DOMINGO DE LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

DOMINGO DE LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ (C)

Domingo 26 de Diciembre, 2021

 


DOMINGO DE LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ (C)

¡Te damos gracias, porque naciste y creciste en el corazón de una familia humana!

 

                ¡Feliz Navidad! Porque ha nacido el Esperado de los tiempos desde antaño. Porque se ha cumplido el tiempo en que el Anunciado por los profetas ha puesto su tienda junto a las nuestras como un nuevo vecino de nuestra aldea que es nuestra tierra. ¡Feliz Navidad! Porque “un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a hombros el principado, y es su nombre: Mensajero del designio divino”, dice hermosamente la antífona de la misa del día de Navidad. ¡Feliz Navidad! Porque “hoy brillará una luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor”, nos dice la antífona del salmo responsorial de la Misa de la Aurora navideña. Nos regocijamos porque el adviento y sobre todo esta semana privilegiada del 17 al 23 de diciembre nos introdujo, día a día, en una faceta del misterio de la encarnación del Verbo. Hermosa es la antífona de vísperas del día 21 cuando suplica: “Oh sol que naces de lo alto, resplandor de la luz eterna, sol de justicia, ven a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte”. Así nuestro ¡Feliz Navidad! Nace de una atenta escucha y meditación de la Palabra de Dios que la Iglesia nos propone tan pedagógica y hermosamente. Desgraciadamente una gran mayoría de cristianos no entran en este espíritu de la verdadera Navidad. Porque hacerlo implica un esfuerzo continuo y una virtuosa perseverancia en la lectura, meditación, oración y contemplación con la Palabra de Dios. No se trata de beatería sino de convencimiento profundo que sin la Palabra de Dios no hay nutriente sólido para la fe, la esperanza y la caridad. Así como en el tema de la salud tiene grande importancia la calidad de la alimentación junto a otros factores, así también acontece con la vida cristiana o también llamada vida espiritual. Si los nutrientes son pocos y pobres en vitaminas y energía, la salud física será baja y no habrá energía ni ánimo. Bueno, lo mismo acontece con la vida espiritual. Si el alimento es pobre en escucha, en diálogo, en meditación, porque es nula o muy pobre la lectura de la Palabra de Dios, es decir, el resultado es una vida espiritual famélica, sin ánimo, sin movimiento. Pero ¿por qué tanta insistencia en la Palabra de Dios? Porque es el camino para conocer a Dios, para examinar sus caminos salvadores, para conocer lo que nos pide, para responderle más profunda y decididamente a lo que Él nos pide. Porque en el diálogo con el Señor vamos comprendiendo la vocación a la que somos llamados y la misión que cumplimos en este mundo. Nos hace bien prestar atención a lo verdadero y auténtico que nos rodea y nos envuelve. Con toda razón el profeta Isaías, llamado “el profeta de la esperanza”, nos invita con insistencia: “Despierta, despierta: revístete de fortaleza, Sión; vístete el traje de gala, Jerusalén; ¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae la dicha, que anuncia la salvación, que dice a Sión: “Ya reina tu Dios”! (Is 52, 1.7). Y este llamado surge ante un Israel desesperado, sin ánimo, con la moral por el suelo. Este llamado profético es también para nosotros urgente. Es hora de asumir nuestra condición de creyentes y discípulos del Rey de la Paz que nace en Belén y comienza su andadura humana entre nosotros, los pecadores, los heridos del camino, los esclavizados por el pecado. Es bueno abrir los ojos y no seguir encerrado en una existencia ilusoria, sea en un pesimismo demoledor o un encantamiento de fantasía. ¡Despierta, despierta!

 

PALABRA DE VIDA     

1Sm 1, 20-22.24-28         Por eso yo se lo cedo al Señor de por vida, para que sea suyo

Sal 83, 2-3.5-6.9-10   Señor, felices los que habitan en tu casa.

1Jn 3, 1-2.21-24                Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros

Lc 2, 41-52                          Bajó con ellos a Nazaret y vivió bajo su tutela

                 

                Entremos en la Liturgia de la Palabra y comencemos por leer en nuestra Biblia los pasajes de esta Fiesta de la Sagrada Familia. Y luego tratemos de comprender lo que hemos leído porque sólo así podremos captar el sentido profundo de la Palabra de Dios. Con este fin ofrecemos unas sencillas indicaciones con el sólo propósito que tú, querido lector, alcances ese estado de gustar la belleza de Dios y su Palabra. “Gusten y vean, qué bueno es el Señor” dice el salmista. Pero ¿cómo gustar y ver lo bueno que es el Señor? Contemplando lo que ha dicho y lo que ha hecho nuestro Dios. Y todo en Él es siempre muy bueno. Junto con lo que el Señor nos dice a través de su Palabra, podemos descubrir también las acciones que Dios realiza para salvarnos, mostrarnos su amor, abrirnos el camino, animarnos a emprender la ruta de la vida nueva. La Palabra de Dios es viva y eficaz porque cumple lo que anuncia. La fe se alimenta y fortalece con el estudio constante de la Palabra de Dios.

                Del Primer Libro de Samuel 1, 20-22.24-28

                La protagonista de esta página bíblica del primer libro de Samuel es Ana que, como Sara, Rebeca, Raquel, o la madre de Sansón e Isabel, la madre de Juan Bautista, era estéril y esto significaba un gran oprobio o vergüenza ante la sociedad de su tiempo e incluso motivo de escarnio y mofa. Se privilegiaba la fecundidad, el tener hijos como una bendición de Dios. E incluso la mujer era vista desde este casi único aspecto, el que fuera capaz de engendrar hijos. Ana se dirige a Dios en una súplica llena de fe y esperanza para que le conceda un hijo. La súplica de Ana expresa su gran desconsuelo y angustia, pero, al mismo tiempo, su irrevocable confianza en Dios. Y como en los casos que hemos mencionado, Dios escucha la súplica concediéndole el hijo tan deseado, el niño de nombre Samuel, “al Señor se lo pedí” según dice la madre (v. 20). Pero ¿qué nos trata de comunicar este relato? ¿Qué mensaje contiene esta hermosa narración?

                Lo primero que tenemos que descubrir es el contenido teológico del texto, porque ha sido escrito para acrecentar nuestra fe en Dios. Así lo fundamental es mostrar la iniciativa gratuita de Dios que prevé todas las cosas dentro de su plan de salvación, plan ordenado a la salvación del hombre. Nada es casualidad, todo obtiene su sentido desde la iniciativa amorosa de Dios. Una manifestación concreta de esta voluntad divina es el poder sacar la vida allí donde ya no hay esperanza humana para que surja. Una mujer estéril y anciana, como es el caso de Isabel, la mamá de Juan Bautista y como es el caso de Ana, la mamá de Samuel es la expresión de nuestra incapacidad de salvarnos por nuestra cuenta y de una humanidad sin vida, sometida a la muerte. Pero Dios hace el milagro que parece imposible como es generar vida donde no hay ya expectativas humanas. “Para Dios no hay nada imposible” le dice el Ángel a María en referencia al embarazo que vive su pariente Isabel.

                El segundo aspecto a destacar es el humilde y agradecido reconocimiento de Ana frente al hijo que Dios le ha regalado. Ella cumple su promesa, nada fácil de entender si anhelaba tanto tener un hijo, y lo consagra a Dios para siempre. Es la razón por la cual no subió con su esposo Elcaná y su familia al templo: “Cuando el niño haya sido destetado, yo lo llevaré para presentárselo al Señor y que se quede allí para siempre” (v. 22). Ana ofrece a su hijo al Señor con plena certeza que lo había recibido como un don de Dios. Los hijos no son propiedad de los padres sino don del Dios de la vida y por lo tanto pertenecen al Señor y su vocación es servirlo. Los padres son servidores de la vida que Dios les ha encomendado. ¿Comprendo esta gran verdad que la vida es siempre un don de Dios? ¿Hasta dónde respeto este sagrado don que he recibido? ¿De qué manera manifiesto el desprecio por el don recibido tanto en mí como en el prójimo? ¿Puedo como cristiano aprobar el aborto, la tortura, la eutanasia, los atropellos a la vida humana?

                El Salmo 83, 2-3.5-6.9-10, llamado responsorial porque es nuestra respuesta al Señor que nos ha hablado, expresa muy bien la actitud del peregrino cuando está a las puertas de la Ciudad Santa; se acrecienta el anhelo de entrar en ella, morada de Dios, presencia divina en Jerusalén. Desde la meta, el orante recuerda el motivo que lo llevó hasta Jerusalén: estar feliz junto a Dios. Nosotros también gemimos en nuestro interior anhelando la posesión definitiva de Dios y esa es nuestra felicidad eterna, nuestro fin último como decía San Ignacio. Hace bien recordar y experimentar este anhelo interior por lo definitivo de nuestro peregrinar aquí: el cielo, la vida eterna, la comunión de los santos.

                De la Primera Carta de Juan 3, 1-2.21-24

                Este breve escrito procede de finales de la década del año 90 de nuestra era y su autor es Juan el Evangelista también autor del cuarto evangelio y de los escritos joánicos (tres cartas y el libro del Apocalipsis). Ya se deja entrever que, en medio de esta comunidad cristiana, fervorosa y dinámica, conformada por cristianos procedentes del judaísmo y del paganismo, está siendo infiltrada por falsas doctrinas, motivo de división y confusión. Éstas no reconocen a Jesús como Mesías e Hijo de Dios, niegan la encarnación y se consideran sin pecado y, por lo tanto,  no guardan los mandamientos.

                El centro de atención de esta segunda lectura está claramente dicho en el v. 23: “Y éste es su mandato: que creamos en la persona de su Hijo Jesucristo y nos amemos unos a otros como él nos mandó”. El cristiano hace un camino de maduración de su fe y la plenitud de esa madurez espiritual es darse cuenta y vivir el amor como lo único que vale y resume todas las exigencias evangélicas que el Señor nos propone. Y cuando esto sucede cae en la cuenta de que todos los mandamientos y exigencias son expresiones del único amor con que el Padre nos ha amado. Todo nace de nuestra relación con Dios, relación de especial intimidad como es la condición de hijos de Dios o filiación adoptiva. Así comienza la segunda lectura: “Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos” (v. 1). También este central aspecto de nuestra identidad cristiana está sujeto a desarrollo. Cuando vamos entendiendo esta realidad empezamos a crecer en comunión profunda con el Señor, pero a medida de ese desarrollo vamos tomando conciencia cada vez más profunda de nuestras limitaciones, sin desesperación ni desaliento, sino con esperanza de ser un día liberado plenamente. Finalmente, quien se esfuerza por amar según el ejemplo de Jesús, no debe tener miedo ante el juicio de Dios. Dios es más grande que nuestra conciencia y nuestras preocupaciones. “Quien cumple sus mandatos permanece con Dios y Dios con él. Y sabemos que permanece con nosotros por el Espíritu que nos ha dado” (v. 24). Es una alentadora conclusión para nosotros los peregrinos del Reino. No lo olvidemos, sobre todo, cuando somos presa fácil de escrúpulos y sentimientos de culpabilidad que no son necesariamente signos de conversión. ¿Dejo que me invada el desaliento o la desesperanza? ¿Acaso no soy realmente hijo de Dios que me ha liberado por el amor redentor de su Hijo? ¿Intento vivir conscientemente mi condición de hijo del Padre?

                Del evangelio según san Lucas 2, 41-52

                La narración de la pérdida y hallazgo de Jesús en el templo es una escena de vida familiar, enmarcada en dos breves descripciones de la vida de Nazaret como es el viaje anual a Jerusalén para la Pascua y el retorno a casa de la familia de Jesús. Pero de nuevo hay que decir que la narración no se queda en lo anecdótico o crónica de un hecho cualquiera de la vida familiar de Jesús; el relato tiene una evidente intencionalidad teológica, es decir, es una mirada desde la fe, desde la historia de la salvación. Es sólo así que podemos penetrar en el sentido hondo de este episodio que narra sólo San Lucas. Estamos ante un significado mesiánico y profético del gesto de Jesús que nos introduce más allá del puro hecho de la pérdida y hallazgo del niño Jesús en el templo.

                El texto del evangelio de hoy comienza destacando la normalidad del hecho, ya que “sus padres iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua” (v.41). Cuando Jesús cumplió doce años subieron “como de costumbre a la fiesta” (v.42). Así se manifiesta a María y a José como fieles cumplidores de la Ley. Pero inesperadamente acontece que el joven Jesús se queda en Jerusalén, “sin que sus padres lo advirtieran” (v.43). Naturalmente surgen las escaramuzas de la búsqueda de los atribulados padres. Después de tres días de fatigosa búsqueda, “lo encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas” (v. 46). Entramos así al punto central del relato.

                En primer lugar, Jesús conoce bien su misión mesiánica. Ante la interpelación que le dirige María cuando lo encuentra en el templo: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados” (v. 48), Jesús responde de modo convincente en forma de interrogación: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?” (v. 49). Hay dos concepciones del vocablo “padre”. En labios de María, “tu padre” se refiere a José, su esposo; en labios de Jesús, “Mi Padre” se refiere a Dios. Notemos que son las primeras palabras de Jesús en el evangelio de San Lucas: “Mi Padre”. De este modo se define la paternidad divina de Jesús, es decir, Jesús es el Hijo de Dios y por consecuencia no es de José. Este es el primer punto fuerte del relato.

                En segundo lugar, Jesús define su misión o destino que tendrá su vida: “¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?” o el mismo sentido en la frase: “¿No sabías que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Sin embargo, Jesús no inicia aquí su ministerio o misión pública. San Lucas anticipa desde la misma infancia de Jesús lo que moverá su vida: el plan o proyecto del Padre, es decir, los asuntos o cosas del Padre. Jesús no cumple la misión sólo predicando sino desde su misma encarnación en el vientre virginal de María y toda su existencia está inmersa en el plan del Padre para salvar o redimir al hombre de su desgraciada situación de muerte y pecado. También su existencia familiar pertenece a su misión redentora. Jesús declara delante del mismo José y su Madre que él no es su hijo porque Dios es su Padre.

                Nadie comprende nada y nadie pregunta nada más: “Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio” (v.50). Y Jesús “Regresó con ellos, fue a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre guardaba todas estas cosas en su corazón” (v.51). El camino humano de Jesús está vinculado a una de las más importantes instituciones como es la familia, verdadera escuela de las virtudes sociales. Su experiencia bajo la autoridad de María y de José constituye el aprendizaje vital imprescindible en la vida de un ser humano. Desde aquí brota una luz nueva que ilumina la misión de toda familia humana, la que debe edificarse en el profundo amor a Dios y al ser humano. Esto reclama de los padres el ejercicio de una autoridad al servicio del crecimiento de los hijos que no se confunda ni con autoritarismo ni permisivismo, ambos defectos dejan lamentables consecuencias sobre la vida de loa hijos e hijas.

                ORACIÓN A LA SAGRADA FAMILI

Jesús, María y José, en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros, confiados, nos dirigimos.

Sagrada Familia de Nazaret, haz también de nuestras familias lugar de comunión y cenáculo de oración, auténticas escuelas del Evangelio y pequeñas iglesias domésticas.

Sagrada Familia de Nazaret, que nunca más haya en las familias episodios de violencia, de cerrazón o división, que quien haya sido herido o escandalizado sea pronto consolado y curado

Sagrada Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica.

Amén.

(Oración del Papa Francisco, Amoris laetitia, sobre el amor en la familia, 19/03/2016)

Apreciados lectores ¡FELIZ NAVIDAD!

Agradezco de todo corazón a todos los amables lectores de este comentario de las lecturas del Domingo durante el año 2021. Si en algo hemos contribuido a una mayor amistad y cercanía con la Palabra de Dios que nuestra Madre la Iglesia nos propone para todo el año, quedo agradecido y dispuesto a continuar precisamente porque ese es el objetivo central que nos propone la Iglesia para renovarnos y ser mejores testigos de Dios en el mundo de hoy.

Les deseo de todo corazón que vivan Una Feliz Navidad junto a su familia y amigos, porque el Nacimiento de Jesús nos invita a dejarle espacio dentro de nosotros mismos para que Él nazca en nuestro portal interior, en nuestro Belén familiar, en el corazón de cada uno y de la familia o comunidad. Dejar que Jesús nazca dentro de ti es abrirle de par en par las puertas de tu preciosa vida. “He aquí que estoy a tu puerta y llamo. Si me abres entraremos y contigo cenaremos”, dice el Señor. Déjalo entrar y Él encenderá la luz que ilumine tu vida entera.

¡Feliz Navidad!  

                Hasta el próximo año si Dios quiere. Un saludo fraterno. Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.

                 

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