5° DOMINGO DE CUARESMA (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

5° DOMINGO DE CUARESMA (B)

Sábado 20 de Marzo, 2021

 
El evangelio de hoy nos introduce en una clave fundamental de la vida y destino de Jesús que recibe el nombre de la “hora de Jesús”, que adelanta el último signo – la resurrección de Lázaro – (Jn 11, 1ss) que, como todos los signos del evangelista Juan, provocan, por una parte, adhesión de fe y acogida al Señor, y por otra, rechazo y preparación de la conspiración final en su contra.

¡Señor! Quiero servirte y seguirte donde tú vayas

                Llegamos a la última semana de Cuaresma, a las puertas de la celebración absolutamente central de nuestra fe cristiana: la Pascua de Jesús. Centrar toda nuestra atención en la Pascua de Jesús es el objetivo central de la Cuaresma que estamos viviendo en medio de la pandemia que nos sigue acompañando sin pausa. La Pascua fue y es para el pueblo judío el centro gravitante de su historia y de su vida espiritual. La “salida de Egipto”, tierra de cautiverio o esclavitud, fue para los descendientes de Abraham el más grande de los acontecimientos que Dios obró para “sacarlos de la esclavitud” y conducirlos a la tierra de la promesa, la tierra de la libertad. Y  la Pascua se convierte para el pueblo cristiano en la  máxima experiencia  de salvación que jamás el hombre pudo imaginar. Pero ya no es “el paso por el mar rojo” lo central sino una Persona, Jesús de Nazaret, que vive  una increíble historia de amor y entrega precisamente a favor de los esclavos del pecado,  nosotros pecadores. Jesús  ofrece su vida entera para salvar a los pecadores y en un acto de generosidad extrema ofreció su misma persona, su vida,  en el altar de la cruz. La cruz, signo de ignominia y desprecio máximo, se convierte por Jesús en el más patente signo de lo que Dios ha hecho para salvar a los hombres. La cruz es el Altar donde se inmola en sacrificio el Hijo de Dios hecho hombre en el vientre purísimo de María Santísima, el  mismo “que pasó haciendo el bien” en este concreto mundo de los hombres, “en este valle de lágrimas”.  Dios compartió con nosotros y se hizo uno de nosotros en todo semejante a nosotros menos en el pecado. Sembró el Reino de Dios con su palabra y sus acciones pero no todos lo recibieron ni lo aceptaron. La Pascua de Jesús no es sólo su muerte y resurrección, es también su vida entera, su encarnación, su predicación y sus milagros, sus cansancios y tristezas, sus gozos y alegrías, sus dolores frutos del rechazo e incomprensión también de los que él llamó. Ya el evangelio del domingo pasado nos llamó a contemplar el inmenso  amor  del Padre que envió a su Hijo para salvar al mundo y no para condenarlo.  La Pascua sin amor no es posible. La Pascua es el Amor entregado, ofrecido, donado, sacrificado. Es siempre amor  por el otro, el pecador, el alejado, el marginal, el extraño. Y todos  hemos sido en algún momento  ese alejado, marginal y extraño. Este domingo nos dejará en nuestro corazón otra magnífica imagen: la del grano de trigo que depositado en tierra muere  y así  da mucho fruto. Si el grano de trigo permanece intacto, “seguirá siendo un único grano” o “queda solo”. La lección para todo el que quiera hacerse discípulo de Jesús, como esos griegos que le dijeron a Felipe: “Señor, queremos ver a  Jesús” es absoluta y radical: “El que tiene apego a su vida la perderá y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”. Es decir, el discípulo tiene que estar dispuesto a vivir su Pascua, ese paso de una vida puramente material y terrena a una vida nueva abierta a la eternidad pero profundamente “entregada, ofrecida, donada” al crucificado y resucitado y en Él al prójimo. El discípulo es el que abraza el “proceso pascual en el día a día”, porque debe morir al pecado y vivir para Dios. Y esto no es fácil y reclama grande atención y disponibilidad para “seguir el camino pascual de su Divino Maestro”. No nos convertimos a Dios sólo en Cuaresma sino siempre. A medida que maduramos nos damos cuenta que este “proceso pascual” es “vivir la gracia bautismal” en serio.

PALABRA DE VIDA

Jer 31,31-34                       Pondré mi ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones

Sal 50, 3-4. 12-15           Crea en mí, Dios mío, un corazón puro 

Heb 5, 7-9                           Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer

Jn 12, 20-33                       Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto    

                Entramos al último domingo de Cuaresma, a las puertas de la Semana Santa, corazón del misterio cristiano, porque en ella entramos en el tiempo nuevo que inaugura Jesús con su vida entre nosotros y con su amor entregado a plenitud en su pasión, muerte y resurrección. Dejemos que la Palabra de Dios nos introduzca en el corazón de este Misterio Pascual de Jesucristo y nos renueve en nuestro proceso pascual. Dejemos que la Palabra de hoy anide y eche raíces en lo más profundo de nuestra persona.

                Del Libro del profeta Jeremías 31, 31-34

                La primera lectura de hoy es considerada una de las grandes promesas que Dios hace a través del profeta Jeremías. La palabra clave es el de la alianza o pacto que en hebreo se dice berit y que en el Antiguo Testamento expresa una alianza entre dos partes desiguales mediante la cual el poderoso, Dios en este caso, promete protección al débil bajo la condición que éste se comprometa a servirle, bajo la mirada de Yahvé. Así un juramento hace solidarias a las partes: Dios será fiel a sus promesas, el pueblo se compromete a observar sus preceptos, de ahí la bendición y maldición que concluyen la alianza. Sin embargo, el aspecto de contrato nunca supera al de don o de promesa. La alianza que Dios establece con Abrahán, con Israel, con David, es irrevocable, eterna, porque la fidelidad de Dios no puede depender de las infidelidades de los hombres. La iniciativa de la alianza siempre pertenece a Dios y el pueblo escogido es el beneficiario. Desde la alianza mosaica celebrada en el Sinaí, ésta se sella con la sangre del sacrificio ofrecido por Moisés. A esto se refiere Jesús en la Última Cena cuando dice: “porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos, para el perdón de los pecados” en clara y evidente referencia al propio sacrificio de su vida. Todo esto es necesario tenerlo presente para comprender la palabra de Jeremías en este texto central en la historia o economía de la salvación. Se trata de “una nueva Alianza con Israel y con Judá” que Dios promete, superior a la que estableció con los antepasados de Israel. Una nota fundamental de esta nueva Alianza es el espacio donde se establecerá: “Pondré  mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones y yo seré  su Dios y ellos serán mi pueblo” (v.33). Tres aspectos de la nueva Alianza hay que destacar: 1° La iniciativa divina del perdón de los pecados; 2° La responsabilidad personal y la retribución también personal; 3° La interiorización de la religión: La Ley  deja de ser un mero código exterior y se convierte en una aspiración tan profunda que alcanza “el corazón” del hombre. Todos serán capaces de “conocer a Dios”, es decir, conocerlo y amarlo al mismo tiempo. La Alianza antiguas estaba escrita en tablas de piedra, eran realidades exteriores al hombre pero, en el nuevo tiempo que Dios prevé, cada hombre puede conocer a Dios desde el santuario de su conciencia personal. Al leer este texto estamos entrando a un nuevo progreso de la divina revelación como es el descubrimiento del espacio interior del hombre como espacio de la revelación y experiencia de Dios. Magnífico progreso en el camino pedagógico que Dios hace con el hombre. El texto nos llama a reflexionar sobre el sabio camino por donde Dios nos conduce hacia la hondura de un diálogo que se hará cada vez más profundo y personalizado. Estamos intuyendo el camino del Nuevo Testamento, el camino de Jesús.

                El salmo 50 es una joya bíblica insuperable y tan apropiada para todo tiempo. La tradición cristiana lo ha llamado Miserere siguiendo la costumbre clásica de mencionar una obra en latín por la primera palabra con que empieza. Pertenece a los llamados “salmos penitenciales” junto a Salmo 6; 32; 38; 102; 130; 143. Ninguno le iguala en la belleza y profundidad como plegaria penitencial. El salmista está convencido de su condición de pecador, siente la necesidad de renovación interior que lo purifique y sane de todo pecado. Es destacable el humilde y sincero reconocimiento de sus culpas, cosa tan absolutamente necesaria en el hombre de hoy incluso en el creyente, pues, todo se excusa, se justifica, se arregla conforme a la conveniencia del ego narcisista. Es una consecuencia del relativismo moral de moda y del secularismo invasivo. Sin embargo,  como en toda época de crisis profunda nos ayudaría redescubrir a Dios, al otro como prójimo y la responsabilidad personal indispensable  para vivir como ser humano.

                De la carta a los Hebreos 5, 7-9

                La segunda lectura  nos ofrece un modelo de fidelidad, nada menos que la de Jesús mismo, quien vive la fidelidad a la voluntad de Dios, su Padre, sin eximirse de las pruebas difíciles que estuvieron siempre presentes en su vida con nosotros. No fueron un momento aislado en su vida terrena, sino que lo acompañaron a lo largo de su existencia. Los fuertes gritos y lágrimas no se entienden sólo con la oración de Getsemaní o los gritos en la cruz, ya que no sólo obedece en la pasión y muerte sino en toda su vida, ya que permaneció fiel a su Padre, una fidelidad nada de quieta y pasiva sino extremadamente activa y combativa. Pero también “fue escuchado por su humilde sumisión” (v. 7). El autor reafirma la dimensión encarnada del sufrimiento de Jesús al decir: “Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer” (v. 8). Y si este fue el camino de Jesús, el Hijo de Dios, no puede ser de otro modo el camino del discípulo. La etimología de la palabra latina “obediencia” está confirmando que obedecer es “poner en práctica lo que escuchamos”. No hay obediencia verdadera sin escucha y Jesús vivió obedeciendo al Padre porque estaba siempre en actitud de escucha, es decir, dispuesto a poner en obra la voluntad del Padre, lo que supone una sintonía permanente con su voluntad. Quien pone el acento en los sacrificios o renuncias que implica obedecer, está muy lejos del sentido verdadero de la obediencia de Jesús a su Padre. Nos ha redimido la obediencia amorosa del Hijo al Padre concluye el autor: “De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen” (v. 9). No cualquier obediencia es por lo tanto evangélica, liberadora, salvadora. ¿He mirado mi vida cristiana en clave discipular al estilo de Jesús? ¿Acojo las consecuencias de ser obediente a la voluntad del Padre asimilando el ejemplo de Jesús?  

                Del evangelio de san Juan 12, 20 -33

                El evangelio de hoy nos introduce en una clave fundamental de la vida y destino de Jesús que recibe  el nombre de la “hora de Jesús”, que adelanta el último signo – la resurrección de Lázaro – (Jn 11, 1ss) que, como todos los signos del evangelista Juan, provocan, por una parte, adhesión de fe y acogida al Señor, y por otra, rechazo y preparación de la conspiración final en su contra. El evangelio de este domingo quinto de cuaresma nos sitúa cronológicamente seis días antes de la Pascua (Jn 12, 1). En este ambiente pre- pascual, se encadenan tres momentos bien significativos: la comida de Jesús en casa de Lázaro y la unción de María en Betania que cambia el ambiente fúnebre de la casa que “se impregnó con la fragancia del perfume”, signo anticipatorio de la sepultura y evoca la resurrección de Jesús. “Déjala. Ella tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura”, dice Jesús aprobando el gesto de María que había criticado Judas Iscariote.  

                La conspiración alcanza su climax cuando los sumos sacerdotes deciden matar también a Lázaro. Al día siguiente, acontece la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, detonante final de la muerte de Jesús. Unos griegos que habían subido a Jerusalén por la fiesta quieren ver a Jesús y lo hacen a través de sus discípulos Felipe y Andrés, quienes transmiten el deseo de estos paganos a Jesús. Esto da pie a un discurso que es el texto del evangelio de hoy. Así todo lo que hemos mencionado hasta aquí es para situar adecuadamente estas palabras de Jesús. Veamos algunos detalles de este precioso texto justo una semana antes de Semana Santa.

                El tema de fondo de este discurso es la glorificación de Jesús por medio de su muerte. Estamos en el corazón de la hora de Jesús de la que habló en las bodas de Caná y en otras ocasiones (Jn 2,4; 7,6; 12,23, etc.). ¿Qué es esto de la hora de Jesús? Aunque se refiere a la pasión y muerte de Jesús, el cuarto evangelio pone el acento en el aspecto glorioso de esta hora, entendido como paso de este mundo al Padre. En esta hora, “el Hijo del hombre va a ser glorificado” (v. 23), es decir, volverá a tener la gloria que tenía junto al Padre antes que el mundo fuera creado. Pero, cuidado. La glorificación de Jesús no acontece sólo en su resurrección y ascensión sino también en su muerte. A esto apunta la imagen parabólica del grano de trigo: “Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (v. 24). Jesús muere para revestirse de una vida nueva. Es la forma en que su vida pueda dar frutos abundantes. Si permanece en soledad, sin germinar, es decir, si no muere, queda infecundo. Notemos que el trigo era la principal fuente de alimentación en Palestina juntamente con el vino y el aceite. El grano, sembrado en tierra en noviembre-diciembre se cosechaba en mayo-junio. De este modo Jesús estaba hablando de un aspecto por todos conocido para simbolizar su muerte y resurrección.

                Continúa la enseñanza de Jesús al discípulo siempre dentro de la imagen del grano de trigo que muere y da frutos. El camino recorrido por el maestro es el mismo que debe hacer el discípulo aún cuando lo lleve a la cruz, ya que participando en su muerte se alcanza la vida. Sólo el que se pierde es el que se realiza. El mayor obstáculo para la entrega plena y por consiguiente para la realización de sí mismo está en el temor a perderse y a sacrificarse en este mundo. La advertencia de Jesús es clara: el apego a sí mismo conduce al fracaso, mientras que la madurez completa está en la entrega hecha servicio por amor a cada hermano. “El que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor” (v. 26). Así el servicio no sólo está vinculado al seguimiento de Jesús sino que implica también una identificación con su mismo camino, hasta el sufrimiento y la muerte. El servicio es el camino que conduce hacia el encuentro con Jesús resucitado. Así el discípulo comparte una hermosa promesa: “será honrado por mi Padre”, lo que significa que comparte la misma gloria del Hijo.

                “Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre! (vv.27-28). Estamos ante una confesión que demuestra la sensibilidad de Jesús, el estado humano que le provoca la decisión soberana de enfrentar la cruz y su muerte. La gloria de la cruz no impide el sufrimiento. La verdad de la resurrección no elimina el escándalo de la muerte. Téngase presente porque el discípulo también vivirá el estremecimiento profundo frente al camino suyo que no será otro que el de su Maestro, es decir, también debe “abrazar su cruz y seguirlo” hasta el final, la vida eterna.

                Es tan real “la hora de Jesús” que sacude profundamente al mismo Jesús: “Mi alma ahora está turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”(v. 27). La escena evoca Getsemaní, sobre todo, en un rasgo, la angustia ante la Hora que se acerca y el llamado a la compasión del Padre, aceptación del sacrificio y el consuelo que viene del cielo. “Entonces se oyó una voz del cielo:”Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar” (v. 28). El Nombre del Padre ha sido glorificado por los signos o señales realizadas por Jesús y será glorificado por la ascensión de Jesús a la gloria del Padre. Este es el signo por excelencia que muestra la complacencia del Padre por su Jesús, su Hijo.

                Pero como acontece a lo largo del evangelio de san Juan, la gente no logra identificar la voz del cielo y lo identifican con un trueno o la voz de un ángel. Jesús revela el sentido de la voz del  Padre: “No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros” (v.30). El acontecimiento es como un sello divino anticipado  a la muerte de Jesús. La pasión y muerte de Jesús será un golpe terrible para la gente por la magnitud del sacrificio. Es entonces cuando deben recordar que el Padre sostiene a su Hijo que lo glorifica con su obediencia hasta la  muerte y muerte de cruz.

                Mientras el Príncipe de este mundo,  el Satán, dominador de este mundo cae estruendosamente,  Jesús es elevado tanto en la cruz como a la derecha del Padre. El reinado de Satán llega a su fin y cede su lugar al reinado de Cristo.                  

Fr. Carlos A. Espinoza I., O.de M.   

 

DESCARGAR COMENTARIO DEL EVANGELIO

                       

                  



Provincia Mercedaria de Chile
Curia Provincial
Dirección: Mac - Iver #341, Santiago Centro
Teléfonos: 2639 5684 / 2632 4132