DOMINGO 22° DURANTE EL AÑO ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO 22° DURANTE EL AÑO ( B )

Sábado 28 de Agosto, 2021

 


         ¡Padre! He pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros

                ¡Qué enseñanza nos brinda la Palabra este domingo! Merece ser gravada en lo más profundo de nuestra persona. Es hermosa la súplica que abre nuestra celebración cuando decimos: “Dios todopoderoso, de quien procede todo bien perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes en nosotros lo que es bueno y lo conserves constantemente”. Para quienes estamos acostumbrados a practicar en las palabras y en los hechos la “autorreferencialidad”, creyendo que cada uno, con su sagrado ego y ensimismamiento, es la fuente del bien y de la rectitud moral, criterio absoluto de la verdad y de todo, nos hace bien lo que hoy la Palabra nos propone: abandonar este criterio egocéntrico y dejar que Dios, con su amor y su gracia, sea la fuente de nuestro ser y de nuestra conducta. Ya sé que cuesta aceptarlo pero es una verdad fundamental para ser una persona religiosa, creyente, un ser humano abierto al Misterio de Dios eterno y omnipotente, Creador del cielo y de la tierra. Se nos vocifera que somos poseedores de nuestro propio destino y que somos capaces de hacer bien, más aún que somos buenos y no tenemos pecado o maldad. Y por lo tanto, no necesitamos salvación ni salvador, venga de donde venga. Hemos cerrado el camino de la Luz eterna, de la Verdad infinita, del Amor trascendente. Hoy, destronado Dios y desaparecido de la vida real de cada uno, contemplamos nuestro panteón de dioses a nuestra medida, perdidos sin trascendencia y con una moral cortoplacista arrolladora. Parece que hemos dejado de ser “un pueblo sabio y prudente” donde impera la Ley de Dios. Habría que tomar en serio la advertencia de Santiago: “Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes que es capaz de salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten sólo con oírla”. ¡Cuánto más decisiva es la Palabra de Cristo! “Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre”. Este es el principio rector de la vida moral cristiana: el interior de cada uno o el corazón según el lenguaje bíblico es la hondura humana donde Dios habita, habla, actúa. Por eso Jesús pide un cambio del corazón y no simplemente cambios de fachada. La Palabra toca el corazón, toca el fondo de cada persona que la acoge y lo transforma paulatinamente. No hay cambio repentino ni automático. El ritmo de Dios es sosegado y de largo aliento, sin prisa pero sin pausa. Nuestro enemigo verdadero es el peligro que nos acecha continuamente de caer en una religiosidad ritualista y legalista. Pensemos en la sentencia de “colar el mosquito y tragarse un camello”, es decir, vivir pendiente de los pequeños detalles y dejar de lado lo verdaderamente importante. Es una tentación permanente del  cristiano que se preocupa sólo de cumplir lo establecido sin compromiso con lo esencial de una vida auténtica y sincera. No poner el corazón en lo que vivimos o hacemos y sólo preocuparnos de  cumplir lo mandado es la advertencia de la Palabra de este domingo. Dejemos que Jesús nos advierta también a nosotros como a los escribas y fariseos, las autoridades legales de Jerusalén, que la pureza o impureza no es algo exterior a la persona sino radica en el corazón, en la interioridad de la persona. Jesús no ha venido a cambiar los ritos y costumbres sino a cambiar los corazones en aquellos que lo aceptan mediante la fe y el amor. Y este cambio es mucho más costoso y difícil. Y ese es un proyecto de vida.

                PALABRA DE VIDA

Dt 4,1-2.6-8        Escucha los mandatos y decretos que yo les enseño a cumplir

Sal 14,1-5                Señor, ¿quién habitará en tu Casa?

Sant 1, 17-18.21-22.27   Pero no basta con oír el mensaje, hay que ponerlo en práctica

Mc 7, 1-8.14-15.21-23    Lo que hace impuro, es lo que sale del hombre

                Oír o escuchar es la clave de la Palabra de Dios de este domingo. Las tres lecturas bíblicas se refieren a la Palabra de Dios, portadora de vida y de liberación para el ser humano. La diferencia entre el acto de oír  y el acto de escuchar radica en la profundidad que tiene cada uno de estos verbos. Mientras oír es más bien el acto de captar casi mecánicamente las palabras, el escuchar implica captar la palabra desde dentro de uno mismo. Escuchar es un acto personal, implica una decisión de querer escuchar y para ello prestar atención, concentrarse en lo que dice el interlocutor, mostrar una actitud de acogida, una disposición interior afectiva que se expresa en el silencio interior y no sólo exterior. “Ojalá escuchéis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón” dice acertadamente el salmo 94. Hoy se nos invita precisamente a escuchar la Palabra de Dios.

                Del Libro del Deuteronomio 4, 1-2.6-8

                Veamos la primera lectura del Deuteronomio, el quinto libro del Pentateuco en el Antiguo Testamento. Estamos ante las exhortaciones que dirige Moisés al pueblo, aunque de hecho los que pronuncian este discurso exhortativo son los redactores del Deuteronomio con lo que buscan que el pueblo se dé cuenta que necesita practicar los preceptos y normas del Señor. El pueblo que está escuchando, según este recurso literario a Moisés, es un pueblo que lleva mucho camino recorrido y ha sido muchas veces infiel a la Ley del Señor. Escucha de nuevo la voz de Moisés escuchando la voz de su conciencia de ser un pueblo que se ha apartado del camino del Señor. Por eso este llamado a escuchar los mandatos y decretos que el Señor les manda cumplir es un llamado a la fidelidad. Tal llamada no tendría sentido si el pueblo no fuera infiel, si no hubiera olvidado lo que el Señor le ha mandado practicar. Esta fidelidad tiene como fruto la posesión de la tierra que Dios les ha prometido. Sólo volviendo a la fidelidad primitiva podrán ser un pueblo admirado por los otros, precisamente por la cercanía y sabiduría que recibe de Dios. Si hay que volver a escuchar al Señor es para vivir la fidelidad y la felicidad auténticas que consiste en tener a Dios tan cerca. Muchas veces tenemos tan cerca a Dios que lo consideramos un producto más de este mundo, algo tan rutinario como la vida misma. Así la llamada de esta primera lectura tiene un sentido tan actual como urgente. Se habla del “olvido de Dios”, “de dar la espalda a Dios”, “de la ausencia de Dios”, “del silencio de Dios”. Pero esto  no es un tema de los que no creen en Dios. Es una posibilidad tan real que vale la pena dejar que la Palabra de Dios  nos ayude a interrogarnos por nuestra real situación personal y comunitaria que vivimos aquí y ahora. Israel olvidó al Señor muchas veces y con trágicas consecuencias. ¿Qué me dice a mí esta experiencia de Israel? ¿He permanecido fiel a los mandatos del Señor? ¿Escucho al Señor con frecuencia? ¿Escucho verdaderamente a mi hermano?

                Salmo 14, 1-5 nos recuerda las condiciones para acercarse al Señor, enumera las condiciones indispensables que deben adornar al “huésped del Señor”, es decir, a quien quiera acceder al Templo y celebrar actos de culto. No se mencionan ritos externos sino que todas las condiciones que se mencionan pertenecen al ámbito ético-moral. El culto auténtico no puede disociarse del amor al prójimo y de la práctica de la justicia. Meditemos este bello salmo. “El que no hace mal a su prójimo, ni humilla al que tiene cerca” pero el  salmista todavía no conocía a Cristo cuando dice “Aquel que desprecia al perverso…” A nosotros cristianos nos está mandado que hay que amar al prójimo, amar al que te persigue o te hace mal, etc.

                De la Carta de Santiago 1, 16-18.21 -22.27

                La segunda lectura está tomada de un escrito del Nuevo Testamento muy especial: la carta de Santiago. Pertenece al grupo de escritos conocidos como Cartas Católicas, es decir, se cuenta junto a ella, las dos cartas de Pedro, las tres de San Juan y la de Judas. Se llaman “católicas” porque están dirigidas a los cristianos en general. En cambio, las cartas de San Pablo están dirigidas a una iglesia particular o a personas determinadas. La Carta de Santiago no desarrolla temas sino que se refiere a varias cuestiones sobre las cuales da instrucciones para la vida cristiana práctica. Nos recuerda una verdad del porte de un buque: “Todo lo que es bueno y perfecto baja del cielo, del Padre de los astros, en quien no hay cambio ni sombra de declinación” (v.17). Es la convicción de toda la Biblia: Dios no es el autor de la muerte ni del mal. En Él, todo ha sido y es bueno y perfecto. Es la codicia del hombre que le precipita en el pecado y lo conduce a la muerte, es el drama de la libertad humana que permite la opción por el bien o por el mal, por la vida o por la muerte. Dios todo lo ha creado bueno y nos dio la vida mediante el mensaje de la verdad. La clave del mensaje de esta lectura no es otro que una invitación o exhortación: “Pero no basta con oír el mensaje hay que ponerlo en práctica” (v. 22). Si sólo nos conformamos con escuchar y saber la doctrina cristiana, el evangelio, la Biblia, sin esforzarnos por llevarlo a la práctica, nos estaremos engañando a nosotros mismos. De aquí una conclusión muy actual: hay una religiosidad falsa y hay una religiosidad verdadera, dice el autor de esta carta. Ésta última queda definida por la práctica de la justicia social que aquí se expresa en el cuidado de huérfanos y viudas. Así el autor de esta Carta pone la mano en la llaga de nuestra conducta cristiana. Una ética social es inherente al evangelio, la que se resume en practicar la justicia con el prójimo.  

                Del evangelio según san Marcos 7, 1-8.14-15.21-23

                El evangelio de San Marcos nos ofrece una rica enseñanza que no debiéramos reducir a algún aspecto. El motivo de este enfrentamiento polémico de los fariseos y algunos maestros de la ley es el comportamiento de los discípulos de Jesús que, para los primeros, transgreden gravemente costumbres y normas que proceden de la tradición judía y que tenían para ellos un alto valor. Esta página de san Marcos sirve para la lectura de todo el Evangelio. Si Marcos siente la necesidad de explicar cuáles eran las costumbres de los fariseos y de casi todos los  judíos (vv. 3-4), significa que está escribiendo para cristianos que no son de origen judío. Marcos  le está hablando a una comunidad cristiana, como a nosotros hoy, para comunicar una enseñanza muy importante de Jesús. Y toca el tema tradición- ley. El asunto es central también para nosotros. ¿Es cierto que las tradiciones nos permiten vivir la Ley de Dios o tienen más valor que la ley de Dios? La respuesta implica escuchar atentamente a Jesús.                                                                                                                        

                Su respuesta parte de una pregunta de los escribas y fariseos: ¿Por qué tus discípulos no observan la tradición de los mayores, sino que toman alimento con manos impuras? (v.5). Notemos que los interlocutores, escribas y fariseos, no acuden a Jesús para escuchar su palabra o pedir una curación sino para poner una discusión. Y el verdadero discípulo es el que escucha al Señor pero no dejaban de sentirse tocados, sobre todo los de origen judío, por las preguntas de los escribas y fariseos. Así sentían también la necesidad de escuchar a Jesús para cumplir la misión y saber convivir con los cristianos no judíos.

                Jesús, colocándose en la línea de los antiguos profetas – se cita a Isaías y a Moisés – rebate diciendo: “Hipócritas, Isaías profetizó muy bien acerca de vosotros, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto enseñando doctrinas que son preceptos humanos” (vv. 6-7). Estamos ante dos antítesis: labios – corazón. Se describe la exterioridad, la apariencia, una vida no vivida en la intimidad del corazón. Y entonces somos hipócritas porque lo externo no se corresponde con lo que hay en el corazón, en los sentimientos y en las aspiraciones humanas. La segunda antítesis rendir culto – seguir preceptos humanos describe un culto hipócrita porque está regido por preceptos humanos que dejan (v.8), quebrantan (v.9) y anulan (v. 13) los mandamientos de Dios. Jesús condena las tradiciones porque en lugar de ayudar a la observancia de la Ley de Dios han superado a la Ley. “Ustedes se apartan de los mandatos de Dios por seguir las tradiciones humanas” (v.8).

                Jesús se ha mostrado siempre muy libre frente a estas tradiciones y rompe esquemas no sólo con sus palabras sino con los gestos y acciones. Resalta la enseñanza que proclama Jesús a propósito de esta confrontación con los escribas y fariseos: “Llamó de nuevo a la gente y les dijo:”Oídme todos y entended bien: Nada que entra de fuera puede manchar al hombre; lo que sale de dentro es lo que puede manchar al hombre” (vv. 14-15).

                 Jesús establece una verdad dura y difícil de asumir: el mal nace del corazón del hombre.  “De dentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, inmoralidades sexuales, robos, asesinatos, adulterios, avaricia, maldad, falsedad, desenfreno, envidia, blasfemia, orgullo e insensatez. Todas estas cosas son las maldades que salen de adentro y hacen impura a una persona” (v.21-23). Como bien dice san Agustín: “Ninguna obra buena habíamos realizado, hermanos; todas nuestras acciones eran malas. Pero, a pesar de ser malas las obras de los hombres, la misericordia de Dios no abandonó a los humanos. Y Dios  envió a su Hijo para que los rescatara, no con oro o plata, sino a precio de su sangre, la sangre de aquel Cordero sin mancha, llevado  al matadero por el bien de los corderos manchados, si es que debe decirse simplemente manchados y no totalmente corrompidos. Tal ha sido, pues, la gracia que hemos recibido.. Un médico extraordinario ha venido  hasta nosotros y todos nuestros pecados han sido perdonados. Si volvemos  a enfermar no sólo nos dañaremos a nosotros mismos, sino que seremos además ingratos para con nuestro médico”(Sermón 23 A, 1-4).

                Pero, ¿cómo esta palabra de Jesús puede ser comprendida ante una mentalidad generalizada que afirma que no hay pecado? Porque no sólo se escucha sino que muchos, incluso cristianos, viven bajo esa premisa. El testimonio  de la Sagrada Escritura es unánime: el hombre, el ser humano, todo ser humano, está marcado por su pecado, su ruptura con Dios, su Creador y Padre. La pérdida de la conciencia de pecado arroja sobre la vida propia y el conjunto de la humanidad una sombra sobre  el sentido de la vida misma y de la salvación. Si no hay conciencia de pecado, no se ve la necesidad de salvación ni de conversión. Todo el evangelio que en suspenso. La razón de la encarnación del Hijo de Dios no  tiene otro sentido que salvar, redimir, sanar a los pecadores. Y Jesús de Nazaret hace suyo el pecado del mundo, esa tremenda carga que lo conduce a la entrega de su propia vida, en su vida misma, en su pasión y muerte en cruz. La magnitud del pecado está en directa relación con la calidad de la  ofrenda, que es Jesucristo, que se ofreció por nosotros “hasta la muerte y muerte de cruz”.

                Después de escuchar el evangelio de hoy no podemos seguir esta corriente del “no pecado” que invade a la cultura actual. Nos sacudimos la responsabilidad y nos lavamos las manos creyendo que no tenemos pecado, “porque yo no he matado a nadie”, “porque soy una persona buena”,  “porque rezo y no me meto con nadie”, “porque yo no me equivoco y siempre digo la pura verdad”, y un largo etc. Así anulamos el sacrificio de Cristo y no nos dejamos salvar, redimir, liberar de la cruel cautividad del pecado que  llevamos aunque nos esforcemos por no reconocerlo.

                Un abrazo en el Señor. No se olvide que el martes 31 celebramos a San Ramón Nonato, Patrono de las madres gestantes, oportunidad para renovar un SI grande por la vida, don inestimable que hemos recibido.                                                                                                                                     Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.   



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