SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA ( B )

Sábado 14 de Agosto, 2021

 


       ¡María, ruega por nosotros!

PALABRA DE VIDA

Apoc 11, 19. 12,1-6.10   Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol.

Sal 44, 10-12.15-16              ¡De pie a tu derecha está la Reina, Señor!

1Cor 15, 20-27                  El último enemigo que será vencido es la muerte

Lc 1, 39-56                         Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor

                Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más importantes del año litúrgico como es la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo. Porque María, la Madre de Jesús, al terminar su vida terrena no conoció la corrupción del sepulcro como acontece con todo ser humano sino que entró en la gloria de la vida eterna, a la comunión plena y perfecta con Dios, en cuerpo y alma. María está en el cielo,  ya participa completamente de la comunión con Dios, la que también esperamos nosotros alcanzar no sin antes pasar por la muerte y por la purificación de nuestros pecados y penas merecidas por ellos. Esta verdad de fe sobre la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo fue declarada por el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950. Así María Santísima ha seguido las huellas de su Hijo que  venció la muerte y el pecado con su gloriosa resurrección de entre los muertos y goza de la vida eterna junto al Padre. El texto  central de la declaración de esta verdad de fe o dogma de fe dice así: “Por eso, la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda eternidad, por un solo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen intergérrima en su divina maternidad, generosamente asociada al Redentor divino, que alcanzó pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, consiguió al fin como corona suprema de sus privilegios, ser conservada inmune de la corrupción del sepulcro y, del mismo modo que antes su  Hijo, vencida la muerte, ser elevada en cuerpo y alma a la suprema gloria del cielo, donde brillaría como reina a la derecha de su propio Hijo, Rey inmortal de los siglos”. Aquí encontramos el núcleo de nuestra fe en la Asunción de la Virgen María al cielo. Porque esto es lo que significa un dogma de fe, es decir, una verdad divinamente inspirada por Dios. Vamos a acercarnos a este misterio de nuestra fe con el recurso de la Palabra de Dios, es decir, las lecturas de la misa de hoy.

                Del libro del Apocalipsis 11,19.12, 1-6.10

                Hay dos libros en la Biblia que comparten un especial género literario: el Libro de Daniel en el A.T. y el Apocalipsis en el N.T. Este género literario estuvo muy cotizado entre el año 200 a. C. y 200 d.C. tanto en los círculos judíos como entre los cristianos. Los libros apocalípticos hablan de una revelación acerca del final de los tiempos, razón por la que gozan de un atractivo especial. Esta revelación se hace a través de un vidente o por mediación de un ángel. No es fácil comprender todo lo que dice el Apocalipsis, sobre todo, para un lector común y corriente. Los especialistas han logrado después de estudiar muchos apocalipsis, descubrir sus claves de lectura. Pasemos a la primera lectura de hoy. Dos son los protagonistas del texto de esta primera lectura: la Mujer y el Dragón. La escena se traslada del templo de Jerusalén al  cielo de tal modo que lo que se nos narra está en el mundo celestial. Estamos ante un signo sorprendente. Así dice el texto: “Apareció en el cielo un signo: una Mujer vestida de sol con la luna bajo sus pies y tocada con una corona de doce estrellas. Está encinta y grita por los dolores de parto, por el sufrimiento de dar a luz” (vv. 1-2).La escena se corresponde con lo narrado en Gn 3, 15-16 donde se habla de enemistad entre la mujer y la serpiente y los dolores del parto. La Mujer representa al pueblo santo en los tiempos mesiánicos y por tanto a la Iglesia  que lucha entre persecuciones. Es posible que Juan piense también en la Virgen María, nueva Eva, que trae al mundo al Mesías.

                Frente a la Mujer (la Iglesia, el pueblo de Dios) aparece otro signo en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y dos cuernos, que llevaba sobre su cabeza siete diademas (v.3). Es Satanás: “La Serpiente antigua, el llamado diablo o Satanás, el seductor del mundo entero”” (v.9). Se trata del ángel que se rebeló contra Dios y que al ser arrojado a la tierra arrastró con su pecado a otros ángeles, “la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra” (v.4). Ni siquiera se le escapa la  Mujer que está a punto de dar a luz a su hijo, es decir, la Iglesia que anuncia al Mesías, y el Dragón quiere devorarlo. Se trata del Mesías considerado como persona individual y como jefe o cabeza del nuevo Israel (v. 5).

                “Pero su hijo fue arrebatado y llevado hasta Dios y su trono” (v.5). Este texto se refiere a la Ascensión  y triunfo de Cristo, que provocará la caída del Dragón o Satanás.

                “La Mujer huyó al desierto” (v.6). La Mujer, es decir, la Iglesia  perseguida va al desierto que era el lugar tradicional de los perseguidos según el AT. La Iglesia debe huir lejos del mundo y alimentarse de la vida divina. La Iglesia permanecerá en el desierto tres años y medios (“mil trescientos sesenta días”).

                Concluye nuestra primera lectura de hoy con una proclamación final en el cielo: “Ya llegó la salvación, el poder y el Reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías” (v. 10). Así triunfa la Mujer (la Iglesia, el pueblo de Dios) lo que significa el triunfo del amor, de la alegría, de la esperanza, de la vida, de la justicia y de la libertad. Todo esto expresa la realidad del Reino de Dios. El Dragón, que representa el poder de los emperadores romanos desde Nerón hasta Domiciano, el imperio del egoísmo absoluto, de la violencia y del horror, es vencido por el humilde Mesías que vive en el corazón de los creyentes, de la Iglesia. El poder del Dragón representa todos los poderes dictatoriales, absolutistas, destructores que la humanidad ha conocido a lo largo de su historia y seguirá conociendo hasta la Segunda Venida de Jesucristo.

                Salmo 44,10-12.15-16 es un poema nupcial en honor del rey, un canto de amor con motivo del matrimonio de un rey israelita que contrae matrimonio con una princesa extranjera y que el salmista celebra la belleza de esta celebración nupcial y de sus protagonistas. De los versículos 2-10 se exaltan las virtudes del rey y en la segunda parte (vv. 11-17) la protagonista es la esposa: “una hija de reyes está de pie a tu derecha: es la reina, adornada con sus joyas y con oro de Ofir” dice el v.10. Y luego resalta el boato y belleza del séquito. Este salmo ha sido leído en términos de una profecía sobre el Mesías futuro, lo que no debe extrañarnos ya que el plan de la salvación es uno solo y único porque tiene al único Dios como autor.

                De la primera carta de san Pablo a los Corintios 15, 20-27

                San Pablo en su primera carta a los cristianos de Corinto nos ofrece otro fundamento que nos ayude a comprender mejor la verdad de la asunción de la Virgen al cielo. El texto parte de una afirmación absolutamente central de nuestra fe cristiana: “¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron” (v. 20). A Cristo se hace referencia como a las primicias de los que duermen, es decir, el sueño de la muerte. Esta es la tesis del primer paso de los vv. 20 – 22. La explicación de esta primera tesis es la siguiente: “Porque, así como por un hombre vino la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos” (v. 21). Como descendientes de Adán y miembros de la humanidad adámica, descendientes del primer padre, nos hemos hecho solidarios y partícipes de su pecado de desobediencia a su Creador, hemos roto con la comunión original de Dios Creador y nosotros sus creaturas. El pecado es ruptura de una relación, la original relación de Creador y su creatura. Así somos solidarios con el pecado de los primeros padres, pecado de desobediencia por mal uso de la libertad con que fuimos creados. De esta triste realidad nos ha liberado Cristo, asumiendo nuestra misma condición de pecado que nos condujo a la muerte. Así como somos solidarios en el pecado de Adán, también lo somos con Cristo en la resurrección o vida nueva. Cristo es la primicia, el primer fruto de la nueva vida que nos conquista con su obediencia filial al Padre “hasta la muerte y muerte de cruz”. Todos los que creemos en Él seguiremos su camino de vida nueva y resucitada que Él nos comunica. No es que la merecemos o ganamos a costa de nuestro esfuerzo moral; por el contrario es “pura gracia, puro don”. Es Cristo que nos va liberando e integrando en la vida resucitada. Esta liberación no es sólo física y biológica sino que engloba a toda la persona porque es una muerte espiritual del pecado y una vida resucitada en la justicia y el amor.

                La segunda afirmación y desarrollo está constituido por los vv. 23-28 donde se retoma con otra tesis que dice así: “Pero cada cual en su rango: Cristo como primicia; luego los de Cristo en su venida” (v. 23). Aquí “venida” se refiere al glorioso advenimiento de Cristo como juez de los pueblos en la Parusía o día final. Es interesante cómo san Pablo ve ese final. Habrá un orden y diferentes grupos, a saber: 1° Cristo, el primero que ha resucitado ya; 2° En su parusía o segunda venida resucitarán quienes le pertenezcan; 3° Después vendrá el fin cuando Cristo entregue el reino a Dios tras haber destruido todos los poderes hostiles al reino de Dios (vv.23-24). Pero el último enemigo que será destruido es la Muerte (v. 26). Y un mundo sin dominio de la Muerte es el que Cristo resucitado va haciendo posible ya y hasta que todo sea entregado al Padre “para que Dios sea todo en todos” (v. 28).

                En resumen, san Pablo se dirige a los corintios para hablarles de la resurrección final y también nos habla a nosotros, aquí y ahora. Pero ¿creen todos los cristianos en la resurrección final? ¿Realmente esperamos la vida eterna como un don de Dios a la humanidad a través y por Cristo el primer resucitado? ¿No estaremos presos de un vitalismo puramente temporal? ¿Es tan cierto que creemos en la resurrección de la carne (= hombre, ser humano)? Hoy la Asunción de María al cielo nos invita a renovar nuestra certeza de fe y el fundamento de toda nuestra existencia cristiana.

                Del evangelio de san Lucas 1, 39 – 56

                Lo que San Pablo afirma de todos los hombres, la Iglesia, en su magisterio infalible, lo dice de María, en el sentido que Ella, Madre de Dios, se inserta hasta tal punto en el misterio de Cristo que es partícipe de la resurrección de su Hijo, con todo su ser, ya al final de su vida terrena. María vive ya lo que nosotros compartiremos al final de los tiempos cuando sea aniquilado el último enemigo,  la muerte como lo hemos recordado en la segunda lectura de esta solemnidad. María ya vive gloriosa en el cielo porque Dios no dejó que su cuerpo fuera destruido  por el sepulcro sino que la llevó al  cielo “en cuerpo y alma”. María  ya vive lo que nosotros proclamamos en el Credo cada domingo. “Espero la resurrección de los muertos  y la vida del mundo futuro”. O más simple: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida eterna”. María ya goza lo que nosotros esperamos compartir después de nuestra muerte.

                Pero ¿por qué María comparte esta victoria anticipada sobre la muerte como lo celebramos en su Asunción al Cielo “en cuerpo y alma”, es decir, con toda su persona? La respuesta está contenida en el siempre  precioso y profundo evangelio de hoy, de Lucas 1, 39-56. Y entonces podemos decir que esta verdad de fe de la Asunción de María se funda en la fe de la Virgen de Nazaret como lo deja al descubierto el evangelio que hemos escuchado. Y quien  dice FE no se refiere a cualquier sentimiento o acto aislado. La fe de María se funda en la escucha de la Palabra de Dios. Ella está  atenta y pronta a realizar en su vida lo que Dios le propone a través del arcángel Gabriel. Con toda razón es llamada “Virgen Oyente de la Palabra”. Sin esta audición de la Palabra no hay fe verdadera, porque sólo en la escucha de lo que Dios quiere  puede cumplirse la voluntad de Dios sobre nuestra vida.

                Así la fe verdadera como la de María se convierte en obediencia a Dios como lo indica el mismo origen de la palabra obediencia que significa “oír” y “poner en práctica lo escuchado”. Y María es precisamente bendecida y declarada dichosa en los labios de Isabel que dice: “Dichosa la que ha creído que lo se le dijo de parte del Señor se cumplirá” (v.45). La visitación de María a Isabel sirve para señalar la relación entre Juan Bautista y Jesús, el precursor y el Mesías, y san Lucas lo hace en este encuentro de las dos mujeres: Isabel, que ya fue mencionada como  la que lleva ya seis meses de embarazo cuando el ángel Gabriel anuncia a María el misterio de su maternidad. El protagonista central de esta escena es Dios. Así comienza Isabel con su gozo y el gozo del niño que lleva en su vientre: “Pues bien, cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno e Isabel se llenó de Espíritu Santo” (v. 41). E Isabel irrumpe con su reconocimiento de María como “la madre de mi Señor” que la visita y saluda (v. 43). Y la exclamación del gozo: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!”(v. 42). Y la presencia de María y de Jesús en su vientre purísimo es la causa del gozo de Isabel y también de su hijo Juan en su vientre. Es gozo mesiánico, el anuncio de que Dios está cumpliendo su promesa con la humanidad.

                Y a partir del versículo 46 María pasa a ocupar completamente la escena. Isabel como el signo de la  alianza antigua, la que Dios selló con Israel, da paso y calla para que la  portadora del Mesías Jesús se explaye en el Canto del Magníficat. La oración de María es un canto, un himno, una alabanza individual, ya que no contiene la invitación comunitaria. Es el  canto de María, la madre del Redentor. El Magníficat se debe comprender en la larga y hermosa tradición ininterrumpida de la oración de Israel hecha de himnos, salmos y plegarias. Muchos de ellos con elementos muy parecidos a  los que jalonan el Canto de María. La clave de lectura es la  alabanza a Dios. Fijémonos en el inicio: “Mi alma exalta la grandeza del Señor y mi espíritu se regocija por causa de Dios, mi Salvador” (vv. 46-47). El latín usa el presente indicativo del verbo magnificare, que se traduce como cantar, exaltar, glorificar. Como es regla que en latín se identifique un texto por su primera palabra o palabras iniciales, hemos identificado el canto de María como el Magníficat.

                Luego se señalan  dos razones por las que María exalta y se regocija. Se inicia  con la palabra “porque” que traduce el griego ‘oti. Tenemos dos “porque”. El primero: “porque ha puesto su mirada en la humildad de su esclava; porque he aquí, en adelante, todas las generaciones me proclamarán dichosa” (v.48). Si nos fijamos este primer “porque” tiene dos elementos: el primero habla de la mirada de Dios en la humildad de su esclava. Y luego sigue con un elemento de exaltación o bienaventuranza sobre su persona: “todas las generaciones me proclamarán dichosa”. No está mal que así sea. Lo único importante es darse cuenta que este segundo elemento interrumpe la secuencia normal de los “porque” del himno o canto.

                El segundo “porque” o razón dice así: “Porque el Poderoso ha hecho por mí grandes cosas: santo es su Nombre” (v. 49). En el Canto de  María, Dios es el sujeto de todos los verbos, excepto en el v.48b donde el sujeto es María: “porque he aquí, en adelante, todas las generaciones me proclamarán dichosa”. Y un dato importante para la lectura y comprensión del Canto de María es hacerlo desde el hecho siguiente: todos los himnos en la tradición israelita tienen como trasfondo el Cántico de Moisés, en el libro del Éxodo 15, donde se canta el paso del pueblo por el Mar Rojo como paso de liberación de la esclavitud que vivieron en Egipto. Esto ha llevado a muchos teólogos a comprender el Canto de María como un anuncio de la liberación que la humanidad ha esperado por siglos.   

                Pero el mejor paralelo del Antiguo Testamento lo encontramos en el también hermoso canto de Ana cuando el Señor le concedió dar a luz a Samuel (1Samuel 2, 1-10), siendo ella estéril. Ciertamente el Canto de María no es, sin más, una copia sino un punto de referencia que nos ayuda a comprender mejor la realidad de un himno a Dios en la tradición bíblica en la que se sitúa María. El Magníficat expresa bellamente cómo Dios se acuerda de los pobres y de los oprimidos para salvarlos. Contrasta la oración de los temerosos de Dios con la miseria de los incrédulos, los orgullosos y los rebeldes. El Magníficat deja al descubierto la radical visión de Dios que levanta a los humildes y abaja a los soberbios, levanta del polvo al pobre y baja de su trono a los poderosos, colma de bienes a los hambrientos y deja con las manos vacías a los ricos. Da la impresión que María canta la salvación ya realizada en su Hijo pero podría ser también una visión más escatológica, es decir, lo que Dios realizará en la segunda venida de Cristo.

                Estamos de acuerdo que las lecturas de esta Solemnidad de la Asunción de  la Virgen son un manantial inagotable de luz y verdad que tendremos que leerlas y meditarlas muchas veces. Son de una riqueza espiritual, bíblica, teológica de alto vuelo y de una sencilla profundidad.

                Un saludo fraterno.                                                      

Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

                 

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