11° DOMINGO DURANTE EL AÑO ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

11° DOMINGO DURANTE EL AÑO ( B )

Sábado 12 de Junio, 2021

 
La parábola del grano de mostaza establece un contraste entre un comienzo aparentemente insignificante y un final glorioso. Así acontece con Jesús cuyo secreto poder se hace presente en sus acciones y palabras. Él nace en un rinconcito de Palestina, en medio de una condición socialmente insignificante (nace en una pesebrera) pero que al crecer revela la belleza y magnitud de su obra redentora.

¡Señor! Gracias por invitarnos a sembrar tu Buena Nueva

                O tierra pedregosa o tierra buena. Es nuestro dilema diario y de toda la corta existencia humana. Es la trampa que detiene el desarrollo verdadero del ser humano y de la comunidad cristiana o es la gran oportunidad para ir edificando una tierra nueva y un cielo nuevo, no simplemente después de la muerte sino “aquí y ahora”, en este “ya pero todavía no” de nuestra visión escatológica. Nos hemos entrampado, los frutos producidos no son precisamente los esperados, los soñados; nuestros actuales frutos son amargos, agraces y con espinas punzantes. Y estas espinas tienen al Pueblo de Dios que peregrina en nuestro querido Chile, en un momento muy amargo y desalentador. Con el salmista tenemos que decir honradamente: “Hemos pecado, nos hemos apartado de ti”. Aunque la mirada gira en torno a los abusos de poder incluyendo la sagrada sexualidad, todos nos hemos ido convirtiendo en “tierra pedregosa”, “tierra reseca, agostada, sin agua”. Poco a poco, a costa de perseverancia, hemos ido descubriendo la forma de pararnos ante la realidad del  pecado en el ser humano y no sólo en el creyente. Nos ha costado “llamar las cosas por su nombre” pero nuestra sufrida Iglesia va aprendiendo a ser iglesia en camino y constantemente aguijoneada por la fragilidad de sus miembros en cualquier estado de vida en que se encuentren. El pecado, del cual se habla poco y parece haber sido desterrada su noción, ha dejado huellas profundas en el cuerpo eclesial. Ya no sólo la Iglesia chilena está herida, con una herida sangrante como dijo el Papa Francisco en su Carta al Santo Pueblo de Dios peregrino en Chile, sino la Iglesia entera. Nos está resultando difícil y muy difícil vivir nuestra fe cristiana en medio de un cambio vertiginoso y múltiple que vive la humanidad. La misma humanidad está experimentando nuevas situaciones tan complejas y de difícil pronóstico que ponen en riesgo su misma sobrevivencia. Los fenómenos se producen con una velocidad tan increíble que no permiten darnos cuenta siquiera de su dimensión y consecuencias. Hay una inquietud que nos envuelve con ese aire de incertidumbre creciente. ¿Cómo podemos vivir nuestra fe en este ambiente de las tres “i”: intranquilidad, inseguridad e incertidumbre? La Palabra de este domingo nos puede ayudar a descifrar lo que está aconteciendo hoy y, al mismo tiempo, asegurarnos que el plan de Dios permanece a lo largo de los siglos como ancla segura de nuestra frágil y averiada embarcación a través de los convulsionados tiempos que vivimos. Es bueno volver la mirada a la pequeña semilla de mostaza que el evangelio nos pone como metáfora del Reino de Dios en medio del mundo. ¿Puede lo pequeño dar respuesta a la magnitud de dificultades que nos envuelven y preocupan? Sí, y precisamente porque el Reino de Dios permanece como “un germen” con posibilidad de desarrollarse pero nunca al modo de nuestras grandiosas realizaciones humanas. Y quien habla de Reino de Dios o de los Cielos se refiere a los más pequeños, a los pobres, a los mansos y humildes, a los sufridos, a los perseguidos, a los sencillos. Sólo así es posible lo que san Pablo le recomienda a los cristianos de Corinto: “caminemos a la luz de la fe y no de lo que vemos”. Dios obra en la historia, a pesar de que las apariencias digan lo contrario. La realización de su Reino no depende de la eficiencia ni de las instituciones ni de los individuos, ni de programas  ni de obras sino de la escucha de la Palabra de Dios y de nuestra disponibilidad para dejarla crecer en nosotros para que dé frutos de conversión y de vida nueva. Y eso es lo más nos cuesta.  

PALABRA DE VIDA

Ez 17, 22-24                        Echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico

Sal 91, 2-3.13-16           Es bueno darte gracias, Señor

2Cor 5, 6-10       Porque nosotros caminamos en la fe y todavía no vemos claramente

Mc 4, 26-34        La semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo

                Las lecturas de este domingo, especialmente la primera y el evangelio, nos presentan un escenario simbólico en base a alegorías y comparaciones tomadas de la agricultura. Así el profeta Ezequiel anuncia la restauración de la monarquía davídica a los deportados en Babilonia, lejos de su tierra, comparándola con un pequeño esqueje o “una pequeña patilla” de cedro del Líbano que el Señor plantará en Jerusalén. Y en el evangelio de hoy Jesús, tomando algunos elementos de la profecía de Ezequiel, nos habla del Reino de Dios, mediante dos breves parábolas comparándolo con una semilla que crece por sí sola y un pequeño grano de mostaza  que se desarrolla hasta convertirse en un frondoso arbusto. Se nos habla de un modesto inicio pero de un desarrollo prodigioso en ambas parábolas y también en la lectura de Ezequiel que habla de un pequeño tocón o patilla del cedro que se convierte en árbol frondoso. Quedamos representados en el agricultor que siembra la semilla pero ésta germina y crece “sin que él sepa cómo”. El Reino de Dios es así y germina y crece en el corazón de cada uno sin que nadie sepa cómo lo hace. Dejemos que la Palabra nos ayude a disfrutar de este misterio de gracia que es Dios mismo.

                Del libro del profeta Ezequiel 17, 22-24

                Las imágenes y palabras de la Palabra de este domingo son sugerentes. Se refieren al mundo de la agricultura, un mundo muy familiar para los habitantes de Palestina y nos invitan a agilizar nuestra mirada para intentar acercarnos al misterio del Reino de Dios, esa realidad que en la vida y predicación de Jesús constituye el núcleo de su propuesta. Pero en los profetas era promesa y anuncio sugerente de un futuro en el amplio horizonte de los siglos. No tenemos otra manera de entrar al misterio de esta realidad del Reino sino a través de los símbolos o imágenes sencillas que no pretenden definir esta maravillosa realidad trascendente sino apuntar o sugerir su significación más honda. Tampoco Jesús define el Reino que anuncia sino que lo expresa en hermosas imágenes que sus oyentes perfectamente conocían. Sus palabras y sus acciones van revelando esa presencia de Dios entre los humanos. Sin embargo, siempre hay algo que rompe el sentido obvio de las imágenes y deja entreabierto el camino hacia una comprensión más profunda de la realidad que Jesús nos trae. Jesús manifiesta la realidad del Reino en su propia persona y eso significa que quien lo acoge a Él, acoge el Reino de Dios.

                La primera lectura de hoy está tomada del rico lenguaje simbólico de uno de los llamados Profetas Mayores de Israel, Ezequiel. En el capítulo 17 nos encontramos con la alegoría del águila y luego nuestro texto de la primera lectura de hoy, que es un oráculo acerca de la promesa de restauración del pueblo, descrita como la era del Mesías. Dios confundirá lo que aparece como majestuoso y poderoso como un cedro, imagen simbólica de los hombres poderosos del mundo, y cortará un brote insignificante frente al grandioso cedro, lo plantará y se convertirá en un árbol hermoso. Así dice el profeta: “Echará ramas, dará fruto y llegará a ser un cedro magnífico; anidarán en él todos los pájaros, a la sombra de su ramaje anidarán todas las aves” (v. 23). La enseñanza de la imagen es el Señor que humilla al hombre elevado, poderoso y eleva al hombre humilde. La manera como Dios actúa no es como actuamos los humanos; la acción de Dios  es muy distinta al modo como los hombres actúan. Dios elige lo pequeño, lo insignificante, lo que no vale a los ojos humanos y así  confunde el mundo de tantos “esplendores aparentes y pasajeros” de los hombres. “Levanta del polvo al desvalido y derriba de su trono a los poderosos”. La palabra del profeta se sitúa ante la destrucción de Judá y la desaparición de sus reyes lo que plantea la pregunta del pueblo: ¿Dónde queda la promesa hecha por Dios a su pueblo, de que siempre habría un rey descendiente de David? Entonces el profeta responde, mediante las imágenes, que Dios no dejará de cumplir su promesa, es decir, en un futuro próximo volverán a reconstruir el país, con un nuevo rey. Es una promesa acerca del Mesías cuya realidad vendrá muchos siglos después en la persona de Jesús de Nazaret. Nos hace bien esta palabra para nuestra situación que no se arreglará con la velocidad que muchos esperan. Dios volverá a hacer florecer el árbol frondoso de una Iglesia más purificada, vigorosa y evangelizada. Un pequeño resto fiel es el signo que Dios levanta ante la aparente grandeza del mundo actual. Ese resto será fiel y guardará la Palabra, es decir, la pondrá en práctica. Será fiel y Dios lo hará crecer como el majestuoso cedro del Líbano.

                Salmo 91, 2-3. 13-16 es un salmo de alabanza al amor y a la justicia de Dios y ofrece una respuesta a partir de la experiencia personal del salmista, al misterio del aparente éxito de los malvados. Este canto de acción de gracias nace de una atenta mirada a su propia experiencia acerca de la grandeza de los designios de Dios. Existe un destino distinto para el insensato que se olvida de Dios y para los justos que siguen dando fruto a pesar de su vejez.

                De la segunda carta de san Pablo a los Corintios 5, 6-10

                San Pablo nos ofrece una siempre necesaria y oportuna mirada sobre nuestra morada corruptible, nuestra condición humana terrena, y nuestra morada definitiva en el cielo. Es la llamada “esperanza escatológica” que nos ofrece la fe cristiana, que no consiste en optar por una o por otra; al contrario, y he aquí lo difícil, el cristiano sabe que debe preocuparse de la transformación de la realidad terrena donde debe encarnar el evangelio de Jesús, sin olvidar ni desconocer su última meta que es la plena posesión de los bienes eternos en el cielo.  Lo expresa muy decididamente en el siguiente pasaje: “Por tanto no nos acobardamos: si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestro interior se va renovando día a día” (2Cor 4, 16). El creyente vive en esta tensión o encrucijada permanente: tironeado por lo visible, lo material, lo inmediato, pero al mismo tiempo, con la mirada puesta en lo invisible, en lo que no se ve y que es para siempre. Temporalidad, finitud  y eternidad, he ahí la trama interna que sacude al cristiano. La tienda de campaña que es nuestra existencia terrena, no nos impide tener nuestra morada eterna en el cielo. En buen lenguaje teológico se dice que el cristiano vive en esta tensión escatológica entre lo provisional que experimenta y lo permanente que nos espera. Lo expresa muy bien el texto de esta segunda lectura: el Apóstol anhela “estar con el Señor” que equivale a alcanzar la morada definitiva pero “está en el cuerpo”, “lejos del Señor”. Entonces “vivimos sostenidos por la fe” mientras “estaremos en el destierro”. Una verdad del tamaño de una montaña: “Todos hemos de comparecer ante el tribunal  de Cristo, para recibir el pago de lo que hicimos, el bien o el mal mientras estábamos en el cuerpo” (v. 10). La seriedad de la vida presente y la responsabilidad con que tenemos que vivir hoy, hasta el día de nuestra partida que no es otra cosa que el día de la llamada definitiva, es una certeza fundamental del cristiano. Esta verdad tan central en la vida cristiana parece que hoy está olvidada y nos hemos dedicado a forjar un mundo ilusorio de una felicidad aparente. Ya no nos proyectamos más allá de las cosas que vemos y tocamos. Estamos ante una crisis de esperanza, de meta, de objetivo final de la existencia. Lo inmediato nos arrebata la perspectiva del cielo y nos deja en la finitud. ¿Qué pasa cuando se olvida la meta trascendente de nuestra vida? Todo se hace relativo, acotado al estrecho horizonte de este pequeño mundo que nos rodea. Consecuencia: la vida pierde profundidad y el proyecto del hombre se reduce a pasarlo bien sin pensar en su destino eterno. Vivimos “en el mundo” pero “sin ser del mundo” porque somos de Cristo Jesús. 

                Del evangelio de san Marcos 4, 26-34

                Jesús revela su pedagogía admirable de muchas maneras pero no cabe duda que su enseñanza mediante parábolas lo hacen insuperable Maestro, cercano al sentir del pueblo se sitúa a su nivel y les enseña. El capítulo cuarto del evangelio de San Marcos contiene varias de estas parábolas.  Una de las más conocidas es la del sembrador. El texto de hoy contiene dos comparaciones o parábolas cuyo centro es el Reino de Dios. La primera en Mc 4, 26 – 29 y la segunda en Mc 4, 30 – 32. Ambas están referidas al mundo agrícola, y los oyentes de Jesús perfectamente conocían lo que Jesús les estaba narrando. Pero la intención de esta enseñanza radica en lo siguiente: Jesús quiere enseñarles que el Reino de Dios, tema central de su predicación y de su vida, se desarrolla como un proceso dinámico y paradójico. El Reino de Dios no es algo estático como una cosa. Es una realidad misteriosa en movimiento y genera un dinamismo en quien lo acoge.

                Mc 4, 26-29: parábola del grano             

                El punto central de la primera parábola es que Jesús resalta la fuerza vital del Reino de Dios, porque crece progresivamente, sin detenerse, en silencio, más allá de los éxitos o fracasos del hombre. Aunque su germinación y crecimiento son un misterio pero, cuidado, el Reino no prescinde de la cooperación humana, cuenta con ella aunque no depende de ella para su crecimiento. Es la colaboración del agricultor que siembra pero no es él que hace germinar y crecer la semilla.  Nosotros sembramos el Reino pero no controlamos su crecimiento ni sus frutos. Tiene sentido evangelizar, catequizar, instruir, alentar pero el Reino no depende de estas acciones que hagamos. Son necesarias como instrumentos pero el Amor Redentor de Dios no depende de nuestra acción humana. El Reino de Dios tiene una fuerza irresistible, cuya manifestación plena y definitiva  está representada por las espigas maduras que se recogen en la cosecha después de la siembra. Es digno de destacar en el v. 29 el inmediatamente con que el hombre que había sembrado la semilla procede a la cosecha. Con esta expresión se señala la ansiedad con que ha esperado este momento de la cosecha. En el mismo sentido, las expresiones “Lo mismo si está dormido como si está despierto, si es de noche como si es de día” (v.29) permiten percibir lo largo de la espera entre la siembra de la semilla y su cosecha. El campesino sabe que no puede intervenir porque, además no sabe cómo ocurre el proceso interno de la semilla y su nacimiento y crecimiento y madurez. No le queda otra cosa que esperar y esperar. Sin embargo, ese tiempo de larga espera puede ser un tiempo de preparación para la cosecha. Dice el salmo 126 que el sembrador se vuelve segador y “vuelve cantando, trayendo sus gavillas”.                                                  La actualización de estas parábolas nos permite pensar que tanto activismo pastoral frenético, la Palabra de hoy es muy decisiva: el Reino de Dios no es fruto de la acción humana por muy apostólica que sea. Estamos ante el misterio de la gracia divina y su relación con el ser humano. Vivimos creyendo que la conversión es fruto de unas cuantas iniciativas y se nos hace muy largo el proceso de la anhelada conversión y de sus frutos maduros y generosos.

                Mc 4,30 – 33: el grano de mostaza

                La segunda parábola destaca el punto central del Reino de Dios: es aparentemente insignificante pero cuando entra en movimiento nadie puede ponerle límites y se abre a todos sin excepción. La parábola del grano de mostaza establece un contraste entre un comienzo aparentemente insignificante y un final glorioso. Así acontece con Jesús cuyo secreto poder se hace presente en sus acciones y palabras. Él nace en un rinconcito de Palestina, en medio de una condición socialmente insignificante (nace en una pesebrera) pero que al crecer revela la belleza y magnitud de su obra redentora.

                La actualización de esta parábola significa que para el Reino de Dios no son necesarios los megaproyectos ni  las grandes acciones. Nuestro aporte siempre es pequeño en comparación con la grandeza del Reino, casi insignificante si consideramos  la magnitud del plan de Dios: salvar a los pecadores y llevarlos a la vida eterna. Y eso acontece cuando un pecador se convierte hay gran alegría en el cielo, aunque sea uno solo.

                ¿Qué nos enseñan estas parábolas? Que Dios construye su Reino con nosotros si queremos  acogerlo y anunciarlo. Construir su Reino entre los hombres es un gran desafío, una tarea inconclusa. Pero se nos indica con toda claridad que no somos nunca propietarios del Reino ni gestores exitosos del mismo. El verdadero protagonista del Reino es Dios mismo. Nosotros los trabajadores de la viña que no nos pertenece. ¡Qué consolador es comprender y vivir esto!  

                 Fraternalmente en Cristo y María, Nuestra Madre.        

 

Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

 

DESCARGAR COMENTARIO DEL EVANGELIO

               



Provincia Mercedaria de Chile
Curia Provincial
Dirección: Mac - Iver #341, Santiago Centro
Teléfonos: 2639 5684 / 2632 4132