DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN (B)

Sábado 27 de Marzo, 2021

 
Se abre la Semana Santa con el evangelio de Mc 11, 1-10 y de él arranca el sentido de los ramos con que la Iglesia proclama a Jesús como Mesías. San Marcos nos ha mostrado cómo Jesús introdujo a sus discípulos en la comprensión de su persona, de su obra y de su misión.

         ¡Señor! Ayúdanos a estar despiertos y a orar para no caer en la tentación de abandonarte         

¿Qué podríamos pedir en nuestra oración al entrar en estos días santos? Podemos decir con humildad y sencillez: “Concédenos, Señor, la gracia de vivir este tiempo en un profundo recogimiento interior”. Pero ¿cuándo se puede entrar en ese “profundo recogimiento interior”? ¿Es posible todavía pretenderlo seriamente? ¿No será verdad que estamos atenazados por la rutina de las cosas de “fuera de nosotros”? Recogerse es volverse sobre sí mismo y volver a experimentar la belleza de encontrarse a solas con Aquél que es el centro de esta Semana Santa, el Señor Jesús. Es necesario recogerse porque estamos “fuera de casa” normalmente, distraídos, atrapados por el quehacer y el mundo exterior. ¿Por qué recogerse? Porque sólo así podemos “volver a casa”, a nuestro interior, a lo más hondo que cada uno tiene. Y es ahí donde es posible crear el espacio para la meditación, la reflexión pausada, ya no sobre uno mismo sino en la realidad que nos envuelve, la realidad de Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. Sólo así es posible entrar en su drama, el de su pasión y muerte como consecuencia de su fidelidad “hasta el extremo”. Y es verdad que el drama de Jesús es mi drama y el de todos los que viven en este mundo. Ni siquiera es sólo para los creyentes; también lo es para todo ser humano. Ya que Jesús no hace otra cosa que cargar con el drama de todos y nos enseña qué hacer y cómo vivirlo para ser realmente fieles al proyecto del Padre. Por eso podemos orar: “Señor, ayúdanos a cargar con el dolor de otros como tú has asumido el nuestro; sólo así, Señor, podremos celebrar de verdad tu pascua”. Aprovechemos este tiempo de la Semana Santa para recogernos en lo esencial de la vida y de la vida cristiana. Con la ayuda de la Palabra de Dios de cada día, dejémonos orientar hacia lo auténtico, lo verdadero, lo que trasciende nuestra a veces vacía cotidianeidad, ese vivir “al día”, sin proyecto ni esperanza. Ayúdanos, Señor, ha entrar en esta Semana Santa casi en silencio. Nuestros templos cerrados y en un sobrecogedor silencio de ausencia de quienes, en otras circunstancias, desde temprano estaban ofreciendo los ramos en las puertas de los mismos a los fieles que normalmente los repletaban para hacer recuerdo de la Entrada de Jesús a Jerusalén. Hoy como el año pasado, nuestra Semana Santa será tan sobria y en soledad de fieles como resguardo del temible contagio del Covid 19, este virus que tiene al mundo enclaustrado y sacudido por la ferocidad de su acción desgraciadamente para tantos hombres y mujeres simplemente mortal. Es imposible no unir el misterio del dolor que vivió Cristo, según narra San Marcos, y nuestra realidad actual que nos tiene confinados en nuestros hogares. Tu pasión se continúa en el enorme sufrimiento de los seres humanos. Pensamos en quienes carecen de lo necesario para vivir, las múltiples formas de pobrezas que aquejan al mundo especialmente a los más pobres de la tierra. La Pandemia ha dejado al descubierto el drama que tantas veces no queremos ver. Esta Semana Santa como la del año pasado será vivida con un espíritu sobrio y en soledad, como en tantos lugares donde los cristianos son perseguidos y confinados al silencio y al sufrimiento. No olvidemos que la muchedumbre que salió a aclamar a Jesús con su ¡Hosanna!, ¡Bendito  el que viene en nombre del Señor!, es la misma que gritaba a todo  pulmón en el pretorio de Pilatos el aterrador ¡Crucifícalo!, ¡Crucifícalo! como lo recordaremos el viernes de la pasión y muerte de Jesús, nuestro Redentor.

   LA PALABRA DE VIDA

Mc 11, 1-10                        ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!  

Is 50, 4-7                             Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso no quedé confundido 

Sal 21, 8-9.17-18.19-20.23-24     Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? 

Flp 2, 6-11                           Se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor

Mc 14, 1- 15, 47               Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios

                “Si nos preguntamos: ¿por qué la Cuaresma? ¿Por qué la cruz? La respuesta, en términos radicales es ésta: porque existe el mal, más aún, el pecado, que según las Escrituras es la causa profunda de todo mal. Pero esta afirmación no es algo que se puede dar por descontado, y muchos rechazan la misma palabra “pecado”, pues supone una visión religiosa del mundo y del hombre. Y es verdad: si se elimina a Dios del horizonte del mundo, no se puede hablar de pecado…el eclipse de Dios conlleva necesariamente el eclipse del pecado. El sentido del pecado se alcanza redescubriendo el sentido de Dios” (Benedicto XVI). ¿Qué sentido puede tener la Semana Santa para una humanidad que se aleja del Dios verdadero y no necesita redención porque no tiene sentido de pecado? Dejemos que la Palabra nos ilumine el camino de la Pascua.

                La entrada mesiánica en Jerusalén: Reconocer y proclamar a Cristo Mesías y Rey

                Se abre la Semana Santa con el evangelio de Mc 11, 1-10 y de él arranca el sentido de los ramos con que la Iglesia proclama a Jesús como Mesías. San Marcos nos ha mostrado cómo Jesús introdujo a sus discípulos en la comprensión de su persona, de su obra y de su misión. Lo hace a través de la pregunta ¿quién es Jesús? En los cuatro últimos capítulos de su evangelio Marcos nos ofrece la realización de la obra mesiánica de Jesús en Jerusalén, centro espiritual del judaísmo. El relato de la entrada de Jesús a Jerusalén abre el espacio al conflicto con Jerusalén y todo lo que esta ciudad representa, lo que desarrolla en los capítulos 11-13. Y concluye con la culminación de la obra de Jesús con el relato de la pasión y resurrección en los capítulos 14-16.

                La acción se desarrolla geográficamente cerca de Betania, una aldea situada a unos tres kilómetros de Jerusalén, al otro lado del monte de los Olivos. Recordemos que aquí vivían los tres hermanos Marta, María y Lázaro quienes tenían una relación muy cercana con Jesús. Cerca de Betania estaba Betfagé, otro poblado en la ladera oriental del Monte de los Olivos. Fíjense que se esperaba que el Mesías futuro haría exactamente este camino que hace Jesús: llega al Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania. Así asume las esperanzas del Antiguo Testamento, especialmente la dimensión de la realeza davídica.

                ¿Qué tipo de Mesías Rey es el que asume Jesús? Desde luego no es la imagen tradicional de un rey poderoso y dotado de guerreros. Por el contrario, se trata de un Rey pobre y humilde, que ingresa montando un asno, que trae la paz y no la guerra. Lo había anunciado el profeta Zacarías (9,9s). La intención de devolver el burro a su propietario revela que es un Rey justo y bondadoso. La gente saluda a Jesús con las palabras del Salmo 118, 25s. La expresión “Hosanna” significa “sálvanos, por favor”. Es evidente que la idea de rey que tiene Jesús no concuerda con la de la multitud que lo aclama que grita: “Bendito el reino de nuestro padre David que llega”, lo que tiene todo un sentido nacionalista, guerrero y vengativo. Además no hay que olvidar que las fiestas como la pascua, de grande concurrencia de peregrinos, daban lugar a tumultos de protesta contra el poder dominante, lo que llevaba a reforzar la defensa del templo con más soldados.

                Esta entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, aunque rodeada de un sentido de sencillez y pobreza, apresura el conflicto entre Jesús y Jerusalén. Esta “subida de Jesús a Jerusalén” es la última meta en la que entrega su propia persona en la cruz, una entrega que reemplaza los sacrificios antiguos. Esta es la razón porque en este Domingo de Ramos escuchamos siempre una de las cuatro narraciones de la pasión de Jesús.

                Del profeta Isaías 50, 4-7

                La primera lectura de la misa de este Domingo de Ramos corresponde al tercer poema del Servidor del Señor del Isaías II (Is 40-55), de un profeta anónimo que desarrolló su ministerio profético entre los desterrados en Babilonia durante el ascenso del rey persa Ciro entre los años 553-539 a.C. Entre los personajes de este Isaías II está el Siervo cuya fisonomía describen los cuatro cantos o poemas. Su vocación es profética y semejante a Moisés y es dramática como la situación del pueblo es trágica y gloriosa. El Siervo es un personaje anónimo. El texto de esta primera lectura describe la audacia de ser discípulo del Señor. En la Palabra de Dios de esta Semana Santa vamos a tener la oportunidad de escuchar estos cuatro bellos poemas acerca del misterioso personaje. En el texto de este tercer poema o canto se desarrolla la dimensión del sufrimiento que padece y la confianza irrevocable en Dios. Un rasgo acentuado en este personaje es ser discípulo fiel del Señor formado en la escucha de la Palabra de Dios. Se abre el texto recordando la llamada y la misión que el Señor le encomienda: “El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento” (v.4). Es el mismo Señor que le capacita para que escuche su Palabra como discípulo suyo y el servidor está disponible pues “y yo no me resistí ni me volví atrás” (v.5). Está totalmente disponible y obedece lo que el Señor le manda. Aunque el Señor no lo llama para sufrir, el servidor acepta todos los golpes que, por comunicar su Palabra y cumplir su misión profética, va a recibir. “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían” (v.6). Así como no hay llamada sin misión, tampoco hay misión sin tribulación. Sin embargo, la resistencia del Siervo no lo convierte en un superhombre; su fortaleza brota de su confianza irrevocable en Dios que no lo abandona nunca. “Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal y sé muy bien que no seré defraudado” (v. 7). Estamos ante una página insuperable de lo que significa ser discípulo de Dios y de Cristo, es decir, este canto es profundamente vocacional. ¿He leído así  mi condición de cristiano en el mundo? ¿Tengo conciencia de la dimensión profética de mi vida cristiana? ¿A qué estoy dispuesto para ser cristiano comprometido con la causa del evangelio?

                 El Salmo 21,8-9.17-18a.19-20.23-24  es la oración del justo perseguido, es la oración de un mortal convertido súbitamente en moribundo. Se abre este salmo con el estribillo que Jesús pronunció en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” El orante relata sin complejos su angustiado dolor y su apasionada plegaria que eleva al Señor. Se trata de alguien que está sumido en agudos sufrimientos corporales y espirituales, un hombre justo que se siente despreciado por la gente y abandonado por Dios. En medio de su tragedia, el justo mantiene su inquebrantable confianza en Dios y está convencido de que llegará su salvación definitiva. Esta plegaria en labios de Jesús y en la cruz revela su auténtica condición humana y su fidelidad absoluta en Dios que no lo abandona sino que lo sostiene.

                De la carta de san Pablo a los Filipenses 2, 6-11

                Otra joya de la literatura cristiana es el himno cristológico de Flp 2, 6-11 que san Pablo toma y quizá retoca de las antiguas comunidades cristianas – quizás escrito en arameo o griego – con que tributaban culto de adoración a Jesucristo. El fondo del himno es el binomio “humillación – exaltación” con el que se expresa el descenso – ascenso de Jesús. Se abre el hermoso himno con una afirmación central: “(Cristo Jesús), Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de esclavo y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz” (vv. 6-8). Hasta aquí se describe el carácter kenótico o de humillación que acoge Jesús con libertad soberana como consecuencia de su fidelidad a Dios, su Padre, y a su plan de salvar a los hombres. Podemos resaltar aquí dos expresiones clave de lectura del texto: “se anonadó a sí mismo”, que literalmente significa que Jesús “se vació” lo que significa que asume el sacrificio y la renuncia no como algo fatal o impuesto por una voluntad tiránica de Dios, sino como un acto de libertad soberana para dar cumplimiento a la voluntad salvífica de Dios. La segunda expresión es “tomando la condición de esclavo”, no en sentido sociológico sino en términos solidarios con los millones y millones de esclavos del sufrimiento y de la muerte en un mundo esclavizado por el pecado. Del versículo 9 al 11 se describe la glorificación de Cristo. “Dios lo exaltó... Jesucristo es el Señor”. El Padre, que sostiene a su Hijo en medio de la kénosis o humillación que no sólo vive en su pasión y muerte sino en toda su vida terrena, lo resucita y lo sienta a su diestra y pone todo en las manos del vencedor del pecado y de la muerte: Jesucristo es el Señor.

 

                Del evangelio según san Marcos 14, 1-15, 47

                El relato de la pasión según Marcos tiene la finalidad de descubrir la verdadera identidad   de Jesucristo ya que su evangelio está construido sobre la pregunta ¿Quién es Jesús? Los estudiosos del primer evangelio le llaman a esta estrategia el secreto mesiánico.  La profesión de fe puesta en labios de un pagano es la respuesta a la pregunta sobre la identidad de Jesús que ronda en cada página del primer evangelio: “Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios”.

                En el relato de la pasión intervienen, además de Jesús, tres categorías de personas, a saber, los miembros del poder constituido o autoridades, la gente o pueblo y los discípulos. Respecto a los dos primeros grupos Marcos indica que para el poder constituido, fariseos y herodianos, estaba ya decidido dar muerte a Jesús (Mc 3,6; 11,18). Respecto a la gente, aunque entusiasta, no está disponible a la fe y Marcos indica que Jesús mismo “se asombraba de su incredulidad” (Mc 6,6). Aunque el evangelista señala que Jesús era un obstáculo para creer en él porque conocían su familia (Mc 6,3). En cuanto a la relación de Jesús con sus discípulos Marcos la describe así: “Iban de camino, subiendo hacia Jerusalén. Jesús se les adelantó, ellos estaban sorprendidos y la gente iba con miedo” (Mc 10, 32).

                Así Jesús aparece como un hombre decidido a todo: marcha adelante. Pretende sacar adelante su misión mesiánica aunque ello le cueste perder la vida. Sin embargo, el discípulo  tiene miedo y el miedo abre dos posibilidades: o vencerlo e ir adelante hasta el final con Jesús o dejarse llevar por el miedo, renunciar a dar testimonio y ponerse de hecho de parte de los quieren matar a Jesús. La decisión es nuestra.

                Respecto a la estructura del relato de la pasión de san Marcos  podemos decir que hay muchos referencias temporales, tales como: Faltaban dos días para la Pascua (Mc 14,1), El primer día de los Ázimos (Mc 14,12), Al atardecer llegó con los Doce (Mc 14,17; 15,42), Al instante cantó por segunda vez el gallo (Mc 14, 68.72), Al amanecer (Mc 15,1), Muy de madrugada (Mc 16,2). En dos oportunidades habla Jesús de la hora con un sentido teológico referido al momento de la salvación (Mc 14,35.41). Y en cuatro ocasiones se refiere a la hora como tiempo cronológico.

                Un posible orden para leer y meditar la pasión según san Marcos puede ser el siguiente:             

La Hora de la conjura (Mc 14, 1-11);

La Hora del Amor (Mc 14, 12-25);           

La Hora de la Crisis (Mc 14, 26-52);                                                        

La Hora del Juicio (Mc 14,53 – 15, 20);                                                                                                

La Hora de la Muerte (Mc 15,21- 41);

La Hora de la Vida (Mc 15,42 – 16,8).

(Evangelio según Marcos, Mario Galizzi, San Pablo, 2007, p. 271).

 

                Un abrazo fraterno.

Que el Señor nos bendiga y nos guarde.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.            

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