DOMINGO XIII DURANTE EL AÑO ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO XIII DURANTE EL AÑO ( B )

Sábado 26 de Junio, 2021

 


¡Señor! Hazme oyente de tu Palabra. Que al oír tu voz haya silencio en mi interior. Que al oír tu voz, yo te escuche, Señor.

                El mensaje de este domingo es iluminador de lo que estamos viviendo hoy. ¿Qué es lo que más nos preocupa hoy? Hoy los creyentes, dice un autor, “estamos viviendo un período en el que lo que más sentimos es la ausencia de Dios y lo que mejor percibimos es su silencio”. Aunque parezca increíble esta realidad afecta gravemente a nuestra comunidad eclesial. Como los protagonistas del evangelio de este domingo, un jefe de sinagoga (casa de oración de los  judíos) y una mujer enferma por doce años de hemorragias, creemos que pidiendo a Dios una intervención milagrosa frente a nuestras variadas dificultades, Dios tiene que hacerlo “ahora ya”. Pero un examen detenido del  evangelio nos demuestra  que Dios y Cristo no son “curanderos de turno”, buscados sólo cuando  se los necesita sino una gran y extraordinaria oportunidad para entrar en el misterio de una relación de amor y de verdad con el misterio definitivo de la salvación. Ambos fueron buscando la solución a un grave problema que viven pero Jesús les abrió la puerta de la auténtica sanación que ellos ni siquiera imaginaban. ¿Por qué buscamos a Dios, a Cristo, a la Iglesia? ¿Qué esperamos que se nos dé de inmediato? ¿Es tan cierto que buscamos la Vida Eterna, la plena liberación de nuestro pecado? Normalmente oramos por miedo, porque hay cosas que no podemos resolver, porque nos descontrolan el o los problemas. Este es el problema de fondo de nuestra Iglesia: sentir que Dios está ausente y que está en silencio. Celebramos el culto, leemos la Palabra, rezamos, hacemos obras  buenas pero Dios está ausente de tu vida real, de tus comportamientos, de tus relaciones humanas. No logras entrar en la relación de amor y comunión que el Señor quiere contigo. En muchos aspectos de tu vida y de tu persona hay una ausencia de Dios y un silencio de Dios, porque tú lo buscas sólo porque tienes necesidades inmediatas. Y cuando Dios está ausente de nuestra vida, ya no somos sus testigos ni profetas. Meditémoslo.

 

PALABRA DE VIDA

Sab 1,13-15; 2,23-24       Dios creó al ser humano para no conocer la corrupción

Sal 29, 2.4-6.11.12ª.13b      Te alabaré, Señor, porque me has salvado

2Cor 8, 7-9.13-15             Porque ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo

Mc 5, 21-43                       ¡Muchacha, a ti te digo: Levántate!

                La mesa de la Palabra está ya dispuesta para este domingo 13 del ciclo B. Los comensales pueden venir  a comer y a gustar el pan del Cielo, toda palabra que sale de la boca de Dios, el pan nutritivo para el camino que el cristiano  reemprende sin detenerse y desviarse de la ruta que conduce ciertamente al cielo. Y ese Pan bajado del cielo es Jesús de Nazaret. Es su Cuerpo y su Sangre que en cada eucaristía nos regala, aunque en pandemia no podamos disfrutarlo sacramentalmente, no deja de alimentarnos con su Palabra, su Amor, su Persona. Fe y confianza son las dos actitudes que brillan en el texto del evangelio de hoy, las que personalizan Jairo y la mujer con flujo de sangre, el primero a favor de la salud de su hijita y la segunda, su propia salud. Dejemos que el Señor nos hable en estos textos de hoy divinamente inspirados.

                Del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

                La primera lectura de este domingo trece del tiempo ordinario, está tomada del libro de la Sabiduría. Un judío culto emprende la defensa de su fe israelita con el fin que un público, enamorado de la verdad, pudiera admirar la belleza de la fe de Israel. Esto a mediados del siglo primero antes de Cristo, muy próximo al nuevo testamento. Así se busca superar el enfrentamiento violento entre el helenismo o pensamiento griego y la fe israelita, que marca los siglos anteriores. El texto de la primera lectura de hoy se enmarca dentro de la primera unidad de los capítulos 1 al 5 del libro de la Sabiduría. En estos capítulos, el autor desarrolla la idea que el verdadero éxito humano es el  del hombre justo que ha sido llamado a vivir eternamente. Una primera certeza que el autor señala: “Porque Dios no hizo la muerte ni se alegra con la destrucción de los vivientes” (v. 13). El autor se refiere a ambas muertes, la física y la espiritual, mutuamente relacionadas: la causa de la muerte no es Dios sino el pecado. Y para el hombre pecador, la muerte física es también la muerte espiritual y  eterna, es decir, muere no sólo el cuerpo físico o mortal sino también el morir sin Dios, sin vida eterna. El resto del texto hay que entenderlo teniendo como trasfondo el relato del libro del Génesis capítulos 2 y 3 de donde deduce las  intenciones que Dios tuvo al crear al hombre. Así, Dios “creó todas las cosas para que subsistan, todos los seres del universo son saludables” (v.14). Importante certeza que muchas veces olvidamos, y alimentamos un pesimismo moral frente a la realidad. Hay mal porque hay pecado, es decir, ruptura de la relación de la creatura con su Creador. El autor continúa extrayendo  consecuencias del hecho que Dios ha creado el universo y al hombre y dice en el capítulo 2, 23: “Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”. Es una reafirmación de que Dios creó al hombre a su imagen dotándola de una especial dignidad  en relación a todo lo creado. Sin embargo, ¿por qué  hay muerte? Dice el autor: “Pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces” (v. 24). La muerte que el demonio ha introducido en el mundo es la muerte espiritual, la muerte de Dios en el hombre, y cuya consecuencia es la muerte física, ya que el objetivo central del demonio es “apartar al hombre de su Creador”. Y el pecado es precisamente una ruptura, un quiebre inaudito de la creatura con su Creador. Tenemos materia para nuestra meditación de la Palabra, ya que estamos ante un mundo que da la espalda a Dios y pregona a todos los vientos que es libre para hacer la vida a su manera, a la manera de la ruptura con Dios, su Creador. El pecado no es una simple manchita sino una ruptura con consecuencias eternas. Por eso la conversión es el camino de retorno a casa del Padre.

                Salmo 29 es una acción de gracias después de un peligro de muerte. Las expresiones son elocuentes: Te pedí auxilio y me curaste...sacaste mi vida del Sheol, me reanimaste cuando bajaba a la fosa” (v.3-4). El sheol es el lugar de las sombras donde iban los muertos, no es equivalente a infierno porque éste implica tormentos. La situación del salmista puede compararse a la del hombre cuando se aleja de Dios. En el ambiente de este salmo todavía no hay esperanza de resurrección o de vida eterna. Ésta será posible con Jesús muerto y resucitado.

                De la segunda carta de san Pablo a los Corintios 8, 7-9.13-15

                Continuamos saboreando la segunda carta de san Pablo a los cristianos de Corinto, una de las comunidades cristianas fundadas  y sostenidas por el incansable evangelizador Pablo de Tarso. Los capítulos 8 y 9 de la segunda carta están dedicados a promover la  campaña de la colecta que el Apóstol promueve entre las iglesias para ir en ayuda de los hermanos necesitados de Jerusalén. Esta iniciativa es ya un fruto  del evangelio de Jesús porque  los paganos, ahora convertidos al evangelio, ayudan a los hermanos  judíos  convertidos a Jesucristo. Normalmente existían entre estos dos grupos mucha desconfianza y mutuas descalificaciones. Que los paganos convertidos ayuden a sus hermanos convertidos del judaísmo es una muestra del Espíritu Santo que se manifiesta en la  Iglesia como en Pentecostés. En el texto de esta segunda lectura, san Pablo  hace gala de un estilo exhortativo pero sin dejar de tocar el amor propio de los  mismos corintios en su veta positiva cuando les dice: “Y como tienen abundancia de todo, de fe, elocuencia, conocimiento, fervor para todo, afecto a nosotros, tengan también abundancia de esta generosidad” (v.7). No significa que los miembros de estas comunidades eran ricos de bienes sino más bien pobres pero tenían una gran generosidad. Se trata de una generosidad que toma la iniciativa, pide, insiste con el fin de que  los corintios manifiesten esa cualidad sobresaliente que tienen, aunque deja clara que no es una orden sino una forma de “comprobar si el amor de ustedes es genuino” (v.8). Pero qué mejor que echar mano del ejemplo magnífico del mismo Cristo: “Ya conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por nosotros para  enriquecernos con su pobreza” (v.9). Pablo nos ofrece el  fundamento de todo amor y servicio al prójimo como  es el  ejemplo de caridad y solidaridad de Cristo, para todos los tiempos. No se trata sólo de la pobreza  de su anonadamiento en su encarnación sino también de su total disponibilidad hacia  el hombre y, en especial, a todas las formas de pobreza. La generosidad de los que tienen en abundancia sirve para remediar la situación de los necesitados y así habrá igualdad, dice Pablo. Y así recíprocamente. Es la solidaridad abierta y fraterna que permite que la ayuda sea siempre recíproca. Es muy oportuno este consejo del Apóstol, sobre todo, cuando la pandemia nos ha puesto en  situaciones especiales de necesidad de muchas personas pobres.

                Del evangelio según san Marcos 5, 21- 43

                El evangelio de hoy trata de dos milagros de sanación de dos mujeres: la  hija de Jairo, jefe de la sinagoga, y la mujer  que padecía hemorragias y de esto hacía ya doce años. Veamos cómo acontecen los hechos que  Marcos nos comunica. De partida digamos que ambos episodios muestran de qué manera Jesús sigue salvando. Pero también, ambos episodios de sanación y de resurrección resaltan la fe de los protagonistas: la fe de Jairo y la fe de la mujer con hemorragias y éste es una diferencia fundamental con los relatos precedentes. Notemos también la ausencia de los discípulos, quizás por la actuación de los mismos en el  episodio de la tormenta en  el lago que meditamos el domingo pasado, donde se mostraron miedosos  y faltos de fe. Posiblemente están en silencio aprendiendo de Jesús y de los protagonistas.

               Te invito a mirar el relato evangélico desde el análisis detenido de los procesos de fe de los beneficiados, Jairo y la hemorroísa y  así comprender  mejor lo que significa ser salvado por Jesús. 

                *Jairo y Jesús: Mc 5, 21 -24ª Jesús vuelve a la orilla occidental del lago. Marcos no dice nada de los discípulos. Mucha gente se reunió en torno a Jesús pero no se dice por qué se reúnen. Lo importante es el escenario. Es aquí donde uno de los jefes de la sinagoga se acerca a Jesús. Se llama Jairo y Jesús no lo ve como jefe sino como un hombre cualquiera que, ante una grave necesidad, se acerca a Jesús como un hombre de fe. Ciertamente no todos los jefes de sinagogas rechazaban a Jesús pero Jairo y Nicodemo creían en él.

                Un detalle importante. Jairo “se postró a sus pies y le suplica insistentemente: Mi hijita está agonizando. Ven y pon las manos sobre ella para que sane y conserve la vida” (v.22-23). El postrarse a sus pies es el gesto más humilde de la oración y destaca la urgencia de la petición, es decir, le suplica insistentemente. No es  para menos, ya que su hijita está moribunda, está agonizando. No pide que la sane sino que “ponga sus manos sobre ella”. De ese modo, le  pide a Jesús un gesto de bendición, poner  la manos sobre ella, y así evitará que la muerte la atrape. Con este gesto Jesús comunica su fuerza que él tiene y la vida que nadie más posee.

                Jesús se fue con él. Le seguía un gran gentío que lo apretaba por todos lados (v. 24). Ya hay una respuesta a la angustiada solicitud de Jairo: Jesús va con él. En este momento, emerge otra situación que acapara la atención de Jesús: la mujer de las hemorragias.

                **La hemorroísa y Jesús (Mc 5, 24b – 29). En este escenario, Jesús rodeado de gente, una mujer se le acerca,  mientras va de camino hacia la casa de Jairo. Y Marcos  nos describe la situación de esta mujer: 12 años de padecimiento de hemorragias (en griego, hemorroísa = una mujer que pierde sangre). Según la Ley de Moisés una mujer así es impura y hace impuro todo lo que toca, persona o cosa, razón por la cual actúa a escondida y desea sanarse. A pesar de todos los esfuerzos desplegados y del gasto de su dinero, nada ni nadie logró curarla de su mal. ¿Podrá Jesús? nos pregunta Marcos después de describir la penosa historia de la enferma.

                ¿Es posible un encuentro con Jesús sin haber oído hablar de él antes? Es fundamental haber oído hablar de él porque sin el anuncio de Jesús es imposible vivir un encuentro con Él. Se trata de un anuncio generador de fe en Jesús, indispensable para ser sanado o salvado. Mucha gente apretujaba a Jesús y lo seguía pero sólo esta mujer lo tocó, movida por la fe verdadera. Ella sabía que no podía hablar con Jesús como lo hizo Jairo,  porque ella acepta la Ley, es impura. Pero tenía una convicción absoluta: Al oír hablar de Jesús, se acercó a él por detrás entre la gente y le tocó el manto, pues se decía: “Con sólo tocar sus vestidos, me curo” (vv.27-28).

                Y así ocurrió, como ella creía. Jesús la sanó: “Inmediatamente, la fuente de las hemorragias se secó y sintió que su cuerpo estaba curado de la enfermedad” (v.29). Pero todavía  falta para que su sanación sea completa: tiene que vencer el miedo que la somete.

                ***Jesús y la hemorroísa (Mc 5, 30-34). Se invierten los papeles. “Jesús, consciente de que una fuerza había salido de él, se volvió entre la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado el manto? Jesús toma la iniciativa y es el verdadero protagonista. Jesús es  consciente de su poder sanador y no basta con que alguien lo toque para sanar. Y esto significa que Jesús sabía  que la mujer se  había sanado porque él así lo quiso. Jesús sabía de la  fe de esa mujer y no podía dejar de curarla. La pregunta de Jesús: ¿Quién me ha tocado? Tiene una respuesta espontánea de los discípulos y razón tenían pero demuestra que todavía no conocen a Jesús. La mujer necesita todavía ser liberada del miedo a ser descubierta. Es Jesús que le abre el camino para hacerlo: “se acercó, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad” (v. 33). Y Jesús la acoge: “Hija, tu fe te ha sanado”. Así la  integra en la  comunidad de la salvación, pues no sólo cura su mal físico sino que la libera de todo lo que la separaba o alejaba de la salvación. Jesús tiene poder no sólo de sanar los males físicos sino también los males del espíritu. La mujer ya no tiene miedo ni tabúes que la marginen. Y  sólo Jesús puede hacerlo porque es salvador, redentor por excelencia.

                ****Jesús y Jairo (Mc 5, 35 – 43). Se invierten los papeles y Jesús es el verdadero protagonista en la donación de la  vida  a la niña  muerta. Los anunciadores de la muerte indican que no hay nada que hacer para qué molestar al maestro (v. 35). Jesús no hace caso a esto  y anima a Jairo: “No tengas miedo, tú ten fe y basta” (v. 36). Cuando llega Jesús a la casa de Jairo, en compañía de Pedro, Santiago y Juan, y en medio del alboroto fúnebre, entró y dijo: “¿Por qué lloráis y alborotáis así? La niña  no está muerta, está dormida” (v.39). Risas y burlas provocan las palabras de Jesús. Pero actúa con autoridad: echó a todos  para fuera y quedaron sólo los padres de la  niña, Jesús y sus acompañantes. “La tomó de la mano y le dijo: “Muchacha, yo te lo digo: ¡Levántate!”(v. 41) De inmediato se incorporó y empezó a caminar. Había devuelto la vida que nadie puede hacerlo. Jesús es Señor de la vida, dominador del mal y de la muerte.

                Resplandece la fe de Jairo y de la  hemorroísa,  la  fe en Jesús que tiene poder de sanar y liberar. Sobresale la confianza en que Jesús puede hacer lo que nadie más puede: sanar de males y devolver la vida. Es muy notorio el arte del relato de Marcos, donde los detalles son significativos. Ambos relatos tienen una dinámica interna muy interesante: al comienzo parece que el ser humano va al encuentro de Jesús pero en verdad va en busca de una solución a su problema: Jairo y  la hemorroísa, cada uno con su problema acuesta. Buscan algo concreto y preciso que haga Jesús. Pero hay un segundo momento donde Jesús toma la iniciativa y conduce a las personas más allá de la solución a su dificultad. Sólo entonces hay un verdadero encuentro con Jesús, cuando es el Salvador dotado de poder sanador. Jairo y la hemorroísa se transforman en discípulos porque creen y confían completamente.

                Por otra parte, están los demás: la muchedumbre que apretuja a Jesús pero  no logra alcanzar  el nivel para hacerse discípulos. Están los que acompañan a Jairo y le comunican la muerte de su hijita como algo irreversible. Están los bulliciosos partícipes del velorio que  se mofan del mismo Jesús. Están los discípulos que una vez revelan que no conocen a Jesús. Y nosotros ¿dónde nos situaríamos? 

                ¡Señor Jesús! Has curado y salvado a las dos mujeres de sus enfermedades. Habían puesto su confianza en ti. Nosotros queremos imitarles también en su fe y confianza plena en tu poder. Ayúdanos para que también nos cures de nuestras enfermedades del  cuerpo y del espíritu. Amén.

                Fraternalmente en Cristo y María, Nuestra Madre          

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.



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