3er DOMINGO DE PASCUA (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

3er DOMINGO DE PASCUA (B)

Sábado 17 de Abril, 2021

 
El texto del evangelio de este domingo, Lc 24, 35-48, es un relato donde se pueden distinguir dos partes: la primera, de los vv. 35-43, relata cómo los discípulos reconocen a Jesús y se identifican con Él, y tiene la estructura de un típico relato de aparición del Resucitado. La segunda, vv. 44-48, contiene exclusivamente palabras de Jesús, que sólo son interrumpidas por una observación del narrador (v. 45). Con estas palabras Jesús abre el sentido de la Escritura a los discípulos (vv. 44.46-47) y les confirma en su condición de testigos de esta nueva experiencia (v. 48).

A ser testigo del Resucitado se aprende en comunidad

                ¿Es lo mismo “ser testigos” que “dar testimonio”? Es cuestión de matices, de acentuación de una u otra palabra. El testigo es una persona que, en un proceso, afirma la existencia de un hecho o su significado ante un auditorio que lo ignora o no lo puede verificar ocularmente. Según San Lucas, Jesús ha hecho de los Apóstoles sus testigos, no sólo de su resurrección sino también de su vida terrena, y esto en virtud de una elección especial por la cual el Espíritu Santo está con ellos para dar testimonio. Este testimonio abarca los más diversos grupos humanos: ante el pueblo, ante los jefes del pueblo judío, ante las naciones, en Jerusalén, en Roma, ante pequeños y grandes. El testimonio abarca la totalidad del mundo humano y no se restringe a grupos de raza, de lengua, nación o cultura. El testimonio es universal siempre. En el tema del testigo es muy especial el evangelio de San Juan. En efecto, el testigo tiene un sentido único: se aplica a Jesús que es el testigo de la verdad, de lo que ha visto y oído al Padre. En tal sentido, Jesús da testimonio de su única y familiar relación con el Padre Eterno. Este testimonio de Jesús está avalado por su Palabra y por sus obras. Como él mismo dijo “Por sus frutos los conoceréis” es evidente que lo que Jesús enseña y hace dan razón de su única y especial relación con Dios, su Padre. Es desde aquí que tenemos acceso a la más plena y profunda experiencia de Jesús como el Hijo del Padre. Jesús es testigo del Padre y da testimonio de esa unión única que vive con “su Padre”. Y en este manantial de vida humana y divina que vive Jesús, el cristiano encuentra la razón fundamental de su fe, de su esperanza y de su amor. Debemos “ir al encuentro con el Padre de Nuestro Señor Jesucristo” y cuando esto no está activamente presente en el día a día del cristiano, su vida entera pierde el poder de sazonar y de iluminar la vida propia y la del mundo que le rodea. El “Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra” que bellamente define la vocación y misión del cristiano en el mundo, no puede entenderse sino desde la profunda vivencia de la paternidad de Dios por medio de Jesús, el Hijo Amado, el Predilecto del Padre. Sólo así es posible comprender el ser luz que ilumina y sal que sazona, es decir, ser testigos y dar testimonio de la Luz que es Cristo unido al Padre y lleno del Espíritu Santo. Y no siempre, por desgracia, nuestras acciones y palabras son “iluminadoras y sazonadoras”; más que mostrar el rostro auténtico de Jesús y del Padre, nuestras palabras y obras lo desfiguran hasta tal punto que muchos ya ven al creyente sino a uno más del mundo. Hoy no bastan los discursos cristianos, hacen faltan los testigos cristianos. En estos preciosos días de pascua, la palabra y los hechos que admiramos en nuestra liturgia nos invitan a ser también cada uno de nosotros parecidos a esos admirables testigos del Resucitado. Como ellos, también nosotros deberíamos decir: “nosotros somos testigos de lo que les anunciamos”. Porque  los apóstoles y los discípulos fueron testigos privilegiados y su testimonio siguen tan actual como en los orígenes de nuestra fe. Debieron enfrentar muchos escollos y dificultades en el anuncio y testimonio de Jesús, muerto y resucitado pero fueron capaces de superar el miedo y el encierro. El Espíritu los transformó de tímidos y cobardes en intrépidos y valientes. ¡Qué falta nos está haciendo un renovado pentecostés! ¡Ven Espíritu Santo, ven! Necesitamos tu luz y tu fuerza para anunciar a Jesucristo en estos tiempos, para  vivir con convicción evangélica.       

PALABRA DE VIDA

Hech 3, 13-15.17-19                        Pero Dios lo resucitó y nosotros somos testigos de ello

Sal 4, 2-4.7-9                                    Muéstranos, Señor, la luz de tu rostro

1Jn 2, 1-5                                            La señal de que lo conocemos, es que cumplimos sus mandamientos                                                                                              

Lc 24, 35-48                                       Ustedes son testigos de todo esto  

                La misión de la Iglesia es “conducir a los hombres hacia Dios, hacia el Dios que habla en la Biblia: esa es la prioridad suprema y fundamental de la Iglesia en este tiempo”. Es el momento de la Liturgia de la Palabra que conduce a la Liturgia eucarística. Abramos nuestro corazón a esta Palabra de Vida para que arraigue dentro de cada uno y pueda dar fruto de un mejor testimonio de fe y de vida nueva.

                Del libro de los Hechos de los Apóstoles 3, 13-15. 17-19

                Se trata del discurso de Pedro en el pórtico del templo de Jerusalén donde acuden los apóstoles a orar. Antecede a este discurso la curación de un paralítico de nacimiento que pedía limosna en una de las entradas al templo, la puerta Hermosa. Pedro, junto a Juan, ha dicho al paralítico: “En nombre de Jesucristo, el Nazareno, levántate y camina”. El efecto del mandato es que el hombre “se levantó de un salto, comenzó a caminar y entró con ellos en el templo”. En este clima de asombro y estupor que invade a la gente, Pedro dirige la palabra. Es el segundo discurso misionero de Pedro y en el cual interpreta el milagro de la sanación del paralítico, dejando claro su sentido y significación. Es digno de destacar que las palabras de Pedro remiten a una experiencia de vida y no a conceptos abstractos. Habla de lo que ellos, los Apóstoles, han vivido y de lo que la gente ha visto con la sanación. Es que Dios del que habla Pedro no es una idea o un concepto abstracto; por el contrario, se trata del que ha intervenido en la historia humana concreta: es el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, de los pilares fundamentales de la fe de Israel, los Patriarcas. Es el mismo Dios que ha actuado en la vida de Jesús: “ha glorificado a su siervo Jesús, al que entregaron y rechazaron ante Pilato, que había sentenciado ponerlo en libertad” (v. 13). Así el lugar de la actuación de Dios es la historia humana, de personas concretas como Jesús, los Apóstoles, los creyentes, nosotros, tú, yo. A Dios no se lo aprende como se estudia un axioma matemático; a Dios se lo experimenta como el Viviente que habla, escucha, salva, perdona, alienta, etc. Y la historia de Jesús es la actuación del Padre en la vida de su Hijo humanado y glorificado. Aunque rechacemos a Jesús y pidamos su muerte, que es ignorarlo, “Dios lo ha resucitado de la muerte y nosotros somos testigos de ello” (v. 15). No es una muerte casual sino que estaba anunciada por los profetas, “que su Mesías iba a padecer” (v. 18). Si la salvación se inserta en nuestra historia humana, con pecado y todo, también la respuesta es histórica, palpable: “Ahora, arrepiéntanse  y conviértanse para que todos sus pecados sean perdonados” (v. 19). El anuncio de Pedro y de los Apóstoles es una poderosa llamada a entrar también nosotros en el dinamismo de la vida nueva del Crucificado Resucitado, sin el cual todo sigue igual que antes. Acoger a Jesucristo muerto y resucitado es asumir un estilo nuevo marcado por el amor y no por el odio, por la verdad y no por la mentira, por la justicia y no por el atropello, por el perdón verdadero y no por el odio, por el reconocimiento del otro y no por el acto discriminatorio. Usted, por favor, siga completando el paso de una vida vieja a una vida pascual, nueva, pletórica de dinamismo espiritual, para lo cual debe abrirle de par en par la puerta de su vida entera, la humana y divina, a Cristo, el Viviente. Si no se da por enterado, el Señor seguirá llamando hasta que usted le preste atención y lo acoja.

                El salmo 4 nos invita a dirigirnos a Dios que hemos experimentado como salvador, Dios de la vida, Dios del amor. Revisemos nuestra experiencia personal de Dios que hemos hecho y entonces renovemos la confianza en el Señor, única fuente de paz y alegría verdaderas. Aunque tengamos dificultades diversas, la confianza es la que domina en esta súplica y exhortación tan necesaria en estos confusos tiempos donde apenas confiamos en alguien todavía. En medio de la pandemia que nos aprieta, el salmo 4 puede ayudarnos a orar con más esperanza.

                De la primera Carta de San Juan 2, 1-5a

                Esta carta pertenece al grupo de las llamadas Cartas Católicas porque en ella como en las otras de este grupo el mensaje es universal, eso significa “católica” y no se dirige a una iglesia en particular como acontece con las cartas de san Pablo. Pertenecen a este grupo: la Carta de Santiago, las tres de san Juan, las dos de Pedro y la de Judas. El autor de esta carta se piensa mayoritariamente que es san Juan, apóstol y evangelista. La fecha de composición a fines de los años 90 de nuestra era cristiana.  El texto de esta segunda lectura de hoy, comienza con una bien necesaria advertencia para todos los tiempos pero muy especialmente para nosotros: “Hijos míos, les he escrito estas cosas para que no pequen. Pero si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre: Jesucristo, el Justo” (v. 1). Nunca está de más esta advertencia porque nuestro drama personal es la realidad de la flaqueza que nos inclina a obrar mal. Pero ¿por qué no pecar? No por consideraciones de una supuesta vida intachable sino por lo que significa el pecado en nuestra relación con Dios y con el prójimo. El pecado no se reduce a “un problema mío” como tiende la gente a pensar. El pecado torpedea la buena relación con Dios, nuestro Padre, y ciertamente con los hermanos. Siempre el pecado tiene una dimensión social comunitaria. Desgraciadamente no tenemos una conciencia muy clara sobre esta dimensión de nuestro pecado. Tendemos a reducirlo a un asunto subjetivo, privado cuando todavía queda algo de conciencia del mismo. Así el cristiano, discípulo de Jesucristo, debe luchar en el día a día contra las astutas trampas del mal y no acostumbrarse al mal pensamiento, las malas palabras, los malos deseos, las malas obras. El pecado se asemeja a la lepra, va invadiendo todos los aspectos de la persona que lo consiente y lo realiza hasta llegar a perder el sentido mismo del mal en el que está metido. Si, por desgracia, tenemos que reconocer que pecamos, el autor de la carta nos recuerda una certeza llena de compasión cuando dice que tenemos un defensor ante el Padre, Jesucristo, el Justo. Él se ha ofrecido en sacrificio por nuestros pecados no sólo por nosotros sino por el mundo entero. Una vida distinta a la esclavitud del pecado, es aquella marcada por el cumplimiento de los mandamientos del Señor, signo palpable del amor verdadero. No hay peor pecador que el que dice que no tiene pecado. Para acoger el camino pascual de Jesús hay que morir al pecado, permanente tarea y desafío de una vida cristiana más creíble, convencida y convincente.

                Del evangelio de san Lucas 24, 35-48

                La Buena Noticia se hace relato. Es muy importante descubrir esta faceta de la evangelización: se hace relato. Lo que se ha visto y experimentado se cuenta, se narra. Los discípulos de Emaús se han encontrado con el misterioso peregrino que se les agrega en el camino y él les va relatando todo lo que decían las Escrituras acerca del Mesías que debía padecer y resucitar. Los dos peregrinos van ingresando en el relato del misterioso acompañante hasta tal punto que no quieren ya desprenderse de él. Le ruegan que se quede con ellos y allí, en la intimidad de la casa, alrededor de la mesa, reconocen los signos y palabras eucarísticos y a Jesús que desaparece de la escena. Se vuelven a Jerusalén y allí  relatan, cuentan lo que les había pasado en el camino y cómo lo reconocieron al partir el pan. Los testigos cuentan lo que han visto y oído y eso se graba a fuego, porque pertenece a la experiencia, involucra la propia vida.

                El texto del evangelio de este domingo, Lc 24, 35-48, es un relato donde se pueden distinguir dos partes: la primera, de los vv. 35-43, relata cómo los discípulos reconocen a Jesús y se identifican con Él, y tiene la estructura de un típico relato de aparición del Resucitado. La segunda, vv. 44-48, contiene exclusivamente palabras de Jesús, que sólo son interrumpidas por una observación del narrador (v. 45). Con estas palabras Jesús abre el sentido de la Escritura a los discípulos (vv. 44.46-47) y les confirma en su condición de testigos de esta nueva experiencia (v. 48).

                Vale la pena comentar que la aparición misma de Jesús no está descrita, simplemente se indica que aparece de repente en medio de sus discípulos. El resucitado saluda con el mismo saludo que deben dar los evangelizadores cuando entran en una casa (cf. Lc 10,5). Los discípulos no reconocen a Jesús: “Muy asustados, ellos creían ver un espíritu” (v. 37). Este es un rasgo común en los relatos de aparición del Resucitado. Un lector griego del evangelio al que se dirige el evangelio de Lucas comprende la cuestión de la separación del alma del cuerpo y el alma toma una forma espiritual. Pero la confesión cristiana de Jesús como resucitado sobrepasa la representación de una vida superior del alma en el más allá y presupone la resurrección corporal. Jesús resucitado no es un alma sin cuerpo sino un cuerpo transfigurado y glorioso. Esta dimensión corporal queda confirmada por las palabras de Jesús: las manos y los pies, con las marcas del Crucificado no dejan lugar a dudas que son los signos de la pasión que ha sufrido el Resucitado, hasta el punto que los discípulos pueden tocarlo: Él tiene carne y huesos. Los espíritus o fantasmas no los tienen (vv.38-40). Pero los discípulos sólo pueden asombrarse (v.41), puesto que la resurrección de Jesús, en última instancia, sólo puede ser comprendida desde la fe, que supera las pruebas físico –biológicas. Todavía no llegan a la comprensión de la fe.

                Los vv. 42-43 relatan otra forma que emplea Jesús para ayudar a sus discípulos a reconocerlo e identificarlo: come pescado delante de ellos. Indudablemente en su vida terrena lo vieron muchas veces comer pescado. Jesús está ofreciendo una prueba más para que lo identifiquen. Pero la iglesia primitiva entendió esta escena, y algunos comentaristas del  evangelio también, como una referencia simbólica al bautismo y a la eucaristía. Es bueno recordar que el pez es un símbolo que en griego se dice ijtüs y con cada letra de esta palabra se forma una profesión de fe que dice: Iesous Jristós tou Theou Huiós Sóter = Jesús Cristo de Dios; Hijo, Salvador. Sin embargo, si el evangelio de Lucas está pensando en destinatarios griegos, es más lógico creer que es una imagen para comprender que la resurrección involucra la realidad física del cuerpo de Jesús Resucitado.

                La segunda parte, vv. 44-48 es el discurso de Jesús. Se trata del legado del Resucitado a sus discípulos y contiene dos ideas fundamentales: la pasión y muerte de Jesús corresponden a lo que dice la Escritura. Así lo afirman la Ley, los Profetas y los salmos, que son los componentes esenciales de la Escritura Santa. La Escritura en su conjunto se refiere a Jesús como el Cristo. Lo nuevo  es leerla desde aquí a partir de Él. Uno de los reproches del Resucitado es que no comprenden las Escrituras que hablaban de Él (v. 46). Y luego debe ser anunciado a todos que en el Resucitado encuentran el perdón de los pecados para lo cual deben llamar a conversión (v. 47).

                Terminan las palabras de Jesús con una confirmación sorprendente si consideramos que los discípulos continúan asombrados, sin llegar a la fe como adhesión al Crucificado Resucitado: “Ustedes son testigos de esto” (v. 48).

                En resumen. El evangelio de hoy nos ofrece el modo cómo poco a poco la comunidad entera de los discípulos se va contagiando de la idea de la resurrección de Jesús. Una nueva aparición  del resucitado a los discípulos nos permite comprender que esta idea ha comenzado con unos cuantos hasta convertirse en una vivencia de tipo comunitario. Este proceso no estuvo exento de dudas, de temor e incluso del sentimiento de frustración y de derrota, lo que tiñe estas primeras experiencias de resurrección y de adhesión total al Resucitado como confusas. En efecto, creían ver un fantasma o un espíritu. Ante esto el resucitado ofrece a los suyos una experiencia similar a la de los discípulos de Emaús: recurre a la Escritura, les abre la mente para que comprendan que el Mesías debía padecer y, otra vez, les ofrece el símbolo de la comida. Así descubrimos que la comunidad de los discípulos ha debido hacer un auténtico proceso formativo recordando las palabras y los signos del Maestro en su vida pública. Así, han llegado a ser o a convertirse en testigos del Resucitado en todo el mundo comenzando por Jerusalén. Ser discípulo del Resucitado no es instantáneo ni siquiera fácil; hay que recorrer un camino que integre la vida del Jesús pre-pascual incluyendo el horrendo sacrificio de la cruz y luego asimilar todo con el Resucitado para profesar la fe en la misma persona que ha vivido todo esto: Jesús de Nazaret, el Mesías, el Salvador.

                Un saludo fraterno.                                                

        Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.    

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