DOMINGO QUINTO DE PASCUA (B)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO QUINTO DE PASCUA (B)

Jueves 29 de Abril, 2021

 
El evangelio de San Juan nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos que sirve para reforzar la idea de la comunión que debe haber entre Jesús y sus discípulos. Jesús establece una alianza con su comunidad identificándose con la vid verdadera. El Señor le pide que dé frutos y que transforme su enseñanza en doctrina de vida.

YO SOY LA VID, VOSOTROS LOS SARMIENTOS

                En este domingo seguimos profundizando en el misterio del Resucitado pero ahora más fuertemente en la relación de los discípulos, entre los cuales nos contamos nosotros, con el Señor de la Vida Nueva, con Jesús el Mesías. La imagen de la vid o de la viña es muy frecuentemente mencionada en el Antiguo Testamento y sirve para comparar a Israel como la vid o viña elegida y plantada por Dios. La imagen es sugerente y rica en aplicaciones. Sirve para expresar plásticamente las relaciones entre el viñador y su viña, Dios y su pueblo. Ayuda a comprender que no siempre la viña rinde los frutos esperados ni se da cuenta de los cuidados que desarrolla su dueño que llega a preguntarse qué hará con su viña que no dio frutos dulces sino agrios. Sirve la imagen también para comprender la viña verdadera de la viña salvaje. Para indicar el amor que liga al viñador con su viña se describen los trabajos previos como la preparación de la tierra, la elección de las mejores cepas y el hecho de plantarlas y cuidarlas. Esta riqueza simbólica del viñador y su viña ayuda a comprender los cuidados de Dios por la humanidad, por su pueblo, por la Iglesia, por una parte y por otra, la gigantesca distancia en la respuesta de estas viñas que Dios  ha plantado con tanto cariño. En estos días, la imagen nos sirve también para comprender, por una parte, la inmensa obra de Dios por salvarnos en su Hijo y, por otra, la siempre pequeña respuesta de cada uno y de todos. No hay proporción entre el don y la respuesta, entre la gracia y los frutos que producimos. Esta viña, que es nuestra vida, necesita poda, necesita cuidados, necesita viñadores probos. Es tiempo de mirar desde la Palabra nuestro caminar como comunidad, como Iglesia, como pueblo de Dios. Y el Señor quiere que su viña no quede expuesta a la avalancha de pisadas y destrozos. Es tiempo de mirarnos ante el espejo de la Palabra. Oremos por este momento que estamos pasando como Iglesia y escrutemos el paso de Dios también en medio de este sufrimiento y cuestionamiento presente. No cabe duda que la poda es dura y supone tiempo y espacio. No es fácil comprender y solucionar la grave situación que vive la Iglesia en nuestros días, a pesar de todos los esfuerzos que se realizan para enfrentar la dura realidad de los abusos y atropellos a lo más sagrado que la misma Iglesia ha defendido y anunciado con tanto ardor y convicción a través de los siglos como es el espinudo y fundamental tema de la dignidad de la persona humana. Los atropellos y abusos de poder en que se han visto involucrados miembros del clero, sobre todo en el plano afectivo y sexual contra menores y miembros de la misma Iglesia dejan al descubierto un grave problema no resuelto, como es el de la distancia entre lo que se predica y anuncia desde los púlpitos y lo que realmente acontece en el plano real, el de las conductas impropias y abusivas de hombres del culto. La Iglesia, viña del Señor, está siendo pisoteada y ofendida no tanto por las reacciones de rechazo y condena que han surgido cuanto por  la gravedad de los mismos atropellos y sacrilegios cometidos, siempre aberrantes y condenables. ¿Cómo comprender la profanación del sagrado templo, que es la persona humana, por parte de quienes tienen la misión de anunciar el evangelio y son elegidos y consagrados para eso? La viña plantada por el Señor es de buena cepa pero los frutos son agrios y pestilentes de parte de los trabajadores de la viña. Hará falta mucha penitencia y reparación del daño causado.

PALABRA DE VIDA

Hech 9, 26-31                    Predicaba decididamente en el nombre del Señor

Sal 21, 26-28.30-32              Te alabaré, Señor, en la gran asamblea

1Jn 3, 18-24                       No amemos de palabra ni con la boca sino con hechos y de  verdad

Jn 15, 1-8                            Yo soy la vid, vosotros los sarmientos.

                En la oración colecta de hoy pedimos al Padre que “con tu ayuda demos fruto abundante y alcancemos la alegría de la vida eterna”. Y esto está en plena sintonía con la Palabra de este quinto domingo de Pascua. La Pascua es “el paso”, la transformación de la existencia del bautizado. Jesús pasa de su existencia terrena a una existencia transfigurada, gloriosa. Y a esto estamos todos llamados, los que por la fe hemos aceptado a Jesucristo. Vivir una existencia de resucitados “aquí y ahora”, en nuestra condición humana presente, es el gran desafío del cristiano. Y de esto nos van a interpelar las lecturas bíblicas de hoy. ¿Cómo está “mi pascua”, “mi paso” de la muerte a la vida? ¿En qué se muestra que he dado ese “paso” bautismal de morir al pecado y vivir para Dios?

                De los Hechos de los Apóstoles 9, 26 - 31

                La primera lectura de hoy nos ofrece un panorama real de lo que pasaba en la comunidad cristiana de Jerusalén que manifiesta su inseguridad frente a Saulo de Tarso el convertido de perseguidor en discípulo de Jesús. A pesar de los intentos de Pablo para unirse a los discípulo,  dice san Lucas que  “pero todos le tenían miedo, pues no acababan de creer  que  fuera  discípulo de verdad” (v.26). ¡Cuánta desconfianza se ha ido generando entre nosotros! Casi somos expertos en sembrar desconfianza en todo. Así estamos construyendo la sociedad, la familia, el colegio, la comunidad, la Iglesia, la vida, etc. El texto de esta primera lectura nos ayuda a seguir recordando los hitos iniciales de la fe cristiana en comunidad. Estamos en el capítulo 9 del Libro de los Hechos que comienza con el siempre sobrecogedor relato de la conversión de Pablo en el camino a Damasco. No iba por cosas muy buenas, llevaba autorización de las autoridades judías para apresar a hombres y mujeres que siguen el Camino, es decir, el Evangelio. Saulo de Tarso es un fogoso judío de la secta de los fariseos y un encarnizado enemigo y perseguidor de los discípulos de Jesús. Es comprensible, por lo tanto, que la experiencia del camino de Damasco que vivió Pablo no diera garantías absolutas que fuera verdadero discípulo. Dice el texto de hoy: “Al llegar a Jerusalén, intentaba unirse a los discípulos; pero ellos le tenían miedo, porque no creían que fuera discípulo”. Hay un ambiente de desconfianza frente al converso Pablo.  Por cierto nos sigue pasando a nosotros. Tenemos desconfianza acerca de la autenticidad de hermanos o hermanas que se han reencontrado con la fe cristiana y nos preguntamos si será cierto que se han convertido o simplemente están viviendo un momento de euforia inconsistente. Una comunidad tiene que ser capaz de reconocer los aspectos de la desconfianza que envuelve a sus miembros, si quiere ser un signo visible de fraternidad evangélica. Pero hay un excelente discípulo, “un hombre bondadoso” que efectúa una positiva mediación. Bernabé es el “ángel de la guarda” que tuvo Pablo. ¡Cuánta falta hacen estas personas en los grupos! Son constructores de paz muy necesarios para integrar y hacer comprensibles los temores o desconfianzas, sin herir a nadie. Es que sólo la verdad puede edificar verdadera comunidad. Bernabé es veraz y sin segundas intenciones cuenta simplemente lo que él ha visto en torno a Pablo. Y la comunidad aceptó este testimonio. La comunidad fue capaz de dar un “paso”, vivir la “pascua” superando el miedo. ¿No deberemos hacer lo mismo nosotros? ¿No sería posible vivir “en y desde la verdad” incluso los errores y omisiones? Tarea pendiente. En toda experiencia de comunidad hace falta superar la desconfianza y enfrentar sincera y honestamente lo que la acrecienta o mantiene. Simular cercanía fraterna sin verdad es un grave error. Pero la verdad es muchas veces muy dolorosa y aún así es preferible edificar siempre en la verdad nuestras relaciones humanas y evangélicas. Las desconfianzas se acrecientan y separan cada vez las personas que las sostienen y se puede llegar muy lejos si no las transformamos con el amor de Dios.

                El Salmo 21, 26-28.30-32 es la oración del justo perseguido y famoso porque fue el que recitó Jesús en la cruz. Es la más extraordinaria súplica que encontramos en la Biblia, ya que el salmista relata con impetuosa viveza su angustiado dolor que genera una apasionada súplica ante el Señor. Los versículos de este domingo son la gratitud por la liberación que el afligido anhela con toda su alma.

                De la primera carta de san Juan 3, 18 - 24

                La segunda lectura de la primera carta de San Juan nos hace una preciosa advertencia, siempre actual: “Hijitos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad” (v.18). Esta es la prueba de si el amor que nos mueve es auténtico; tiene que manifestarse en actos o acciones y no puede contentarse con ser “de palabra y  de boca”. En consecuencia, el amor verdadero a Dios y al hermano se muestra en el cumplimiento de sus mandatos y si hacemos lo que es conforme a su voluntad. Todo auténtico amor procede del Hijo: “Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó” (v. 23). Accedemos a Jesús, el Hijo del Padre, sólo mediante la fe en Él, adhiriéndonos a su persona y su obra: “Hemos conocido lo que es el amor en aquel que dio la vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por los hermanos (v. 16). La Pascua de Jesús, el dar la vida por nosotros, es la clave del amor cristiano verdadero. Sólo así podremos amar “con obras y de verdad”. Amar, pues, no es cualquier sentimiento; amar significa amar como Jesús amó, quien nos amó hasta extremo. ¿Es mi amor una bonita palabra o es el amor de Jesús que me cambia? Hay tanta palabra sobre el amor, es una sobreabundancia de palabras; es necesario más “obras”, más testimonio práctico. La medida del amor que se nos pide como discípulos de Jesús no es otra que la del mismo Jesús en su Pascua. Hay amor que se vuelve palabra vacía de pascua. El amor  auténtico sólo es aquel que implica donarse, entregarse, sacrificarse.

                Del evangelio según san Juan 15, 1 - 8

                El evangelio de San Juan nos presenta la alegoría de la vid y los sarmientos que sirve para reforzar la idea de la comunión que debe haber entre Jesús y sus discípulos. Jesús establece una alianza con su comunidad identificándose con la vid verdadera. El Señor le pide que dé frutos y que transforme su enseñanza en doctrina de vida. En los versículos 1-4 Jesús pone de relieve la relación que existe entre Él – vid verdadera, el Padre – viñador y la comunidad de los discípulos representada por los sarmientos. Es interesante descubrir que en el uso de esta primera relación entre Jesús – vid verdadera y el Padre – viñador, Jesús está revelando su identidad y aclarando su relación con el Padre. La imagen de la viña- vid es muy frecuente en el Antiguo Testamento y servía para identificar al pueblo escogido como plantación de Dios. Es cierto que en la mayoría de los casos la imagen viña – vid sirve para mostrar el contraste entre el amor de Dios, amor fiel, y la infidelidad de Israel. Pero en el evangelio de Juan hay un interesante cambio. La vid es Jesús y no el pueblo o comunidad mesiánica y por lo tanto es Cristo el que cumple con la esperanza de Israel eliminando así la infidelidad. Cristo es fiel y es “la verdadera vid que da la vida”. Es Cristo la vida fiel que ha respondido completamente a las atenciones de Dios. Cristo es el vino excelente de la fidelidad a la alianza. En Él no cabe ya el drama de la infidelidad a Dios. Es el que se ha dejado conducir por el amor del Padre hasta el extremo de la obediencia como ha sido entregar su vida como plenitud de su amor y así comunicar el amor que le une al Padre, fundamento de la comunidad de los discípulos.

                La alegoría de la vid tiene otro aspecto que resalta nuestro texto de hoy. Jesús utiliza la imagen de la vid y los sarmientos para señalar la unidad de éstos con la vid y el vínculo entre Jesús y sus discípulos que sacan de Él la savia de la vida divina. En este sentido la clave de comprensión de los  vv. 1- 5 subraya la idea de permanecer en Jesús (vv.1-5ª): “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Así como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (v.4). No se trata de una relación externa y material; es una relación tan profunda que de ella dependen los frutos. Y entonces la conclusión es lógica: “Yo soy la vid verdadera” (v.1) en clara superación de Israel que también era la vid que Dios había elegido pero Jesús es la auténtica “vid” que el Padre ha plantado. “Yo soy la  vid, vosotros los sarmientos” (v. 5ª). El discípulo sólo puede “dar frutos” si vive unido en comunión vital con Cristo, “verdadera vid” que Dios ha plantado en el mundo. “Sin mí nada podéis hacer” ha dicho Jesús respecto a esta comunión fundamental entre Él y sus discípulos.

                La segunda parte del texto de hoy aborda el tema de la productividad de los discípulos o sarmientos. Son los resultados del permanecer o no permanecer  en Jesús (vv.5b-8). Comienza esta segunda parte del texto con un paralelismo como aparece en la sección anterior. Así dice el texto: “Quienes permanecen en mí y yo en ellos, dan mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (v.5b). En el versículo 6 se repite la  idea del v. 2. La diferencia está en que aquí es el Padre el viñador que ejecuta las acciones tanto en contra del sarmiento que no da fruto como también a favor del que da fruto para que dé más fruto. En  el v. 6  es el mismo Jesús el que emprende la tarea contra los sarmientos que no dan fruto. Por lo tanto se reafirma la idea central de permanecer unidos vitalmente a Jesús para dar frutos (v.7).

                Es el Padre – viñador que corta los sarmientos improductivos y poda los que dan fruto, para que den más frutos. La imagen de la limpieza y de la poda tiene la finalidad de hacer los sarmientos más vigorosos y fructíferos; con ella se alude a la acción de Dios en el discípulo: la condición para dar fruto y dar más fruto es estar unido a la cepa o vid que es Jesús. Así llegamos al fondo de la realidad: se es fecundo o estéril en la medida en que el discípulo vive su unidad con el Señor o no la vive. Y aquí es también muy importante lo que el evangelista dice: la fidelidad que se nos pide es a las exigencias de la fe en Cristo más que a las obras. Y el instrumento para podar y purificar a los discípulos es la Palabra de Dios. Es la Palabra, fuente de nuevas purificaciones y fuente permanente de la vitalidad cristiana. Es el principio dinámico de la vida cristiana de todos los tiempos. La importancia de escuchar la Palabra es fundamental, porque la Palabra puede producir la verdadera unión con Cristo, razón fundamental para la conversión auténtica.

                Vivimos un momento de poda, qué duda cabe. La poda es ley de vida y de crecimiento de las plantas…, de las personas y de los grupos, de las comunidades y de la Iglesia. La poda controla, encauza y orienta las fuerzas; impide la dispersión, da nuevas energías. Nos hace crecer y ser nosotros mismos. Nos poda la Palabra del Señor, nos ayudan a podar los amigos, el grupo, la comunidad, a través de relaciones claras y fraternales; a través de la ayuda, la crítica y la exigencia. Nos podan cuando ponen en crisis nuestro estilo de vida y escala de valores; cuando nos hacen afrontar nuestras incoherencias y zonas oscuras de nuestro ser. Pero para esto hay dejarse ayudar, dejarse corregir fraternalmente, dejarse interrogar por la verdad, dejarse acompañar y dejar que el Señor haga su obra. Es la disponibilidad interior  y exterior indispensable.

 

                 Un saludo fraterno y hasta pronto.                        Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.

 


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