1° DOMINGO DE ADVIENTO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

1° DOMINGO DE ADVIENTO (C)

Sábado 27 de Noviembre, 2021

 


¡Señor Jesús! Ayúdanos a reconocerte presente en medio de nuestros miedos y desesperanzas

                ¡Qué bien nos hace el Adviento y la Navidad! Pero ¿por qué? Porque estamos invitados a iniciar un nuevo año litúrgico, antes de iniciar el nuevo año civil. El Año Litúrgico tiene como centro la organización de la celebración del misterio de la salvación realizado por Jesucristo. Tiene, por tanto, su propia dinámica y no corresponde ni al año escolar ni al año civil. Es un tiempo sagrado que tiene que ver con la salvación de los seres humanos, creyentes y no creyentes. Es un tiempo especialmente dedicado al misterio de la salvación del género humano, centrado en la Persona de Jesucristo, centro absoluto de la fe cristiana. El Año Litúrgico tiene un inicio, un desarrollo y un final. El inicio es el Tiempo de Adviento como tiempo de preparación para Navidad. El ornamento es el color morado y la llamada central es la conversión para recibir al Señor que vendrá al final de los tiempos y al que viene en el Nacimiento de Belén. Navidad culmina con la fiesta del Bautismo del Señor, después de la cual se abre la primera parte del Tiempo Ordinario. Éste se prolonga hasta el Miércoles de Ceniza en se inicia el Tiempo de Cuaresma o preparación a la celebración del misterio pascual, de la muerte y resurrección de Cristo o Semana Santa, dentro de la cual y a partir del atardecer del Jueves Santo se inicia el Triduo Pascual que culmina con la Vigilia Pascual que inaugura el Tiempo Pascual. Éste concluye con Pentecostés. Y desde aquí se desarrolla el Tiempo Ordinario cuyo final es la celebración de Jesucristo, Rey del Universo. Durante este nuevo Año Litúrgico centraremos la atención en el misterio de Jesucristo a través de la lectura y meditación de la Palabra de Dios según la organización del Ciclo C. No olvidemos que el objetivo que la Iglesia busca  a través de estos tres ciclos anuales de las lecturas bíblicas es que el cristiano conozca, lea, medite y practique la Palabra de Dios, para lo cual un equipo de especialistas han propuesto un orden de las lecturas dominicales y feriales de la celebración litúrgica, que al cabo de los tres ciclos A,B y C pueda un cristiano haber gozado de la riqueza de la Palabra de Dios en su rica novedad y belleza. Un criterio bien importante es el siguiente: el Ciclo A centrado en el evangelio de Mateo; el ciclo B centrado en el evangelio de Marcos y el ciclo C centrado en el evangelio de Lucas. El evangelio de Juan está presente en el tiempo de cuaresma, de pascua y en algunos domingos del Ciclo B. La palabra clave del Año Litúrgico es celebrar como acción de la comunidad cristiana debidamente organizada y presidida por los pastores. ¿Para qué nos reunimos? Para hacer memoria de los gestos salvadores de Dios a través de los sacramentos, de la Palabra y de la Oración. Al que preside se le debe llamar con mayor precisión presidente de la celebración y no celebrante porque es toda la comunidad la que celebra y cada uno según el ministerio o servicio que ha recibido. Al terminar un año de celebración de la fe, no exento de los rigores de la Pandemia y del estado preocupante que como país hemos vivido, demos gracias a Dios si, a pesar de todo, mantuvimos la fe como fuego ardiente que nos ha permitido pasar por las estrecheces que nos ha producido el estado especial que estamos viviendo. Bienvenidos a un nuevo tiempo de gracia tan abundante que sepamos beber en ese manantial que es el corazón de Cristo Vivo en su Iglesia y en medio del mundo. Que María, Nuestra Madre, continúe a nuestro lado recordándonos a su Hijo y enseñándonos a vivir la Palabra que Ella supo acoger y guardar en su corazón, sin desmayar.

 PALABRA DE VIDA

Jer 33, 14-16      Yo cumpliré la promesa que pronuncié acerca de la casa de Israel                        

Sal 24, 4-5.8-10.14  A ti, Señor, elevo mi alma.                                                                                       

1Tes 3, 12 – 4, 2      Vivan conforme a lo que han aprendido de nosotros                                

Lc 21, 25-28.34-36    Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria   

                Dios viene a nuestro encuentro, pero es indispensable ponernos en actitud espiritual de atención y espera. Adviento es una invitación a percatarse de la visita de Dios a nuestra concreta realidad. De ahí la importancia del silencio y de la escucha religiosa. Dejémonos interpelar por este Dios que quiere hacerse presente en nuestro camino, que quiere ser “Dios-con-nosotros”, tan cercano que nos parece increíble que sea cierto. Sin embargo, lo es y con toda certeza.

                Del Libro del Profeta Jeremías, 33, 14-16

                El texto de esta primera lectura está tomado del capítulo 33 de libro de Jeremías. En este capítulo se respira un aire de restauración que Dios va a realizar a favor de Israel y Judá, a pesar de la condición de pecado e infidelidad constantes que viven los miembros del pueblo elegido. La clave de lectura del texto está en el versículo 15: “En aquellos días y en aquella hora suscitaré a David un retoño legítimo que hará justicia y derecho en la tierra”. Se dice “suscitaré  para David un Germen justo”(BJ). Así se sintetiza la promesa de restauración de la descendencia davídica, que se confunde con las promesas mesiánicas. Estas imágenes idílicas de “hará justicia y derecho en la tierra” o que “se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos y la llamarán así: Señor – nuestra – justicia” (v. 16), se oponen a las imágenes de devastación, de dolor y de desesperación que representan el mal infligido por Babilonia a los israelitas. Una vez más se subraya la fidelidad de Dios en el cumplimiento de la alianza y de la promesa de multiplicar la descendencia de Israel. ¿Qué aprendemos de la experiencia de Israel según este texto del profeta Jeremías? A pesar de nuestro pecado y abandono, Dios permanece fiel a su promesa y alianza con su pueblo. Somos una Iglesia que queda envuelta en el pecado y maldad de sus hijos, pero nunca abandonada y completamente desolada, porque Dios la sostiene a pesar del pecado. Vivamos este inicio del nuevo Año Litúrgico como una nueva oportunidad de gracia y de perdón que se nos ofrece en Cristo. Para Dios nunca es tarde, motivo suficientemente poderoso para renovar la esperanza y confianza en el Hijo que nace, no solo en Belén sino en cada hombre y mujer que lo acoge por la fe y el amor.

                Salmo 24, 4-5.8-10. 14 es una súplica para conocer los caminos de Dios apelando a la bondad divina. Es muy potente la súplica: “Muéstrame, Señor, tus caminos, enséñame tus senderos”, ya que el orante reconoce que no conoce los caminos de Dios y sin conocerlos no puede practicar lo que Dios quiere de él. Hagamos nuestra esta hermosa súplica creyente. Adviento es una renovada confianza en Dios, loque exige de nuestra parte una apertura constante para escrutar los signos de su presencia en medio de las actuales situaciones que vivimos.

                De la Primera Carta a los cristianos de Tesalónica 3, 12-4, 2

                Para no olvidarlo: esta primera carta a los Tesalonicenses es el primer escrito cristiano, es decir, del Nuevo Testamento, compuesto hacia el año 51 d. C., en Corinto y del apóstol San Pablo. Accedemos a lo que era una comunidad cristiana joven, a unos 20 años después de la Ascensión del Señor, sus preocupaciones y sufrimientos, los pilares de su fe y sus dificultades. Estamos abriendo una ventana al primer siglo de vida cristiana y queremos aprender de esa inestimable experiencia original. La miramos desde nuestro siglo XXI y nos ayuda a encaminarnos en la ruta marcada por los primeros cristianos. ¡Qué fabuloso! El mensaje de esta segunda lectura de hoy se inscribe en el horizonte escatológico, es decir, el Apóstol, junto con desear a sus apreciados interlocutores, que “el Señor les conceda crecer cada día más en el amor mutuo y universal” (v. 12), les recuerda la meta final de su caminar como cristianos: “Y fortalezca sus corazones para que puedan presentarse santos e inmaculados ante Dios nuestro Padre, cuando venga nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (v. 13). Se trata del horizonte último de nuestra peregrinación y esto es el corazón de la esperanza cristiana. Cada día nos esforzamos por vivir las exigencias evangélicas con el corazón puesto en el Señor que viene. De aquí se desprende nuestro compromiso moral entendido como “la manera de comportarse para agradar a Dios” (v. 1) que, en otras palabras, hablamos de “hacer la voluntad de Dios”. Y en esto radica el “ser santos”. Si a nuestra moral le faltase esta dimensión, caeríamos en un voluntarismo moral asfixiante y en un moralismo legalista. La tentación de un fariseísmo es siempre grande incluso para los “buenos cristianos”. Siempre la clave está en el vínculo con el Señor, si es frecuente y familiar o de vez en cuando y distante. ¿Esperamos al Señor con una actitud diaria y comprometida? ¿Verdaderamente esperamos contra toda esperanza? ¿Qué lugar ocupa en tu vida personal la espera de la segunda venida de Jesucristo?

                 Del evangelio según san Lucas 21, 25-28. 34-36

                Para comprender el evangelio de hoy es indispensable decir que estamos ante un género literario o modo de presentar las cosas que conocemos como género o lenguaje escatológico. El evangelio de hoy está dentro de la unidad del discurso escatológico que nos transmite Lc 21, 5-36. Esto quiere decir que Jesús, al final de su predicación pública, habló de las cosas últimas que pasarían con respecto a la ciudad santa de Jerusalén, es decir, su destrucción y la suerte de la nación judía. Podemos leer los relatos paralelos de Mateo 24 y Marcos 13, ya que los tres evangelios sinópticos relatan el mismo discurso de Jesús en torno a la destrucción de Jerusalén.

                La descripción de los eventos cósmicos en Lc 21, 25 -26 sirve para describir el paisaje de la venida del Hijo del Hombre y nos remiten instantáneamente al famoso Libro de Daniel, una joya del lenguaje apocalíptico, que tuvo una gran influencia en la literatura judía y cristiana. Una advertencia fundamental para su exacta lectura y comprensión: No podemos interpretar “al pie de la letra” o “en sentido literal” estas descripciones dramáticas y espectaculares de orden cósmico. Se busca establecer la diferencia entre la primera venida del Hijo del Hombre o encarnación de Jesús, sometido a la naturaleza y a la limitación de la condición humana, y su segunda venida. ¿En qué ponemos el acento? Ciertamente en lo que se nos anuncia a continuación, es decir, la manifestación gloriosa del Hijo del hombre.

                En Lc 21, 27 se nos dice: “Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria”. De este modo, el centro de atención del discurso escatológico pasa ahora de la destrucción de Jerusalén a la llegada del Hijo del hombre. Se describe el escenario de los últimos días con imágenes y términos apocalípticos. Jesús afirma que habrá cambios repentinos y violentos en la creación que conducirán al nacimiento de un nuevo orden. Los extraños acontecimientos hundirán a la humanidad en el pánico, el terror, la conmoción y el temor. Las gentes se darán cuenta que están sucediendo cosas extrañas, pero no comprenderán realmente lo que acontecerá pronto en la tierra y en la humanidad en general. Entonces, en medio de la angustia, aparecerá el Hijo del hombre en gloria y majestad regias. A esto apunta la descripción de los acontecimientos cósmicos. Por esta razón no podemos interpretar estos sucesos cósmicos como un fin del mundo, porque el centro del relato es la venida del Hijo del hombre en gloria y majestad.

                La orden es clara: “Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra liberación” (v. 28). Las dos formas verbales están en imperativo, es decir, son un mandato de Jesús: cobren ánimo y levanten la cabeza. Este mandato aparece sólo en Lucas. Jesús dijo a sus seguidores que no tuvieran miedo frente a los signos extraños que tenían lugar. Por el contrario, deberían ver en ellos el preludio o anuncio de la consumación redentora final de la salvación realizada por Cristo en la cruz.

                Lc 21, 34-36: una llamada a estar alertas para no ser sorprendidos. Es una exhortación a la vigilancia en labios de Jesús. Se trata de un llamado permanente que nos hace la Palabra de Dios, hecha carne, Jesucristo, el Señor; y no sólo a la comunidad cristiana de Lucas, es urgente siempre. Desánimo y descuido de la misión y de las prácticas de una vida evangélica son manifestaciones de toda comunidad en camino como las nuestras de hoy. Con este discurso Jesús no quiere responder a nuestras permanentes preguntas sobre el fin del mundo. Jesús quiere exhortar a sus discípulos a la verdadera conversión, vigilancia y vida santa, a fin de que estuvieran preparados para la llegada del Hijo del hombre. Y la diferencia es grande: mientras la destrucción de Jerusalén afectó sólo al Estado judío, la llegada del Hijo del hombre afectará a toda la tierra y determinará el destino de la humanidad entera. La segunda venida de Cristo, que teológicamente se la llama parusía, no llega y entonces se va perdiendo el fervor de la espera y el fuego de la vigilancia. Y un cristiano y una comunidad sin espera ni vigilancia terminan en la rutina y pérdida de vigor para la vida cristiana y la misión evangelizadora. Las advertencias de los versículos 34-36, puestas en los labios de Jesús, son siempre necesarias para no caer en la tentación de la apatía y de la desesperanza. Ambas actitudes se están haciendo muy frecuentes en nuestra patria so pretexto de las fallas que algunos miembros de la Iglesia han cometido. De hecho, la indiferencia religiosa, la falta de compromiso, la pérdida de la práctica religiosa, la frecuente baja de la vida sacramental, la falta de alegría, la incongruencia entre fe y vida, etc. son hechos que nos están dejando en evidencia la falta de una conversión auténtica al evangelio. Todo ello hace que el evangelio de este primer domingo de Adviento sea más una llamada urgente a vigilar y estar despiertos más que a asustarnos frente al fin de mundo.

                Nos hace bien vivir un “adviento”, es decir, “una llegada” o “presencia” del que viene a nuestro encuentro. “La Virgen María, dice Benedicto XVI, encarna perfectamente el espíritu del Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz”.

                Salmo 24, 4-5.8.10-14

                A ti, Señor, levanto mi alma

Señor, muéstrame tus caminos, enséñame tus sendas, instrúyeme en tu verdad; enséñame, porque Tú eres el Dios que me salva, en ti pongo mi esperanza cada día.

El Señor es bueno y recto, él muestra el camino a los pecadores, instruye en la justicia a los humildes, enseña a los humildes su camino.

Las sendas del Señor son amor y verdad para quienes respetan su alianza y sus mandatos. El Señor se confía a sus fieles anunciándoles su alianza.

                ¡Feliz Año Litúrgico! Disfrutemos la Palabra siguiendo el Ciclo C.

                Un abrazo y hasta pronto. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

 

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