2° DOMINGO DE CUARESMA (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

2° DOMINGO DE CUARESMA (B)

Sábado 27 de Febrero, 2021

 
La Transfiguración es el anticipo de la Pascua de Jesús y el relato del primer evangelio, el de Marcos, nos ayuda a entrar en esa maravillosa experiencia de la que fueron testigos elegidos los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan.

¡CRISTO REDENTOR! ENVUÉLVENOS EN TU RESPLANDOR

                Lo que sucedió a los discípulos del Maestro cuando les anunció que padecería y resucitaría, cosa que los evangelios han dejado constancia por los menos por tres ocasiones, los llamados anuncios de la pasión, nosotros también seguimos sin comprender al Señor. Su Buena Nueva es tan hermosa pero ¡qué pocos cristianos logran comprenderla! No se trata de ignorar la doctrina cristiana o el catecismo; se trata de ignorar o no comprender al mismísimo Jesús, nuestro Maestro y Modelo de una revolucionaria propuesta, la del Reino de los Cielos. Hemos escuchado parte de su mensaje pero estrictamente seleccionado con el fin de librarnos de eso que algunos han llamado “evangelios molestos”, esos que muerden fuerte nuestro sagrado egoísmo, orgullo o narcisismo. Y esta incomprensión de Jesús y su Buena Noticia no nos permiten vivir un compromiso “a concho”, con radicalidad. Siempre nuestro seguimiento de Jesús anda bordeando la medianía, la tibieza, el sí pero no tanto. Quizás pensemos que la pasión, la cruz, la muerte de Jesús son demasiado y está bien que eso ya pasó. Hoy queremos un mensaje optimista, ganador, exitoso, influyente, poderoso y conquistador de mercado y de masas. ¡Cómo vamos a seguir a un fracasado, despreciado, torturado, rechazado y crucificado! Mejor demos vuelta la página y vivamos un mensaje de vida y felicidad sin límites. La gran incomprensión con que tratamos a Jesús en su camino redentor es también la gran incomprensión con que miramos nuestro mundo, nuestra historia. Hoy son también los incomprendidos, las muchedumbres de empobrecidos, los deshumanizados, los marginados, los sufrientes, los cautivos. La sociedad de hoy no los quiere ver, porque ellos embarran la onda febril del frenesí sin límites, de la fiesta interminable, del goce a todo dar. No es extraño entonces que toda referencia a la cruz y al sufrimiento nos resulte un aspecto extraño y por ello cada vez más ausente de la vida real. Jesús también experimentó la incomprensión no sólo de sus detractores sino también, y muy dolorosamente, de sus propios discípulos. Fue tanto el desconcierto que produjo sus anuncios  de su futura pasión, que debió darles una clara prueba de su futura resurrección y gloria.  Y entonces comprender el camino de la cruz de Jesús no es sólo su camino sino también el camino de millones de seres humanos maltratados, esclavizados, sometidos bajo el yugo implacable de las tiranías, de las ideologías y de los poderosos. ¡Señor Jesús!, ayúdanos a descubrir tu camino y a abrazarlo con decisión. Tú quieres nuestra libertad, nuestra felicidad, no sólo la de cada uno sino la de los más pobres y abandonados. Es la dimensión de la transfiguración del Señor pero nunca desconectada de la kénosis o camino de la cruz. Y lo que ha vivido el Hijo de Dios es el camino que debemos seguir como discípulos suyos. El evangelio de la transfiguración del Señor describe nuestra pascua definitiva pero pasando y aceptando la cruz. Un pretendido cristianismo sin el escándalo de la cruz se convierte en ilusión vacía, precisamente porque niega la fuerza del amor que se entrega para vencer al poderoso enemigo de nuestra felicidad, es decir, el pecado y su consecuencia la muerte. “No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido. Ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte. Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una Cruz y escarnecido; Muéveme el ver tu cuerpo tan herido. Muéveme tus afrentas y tu muerte. Muéveme, en fin, tu amor de tal manera…” 

 

PALABRA DE VIDA

Gn 22, 1-2. 9-13. 15-18  “Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia”.

Salmo 115, 10, 15-19     Caminaré en presencia del Señor.

Rom 8, 31-34     “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”.

Mc 9, 2-10           “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”.

                De nuevo nos encontramos con la Montaña o monte tanto en la primera lectura como en el evangelio como lugar de la máxima cercanía con Dios, lugar de revelación. Así acontece con el Sermón de la Montaña y las noches de Jesús orando solitario en la montaña o el monte de los olivos, el monte de la tentación, el Gólgota, el monte de la transfiguración o el monte de la ascensión. Y la Biblia menciona otros tantos montes que son significativos en el encuentro con Dios. Y, junto a esta constatación, cabe recordar el simbolismo del monte como signo de la subida no sólo física sino sobre todo espiritual del hombre a Dios, como liberación del peso del mundo cotidiano y como una experiencia de sublime felicidad o interioridad. Dejemos que la Palabra de Dios nos conduzca a ese anhelado encuentro interior con el Señor.

                Del libro del Génesis 22, 1-2.9-13.15-18

                La primera lectura de hoy nos permite imaginar en qué  consistía los sacrificios de niños en la antigüedad. El relato es sobrecogedor y alcanza su máximo dramatismo cuando el niño llevado a morir sin saberlo pregunta a su padre acerca del cordero. Aunque fuera esta una costumbre aceptada  en el mundo antiguo, no dejaba de estar rodeada de dolor de los padres por la terrible ofrenda de su hijo. Siempre la crueldad ejercida sobre un niño indefenso era vivida como tal y no se mitigada siquiera por razones religiosas que la justificaran. Podemos comprender que acerca de esta costumbre terrible, el relato toma posición determinante. Su clave está en el versículo 12: “Y el ángel le dijo:”No pongas tu mano sobre el muchacho ni le hagas ningún daño. Ahora sé que temes a Dios, porque no me has negado ni siquiera a tu único hijo”. Dios ordena detener el sacrificio en un acto de humanidad hacia el muchacho y la familia. Es una lección sobre el respeto a la vida humana, aún  estando de acuerdo que la prueba a que es sometido Abrahán es tremenda y absoluta. En el clímax de la narración el niño es rescatado y la fidelidad de Abrahán probada. El relato desde el comienzo indica sin duda alguna que “Después de esto, Dios puso a prueba a Abraham” (v.1). Es decir, Dios quiere poner en evidencia la fidelidad del Patriarca y no el sacrifico de su hijo Isaac aunque éste sea la ocasión extrema de esa fidelidad. El mandato de Dios es absoluto: “Toma a tu único hijo, el que tanto amas, a Isaac; ve a la región de Moria, y ofrécelo en holocausto sobre la montaña que yo te indicaré” (v. 2). Abraham cumple sin dilación lo que Dios le ha pedido. El drama alcanza su punto más fuerte cuando en los versículos 9 – 13 se describe con todo detalle los preparativos del sacrificio: erigió un altar, dispuso la leña, ató a su hijo y lo puso sobre la leña y cuando ya estaba todo a punto de ser consumado, Dios detiene la consumación del sacrificio. Los versículos 15-18 describen las bendiciones que Dios ratifica a la fidelidad probada de Abraham. Los Padres de la Iglesia y la misma Sagrada Escritura vinculan este sacrificio de Abraham como figura del sacrificio de Jesús en la cruz, prueba de la máxima fidelidad de Dios, nuestro Padre por y con nosotros. No siempre nuestra respuesta al  Señor logra expresarse en esa fidelidad  ejemplar que descubrimos en el “Padre de la fe”.

                El salmo 115 es un canto de acción de gracias en que el salmista manifiesta su gratitud a Dios por haberle salvado de la muerte. ¿Con qué le pagaré al Señor todo el bien que me hizo?, se pregunta. Meditemos el maravilloso don de la Vida Nueva que Jesús, nuestro Cordero inmolado nos comunica con su muerte y resurrección especialmente en la eucaristía. Es bueno dar gracias por los beneficios del Señor en el día a día en nuestra existencia. Aceptemos que no hay posibilidad de equiparar las múltiples manifestaciones del Señor en favor nuestro  y nuestras pobres respuestas.

                De la Carta de san Pablo a los Romanos 8, 31-34                                                                                            La segunda lectura nos pone en contacto con uno de los más bellos textos de toda la Biblia, el majestuoso capítulo 8 de Romanos dedicado a la Vida por el Espíritu el que culmina con este himno de acción de gracias del cual leemos una parte en el texto de esta segunda lectura. Una preciosa afirmación antecede el texto de esta segunda lectura: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que le aman, de los llamados según su designio” (v.28). Así inicia San Pablo este cierre del capítulo 8, una especie de canto triunfal al amor que Dios y Cristo nos tienen. Resalta el llamado universal a la salvación, es decir, la iniciativa divina. La comunidad cristiana no es para sí misma sino para la humanidad entera. Entonces podemos comprender el grito jubiloso del Apóstol: “Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?” (v. 31). Si Él nos llamó por propia iniciativa a ser su pueblo santo en medio del mundo, nada ni nadie puede separarnos de ese amor. Quienes hemos acogido al Hijo de Dios, sabemos que nada nos faltará porque todo nos es dado por Él: “El que no reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a regalar todo lo demás con él?” (v. 32), se pregunta San Pablo y nos deja también a nosotros con la misma interrogante. ¡Cuánto bien nos hace preguntarnos! Vivimos inmersos en el amor que el Espíritu de Dios alienta nuestra existencia completa pero no siempre nos damos por enterados de semejante gracia. Una llamada a la confianza y a la certeza en tiempos de tanta desconfianza y de tanta duda. Dejemos el siguiente texto rodando por nuestra mente y nuestro corazón: “¿Quién nos condenará? ¿Será acaso Cristo Jesús, el que murió y después resucitó y está a la diestra de Dios y suplica por nosotros?” (v. 34). ¡Qué consuelo nos invade al saber que tenemos a nuestro intercesor ante el Padre, a su propio Hijo! Él intercede por esta humanidad sufriente y orgullosa pero amada y salvada por Él. Desgraciadamente muchos cristianos no recuerdan esta certeza ni la experimentan. La fe es la puerta de esta bienaventuranza tan magnífica. ¿Por qué no reflejamos esta convicción en nuestro diario vivir? ¿Por qué nos dejamos arrastrar tan fácilmente por toda ventolera de doctrina? Sólo el amor es digno de fe y nadie nos ha amado tanto como Jesucristo, nuestro Salvador. Una razón poderosa para animarnos a abrazar el cometido de la Cuaresma como conversión de la vida a Dios.

                Del evangelio según san Marcos 9, 2-10

                La Transfiguración es el anticipo de la Pascua de Jesús y el relato del primer evangelio, el de Marcos, nos ayuda a entrar en esa  maravillosa experiencia de la que fueron testigos elegidos los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan. La transfiguración del Señor llamada así porque efectivamente Jesús se transfiguró, es decir, por un momento, quienes le acompañaban se dieron cuenta que dejó ese talante humano que ellos conocían, y apareció  su figura, llena de luz, resplandeciente de una blancura no común, extraordinaria.

                Este acontecimiento sucede seis días más tarde, dice San Marcos, y los especialistas en el estudio de los evangelios dicen que la transfiguración de Jesús no se puede desconectar de la confesión de fe de Pedro en Mc 8, 27- 30. E inmediatamente Jesús dirige a los apóstoles el primer anuncio de su Pasión en Mc 8, 31- 33 y cuya consecuencia es la formulación de las condiciones para seguir a Jesús, en Mc 8, 34 – 38. En este ambiente, la transfiguración es un anticipo de la futura glorificación de Jesús, lo que de otro modo los discípulos no están en condiciones de entender sino sólo rechazar el destino sufriente del Mesías Jesús. Jesús se transfigura ante los tres discípulos elegidos para anunciar su futura glorificación en la resurrección.

                Otro aspecto que queda también planteado es la presencia de Moisés y Elías; el primero es el representante de la Ley y el segundo, de los profetas. Ambas figuras sintetizan el Antiguo Testamento, es decir, la antigua alianza. Ambos conversan con Jesús, un detalle que indica que el pueblo de la Antigua Alianza, a través de sus insignes representantes, reconoce al Mesías Jesús de Nazaret. Todas las Escrituras hablan de Jesús dicen los Padres de la Iglesia y sólo en Él adquieren su sentido. Sin Cristo no se comprende la Biblia. De este modo, la transfiguración es una cristofanía, una manifestación o revelación del misterio de Cristo.

                Uno de los protagonistas de la transfiguración es Pedro quien aparece tomando la iniciativa. Dice Pedro a Jesús: “Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres carpas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías” (v. 5). ¿Cómo entender esta propuesta de Pedro? Lo que realmente propone  a Jesús es quedarse a vivir en la montaña para siempre y de este modo liberarse del miedo de ir a Jerusalén donde les espera dolor y sufrimiento. Y entonces su intento obedece a una trampa que le tiende a Jesús para que no baje de la montaña y así no emprenda el viaje a Jerusalén. He aquí una estupenda lección para nosotros que tendemos a enmascarar nuestros miedos bajo el ropaje de un seguimiento teórico de Jesús pero, en el fondo, hay una resistencia a seguirlo como Él nos propone. La comodidad de la montaña tiene muchos rostros y matices como lo ha denunciado el Papa Francisco y sirve para no enfrentar los riesgos de la vida cotidiana. Muchas veces hasta cierta oración es evasiva y enmascara los miedos del compromiso profético y exigente que el discípulo está llamado a dar por el Reino y su justicia. Con toda razón apunta el evangelista: “No sabía lo que decía, porque estaban llenos de miedo” (v. 6).

                De los tres personajes presentes en la escena sólo queda Jesús. ¿Y quién es Jesús? “Éste es mi Hijo querido. Escúchenlo” (v. 7). Dos elementos son clave en la teofanía o manifestación de Dios: la nube que, en sentido natural anuncia la lluvia y da sombra pero también que anuncia o manifiesta a Dios pero sin desvelar su misterio, es un elemento característico de las manifestaciones de Dios o teofanías como acontece en la escena del evangelio de hoy. Los discípulos  reciben  la sombra de la nube que los cubrió y oyeron la voz que sale de ella, ambos elementos siempre vinculados al misterio de Dios, que se esconde a la mirada humana. La escena de la transfiguración nos recuerda la otra teofanía, la del bautismo de Jesús. Oír la voz de Dios, a quien no vemos, oír también a Jesús, y esto significa recibir la salvación. Dios nos habla pero no le vemos, sólo percibimos su voz. El Padre proclama que Jesús es el Hijo: “Éste es mi Hijo muy querido, escúchenlo” (v. 7). Deben los discípulos comprender que todo se concentra en la persona de Jesús, el Hijo del Padre y que es el mismo con quien comparten día a día: “De pronto miraron a su alrededor y no vieron más que a Jesús solo con ellos” (v. 8). Habían vuelto a la dura realidad donde el camino doloroso de Jesús seguía su marcha inexorable hasta el final.

                ¿Qué aprendemos de esta admirable experiencia de los tres discípulos Pedro, Santiago y Juan? ¿Qué aspectos de esta manifestación de Jesús nos ayuda a comprender y quizás también a aceptar el  misterio doloroso de Cristo hombre verdadero y su Gloriosa divinidad de Hijo querido del Padre? No hay vida nueva sin kénosis (= abajamiento, anonadamiento, humillación).

                Finalmente Jesús, bajando con ellos de la montaña, les prohíbe contar lo que han visto “hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos” (v. 10), es el “secreto mesiánico” que San Marcos nos propone para indicar que solo con la resurrección de Cristo se puede comprender su propuesta del Reino de los Cielos.

                Un saludo fraterno.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

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