1° DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B
Provincia Mercedaria
de Chile

1° DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B

Sábado 28 de Noviembre, 2020

 
El texto de este primer domingo de adviento del ciclo B, está tomado del capítulo 13, 33-37 y está dentro de una gran unidad que recibe el nombre de Discurso escatológico, que incluye la destrucción del templo, la gran tribulación, la parusía, el día y la hora y la parábola de los servidores fieles

¡Cristo Redentor! Ven, que te esperamos

                ¿Qué significa un nuevo Año Litúrgico? ¿Acaso no tenemos la sensación que cada año es casi lo mismo? Busquemos la respuesta en la Constitución del Concilio Vaticano II llamada Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia. Fue  el primer documento aprobado por los padres conciliares por 2.162 votos a favor del texto previamente sometido  a debate y sólo 46 votos en contra. Esto ocurrió el 14 de noviembre de 1962 y el 4 de diciembre de 1963 fue promulgada por el Papa Pablo VI. Que fuera la liturgia de la Iglesia la primera preocupación del Concilio indica la importancia y trascendencia del culto que la Iglesia rinde a su Señor a través de la acción litúrgica. En el capítulo quinto se aborda el tema del AÑO LITÚRGICO y comienza indicando que “la santa Madre Iglesia considera que es su deber celebrar la obra de la salvación de su divino Esposo con un sagrado recuerdo, en días determinados del año. Cada semana, en el día que llamó “del Señor”, conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua” (SC 102). El corazón del Año Litúrgico es el Día del Señor o Domingo, cada semana, y la magna celebración anual de Semana Santa cuyo centro es la Pascua de Jesús,  su pasión- muerte – resurrección. Pero desde este centro de la Liturgia se despliega en el ciclo del año el  misterio de Cristo, desde el misterio de la Encarnación y su Nacimiento hasta su Ascensión, la Venida del Espíritu Santo o Pentecostés y la feliz esperanza y venida del Señor. De este modo, el Año Litúrgico conmemora los misterios de la redención y nos brinda la oportunidad de alcanzar y llenarnos de  la gracia de la salvación. La liturgia es realmente una obra tan grande como obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados. De este modo, la liturgia es acción sagrada por excelencia cuya eficacia no iguala ninguna otra acción de la Iglesia, dice el Concilio. El primer tiempo litúrgico del nuevo año que iniciamos  es ADVIENTO o VENIDA DEL SEÑOR. La característica de este tiempo litúrgico es el gozo de la espera y la certeza de la venida. Así la Palabra de Dios proclamada en adviento sintetiza las esperas  y búsquedas del hombre pero también ilumina lo más escondido en su corazón y en su mente. Nos invita a perseverar en la espera del Señor que viene y nos anuncia el cumplimiento de esta espera. Y nótese que no se trata de un entusiasmo pre-navideño sino una gozosa espera del Señor que viene. Adviento nos invita a tener presente las dos venidas: los dos primeros domingos se nos habla de la última venida de Cristo. El Señor viene como redentor es el mensaje del primer domingo de adviento y se nos invita a vigilar y orar como las adecuadas actitudes para recibirlo. En el segundo  domingo de adviento, el Señor viene como juez justo con poder. Juan Bautista nos pone en el camino de la conversión como una manera de preparar el camino para el Señor que vendrá en su última venida. En los domingos tercero y  cuarto se desplaza el acento de la última venida de Jesús a la próxima venida y el nacimiento de Jesús de la Virgen María. Las actitudes de este segundo período de adviento son la disponibilidad y acogida del Niño Jesús que nace en Belén. Pongámonos a tono con este nuevo año litúrgico y el ADVIENTO que nos habla de la espera y de la  venida de Dios a nuestra historia como  una invitación a preparar el corazón y la vida en gozo y alegría.   

PALABRA DE VIDA

                Is 63, 16-17.19; 64, 2-7                 Si rasgaras el cielo y descendieras                                                         Sal 79, 2.3.15-16.18-19                              Restáuranos, Señor del universo                                                            1Cor 1, 3-9                                          Él los mantendrá firmes hasta el fin                                                      Mc 13, 33-37                                     Estén prevenidos, entonces, porque no saben cuándo                                                                                            llegará el dueño de casa

                La liturgia es el lugar privilegiado de la palabra de Dios y la Iglesia, es decir, la comunidad viva de los fieles, es “casa de la Palabra”. Acojámosla con cariño y gratitud.

                Del libro del profeta Isaías 63, 16-17.19; 64, 2-7

                La primera lectura de hoy está tomada del Profeta Isaías, del llamado Tercer Isaías, es decir de los capítulos 56 a 66. El mensaje de este profeta anónimo, situado después del destierro babilónico, está definido como un mensaje entre el desaliento presente de los retornados del destierro a Jerusalén y la esperanza futura de una ciudad transformada por el cumplimiento de las promesas de Dios. Esta tensión entre presente desalentador y futuro de ensueño está latente en el texto donde encontramos calificativos bien interesantes dirigidos a Dios: padre y redentor. Así dice el texto: “Tú, Señor, eres nuestro padre, tu Nombre siempre es Nuestro Redentor” (v.16). Y ciertamente ante una situación desastrosa que vive el pueblo retornado del destierro, cuando se habían hecho expectativas de un retorno a una ciudad pletórica de desarrollo, se encuentran con que todo está por hacerse, surge el clamor a Dios para que Él intervenga y milagrosamente ponga fin al caos reinante. Nada nuevo. Cuando estamos en medio de las crisis y catástrofes, hasta los no creyentes esperan una intervención de Dios, muchas veces pensada en términos de revancha contra los malvados y enemigos. Dios puede intervenir y arreglar todo, pero no lo hará. Ha dejado en nuestras manos el hacerlo, para lo cual nos dotó de herramientas maravillosas como la inteligencia, la voluntad, la energía incluso física.  El texto nos ayuda a tomar conciencia de nuestras equivocadas estrategias frente a las encrucijadas que enfrentamos. ¡Qué fácil es echarle la culpa a Dios!: “Señor, ¿por qué nos extravías lejos de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te respete? (v. 17). Pero, a pesar de todo, el pueblo pide una manifestación de Dios: “Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que te pertenecen” (v. 17). La súplica tiene esa doble faceta de toda petición a Dios, ya que se pide la intervención de Dios a favor del pueblo pero también se reconoce el pecado que no deja de tener una clara dimensión social: “Todos estábamos contaminados, nuestra justicia era un trapo sucio; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento” (64, 5). Concluye con un acto de confianza: “Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano” (64, 7). El humilde reconocimiento de lo que somos, arcilla o polvo o vasija de barro, conlleva la familiar imagen de Dios como el alfarero. ¿Qué aplicación práctica puedo sacar de esta palabra profética? La súplica verdadera siempre nos lleva a Dios y nos vuelve a nosotros mismos. ¿No estaremos como país en esta misma doble actitud? ¿Será posible un humilde reconocimiento de nuestros hierros que permita buscar juntos una salida a las dificultades presentes?

                El Salmo 79 es una bella súplica comunitaria dirigida a Dios “Pastor de Israel” a quien se le pide que reafirme su poder “y ven a salvarnos” (v. 2-3); se le suplica desde una bella imagen bíblica: “Ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso” (v. 15-16). No hay mejor consuelo para un presente oscuro y preocupante que volver los ojos al glorioso pasado cuando Dios tomó al pueblo y lo plantó con todo cariño como su vid preferida. “Devuélvenos la vida” y aleja de nosotros  los signos patéticos de la muerte,  de  la violencia,  de la  indiferencia…

                De la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 3-9         

                La segunda lectura de hoy está tomada de la Primera Carta a los Corintios. El texto forma parte del saludo inicial que Pablo dirige a los cristianos de Corinto, el versículo 3 y de 4 – 9 es la acción de gracias. El saludo del versículo 3 tiene un sentido litúrgico y de hecho la Iglesia lo ha integrado entre las fórmulas del inicio de la liturgia: “Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. Luego el Apóstol ofrece una reflexión, marcada con la acción de gracias, donde deja en claro el elevado concepto que tiene de los cristianos. Son destinatarios de la gracia de Dios recibida en Cristo Jesús, fuente de toda riqueza en la palabra y en el conocimiento, de tal manera que “mientras aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don espiritual” (v. 7). Cristo es garantía de perseverancia “hasta el final para que en el día de nuestro Señor Jesucristo sean irreprochables” (v. 8). Es el ideal de lo que un cristiano debe ser y es por gracia de Dios. El desarrollo de la carta nos demostrará cuántas dificultades tenía esta comunidad para ser coherente con el evangelio de Cristo. No podemos olvidar nuestra condición humana, fragilizada por el pecado y la tentación. Nos hace bien comenzar el nuevo Año Litúrgico con este hermoso texto de San Pablo sobre lo que significa ser cristiano: “Porque Dios es fiel y Él los llamó a la comunión con su Hijo, Jesucristo Señor nuestro” (v.9). Y adviento nos hace contemplar las maravillas de Dios con nosotros. ¿Tienes algo de que agradecer a Dios?

                Del evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 13, 33 - 37

                San Marcos escribió su evangelio hacia el año 65 de nuestra era cristiana y se constituyó en fuente de referencia para que Mateo y Lucas escribieran los suyos hacia el año 70 d.C. El texto de este primer domingo de adviento del ciclo B, está tomado del capítulo 13, 33-37 y está dentro de una gran unidad que recibe el nombre de Discurso escatológico, que incluye la destrucción del templo, la gran tribulación, la parusía, el día y la hora y la parábola de los servidores fieles. Así el capítulo 13 con sus 37 versículos desarrolla el “discurso escatológico” de Jesús que, mediante un lenguaje profético y apocalíptico, con la mirada en el presente y en el final de la historia, busca alentar la fidelidad de las comunidades cristianas. Sin embargo, tenemos la tentación de leer este texto con la mirada del miedo o del terror frente a la destrucción anunciada y olvidamos lo que es una invitación a la esperanza por el mundo nuevo que se está construyendo desde Jesús.

                La parábola de los servidores fieles, Mc 13,33-37, se inicia con una llamada que se repite también al final del texto: “Estén atentos y despiertos, porque no conocen el día ni la hora” (v. 33); “Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: ¡Estén prevenidos!” (v.37). La misma idea se expresa en otras traducciones como “Tengan cuidado y estén prevenidos” o “Estad atentos y vigilad”.  La razón que justifica esta invitación es la ignorancia absoluta sobre el momento exacto en que vendrá el Señor. ¿Qué significado tiene esta ignorancia sobre el día y la hora? Podríamos pensar que Jesús quiere mantenernos en ascuas y en temor al esperarlo pero sin saber el momento preciso de su venida. Pero la verdad sea dicha que es mucho más saludable no saber el día ni la hora porque todos los días y todas las horas son oportunas para abrirse al Evangelio y así toda nuestra existencia queda comprometida. Y Jesús, que conoce nuestra obsesión por conocer el final, y nuestro afán de tener todas las cosas bajo control, lo que hoy se llama “planificación, programación”, nos propone que estemos ocupados por discernir y vivir los tiempos y momentos en la escucha de la Palabra y la obediencia a la misma. El evangelio de hoy es más una llamada, una advertencia, para el compromiso con el Reino en el aquí y ahora que simplemente una ansiosa espera y vigilia sobre un caótico fin del mundo.

                La invitación es clara y repetida: Velad por tanto, ya que no sabéis cuando viene el dueño de la casa, si al atardecer, a medianoche, al cantar del gallo o de  madrugada” (v.35). Aquí se nos indica un detalle interesante acerca de las vigilias: cada vigilia de la noche duraba tres horas y se dividía en cuatro momentos como señala el texto. Así la vigilia cubría desde el atardecer hasta la madrugada. La vigilia es de noche cuando la tierra se cubre con el manto de la oscuridad. La vigilia resguarda la casa de los peligros de la  noche de forma continua. Si el guardia se queda dormido o se ocupa de otra cosa que no sea la vigilancia, pone en serio peligro la casa que su dueño le ha encomendado guardar. La vigilia se funda en esa confianza que ha depositado el dueño de la casa en sus servidores. Deben vigilar y estar  en vela porque no saben a qué hora regresará su señor. Así la pequeña parábola expresa las relaciones de Jesús con sus discípulos. Jesús nos encomienda su casa, “su Iglesia”, “su Reino”, “su comunidad” y nos deja la tarea de guardarla en medio del mundo y para ello la llamada: “Estad atentos y vigilad”. Si no hacemos caso a esta urgente invitación y mandato corremos el riesgo: “No sea que llegue de improviso y  os encuentre dormidos” (v.36). Estamos todos involucrados y nadie puede hacerse a un lado: “Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Velad!”(v. 37).                                                                                                                                              “Velar” es no dormir, estar desvelados, no tener sueño. Pero Jesús no se refiere a una acción puramente natural. Más bien se refiere a una metáfora donde “velad” significa “estar preparado”. Las motivaciones de esta actitud cristiana son variadas: orar, esperar el  Día del Señor, estar en guardia frente al Enemigo de Dios y a la tentación. “Dormirse” es “no estar preparado”, es decir, no estar atento ni vigilante. “Vigilar” es estar atento al Señor que viene aunque no sabemos a qué hora puede suceder.                                                                                                                                                    Ya sabemos, por la segunda carta de los cristianos de Tesalónica, lo que significaba, para los primeros cristianos, la venida de Cristo que esperaban a la vuelta de la esquina. Se trataba de una espera ansiosa y tensa que incluso llevó a muchos cristianos a no trabajar, porque no tenía sentido esforzarse por este mundo desde la cercana y próxima venida de Cristo. La espera del Reino es una espera continua e intensa pero no ansiosa ni temerosa sino rebosante de confianza. ¿Es así nuestra vida presente? ¿Confiamos en alguien o en algo todavía?

                La parábola subraya la verdadera vigilancia que se espera de los cristianos. Se nos señala la naturaleza de la vigilancia: “Será como un hombre que se va de su casa y se la encarga a sus sirvientes, distribuye las tareas, y al portero le encarga que vigile” (v. 34). Todo cristiano debe vigilar y estar prevenido porque precisamente no sabe a qué hora volverá el Señor, “dueño de casa”, es decir, “dueño de la Iglesia” o de la comunidad. Nos ha dejado el encargo de cuidar “la comunidad”. Y no es menos el encargo dado al portero, “el pastor”, “el Papa”, “el Párroco”, etc. A este portero le corresponde estar despierto y no dormirse ni despistarse. Su servicio como “vigía de horizonte” es fundamental para el cuidado de la casa de Jesús, es decir, de la comunidad cristiana. Pero todo cristiano debe igualmente estar despierto y vigilante porque también es responsable de la “casa de Jesús”. Y mucho más que los mismos ministros, porque los fieles laicos hacen posible que la fe arraigue en el corazón de la familia, en la sociedad, en el trabajo, en las tareas humanas.  Y cuando la familia no está preparando el terreno de los corazones para que acojan la semilla del Reino, es muy difícil que pueda germinar una vida cristiana.

                No cabe duda que nos resulta difícil la invitación que nos hace el Adviento en el sentido de la espera. Tener que esperar enerva a la persona porque siempre está contra el tiempo. Prefiere vivir ocupada o también pasando un tiempo  sin meta alguna. La espera es, sin embargo, una condición esencial en la vida. Y nuestra vida está hecha de muchas esperas. La madre ha debido esperar los nueve meses para ver y tocar al hijo de sus entrañas. Los padres deben esperar un largo período para que sus hijos alcancen  la madurez necesaria y sean sujetos independientes que abracen su propio proyecto de vida. La espera es clave en la vida. Se espera un amor que sigue siendo promesa, se espera un cambio que se convierte en ilusión. Se espera alcanzar la realización de los proyectos, etc. Sin embargo, asistimos a una aceleración posiblemente desmedida de la vida actual que hace difícil la actitud de la espera. Y cuando las cosas no son como se las desea surge la desesperación. Hoy creemos que todo debe regirse por la velocidad de la era digital. Vivimos  con ansiedad el día a día, no tenemos tiempo para proyectarnos más allá de las inmediatas circunstancias. Y si fuera todavía posible la espera, ésta estaría marcada por la inmediatez desesperante de no ver resultados pronto e inmediatamente. La espera cristiana  significa aceptar que las cosas de Dios no acontecen cuando uno las desea. Dios, el ser absolutamente soberano, no se somete a nuestra loca carrera por el resultado. Él nos espera hasta el extremo de la paciencia. El ritmo de Dios  no se da en nuestras coordenadas temporales. Ni siquiera será bajo  nuestras condiciones espacio temporales. ¡Estad despiertos y vigilad!         

                                                                               Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

       

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