fuera del campamento”, dice Lev. 13, 46. Sírvanos todo esto para entender en profundidad el proceder de Jesús y qué acción está haciendo frente a un mundo tan fuertemente normativo. No cabe duda que este encuentro del leproso con Jesús debió ser un argumento más para sus adversarios fariseos y escribas. Jesús rompe los esquemas tan rígidos y severos que regían la vida religiosa en torno al Templo de Jerusalén. Los rostros de los excluidos son variados y están presentes de múltiples formas en el mundo. Lo contrario a la exclusión es la actitud y compromiso con la inclusión. De ambas realidades se habla hasta el exceso, creyendo que sólo hablando se logra superar la realidad de los excluidos. El mismo sistema económico imperante, fuera de sus innegables ventajas en el mejoramiento general de la calidad de vida de las personas, puede conducir a la exclusión como consecuencia de sus proyectos. También la educación, bien esencial al que debe acceder toda persona, puede generar estilos de vida que tiendan a la exclusión. Por eso, uno de los objetivos fundamentales del proceso educativo es trabajar por un sistema inclusivo que permita que todos los estudiantes aprendan y crezcan como personas inclusivas, a fin de que la sociedad efectivamente sea también más inclusiva. Y quienes creemos en este sueño, y desde nuestra fe cristiana, apostamos por trabajar por un mundo más inclusivo e integrador de la diversidad. Y entonces nos preguntamos ¿qué rostros tienen hoy los nuevos leprosos de nuestra era tecnológica y digital?  Y podemos también reflexionar sobre los modernos leprosos de nuestra sociedad, ¿qué rostro tiene hoy esta marginación humana, económica, social, religiosa, política?

 PALABRA DE VIDA

Lev 13, 1-2.45-46             El sacerdote, después de haberla observado, deberá declarar impura a esa persona

Sal 31, 1-2.5.11                 ¡Me alegras con tu salvación, Señor!

1Cor 10, 31- 11, 1            Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo

Mc 1, 40-45                        En seguida la lepra desapareció y quedó purificado

                “Sumerjámonos en las palabras, en las acciones, en el acontecimiento que allí se realiza. Si celebramos la misa orando; si, al decir “Esto es mi cuerpo”, brota realmente la comunión con Jesucristo que nos impuso las manos y nos autorizó a hablar con su mismo “yo; si realizamos la Eucaristía con íntima participación en la fe y en la oración, entonces no se reducirá a un deber exterior, entonces el ars celebrandi vendrá por sí mismo, pues consiste precisamente en celebrar partiendo del Señor y en comunión con él, y por tanto como es preciso también para los hombres” (Benedicto XVI).

                Del libro del  Levítico 13, 1.2.45-46

                Ya dijimos que este texto  nos habla acerca de la terrible existencia de los enfermos de lepra en el judaísmo del Antiguo Testamento. La “lepra” es una palabra griega que se refiere a varías enfermedades de la piel, aunque la palabra hebrea incluye también a ciertas manchas que suelen formarse en la ropa y en las paredes. Así la palabra “lepra” no sirve para expresar los otros contenidos de la  palabra hebrea sara’at. El libro del Levítico considera varias enfermedades impuras, es decir, se trata de una impureza legal que no permite la participación en la comunidad y en el culto del templo.  Junto al sufrimiento propiamente tal a causa de la enfermedad, la lepra impedía absolutamente la participación en el culto  pues era considerada como impureza cultual y significaba también la marginación completa de la comunidad o campamento donde habita Dios. Los leprosos formaban verdaderas colonias fuera de la comunidad y su contacto era considerado contagioso. La palabra “leproso” expresa una situación muy delicada y quien era declarado tal por el sacerdote debía rasgar sus vestidos, soltarse los cabellos, cubrirse hasta el labio superior e ir  gritando: “¡Impuro, impuro!”. Así su presencia no podía pasar inadvertida. Y lo que era muy dolorosa la exigencia de vivir fuera del campamento santo donde Dios está presente. Esta exclusión afecta también la dimensión religiosa del leproso. A la luz de estos datos, que podemos completar con la lectura de Lv 13, 1-59, se nos hace más profunda la comprensión del gesto de Jesús en el evangelio de este domingo y comprendemos mejor la situación de este grupo de personas representados por el leproso.

                Con el Salmo 31, 1-2.5.11 respondemos al Señor que nos ha hablado. Se trata de una acción de gracias por el perdón obtenido, ya que el pecado ocasiona sufrimiento, en cambio el perdón de Dios, felicidad, acción de gracias. ¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta!, dice el salmista lleno de alegría y gratitud. Pero es clave el humilde y sincero reconocimiento del propio pecado: Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: “Confesaré mis faltas al Señor”. ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! El pecado es nuestra “lepra” más profunda que no sólo nos separa de Dios sino también del hermano. El perdón divino nos rehace en la comunión con Dios, nuestro Padre, y con los hermanos, los hijos del Padre común. La auténtica conversión siempre conduce a la alegría y la acción de gracias porque es una vera liberación. Podemos orar con este precioso salmo 31 siempre.

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios 10,31 – 11,1

                Los tres últimos versículos del capítulo 10 y el versículo 1 del capítulo 11 constituyen esta segunda lectura de hoy. El texto está dentro de una unidad más extensa que va desde el capítulo 10, 14 hasta el capítulo 11, 1. En esta sección San Pablo aborda el espinudo problema de las comidas o sacrificios paganos y la eucaristía cristiana, cosa muy lógica ya que la comunidad cristiana de Corinto estaba formada por paganos que se habían convertido a la fe cristiana, gracias a la predicación y trabajo del apóstol san Pablo. Se trata de orientar a los corintios que participan en los banquetes paganos dedicados a los ídolos, una de las tentaciones a que estaban sometidos los fieles cristianos de esta comunidad. Y después de haber confrontado este asunto con la libertad cristiana, ofrece una conclusión que comienza en el versículo 31 cuando dice: “Entonces, ya coman o beban o hagan lo que sea, háganlo todo para gloria de Dios”. Este es el primer criterio que debe regir la conducta cristiana aún en las cosas normales como en lo relacionado con la comida o la bebida: la gloria de Dios. Es un criterio muy positivo de amplia aplicación a la vida cristiana. Y “para la gloria de Dios” hay que entenderlo en el sentido que el cristiano es “templo de Espíritu Santo” y “ha sido comprado no con plata ni oro sino con la sangre preciosa del Hijo de Dios”. Por lo tanto, el cristiano y la comunidad cristiana son “morada de Dios”. Y ciertamente no se da gloria a Dios con el pecado ni cualquier desorden que cometamos. El segundo está formulado de manera negativa cuando dice: “No sean motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios” (v.32). No dar ni ser motivo de escándalo para nadie, ni para griegos y judíos ni menos para los miembros de la comunidad cristiana o Iglesia de Dios. Desgraciadamente no faltan los escándalos en el  pueblo de Dios.  Y finalmente el mismo ejemplo de Pablo que siendo judío se dedicó a los paganos, supo poner en práctica el criterio de ser profundamente libre pero bajo el imperativo de la caridad fraterna: “Como yo, que intento agradar a todos, no buscando mi ventaja, sino la de todos, para que se salven” (v.33). Remacha este precioso texto diciendo: “Sigan mi ejemplo como yo sigo el de Cristo” (11, 1). Así Cristo es el modelo primero que todo cristiano debe seguir e imitar. Se afirma que San Pablo pone las bases para una espiritualidad de la imitación de Cristo que le restaría dinamismo a la espiritualidad del seguimiento de Cristo que nos propone el Evangelio. Un modelo se imita, un estilo de vida como el de Jesús se abraza y se sigue en el día a día. Así se nos ofrecen unos criterios de acción moral en el día a día desde la sólida experiencia de la libertad cristiana y la caridad fraterna. En suma, el comportamiento moral cristiano no se rige exclusivamente por la el propio criterio sino en plena sintonía con la comunidad y la gloriosa libertad de los hijos de Dios, es decir, con la persona y estilo de Jesucristo.

                Del evangelio según san Marcos 1, 40-45

                El evangelio, palabra de vida nueva, pone la mano en la llaga de la sociedad actual y de la comunidad creyente, la Iglesia. San Marcos nos está conduciendo a conocer verdaderamente quién es Jesús y nos lo presenta con autoridad para enseñar de un modo nuevo y con acciones que ponen al descubierto la opresión o dominación en que se encuentra el hombre o la humanidad, por una parte y por otra, la acción liberadora o redentora que Él realiza a favor del oprimido.

                Repitamos que el leproso era un viviente aislado, despreciado y condenado a estar lejos de los demás y de Dios mismo. Hay un doble movimiento que conviene resaltar: el leproso no podía acercarse a Jesús pero lo hace; Jesús no podía dejarlo acercarse pero lo permite. Ambos violan la ley como lo manda en Lev 5,3 “Si alguno, sin darse cuenta, toca a una persona impura, manchada con cualquier clase de impureza, cuando se entere, se vuelve culpable”.

                Es interesante descubrir la actitud con que se acerca el leproso: “Entonces se le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si quieres, puedes purificarme” (v.40). Es de notar cómo el leproso rompe la clara normativa que impedía al leproso acercarse a los demás, haciendo caso omiso de las barreras establecidas por el código Levítico se acercó a Jesús para pedirle ayuda y arrodillarse ante él. Lo hace con humildad dando a entender que Jesús no está obligado a purificarlo: “Si quieres, puedes purificarme”. Pero lo que es más asombroso aún, Jesús decide traspasar a su vez la frontera entre lo puro y lo impuro al alargar la mano y tocar al hombre. “Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado” (v.41).  

                Es interesante fijar la atención sobre la actitud que toma Jesús ante la situación del leproso.  El evangelista dice: “Jesús, compadecido, extendió la mano y lo tocó,..”. Estamos ante una de las notas características de Jesús frente al dolor ajeno: sentir compasión, y así revela esa reacción que es tan propia de Dios frente a la miseria de su creatura. Dios es compasivo y misericordioso y Jesús manifiesta esta cercanía del Padre hacia el hombre caído y pecador. Otro verbo importante es tender la mano, que revela el amor de Jesús hacia el oprimido, el pobre, el cautivo, el herido. Y tender la  mano es ayudar, es ofrecer cercanía, acortar distancias, crear un vínculo.  Y el tercer verbo tocar expresa cercanía y atención al enfermo. Estas acciones de Jesús recuerdan el mismo proceder frente a la suegra de Pedro: Jesús se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar (Mc 1, 31). Estas acciones liberadoras muestran la ternura y cercanía de Jesús con los oprimidos. Se mete en la realidad oprimida y hace con sus gestos y palabras que la Buena Noticia emerja allí donde sólo había dolor, distancia, aislamiento. Porque al sanar al leproso, lo restituye a la condición de su dignidad humana, lo incorpora de nuevo y así lo libera de lo que lo oprimía.

                “Enseguida la lepra desapareció y quedó purificado” (v. 42). Es la concreción del “Lo quiero, queda purificado” de Jesús, Mesías poderoso en palabras y obras que va haciendo realidad un cambio radical en medio de las tinieblas que esclavizan. La sanación del leproso indica que el mundo viejo de la cautividad va perdiendo terreno y empieza a amanecer un nuevo día para la afligida humanidad, tan bien representada por este hombre leproso.

                A pesar de la prohibición de no decirle nada a nadie, el hombre sanado se convierte en un evangelizador que habla bien de Jesús. A este silencio que Jesús impone sobre su persona y milagros, se le llama “el secreto mesiánico”, lo que quiere decir que el proyecto de Jesús sólo será posible descubrirlo correctamente después de su muerte y resurrección.                                                     Sin embargo, Jesús le manda: “Pero ve a presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio” (v. 44). Jesús no viene a suprimir la ley sino a darle pleno cumplimiento. No se comporta como un rebelde o un revolucionario. Reconoce el lugar y valor de la ley divina y humana. No es tampoco un anarquista. La “limpieza” devuelve este hombre a la comunidad humana de modo que la comunidad también es sanada al acogerlo de nuevo. Ese es el sentido de obtener la certificación de la sanación ante el sacerdote, es un medio “oficial” para la resocialización del sanado. A pesar del silencio que le impone Jesús, el sanado se convierte en un misionero al poner su propia historia de sanación al servicio de la palabra, al servicio de Jesús el Salvador.

                Un momento para meditar

                “La compasión es una cosa diferente a la piedad. La  piedad sugiere distancia… La compasión, en cambio, es un movimiento de solidaridad hacia abajo. Significa hacerse próximo a quien sufre. Ahora bien, sólo podemos estar cerca de otra persona si estamos dispuestos a volvernos  vulnerables nosotros  mismos. Una persona compasiva dice: “Soy tu hermano; soy tu hermana; soy humana, frágil y mortal, justamente como tú. No  me producen escándalo tus lágrimas. No tengo  miedo de tu dolor. También yo he llorado. También yo he sufrido”. Podemos estar con el otro sólo cuando el otro deja de ser “otro” y se vuelve como nosotros… Debemos reconocer que hay mucho sufrimiento y mucho dolor en nuestra vida, pero ¡qué bendición cuando no tenemos que vivir solos nuestro dolor y nuestro sufrimiento! Estos momentos de verdadera compasión son a  menudo, además, momentos sin palabras, momentos de profundo silencio”. (H.J.M. Nouwen).

 

                Fraternalmente en Cristo y María de la Merced.                              

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.        

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