DOMINGO DE PENTECOSTÉS ( B )
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE PENTECOSTÉS ( B )

Sábado 22 de Mayo, 2021

 
Comentario del Evangelio

¡VEN, ESPÍRITU SANTO!, LLENA LOS CORAZONES DE TUS FIELES Y ENCIENDE EN ELLOS EL FUEGO DE TU AMOR.

                Los cincuenta días de la Pascua concluyen hoy con la solemnidad de Pentecostés o Venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles. La Pascua es un tiempo de alegría desbordante que nos regala el Resucitado, que nos dona su paz. Desaparece de nuestra vista el signo del Cirio Pascual que nos ha recordado que el Resucitado es Luz del mundo. Se seguirá escuchando el Aleluya porque el Señor no desaparece sino que continúa con nosotros. Y el mejor fruto de la Pascua de Cristo es el Espíritu Santo prometido por Él  a los suyos. Mucho se escucha  acerca de la necesidad que la Iglesia tiene de un “nuevo pentecostés”, incluso en ciertos eventos eclesiales importantes se tiende a proclamar que estamos “en un nuevo pentecostés”. ¿Es tan fácil, es así de hecho? Nos gustaría que así fuera ya, que no hubiera más espera, tantas veces tediosa y fatigada, que hiciera nuevas todas las cosas y todas las personas. Sin lugar a dudas, es el Espíritu Santo el gran motor de la Iglesia, de su vida, misión, santidad y testimonio. Pero la dificultad está instalada en nosotros, los seres humanos, que configuramos la Iglesia. El Espíritu Santo es “el alma del cuerpo eclesial”. Y el cuerpo eclesial es variopinto, diverso, múltiple, plural. Resulta llamativo que animando a todos los bautizados el mismo y único Espíritu de Dios las respuestas, los frutos, las manifestaciones sean tan diversas. Y entonces habrá “un nuevo Pentecostés” en la medida que cada uno, en su propio estado de vida, acoja y sea dócil a las inspiraciones del Espíritu Santo. “Por sus frutos los conoceréis” dijo Jesús. Y los frutos son las obras. Todos sin excepción tenemos que dejar que el Espíritu Santo nos guíe, nos inspire, nos mueva, nos conduzca, nos ilumine, nos fortalezca, nos corrija y todo lo demás que  está dentro de nosotros. De esta presencia activa del Espíritu de Dios en cada ser humano, en su santuario interior, en lo más profundo de su ser, podemos esperar siempre un “nuevo Pentecostés” no sólo para la Iglesia sino para la humanidad entera. “La letra mata, sólo el Espíritu vivifica”. Es tiempo de prestarle muchísima más atención al Espíritu Santo, verdadero agente de nuestra mejoría sustancial. Sin Él, nada es limpio, ni recto, ni justo, etc. Si miramos honestamente nuestro proceder, descubriremos si hemos seguido la voz del Espíritu Santo o las voces de nuestra maldad o extravío. Por eso suplicamos: ¡Espíritu Santo, ven! Queremos seguir tus suaves inspiraciones, queremos hacer lo que Tú nos inspiras. Nos  hace falta prestarle más atención a la  siempre urgente invitación de san Pablo a los gálatas: “Caminad según el Espíritu y no os dejéis arrastrar por los apetitos desordenados” (Ga 5,16). Es el gran dilema entre una vida liberada o redimida o una vida alienada o cautiva. Nada sencillo por cierto. El cristiano, un liberto de Cristo, siente en carne propia la misma tirantez entre “caminar según el Espíritu” y “dejarse arrastrar por los apetitos desordenados”. Partamos por aceptar este tira y afloja de nuestra vida, tironeados y quizás muchas veces atrapados por lo segundo. No hay vida cristiana o evangélicamente llevada sin lucha, sin combate. Pero la idea de la lucha o combate se desterró del vocabulario de los cristianos, creyendo que así se solucionaba el problema que está a la base de  la vida cristiana. Y una vida cristiana sin lucha pierde su dinamismo humano y espiritual. Al lado del amor evangélico puede darse también y en la misma persona el amor egoísta. “Pero si os dejáis guiar por el Espíritu, no estáis bajo el dominio de la ley” (Ga 5,18).  

 PALABRA DE VIDA

Hch 2, 1-11         Todos quedaron llenos del Espíritu Santo

Sal 103, 1.24.29-31.34     Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra

Ga 5, 16-25        En cambio los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia…

Jn 15,26-27;16, 12-15    Cuando venga el Paráclito, él dará testimonio sobre mí   

                La mesa está servida con el mejor manjar que el hombre puede esperar, la Palabra de Dios. Frente a tan estupendo banquete ¿qué debemos hacer? Rechazarlo sería un desaire al que nos invita a comerlo o acogerlo para alimentarnos y seguir dando frutos de buena noticia en medio del mundo. Siempre queda en tu poder la decisión a tomar. No olvides que el misterio de pentecostés es misterio de santidad, esto es, de entrega total a Dios. Con pentecostés llega a su plenitud el misterio pascual, es decir, el amor de Dios es derramado sin límites. ¡Ven, Espíritu Creador!

                Del libro de los Hechos de los Apóstoles  2, 1-11

                El genial aporte de San Lucas consiste en ofrecernos una lectura de dos aspectos fundamentales de la historia de la salvación  o mejor dicho, su estructura literaria responde a dos momentos decisivos en la historia de la salvación. Por una parte, el evangelio nos pone en contacto con el ministerio público de Jesús, el Mesías, y por otra, en los Hechos nos ofrece la actividad del Espíritu Santo en la naciente comunidad primitiva. El Evangelio de Lucas culmina con el relato de la Ascensión del Señor a la plena gloria del Padre y justamente aquí se abre la misión evangelizadora de los discípulos. Esta es la razón por qué el relato de la Ascensión aparece dos veces: al final del evangelio de Lucas y al comienzo del Libro de los Hechos. Cumple la tarea de llave o gozne entre dos relatos, el del evangelio centrado en Jesús y el de los Hechos centrado en la acción del Espíritu Santo con la Iglesia. Este es el genial aporte de San Lucas al relacionar las dos historias, la del Mesías y la de la Iglesia, animada por el Espíritu de tal modo que el lector tiene que estar siempre encadenando los hechos que admirablemente conduce Dios a través de las mediaciones humanas. La resurrección y ascensión de Cristo producen un cambio fundamental en esta historia de salvación que ahora se despliega en la comunidad cristiana en viva relación con la historia humana.

                ¿De dónde procede el nombre de Pentecostés? Es un término de origen griego que se refiere al día cincuenta, siete semanas después de la Pascua. En sus orígenes era una fiesta agrícola en la que se ofrecían las primicias o primeros frutos de la cosecha (Ex 23,14) pero después empezó a recordar la alianza del Sinaí y el don de la Ley por medio de Moisés (2Cro, 15,10-13) Muchos judíos acudían a Jerusalén en peregrinación de todas partes. El Pentecostés cristiano relaciona la experiencia  del Espíritu con la renovación de la Alianza en el Sinaí en que se celebra el “don de lo alto”, la Ley de la nueva alianza.

                La narración de la venida del Espíritu Santo nos remite a las teofanías o manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento donde los elementos naturales cumplen la función de señalar lo extraordinario de la manifestación divina. Así aconteció en el Sinaí cuando Dios entregó las tablas de la Ley a Moisés. El efecto de este ruido venido del cielo como una fuerte ráfaga de viento y las lenguas de fuego descendiendo sobre cada uno de los apóstoles, no son la clave de comprensión del texto, porque representan el escenario majestuoso del hecho central, aquello que se nos dice a continuación: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse” (v. 4). Tanto el viento impetuoso como las lenguas de fuego simbolizan el poder del Espíritu Santo, que renueva todas las cosas y convierte a los discípulos en testigos de la Buena Noticia. Las distintas lenguas en que comienzan a expresarse los apóstoles, sirven para dejar de manifiesto la unidad que el Espíritu Santo viene a restituir, esa unidad que el pecado destruyó, tan plásticamente expresada en la construcción de la torre de Babel o Confusión (Gn 11, 1-9). La misión es universal: “Todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios” (v. 11). Precioso cometido el de la Iglesia que, tantas veces en su historia ha olvidado y se ha vuelto sobre sí misma, dejando que el mundo siga por sus senderos o cañadas oscuras. Hay que volver a la misión que se nos ha encomendado como Pueblo de Dios. La universalidad de la llamada a la fe está unida a la universalidad del don que Dios ofrece a todos  sin excepción, porque Dios quiere que todos los hombres se salven.  

                El salmo 103 es nuestra respuesta de fe a la Palabra que se nos anunciado. Este original y bello himno que celebra la obra divina de la creación, resulta  muy apropiado para aclamar la gloria de Dios manifestada en Pentecostés, razón por la cual se puede percibir su cercanía con el relato de la creación de Génesis 1. Fijemos nuestra atención en los vv. 29 y 30: “Si escondes tu rostro se espantan; si les quitas tu aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra”. Es bueno leerlo y meditarlo completo, a pesar de su longitud. Nos hace bien valorar y cuidar la creación de Dios, sobre todo, en esta emergencia ecológica que vive nuestro planeta, a causa del maltrato y abuso contra la  creación, por estos ya casi tres siglos de explotación desmedida de los recursos que Dios ha puesto en nuestras manos para que los cuidemos y no para destruirlos.

                De la carta de san Pablo a los Gálatas 5, 16-25

                San Pablo evangelizó a los gálatas durante su segundo viaje misionero, hacia el año 50 d.C. Este pueblo era descendiente de los celtas o galos, un pueblo extremadamente belicoso que en el siglo III a.C. se había instalado en la meseta central del Asia Menor. Pablo prolongó su estadía entre los gálatas por varios meses debido a una enfermedad que lo obligó a permanecer allí hasta que se mejorara. Fue esta la ocasión en que les anunció el evangelio por primera vez a los gálatas que lo aceptaron, enfermo y sumamente desfigurado, lo acogieron con gran consideración “a pesar de que mi aspecto físico era una prueba para ustedes, no me desdeñaron ni me despreciaron; todo lo contrario, me recibieron como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús” (Ga 4,14). La Carta a los Gálatas fue escrita hacia el año 56 y responde a una grave perturbación que introducen algunos cristianos procedentes del judaísmo que mezclan la fe cristiana con la prácticas judaicas y las imponen sobre el resto. Pablo expone el “evangelio de la libertad cristiana” de modo vehemente y tajante. La segunda lectura de esta solemnidad nos remite a uno de los textos fundamentales de la visión cristiana de la libertad: el dilema de dejarse conducir por el Espíritu de Dios o por los deseos de la carne. Estamos ante dos principios de conducta en oposición dentro del hombre. Hay un proceder “según el Espíritu” opuesto a “las meras apetencias humanas o según la carne”. Si se deja conducir por el Espíritu, el cristiano  vive espontáneamente según el Espíritu y se aparta de las obras de la carne. Estamos ante una de las categorías bíblicas muy profundas como es el término carne. En primer lugar, se refiere a la condición de creatura, el hombre es  carne que configura el aspecto externo, corporal, terrestre del hombre. La carne designa a la persona y con la palabra “carne” se pone de relieve la condición terrestre y frágil por oposición al “espíritu” que indica el origen divino o celeste. Fuera de Dios, que es espíritu, todo es carne, es decir, fragilidad, temporalidad. El hombre de aquí abajo  es “según la carne”, vive “en la carne”, por ella se hace presente, visible, sufre, sobrevive. Por eso  la expresión El Verbo se hizo carne expresa que Jesús es hombre verdadero, sujeto a las humillaciones de este mundo pero Él no experimentó la corrupción, aspecto esencial de la condición humana. Las expresiones “carne y sangre” designan al hombre en su fragilidad terrestre. “Comer la carne y beber la sangre de Jesús” es comerle a Él, es unirse profundamente a Él por medio de su Espíritu que vivifica pues “la carne no sirve para nada”. La exhortación de san Pablo es también para nosotros: “Si vivimos por el Espíritu, sigamos también al Espíritu” (Ga 4, 25) [Biblia de Jerusalén]. “Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él” (Biblia del Pueblo de Dios). ¿Qué puede decirle al hombre moderno esta preciosa enseñanza de San Pablo? ¿No nos haría bien vivir desde nuestra condición frágil, temporal, terrena incluso en las relaciones de cada día? Desgraciadamente hay demasiada ilusión de ser todopoderosos, eternos, impecables, absolutos…

                Del evangelio según san Juan 15, 26-27; 16, 12-15

                El evangelio de hoy comienza refiriéndose al doble testimonio, el del Paráclito que envía el mismo resucitado, y el testimonio de los discípulos. Comprendemos mejor este texto si recordamos que Jesús les ha manifestado a sus discípulos que el mundo los odiará y serán perseguidos, porque precisamente “no son del mundo” aunque “viven en el mundo”. El texto griego usa un término que en castellano traducimos como “Paráclito”, del griego parakletos que viene de otra palabra paraklesis = consuelo pero con un sentido diferente de paracleo = “llamado al lado de sí”. En sentido jurídico se refiere a la situación de un acusado que necesita ser defendido o ayudado. El Espíritu Santo como Paráclito cumple la función en favor de Cristo en el corazón de los discípulos o de Cristo ante el Padre en favor de los discípulos. Por eso se le llama Abogado al Espíritu Santo. Así el  Paráclito designa tres aspectos de la actuación del Espíritu Santo, a saber, presencia de Jesús, defensa de Jesús y memoria viva en la Iglesia que le permite actualizar lo que Jesús dijo.

                De este  modo podemos comprender el texto del evangelio de hoy como un intento de tranquilizar a sus discípulos, enfrentados al drama del rechazo, del odio y de la persecución una vez que Jesús ya no estará al modo como lo han visto y compartido. No deben preocuparse porque su testimonio estará sostenido por el testimonio del Espíritu de la verdad que él mismo les enviará desde el Padre,  en las difíciles pruebas que deberán soportar en los tribunales del mundo. Y una cuestión que normalmente no la consideramos y es que las mismas contradicciones son el lugar donde se manifiesta con poder la acción del Espíritu Santo. Esta convicción de “no estar solos frente al mundo adverso” llena de fuerza y consuelo a los creyentes, puesto que al dar testimonio del Señor Jesús, estará con ellos el Espíritu del Padre y hablará en ellos el Paráclito,  el defensor.

                Esta tercera promesa del Espíritu que nos recuerdo el evangelio de hoy tenemos que comprenderla en el “gran juicio o proceso” que Juan desarrolla en su evangelio y cuyos protagonistas son Jesús y el mundo. Todo el evangelio de Juan es un largo alegato entre Jesús y el mundo (los judíos y el mundo) pero este “juicio” continuará después de la “subida” de Jesús al Padre en la persona de los discípulos y en sus conciencias. Este “juicio” no se reduce al encuentro de Pilato con Jesús y su condena; por el contrario, es toda su revelación que se enfrenta con el mundo de las tinieblas del mal, de las cuales el mismo Jesús sufrió el martirio. La luz lleva al enfrentamiento con las tinieblas del mundo.

                Las palabras de Jesús de este domingo sirven y tienen mucho sentido si contemplamos la situación de la Iglesia sometida a constantes persecuciones y rechazos. Muchas veces hemos suavizado el mensaje con la esperanza que no habrá rechazos ni persecuciones. Pero el “proceso que vivió Jesús” es para pensar si así trataron al árbol verde, qué harán con las ramas maduras. El proceso histórico vivido por Jesús se convierte en modelo y figura de cualquier proceso que habrán de vivir los discípulos de todos los tiempos.

                De este modo, el contexto del testimonio del Espíritu es el odio del mundo del que Jesús ha hablado y preceden a este pasaje del evangelio de hoy (Jn 15, 18- 25; 16, 1-14). Es en este clima de oposición donde los discípulos darán testimonio de Cristo. Pero Cristo, una vez glorificado, enviará al  Paráclito en unidad con el Padre.

                De Jn 16, 12-15 podemos comentar que describe la misión del Espíritu de la verdad como maestro interior y como guía para los discípulos hacia la plenitud de la verdad. El Espíritu de la verdad llevará a cabo su misión de instruir en la intimidad del corazón de los discípulos, gracias a lo cual conocerán los secretos de la verdad de Cristo y podrán introducirse en ellos mismos. El Espíritu, en la Iglesia en la etapa post pascual, actuará en plena dependencia de Jesús y “dirá únicamente lo que ha oído”. Se abre así el tiempo de la comprensión interior de la palabra de Jesús bajo la guía del “maestro interior”, el Espíritu de la verdad. De este modo no basta con escuchar la Palabra de Jesús y en él al Padre; es fundamental “comprender” el sentido oculto y más profundo que tiene Jesús y su Palabra. La dimensión contemplativa no es exclusiva de entendidos, ya que el Espíritu actúa en todos los creyentes y los “instruye” continuamente. Sin embargo esto no es automático, ya que necesita la adhesión y “docibílitas”, la disposición interior.    

                Un fraternal saludo.                                   

    Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.   

 

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