DOMINGO DE LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR ( B )
¡Señor Jesús! Gracias por tu mandato de proclamar a todos la Buena Noticia. ¡Ayúdanos a vivirlo con esperanza!
Estamos muy próximos a concluir la Pascua 2021 que hemos celebrado en ambiente de pandemia y bajo el rigor de la cuarentena. No imaginamos que volveríamos a vivir nuestra fiesta principal del calendario litúrgico en las mismas condiciones de la pascua del 2020 pero todo sea por el precioso don de la salud y la vida. Este año hubo un ingrediente distinto pues el proceso de la vacuna contra el Covid 19 produjo un clima distinto y se reactivó la esperanza de superar esta pandemia que nos ha tenido muy complicados, ya que sus efectos no son sólo en el ámbito de la salud de la población sino también en el área de la actividad económica del país, de la educación y, en general, de todo lo relacionado con la actividad social, cultural, deportiva y cultual. Aunque no podemos dejar de observar las normas básicas del auto cuidado y del de los demás, la situación parece encaminarse hacia mejores condiciones en general. En esta coyuntura que estamos viviendo no han faltado las iniciativas para ayudar y facilitar la comunicación, animar los planes de pastoral y mantener vivo el espíritu de fe y de esperanza frente a este difícil tiempo que estamos experimentando. Estamos celebrando la Ascensión del Señor y ya la primera lectura de hoy nos sorprende con esa frase del libro de los Hechos de los Apóstoles: “¿Qué hacéis ahí mirando al cielo?” La pregunta también se nos dirige a nosotros que da la impresión que ya no “miramos al cielo” sino muy fuertemente “a la tierra”. Y la respuesta a esta pregunta resulta fundamental: “Estén seguros de que el mismo Jesús que ha sido arrebatado de junto a ustedes para subir al cielo, igual que lo han visto ir al cielo, volverá” (Hch 1, 11). Sólo san Lucas nos ofrece esta escenificación de la exaltación de Jesús con una imagen visual de subida al cielo como lo indica en su evangelio: Lc 24, 51: “Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo”. Lo que tenemos que descubrir es lo que Lucas nos quiere decir con esto. El Señor durante 40 días se mostró como el que vive, como resucitado a sus apóstoles. Ellos logaron descubrir que era el mismo que habían conocido y compartido la experiencia única con Él. Sin embargo, esta era sólo una cara de la resurrección. La otra dimensión que Lucas quiere destacar con su relato de la ascensión es la presencia de Jesús entre nosotros sigue siendo real pero distinta. La nube que lo oculta a los ojos de los discípulos no indica ausencia sino una forma distinta de su presencia. Desde ahora, después de la Ascensión Jesús estará presente mediante su Espíritu que en la comunidad será memoria permanente de lo que Jesús dijo e hizo. Los discípulos deberán aceptar esta nueva “presencia” del Resucitado en medio de ellos precisamente por medio de su Espíritu. No se puede entender la Ascensión de Jesús al cielo como “ausencia” de Jesús. “Una nube lo ocultó de su vista” no es sinónimo de desaparecer sino una nueva forma de estar presente entre los discípulos a través de su Espíritu. Así la Ascensión del Señor nos pone ante la verdad fundamental sobre la vida y el destino del hombre, es decir, sobre nuestra realidad terrena y nuestro destino celeste. Ciertamente hoy estamos viviendo una pérdida de sentido trascendente, de esa dimensión que está más allá de nuestra existencia terrena. Y una forma de vivir “terreno” nos ha llevado a ignorar, negar o trivializar la vocación trascendente de la persona humana. Y de ahí el llamado “relativismo ético” que se ha ido adueñando de la escena ética de nuestro modo de vivir de hoy.
PALABRA DE VIDA
Hech 1, 1-11 Y serán mis testigos en Jerusalén, … y hasta los confines de la tierra
Sal 46, 2-3.6-9 El Señor asciende entre aclamaciones
Ef 1, 17-23 Para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados
Mc 16, 15-20 Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación
Decimos en el Credo que “Jesucristo subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso”. La Ascensión del Señor es la culminación de los cuarenta días en que el Resucitado come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye acerca del Reino, pero su gloria queda aún velada bajo los rasgos de su humanidad normal. Es el camino elegido por Dios para hacerse entender por el hombre. Hoy las lecturas bíblicas nos relatan los últimos momentos del Señor con sus discípulos y el término de esta existencia terrena del Resucitado con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube que lo hace desaparecer de la vista de sus acongojados discípulos. En el cielo está sentado a la derecha del Padre. Así cumple aquellas palabras que María Magdalena escuchó pero no entendió: “Todavía no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20,17). Hay pues una diferencia de manifestación entre la gloria del Resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre, de tal modo que el acontecimiento, a la vez histórico y trascendente de la Ascensión de Cristo, marca la transición de una a otra. Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la “bajada” desde cielo realizada en la Encarnación del Verbo que “salió del Padre” y “vuelve al Padre”.
Veamos de qué manera la Palabra de Dios de esta Solemnidad de la Ascensión nos ayuda a entrar “a pié descalzo” en el misterio definitivo de Jesucristo y por Él, el de nuestro propio destino definitivo.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11
Es la primera lectura de hoy. Comienza con el llamado “prólogo histórico” porque San Lucas, su autor, enlaza el Libro de los Hechos con su evangelio. Es la segunda parte de una gran obra. De esta manera la historia de la naciente Iglesia queda firmemente enraizada en el ministerio público de Jesús, es decir, su Evangelio. Ambas obras tienen a un único destinatario, un tal Teófilo, que en griego significa “amigo de Dios”, y en él estamos todos invitados a ser también destinatarios del evangelio, también “amigos de Dios”. Retengamos de esta primera lectura de hoy lo relacionado con la promesa del Espíritu Santo. En la visión de San Lucas, la historia de la Iglesia está precedida de dos etapas de preparación de los discípulos, a saber: una de cuarenta días donde el Resucitado actúa en medio de la comunidad de los discípulos; y otra, antes de la venida del Espíritu Santo, en que los discípulos se dedican a la oración. Entre estas dos etapas, nos relata san Lucas la Ascensión de Jesús al cielo. Llama la atención la referencia a los 40 días: “Después de su pasión, se les había presentado vivo durante cuarenta días… (v. 3). ¿Qué quiere resaltar San Lucas con estos 40 días? Este número 40 tiene muchas resonancias bíblicas. Moisés estuvo 40 días en la montaña, Elías peregrinó 40 días hasta el monte de Dios, Jesús estuvo 40 días en el desierto experimentando las tentaciones de Satanás. Los 40 días bíblicos no son cronológicos sino de honda significación espiritual, pues se refieren al tiempo de prueba, de duda, de discernimiento y de fe. Los discípulos han vivido también así la resurrección como lo prueban los relatos que hemos seguido en este tiempo pascual. Jesús se esmera por hacerles comprender que es una persona real y viva, que es el mismo que ha sufrido y ellos conocieron en su condición humana. La venida del Espíritu Santo y la Ascensión de Jesús indican claramente que es la otra cara de la resurrección: es la glorificación definitiva de Jesús. Los discípulos tendrán que aprender a vivir de otra manera la presencia real de Jesús en medio de ellos: es el Señor resucitado y exaltado a la derecha del Padre, cuya presencia se hace real a través del don y acción del Espíritu Santo. Así se inaugura el “tiempo de la Iglesia” cuyo dinamismo nace del Resucitado ya glorificado a la derecha del Padre pero presente mediante su Espíritu. Jesús no desaparece ni se oculta sino que estará presente de otro modo como es a través de su Espíritu. Es el Espíritu del Resucitado que permite vivir “en la fe, en el amor y en la esperanza” a la comunidad de discípulos.
Salmo 46, 2-3.6-9 es un himno al Señor, rey del universo, que exalta la realeza o señorío universal del Señor. Posiblemente este himno litúrgico fue usado para la entronización del Arca de la Alianza en el templo de Jerusalén. Con el tiempo, al desaparecer esa fiesta, este himno se reorientó para cantar el establecimiento del Reinado de Dios y su victoria final. Es por lo mismo muy adecuado para celebrar al Señor Jesús que asciende a la gloria del Padre después de haber cumplido el plan de Dios para salvar a la humanidad. No sólo debemos pedir por nuestras necesidades sino también aprender a alabar, bendecir, agradecer, reconocer las maravillas del Señor.
De la carta de san Pablo a los efesios 1, 17-23
Es la segunda lectura de hoy. Es una hermosa oración de acción de gracias y de petición de Pablo por los efesios y por todos los creyentes del mundo y de la historia. Dice Pablo: “No ceso de dar gracias por ustedes, y recordándolos en mis oraciones” (v. 16). La petición se refiere a que los efesios tengan una comprensión profunda de todo lo que Cristo significa: “Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda espíritu de sabiduría y revelación para conocerle perfectamente” (v.17). Una comprensión profunda de Jesús es fundamental para cada cristiano individual como también para la Iglesia. De este modo podrán percibir la profundidad de la esperanza y de la gloria a la que han sido llamados por Dios, algo de tal magnitud que resulta imprescindible que el mismo Dios nos lo dé a conocer. En el fondo se trata de caer en la cuenta, dentro de lo posible, de lo que significa la acción de Dios para los seres humanos. Hay acento en la interioridad y afectividad lo que se expresa en la siguiente forma: “iluminando los ojos de vuestro corazón” (v. 18). Con ello se está refiriendo a un conocimiento que involucra a toda la persona, así se entiende la referencia al “corazón” bíblicamente comprendido. No se trata de un puro conocimiento intelectual sino que involucra la interioridad, la afectividad, la totalidad de la persona. A tal obra de Dios pertenece en primer lugar y como su causa la exaltación de Cristo, constituido Señor de todos los poderes humanos y cósmicos, y especialmente en lo referente a las fuerzas del mal, que han sido vencidas por Él. Sin embargo, estos atributos de Cristo se relacionan con su amor hacia los seres humanos, el don de la salvación que hemos obtenido por medio de Él y no propia iniciativa del hombre. San Pablo nos recuerda que la clave de nuestra vida cristiana es adquirir el admirable conocimiento de Dios: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la gloria, les conceda un Espíritu de sabiduría y revelación que les permita conocerlo verdaderamente” (v.17). ¿Cómo podrías amar a Dios si no lo conoces por su Espíritu? ¿Cómo podrías amar al prójimo si no lo conoces?
Del evangelio de san Marcos 16, 15-20
Es la conclusión del más breve de los cuatro evangelios, del primer evangelio, el de san Marcos. Es opinión de los especialistas que el evangelio de hoy es un “Apéndice canónico” y esto quiere decir que Mc 16, 9-20 no sigue el estilo del resto del evangelio de san Marcos. Habría sido redactado por otro. Sin embargo, es canónico, es decir, pertenece a la Biblia y es palabra revelada por Dios. Esto es lo que realmente importa y significa, como dice un especialista que estamos ante “una auténtica reliquia de la primera generación cristiana”. Y esto es emocionante para acercarse con delicadeza y veneración a la primera generación de cristianos del siglo primero de esta larga historia de fe. Dicho esto pasemos al texto del evangelio de hoy, buscando su sentido profundo como Palabra de Dios para todos los tiempos.
Antes que Jesús emprenda la etapa final de su peregrinación en medio de nosotros, deja el mandato misionero a sus discípulos. Concluye la misión de Jesús pero ésta se hará presente en la historia humana a través de la tarea evangelizadora de la Iglesia de Cristo. Y la misión pertenece por esencia a la misma vocación cristiana. Nadie es llamado sólo “para estar con Jesús”(Vocación) sino también “para ser enviado en su nombre”(Misión). La Ascensión de Jesús al cielo es el punto de partida del envío misionero. La misión es universal y no restringida a una raza o pueblo determinado. No se trata simplemente de anunciar un mensaje o de limitarse a anunciar la salvación. La misión que Jesús encomienda a sus discípulos tiene como finalidad: conquistar a los hombres y ponerlos, individual y colectivamente en relación con Cristo. Es discípulo, es decir, cristiano, el que “escucha a Jesús y lo sigue”, quien se deja implicar en su obra de salvación, se une personalmente a Él y acepta entrar con él en relación con el Padre y con el Espíritu Santo.
El Evangelio debe ser proclamado en todas partes y a todas las gentes. Dice Jesús: “Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad” (v. 15). Lo que pretende la misión es que los destinatarios abracen la fe y reciban el bautismo para el perdón de los pecados. Este es el signo de la salvación que Cristo nos ofrece a través de sus discípulos:”Quien crea y se bautice, se salvará; quien no crea, se condenará” (v.16). Queda siempre abierta la posibilidad que, aún escuchando el mensaje, muchos no abracen la fe ni accedan al bautismo, porque la fe es gracia y siempre supone la libre voluntad de quien acoge el Evangelio. Queda planteado así el dilema de salvación o condenación, aunque resulte duro decirlo es la opción fundamental que cada persona debe resolver. Ante Jesús y su Evangelio lo que queda planteada es la salvación o perdición eternas.
Luego el evangelio de hoy nos habla de las señales o signos que acompañan a los creyentes. No dejan de llamar la atención. El redactor ha puesto mucho énfasis en ellos y los reunió cuidadosamente a partir de antiguas y distintas noticias. Así dice el texto: “Estas señales acompañará a quienes crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, podrán tomar serpientes en sus manos y si beben algún veneno mortal no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos” (vv. 17-18). El redactor no insinúa que estos signos tuvieran una real importancia en las comunidades cristianas primitivas. Al respecto hay que decir que lo fundamental es que exista plena coherencia entre el anuncio y la práctica. Las “señales” que se mencionan aquí eran las que los primeros cristianos consideraban importantes y corresponden a su época. Con toda certeza Jesús impactó no solo por su anuncio del Reino sino también por sus manifestaciones sanadoras y milagrosas. En más de una ocasión Jesús manifestó que lo buscaban por los signos que hacía y no tanto por el mensaje de salvación. Para nosotros, cristianos del siglo XXI, queda la tarea de saber cuáles son las señales que deben acompañarnos hoy para ser coherentes con el Evangelio y la vida. Por ejemplo, hoy hay una sensibilidad especial respecto a la dignidad de la persona humana, a la solidaridad, a la justicia, al encuentro humano interpersonal, etc. Los cristianos deberemos acompañar nuestra vida y misión con estas “señales” tan sensibles para el hombre actual como la fraternidad, la acogida, el servicio, la espiritualidad, etc. Nos asiste la misma certeza con que concluye el evangelio de hoy: “Y el Señor los asistía y confirmaba la Palabra con las señales que la acompañaban” (v. 20). El Evangelio propone un cambio radical en la persona y en la sociedad, un cambio que afecta la vida completa del creyente. Ese cambio recibe el nombre griego de “metanoia” que se puede traducir como un cambio de dirección o de orientación de la vida, más que un cambio simplemente de conducta moral.
La Ascensión nos deja una tremenda responsabilidad y tenemos tarea para rato. ¡Y pensar que hay gente que cree que estamos llegando al final del mundo! Como dijo el gran Papa San Juan Pablo II “la misión está recién comenzando”. Y ciertamente esto es así si consideramos que estamos envueltos en un cambio de época de impresionante dinamismo y creatividad como es la era digital. Y como todo cambio está marcado por el torbellino, la revoltura y la velocidad, lo que implica la percepción de desorden y pérdida de brújula. ¿Podremos las cristianos hacerle frente de modo creativo y consistente a este nuevo tiempo que vive el mundo? ¿Con qué herramientas y bajo qué condiciones? El mandato del anuncio del evangelio sigue absolutamente vigente e imperativo pero ¿cómo hacerlo, cómo vivirlo en medio de la sociedad digital? ¡Grandioso desafío!
Un abrazo fraterno.
Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M.