DOMINGO 3° DE ADVIENTO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO 3° DE ADVIENTO (C)

Domingo 12 de Diciembre, 2021

 


¡SEÑOR!, INÚNDANOS CON EL GOZO DE TU VENIDA

                Sigue el Señor interpelándonos sobre nuestra manera de vivir y entender el evangelio. No deja de aguijonearnos con su insistente llamado. Si le prestamos atención, nos pondremos también nosotros a preguntar como en tiempo de Juan Bautista: “¿Qué debemos hacer entonces?”. Pero la pregunta no puede surgir si uno no deja espacio a la Palabra que llama, que invita, que clama en el desierto de nuestra existencia. La pregunta de la gente de entonces y también nuestra pregunta de hoy sólo se comprende cuando se ha escuchado la Palabra de Dios. Y he aquí el problema fundamental de la gente de hoy y de siempre, también de nosotros. No es cierto aquello del “silencio de Dios”, “la muerte de Dios”. Esas son expresiones dramáticas de una humanidad que ya no está escuchando a Dios. Los que realmente estamos muertos, estamos callados, somos nosotros. Hemos dejado que Dios no tenga lugar ya en nuestra existencia. Los hombres de hoy se han fabricado su “dios mudo”, el de sus ídolos mudos, sordos y ciegos. Los hemos hecho a nuestra manera, nos representan porque son obras de nuestras manos. El mundo está lleno de ídolos inertes, sin vida, sin movimiento. Hemos desplazado al Dios vivo, al que viene a nuestro encuentro en la persona de Jesús, el que nace de María Virgen en humilde pesebre. ¿Acaso no es extraña este supuesto “tiempo de navidad” sin Dios, sin Niño Jesús, sin María ni José? Es la navidad de los refrigeradores, de los zapatos, de cualquier cosa que se vende, se ofrece y se publicita. ¿Cómo puede haber pregunta entonces si hemos eliminado el Misterio que la provoca? A la sana y evangélica pregunta ¿qué debemos hacer entonces?, nuestra respuesta es “seguir comprando, seguir consumiendo cosas, y más cosas”. Y por eso tampoco entendemos la preciosa invitación de la liturgia de este tercer domingo de Adviento: “Hermanos, alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistirles, alégrense”. ¿De qué alegría se trata? No se trata de nuestra alegría materialista, consumista, idolátrica. Se trata de la Alegría que llena el corazón y se expande sobre nuestra vida como un ungüento perfumado. Es el gozo del Espíritu, el mismo que inundó el corazón de María, de José, de los pastores, de los sabios de Oriente, de los ángeles. ¡Ya viene! Salgamos a recibirlo. Es la invitación cordial y alegre de la liturgia cristiana, de cada semana y de todo el año. La alegría de la que hablamos es la alegría del espíritu que goza saboreando la presencia de un Dios cercano y amigo, de un Dios compasivo y misericordioso que pone su morada entre nosotros, los pecadores y reincidentes en el mal camino. Es la alegría que brota del corazón creyente al sentirse siempre acompañado y protegido, que nace de una certeza imborrable: Dios es Amor. Nos hace mucha falta esta experiencia de “sentirnos profundamente amados, queridos y aceptados por nuestra Dios y Padre”. La alegría buena y generosa es escasa en los tiempos que sobrellevamos. Han subido a más del 18% de la población de nuestro país las enfermedades psíquicas o trastornos diversos que enferman a muchas personas. Y estos males se transmiten y contagian. Las causas son muchas y no vamos a entrar en ellas. La demolición de las bases espirituales o simplemente la ausencia de las mismas nos saca el soporte existencial indispensable y nos deja flotando en el espacio del relativismo. Si todo es relativo, incierto, inseguro, movedizo, inconsistente, etc. no hay forma de comprender la pregunta de los contemporáneos de Juan Bautista: ¿qué debemos hacer? La respuesta es escuchar lo que Juan anuncia y acoger las exigencias que se nos proponen.

PALABRA DE VIDA

Sof 3, 14-18        “¡Grita, ciudad de Sión; lanza vítores, Israel; festéjalo exultante, ¡Jerusalén capital!”

Sal: Is 12, 2-6     ¡Aclamemos al Señor con alegría! 

Flp 4, 4-7             “Tengan siempre la alegría del Señor; lo repito, estén alegres”.

Lc 3, 10-18          “Entonces le preguntaba la multitud: ¿Qué debemos hacer?”

                La alegría es la tonalidad característica del cristiano. La Palabra de Dios es una refrescante invitación a vivir en una actitud diametralmente distinta a la del fatalismo y desesperanza del común de la gente, tanto en tiempo de los profetas, de Juan Bautista, de Jesús y de todos los tiempos de la Iglesia. No es fácil estar alegres siempre. Sin embargo, el Señor no deja de invitarnos a la alegría del corazón, del ánimo. ¿Cuál es el motivo de la alegría cristiana? No es algo que nada ni nadie puede detener. Porque la salvación no es un conjunto de hechos aislados sino una “economía de salvación”, es decir, una acción providencialmente prevista y planificada por el Señor con el único fin de salvar al hombre pecador. Es exactamente una “historia de salvación” que el Señor va escribiendo con nosotros. Esa es la causa de nuestra alegría. Que Dios esté actuando no lejos de nuestra historia sino dentro de ella, salvándola, restaurándola, sanándola, redimiéndola, ¿cómo no ha de ser impresionante darse cuenta de este proceso salvador en el que estamos envueltos? Sólo quienes se dan cuenta de este dinamismo de gracia en que están metidos, aún a pesar de su debilidad y pecado, pueden estar siempre alegres en el Señor. Porque ¿qué otra cosa mejor nos puede pasar que estar “en proceso de salvación”? Que Adviento nos ayude a recuperar el motivo de fondo de nuestra alegría cristiana, tan necesaria para los tiempos tristes en que nos debatimos.

                De la profecía de Sofonías 3, 14 - 18

                El tercer domingo nos ofrece una profecía de otro profeta de los llamados los 12 Profetas Menores. Se trata de Sofonías, un profeta del tiempo de Josías, gran rey restaurador de Judá y continuador de las reformas religiosas de su bisabuelo Ezequías, otro de los grandes reyes de Judá. Sofonías colaboró con Josías que gobernó entre los años 640 – 609 antes de Cristo y es también contemporáneo de otro de los grandes profetas, Jeremías. Sofonías tiene como tema central “el día del Señor” como día de desastre a causa de los pecados del pueblo. Es el profeta que penetra profundamente en la realidad de pecado como una ruptura de la alianza, vínculo personal e íntimo entre Dios y el pueblo, entre Dios y el creyente. Sin embargo, como acontece en todos los profetas, no falta un oráculo de restauración. Nuestro texto de la primera lectura de este tercer domingo de adviento, nos transmite ese aire de esperanza y de cambio de la penosa situación que  vive el pueblo con deseos de renovación. Sin embargo, esta restauración de la alegría, del festejo exultante, no se debe a la acción del pueblo sino es Dios su artífice. Es “el Señor el que ha expulsado a los tiranos, ha echado fuera a los enemigos” (v.15). Es Dios “el soldado victorioso que goza y se alegra contigo, renovando su amor” (v. 17). La actuación de Dios a favor del pueblo se traduce en “día de fiesta”: no cabe el temor ni la cobardía; tampoco pesa más la desgracia ni la vergüenza. Dios restaura el mundo que siempre quiso con su alianza y con su pueblo. Escuchemos atentamente este mensaje y tengamos el valor de acogerlo mediante la fe y el amor. Y la clave de esta alegría y de todos los bienes radica en esta certeza: “¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, ¡es un poderoso salvador!” (v.17).

                Salmo Is 12, 2-6 es un salmo, que ha sido incluido aquí en el Primer Isaías para concluir el libro del Emmanuel de Is 6 – 12. Es un himno de agradecimiento de un atribulado a quien Dios ha socorrido y librado. En la segunda parte, canta la gloria de Yahvé, en tono más lírico. Una resonancia evangélica encontramos en el siguiente texto: “Sacaréis agua con gozo de los manantiales de la salvación” (v.3).

                De la Carta de san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 4-7

                Vamos a la segunda lectura de hoy. Seguimos con la carta a los Filipenses y esta vez nos referimos a las recomendaciones que hace San Pablo a sus apreciados evangelizados de Filipos. Notemos que en Flp 4, 4 retoma la misma despedida de Flp 3,1. En ambos casos, se refiere a la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (v.4). Es el tono gozoso que domina los dos primeros capítulos de la carta. Pero notemos que no se trata de una “alegría intimista” sino comunicativa, social y comunitaria. El hacer felices a los demás desde la propia bondad es un gran compromiso con el Señor. Por eso dice San Pablo: “Que la bondad de ustedes sea reconocida por todos. El Señor está cerca” (v. 5). La alegría supone vencer la ansiedad que nos arrebata la paz y nos hace vivir bajo la aflicción de las cosas. Si aprendiéramos a confiarnos más en las manos de nuestro Dios y fuera la plegaria nuestra compañera de viaje, lograríamos comprender como la paz de Dios cuida el corazón y que los instalados en el mundo, sin la expectación del Señor que viene, no gozan la serenidad de ánimo que les permita descubrir su presencia en sus vidas. La paz no es pacifismo sino compromiso a vivir en profundidad la relación con el Señor. Nos hace mucho bien la invitación de la Palabra de hoy. Este llamado a la alegría que nos hace la Palabra de Dios ha dado nombre a este tercer domingo de adviento como el domingo Gaudete, de la frase latina: Gaudete in Domino Semper, es decir, Alegraos siempre en el Señor.

                Del evangelio según San Lucas 3, 2-3. 10-18

                Continuamos con el evangelio de San Lucas en el capítulo 3, 2-3.10-18 y su protagonista sigue siendo Juan Bautista, el que prepara el camino para el Señor. Juan es el portador de la Buena Noticia, es decir, del Mesías que viene pero, al mismo tiempo, nos recordará las implicancias éticas o consecuencias morales que tiene para quien lo acoge en la propia vida. Veamos.

                El texto del evangelio de este tercer domingo de adviento se puede dividir en dos partes: en los versículos 10 – 14 Juan responde una serie de preguntas de quienes le han escuchado y han venido a ser bautizados por él en el Jordán. En la segunda, versículos 15 – 18, Juan deja muy clara su identidad con respecto a Jesús, el Mesías. Ambos momentos están enmarcados en los versículos 2-3 cuya finalidad es situar a Juan en su oficio de Precursor del Mesías. Ya los hemos proclamado en el domingo pasado, pero no está mal recordarlos: “Juan, hijo de Zacarías, recibió en el desierto la Palabra de Dios. Y fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados”.

                Las preguntas (vv.10-14). Respecto a la primera parte del evangelio de hoy, subrayemos   que por tres veces los interlocutores de Juan repiten la misma pregunta: “¿Qué debemos hacer?”. La pregunta está en labios de distintos grupos de personas, a saber: la gente (v. 10), publicanos (v.12) y unos soldados (v.14).                                                                                                                                                Las respuestas de Juan. Es también notable el tono de las respuestas de Juan Bautista a cada grupo que pregunta: ¿Qué demos hacer? Digamos de partida que estos versículos son propios de Lucas y revelan una nota sobresaliente del autor del tercer evangelio: la universalidad de la salvación. Porque la sociedad está compuesta de diversidad de grupos, pero a todos los involucra la salvación según el plan de Dios. Nadie queda fuera de la posibilidad de salvarse.  No se refiere a exigencias desorbitadas o extrañas, sino que recomienda modos concretos de atención con el prójimo, que se pueden resumir en el respeto a todos en la justicia. El primer mandamiento se dirige a la gente en general. El alimento y el vestido son bienes de primera necesidad que la gente no guarde más que lo necesario y comparta con su prójimo, no en razón de un ideal de  pobreza, sino en cumplimiento del mandamiento del amor al prójimo. Así nadie en Israel sufrirá desnudez. Compartir es la expresión del amor cristiano. Luego se mencionan los cobradores de impuestos y los soldados en el v- 12. Nadie queda excluido del arrepentimiento. Y esto significa que los cobradores de impuestos pueden y deben ser honrados y éste es el fruto de la conversión. Tanto los cobradores de impuestos en la comunidad judeo- cristiana como los soldados de la comunidad helenista, reciben por la conversión y el bautismo el acceso a Dios y a la comunidad eclesial. Llama la atención la pregunta de los soldados: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?” (v- 14). Puede entenderse como el final de una lista o bien el temor de ser excluidos.                                               

                La segunda parte del evangelio, versículos 15 – 18 se refieren a la identidad real de Juan Bautista. Dice el texto: “Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban por dentro si Juan no sería el Mesías, Juan se dirigió a todos” (v.15). De las preguntas por las acciones a realizar se pasa a la identidad del Mesías. ¿Qué es lo que Juan declara? Podría haber dicho que efectivamente él era el Mesías y la gente lo habría seguido sin dificultad. Pero no. Juan no se arroga falsas identidades. No es el Mesías. Reconoce lo que es: “La voz que grita en el desierto”. Carece de investidura oficial y de títulos. Él sólo “bautiza con agua” y no se considera digno siquiera de desatar la correa de las sandalias del que viene detrás de él. Pero su debilidad y humildad no le quitan fuerza ni le hacen acobardarse. Proclama lo que tiene que anunciar, guste o no guste. Por esta fidelidad activa termina como muchos de sus predecesores, encarcelado por fidelidad a su misión, lo que lo condujo a la muerte violenta. No sólo señala que no es el Mesías sino que lo proclama abiertamente cuando dice: “Yo os bautizo con agua; pero viene uno con más autoridad que yo. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” (v. 16). Juan es el que prepara el camino para que el pueblo acoja al que viene detrás de él, es decir, al Mesías. Este enviado celestial o Mesías no sumergirá a la gente en las aguas del Jordán, sino en la misma profundidad de Dios, simbolizado por el Espíritu Santo o soplo o viento y el fuego. Y la salvación es representada como un viento o soplo divino y eso quiere decir “espíritu” que procede de Dios y que invade desde dentro al hombre. Y el fuego es el signo purificador que quema todo lo imperfecto hasta dejar lo más genuino en el hombre.

                Dios llega como Espíritu y fuego que destruye la injusticia en la tierra y establece su reino de paz, de vida y de luz. El Mesías que esperamos no viene a cambiar alguna cosa externa en nosotros, sino a provocar un cambio radical o conversión desde y en el corazón de cada persona. Por eso el testimonio de Juan es tan honesto y ejemplar. La obra mayor corresponde al Mesías que viene. Juan nos deja una lección de lo que debe ser todo discípulo verdadero de Cristo.

                La Palabra no deja de llamarnos al cambio y a la conversión, a la responsabilidad ética y a la solidaridad, a la verdad y honestidad; pero no nos damos por enterados. Seguimos caminando tranquilos, sin cuestionarnos nuestra conducta. Ciertamente la conversión es imposible cuando se la da por supuesta. Conocemos muy bien las injusticias, las miserias y los abusos que se cometen diariamente en nuestra sociedad pero esto no provoca una conversión. A lo sumo una admiración o consternación o una cierta culpabilidad. E incluso se aumenta nuestra impotencia. Una pregunta es clave y es bueno hacerla nuestra, volver a formularla: ¿Qué debemos hacer?

                San Agustín comenta magistralmente: “Juan era la voz, pero el Señor era la Palabra que existía ya al comienzo de las cosas. Juan era una voz pasajera, Cristo la Palabra eterna desde el principio. Suprime la Palabra, y ¿qué es la voz? Donde falta la idea no hay más que un sonido. La voz sin la palabra entra en el oído, pero no llega al corazón.. Y como es difícil discernir entre la Palabra y la voz, los hombres creyeron que Juan era Cristo. Tomaron a la voz por la Palabra. Pero Juan se reconoció como la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Vio dónde estaba la salvación, comprendió que él era sólo una antorcha y temió ser apagado por el viento de la soberbia” (Sermón 293, 3).

                  

                Un saludo fraterno. Hasta pronto, si Dios quiere.           

   Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

               DESCARGAR COMENTARIO DEL EVANGELIO



Provincia Mercedaria de Chile
Curia Provincial
Dirección: Mac - Iver #341, Santiago Centro
Teléfonos: 2639 5684 / 2632 4132