DOMINGO 2° DE ADVIENTO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO 2° DE ADVIENTO (C)

Viernes 03 de Diciembre, 2021

 


¡SEÑOR JESÚS! AYÚDANOS A PREPARAR TU VENIDA Y QUÉDATE CON NOSOTROS

                ¿Cómo vivir este hermoso llamado de la Palabra de nuestro Dios y Señor que este segundo domingo de adviento nos ofrece? Estamos muy preocupados por lo que está en juego en la votación presidencial. Y no es para menos, porque de ese resultado depende nuestro inmediato futuro. Pero no basta con estar preocupados; es necesario ocuparse de lo que nos corresponde en este precioso tiempo de Adviento. Es decir, orar sin pausa para lo cual necesitamos dejar espacio en el corazón y en la vida misma para el Señor. Porque no sacamos nada con estar sólo preocupados, hay que ocuparse en lo que nos ayuda a mirar con esperanza, es decir, a practicar el trato frecuente con el Señor. ¿Qué ganamos con rezar? Si creyéramos que la oración nos daría lo que anhelamos o esperamos, sin ningún esfuerzo o compromiso de nuestra parte, no nos sirve de mucho. Al orar, que es conversar con el Señor, ponemos nuestra vida y nuestras preocupaciones en las manos de nuestro Padre, pero esto implica abrirse, honesta y sinceramente, a aceptar su santa voluntad. Si queremos soñar con un mundo rebosante de alegría y de relaciones más justas, al estilo de lo que nos propone Baruc, eso no llegará solo, hay que desearlo y luego comprometerse a realizarlo. Si queremos siquiera prestarle atención al profeta Juan, hay que detenerse. ¿Cómo se va a escuchar cuando todos corren, vuelan, van con la mente llena de cosas siempre por hacer? Una imagen patética de nuestro real modo de vivir es la de aquella persona que camina con unos audífonos inmensamente notorios y camina absorto, como si ya hubiera perdido el contacto físico con la misma tierra que está bajo sus pies, extasiado en su música o qué programa. ¿Podrá el Señor dejarse oír por esta masa que corre y que lo único que desea es hacer las compras navideñas? ¿Es esta la manera de prepararle un camino al Señor? Este precioso “tiempo de gracia” que estamos llamados a vivir, para una buena parte de nuestra humanidad y para no pocos creyentes, “pasa piola”. El pobre Juan Bautista sigue clamando como una “voz en el desierto”. Ya en su tiempo, unos lo escucharon y la gran mayoría seguía como siempre, sin darse por enterados. Sin embargo, hay que dar gracias que esta voz seguirá resonando en el mundo, seguirá llamando a la conversión del corazón, único camino para entender la visita de Dios en el Niño Jesús. Hay que redoblar el esfuerzo por volver al desierto donde Israel aprendió a ser pueblo de Dios, en medio de duras pruebas y necesidades. Entonces clamaron, con rabia y murmurando, pero Dios se hizo escuchar. Volver al desierto para volver a ser oyentes de la Palabra, pueblo escogido, iglesia convertida por el que viene a nuestro encuentro. Los santuarios pueden ser esos desiertos modernos donde María, la Dueña de Casa, acoge y vuelve a recordarles a todos: “Hagan lo que Él les diga”.  Nosotros queremos volver a escuchar lo que Jesucristo, el hijo de María, nos continúa diciendo a lo largo de nuestra vida y de nuestra historia. Pero ¿queremos escucharlo de nuevo? “Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: no endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me tentaron y me provocaron, aunque habían visto mis obras” nos recuerda el salmo 94. ¿Realmente queremos escuchar la voz de nuestro Dios? Queda planteada la pregunta que tenemos que hacernos en medio de la actual situación que vivimos como país, como Iglesia, como creyentes. ¡Abramos el corazón a Cristo que viene!                                                                                                

PALABRA DE VIDA

Bar 5, 1-9            “Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su   justicia y su misericordia”.

Sal 125, 1-6        ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!

Flp 1, 4-11           “Estoy seguro de que quien comenzó en ustedes la obra buena, la llevará a término hasta el día de Cristo Jesús”.

Lc 3, 1-6               “Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto”.

                 Podemos mirar la actitud de María que acoge y escucha al Señor que le habla. Con toda razón a ella se la llama “virgen oyente”, “virgen orante”, “virgen creyente”. En este segundo domingo de adviento nos vamos a dejar invitar por la Palabra de Dios y muy especialmente por el evangelio de San Lucas. La siempre provocadora figura de Juan Bautista, el último de los profetas del Antiguo Testamento, el que prepara el camino a Cristo, nos interpela con la fuerza y urgencia del enviado a preparar el camino al Mesías. Tanto Juan Bautista como la Virgen María son dos figuras centrales que la liturgia de adviento destaca en la preparación a la venida de Cristo. Naturalmente que María ocupa un lugar excepcional en la historia de la salvación y merece toda nuestra gratitud y admiración.

                Del Libro de Baruc 5, 1-9

                En este segundo domingo de adviento nos encontramos en la primera lectura con el profeta Baruc. Se trata de una persona vinculada a Jeremías y aparece como su secretario, portavoz, compañero y destinatario de un oráculo personal. El texto de la primera lectura de hoy se sitúa dentro de la cuarta parte del pequeño escrito y se conoce como “el oráculo de consolación y restauración” (4, 5-5, 9). Su composición se ubica entre los siglos cuarto y segundo antes de Cristo. El mensaje del texto de hoy, Bar 5, 1-9, se dirige a la ciudad de Jerusalén. Es una invitación a abandonar una situación de luto que le aflige como consecuencia del destierro babilónico. El motivo de esta invitación no es otro que el cumplimiento de las promesas de Dios, muy específicamente, el retorno de los desterrados a su tierra. Es el Señor el que allana el camino del retorno abriendo una senda más llana por donde transite su pueblo del exilio o del destierro. Así dice: “Porque Dios guiará a Israel con alegría a la luz de su gloria, con su justicia y su misericordia” (v. 9). ¿Tiene algún sentido esta invitación del profeta? De todas maneras. En adviento tenemos que volver a creer y esperar en el Señor que nos salva. Por nuestra cuenta no somos capaces de dejar nuestros vestidos de luto y aflicción, consecuencias de nuestros pecados. Muchas veces deseamos despojarnos del hombre viejo, pero no tenemos la fuerza interior para hacerlo y nos quedamos en los buenos deseos. Es el Señor el que nos hace posible ese paso, ese cambio o conversión a condición de que “hoy escuchéis su voz y no endurezcáis vuestro corazón”. ¿Sueño con un mundo nuevo, con una vida nueva, con una Iglesia renovada, con una comunidad fecunda en evangelio, en carisma y espíritu? ¿No sería bueno abandonar ya el luto que nos ha marcado la pandemia en este 2021? Adviento nos llama a recibir al Señor que viene, que siempre viene a nuestro encuentro para darnos vida y vida en abundancia.

                Salmo 125, 1-6 es una oración de los repatriados israelitas que gracias al Edicto de Ciro (538 a.C.), un rey persa pagano, pueden emprender el regreso a su tierra y este fue un acontecimiento de inmensa alegría; pero una vez instalados en las ruinas, el sueño desapareció y la reconstrucción social y nacional se hizo cuesta arriba. El salmo deja entrever ese clima de alegría y también de penuria. Es bueno rezarlo con frecuencia, nos ayudará en nuestras penurias presentes y peligros futuros. Decimos en la Salve ”A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos ,gimiendo y llorando en este valle de lágrimas..”

                De la carta de san Pablo a los Filipenses 1, 4- 11

                La segunda lectura de Flp 1, 4-11 nos remite a la acción de gracias que el apóstol Pablo dirige a Dios por los cristianos de Filipos. Notemos que el tono es cordial y afectuoso, pues las relaciones de Pablo con esta comunidad estuvieron cimentadas en sentimientos de gozo, cariño, confianza y añoranza. Todo ello muestra los lazos de amistad que unían al evangelizador con los evangelizados, recordando así el estilo de Jesús. Comienza esta acción de gracias señalando que siempre que se acuerda de ellos da gracias y los encomienda a Dios. Dice Pablo: “...lo hago con alegría, pensando en la colaboración que prestaron a la difusión de la Buena Noticia, desde el primer día hasta hoy” (v. 5). La alegría que expresa Pablo nace de esa cercanía cordial que permite una estrecha comunión entre él y los filipenses. Al respecto dice: “...porque los llevo en el corazón y porque participan conmigo de las mismas bendiciones, ya sea cuando estoy en la prisión o cuando trabajo en la defensa y confirmación de la Buena Noticia” (v.7). Esta comunión ha permitido una colaboración con la evangelización desde el principio y hasta el presente. Este hermoso texto de acción de gracias concluye con la súplica siempre vigente para toda comunidad cristiana como es la caridad, auténtico ideal de vida y fruto del Espíritu de Cristo. Al respecto dice: “Esto es lo que pido: que el amor de ustedes crezca más y más en conocimiento y en buen juicio para todo” (v. 9). ¿Podrías también hacer una acción de gracias por la cordialidad con que vives tu fe cristiana con otros? Y si falta cordialidad, caridad fraterna, y afecto sincero y comunión de ideal ¿cómo vamos a dar un testimonio creíble del Evangelio? Meditemos esta hermosa segunda lectura y revisemos nuestra manera o estilo de vivir la fraternidad. “Por sus frutos los conoceréis” dijo Jesús. El cristiano no se identifica porque reza, o va a misa sólo; el verdadero rasgo del auténtico cristiano es el amor con que vive, trabaja, trata, comparte, sufre, ora, etc.

 

                Del evangelio según San Lucas 3, 1 – 6

                El evangelio de San Lucas 3, 1-6 comienza con una visión panorámica universal, muy propia de este médico y colaborador de Pablo. Sus dos escritos, el tercer evangelio y los Hechos de los Apóstoles, son de extraordinaria belleza literaria y espiritual. Su mirada universal se plasma en cada relato, mostrando que el Evangelio es llamada y gracia para todos los hombres, especialmente para los pobres y olvidados. Es el evangelio de la misericordia divina que campea en los hermosos relatos que nos ha dejado como testimonio de su encuentro con el Señor y su Evangelio a través de sus discípulos como Pablo. El evangelio de este segundo domingo de adviento es un buen ejemplo del estilo lucano. San Lucas nos ofrece su personal manera de situar la predicación del Precursor de Jesús, Juan Bautista, en el marco de la historia pagana y de la historia de Israel. Por eso, en los primeros versículos del capítulo 3 distingue dos ámbitos de ese panorama universal: por una parte, el poder civil representado por el emperador Tiberio César, cúpula del imperio romano, que en el año 15 de su reinado Juan Bautista inició su predicación. Tiberio sucedió a Augusto el 19 de agosto del año 14 d.C. El año 15 de Tiberio corresponde al 19 de agosto del año 28 hasta el 19 de agosto del año 29 d.C. Jesús tenía entonces 33 años de edad, y si se corrige un error de cálculo del calendario que marca una diferencia de cinco o seis años, Jesús tendría 35 o 36 años cuando Juan Bautista inició su predicación. Y Juan tendría unos seis meses de edad más que Jesús. Otra importante autoridad civil es Poncio Pilato que era gobernador de Judea desde el año 26 al 36 d.C. y más abajo los virreinatos de Herodes, Filipo y Lisanias en la misma Palestina. Así estaba distribuido el poder civil en el siglo primero de nuestra era. En cuanto al poder religioso estaba representado por dos personajes Anás y Caifás, vinculados al sumo sacerdocio israelita. El sumo sacerdote que estaba en funciones al momento de iniciar su predicación Juan Bautista era José, llamado Caifás que ejerció este oficio entre los años 18 al 36 d.C. Anás, su suegro, ejerció entre los años 6 (¿) al 15 d.C. Este Anás gozaba de prestigio e influencia como se ve en los relatos de los Hechos y san Juan (BJ).                                                                      Este es el contexto político y religioso que conocemos gracias a san Lucas en el que se sitúa la predicación de Juan Bautista que prepara el ministerio público de Jesús.                                                En este contexto histórico religioso, bajo el año quince del reinado de Tiberio, tiene lugar un hecho extraordinario: “la Palabra del Señor se dirigió a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto” (v. 2). Evidentemente que este es el hecho central que se encuadra en ese solemne panorama universal cívico y religioso. De esta manera, la llegada de Jesús no es una casualidad o algo fuera de la historia concreta de los hombres. Esta es la finalidad que quiere resaltar San Lucas al referirse a la historia universal y a la historia de la salvación que se inicia con Juan Bautista y con Jesús. La salvación no es un asunto de judíos solamente, es un hecho universal.                                                      Otro detalle no menos interesante es la mención de los personajes paganos y extranjeros como Tiberio y Poncio Pilato vinculados a la dominación romana sobre Palestina. En medio de esta penosa situación emerge la Palabra liberadora que no es sólo para los judíos sino para todo hombre. Fijémonos en el receptor de esta Palabra del Señor. ¿Quién era Juan? Un hombre que no pertenece a ninguna jerarquía, ni civil ni religiosa, alguien que no tiene poder ni dinero ni autoridad alguna. Es el que escucha la Palabra del Señor, que debe oír todo el pueblo. Cada vez que nos hacemos pobres según el espíritu del evangelio podemos escuchar la voz de Dios. Mejor todavía si aprendemos a escuchar desde y con el pobre, podemos escuchar la llamada a renovar nuestra vida, a convertir nuestro corazón. Hoy también es posible escuchar los gritos de los indefensos, de los perseguidos por la fe, de los atropellados en su dignidad, de los cautivos, y tantos otros. No todos escuchan esos gritos ni les preocupan. Como Juan Bautista debemos escuchar al Señor que clama en el pobre.

                Otro dato importantísimo es el lugar desde donde se escucha la Palabra de Dios. “Juan, hijo de Zacarías, recibió en el desierto la palabra de Dios” (v.2). El desierto tiene una resonancia fundamental en la experiencia de la liberación de la esclavitud que vive Israel. Es el lugar donde habitan los espíritus malignos y su jefe. Por eso, el desierto es el lugar de la tentación ante la cual el pueblo liberado cae una y otra vez. El desierto es el lugar de la más grave confrontación entre el Dios de la liberación y el maligno que busca apartar al creyente y al pueblo del camino de la verdadera salvación. El desierto es el lugar de la prueba, de la tentación, de la confrontación, de la lucha. Este detalle de Juan Bautista en el desierto nos recuerda la larga travesía y estadía de Israel guiado por Dios. Juan Bautista nos invita a emprender el camino de Dios, que Jesús define como un camino estrecho. Vamos con Juan a vivir nuestro adviento.

                Juan recorre la región del río Jordan predicando un bautismo de arrepentimiento para el perdón de los pecados, es decir, un bautismo de conversión:” Y fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías” (vv.3 – 4). Juan, el Precursor de Jesús, será reconocido como el Bautista, precisamente porque su actividad de preparación de la venida de Jesús no sólo está centrada en el anuncio de la Palabra de Dios sino también en la acción de llamar y ejecutar un bautismo para el perdón de los pecados. Sin embargo, este bautismo no tiene la profundidad y perfección del bautismo de Jesús. El bautismo de Juan es un rito de purificación para recibir al   Mesías esperado y anunciado por Juan en el Jordán.

.              San Lucas amplía más que Mc y Mt la cita de Isaías 40, 3-5 para llevarla hasta el anuncio de una salvación universal: “Y todos verán la salvación de Dios” (v.6). Así san Lucas presenta a Juan Bautista en la línea de los profetas antiguos y señala, que en Juan, el último de los profetas, Dios está ofreciendo una oportunidad más para la conversión. Con toda intencionalidad le aplica a Juan el texto del profeta Isaías acerca de la voz que grita en el desierto. Preparad el camino al Señor es el contenido de la voz que grita en el desierto. En una sociedad mejor equipada para vivir informados, hay tantos que se sienten desprovistos de razones convincentes para dar sentido a su vida. A pesar de la enorme cantidad de medios de comunicación, no somos capaces de entablar relaciones de amor y amistad. ¿Qué hemos olvidado en medio de tanta abundancia? Que la vida es siempre un proyecto y tarea que hay que ir resolviendo cada día. La gran ventaja del cristiano es que siempre tiene como un punto de referencia en la persona de Jesucristo. De aquí la importancia de saber escuchar y prestar atención a la palabra de Dios, palabra profética. ¿Qué puede significar “Preparad el camino al Señor”? 

                Que el Señor nos regale la gracia de recibir su Palabra como lo hizo Juan Bautista.

                               Un saludo fraterno.                                                       

 

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.



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