SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (C)

Martes 04 de Enero, 2022

 


¡Señor Jesús! Manifiéstate como Mesías, Rey y Salvador universal de las naciones.

                La palabra “epifanía” está tomada del griego y significa “manifestación”. Celebramos entonces la manifestación pública de la salvación que nos trae Jesús, el que ha nacido en el pobre portal de Belén como lo hemos recordado y celebrado ya en la víspera del 24 de diciembre, en la misa de nochebuena. En Navidad hemos visto que el nacimiento de Jesús es anunciado por los ángeles a los pastores, quienes presurosos fueron al portal de Belén y adoraron al Niño y le ofrecieron sus dones. Les ha nacido un salvador, fue la noticia que movilizó en la noche a los que cuidaban sus rebaños. Pero encontraron a Jesús con María, su madre y José, su padre adoptivo. Esta primera “epifanía” del Salvador está vinculada al pueblo elegido por Dios, a Israel, el pueblo de los patriarcas y profetas, de los reyes y sacerdotes. Porque Jesús es descendiente de David tal como lo anunciaron los profetas desde antiguo. Pero esta “manifestación de Jesús” no queda ahí, en el ámbito del pueblo israelita. En esta solemnidad celebramos otra “epifanía”, tan importante como la primera, y es la manifestación de Jesús a los pueblos de la tierra, a las naciones paganas. Y esto significa que la salvación que trae Cristo no se agota ni se reduce a los creyentes hijos de Israel, descendientes de Abrahán, ni tampoco a los creyentes en Jesús a lo largo de los siglos. Esta Epifanía abraza a la humanidad entera, sin límites ni exclusiones. El evangelio se dirige a todo hombre de este mundo y le ofrece la salvación gratuitamente. Esta universalidad de la salvación de Cristo y del evangelio como Buena Noticia está muy fuertemente presente en la Palabra de Dios que hoy será proclamada y meditada por quienes se reúnen a celebrar el Día del Señor, en este primer domingo del nuevo año 2022 que el Señor nos regala. Nos hace muy bien redescubrir la dimensión universal de Cristo y su salvación. Nos ayuda a superar cierta mentalidad de exclusividad que se puede colar en nuestra vida cristiana. Cada domingo al confesar nuestra fe recitando el Credo decimos que la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Y dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Iglesia es católica, es decir universal, en cuanto en ella Cristo está presente: Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica (San Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la integridad de la fe, lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación, es enviada en misión a todos los pueblos, pertenecientes a cualquier tiempo o cultura” (N° 166). Entonces la Iglesia Católica es también una “epifanía” de la salvación que Cristo ha traído a toda la humanidad. Pero también hay que decirlo que la falta de conversión auténtica a Cristo y al evangelio puede opacar esta “epifanía” que cada uno tiene que ser para el mundo. Nuestros pecados impiden o anulan el testimonio de esa presencia de Cristo, Salvador de todos los hombres. Esta solemnidad nos llama a renovar nuestro camino tras las huellas de Jesús en nuestra historia, en nuestra vida. Para ello se requiere tener la prontitud de los sabios de oriente que se ponen en camino y, guiados por la estrella, llegan a Jerusalén buscando al Rey que ha nacido en Belén. Herodes es más bien un obstáculo en el camino, pero ellos no dejan de seguir la estrella. Y al fin logran su objetivo, el motivo de su largo viaje: encuentran al niño y postrados lo adoran. Ya no es el pesebre sino la casa donde encuentran al niño y a su Madre.

PALABRA DE VIDA

Is 60, 1-6              A tu luz caminarán los pueblos

Sal 71, 1-2. 7-8. 10-13     ¡Pueblos de la tierra, alaben al Señor!

Ef 3, 2-6               También los paganos participan de una misma herencia

Mt 2, 1-12           Encontraron al niño con María, su madre, y le adoraron

                Tenemos ya indicados los textos bíblicos que nuestra madre la Iglesia, como madre atenta y preocupada de sus hijos, pone a nuestro alcance. Estamos invitados a recibir esta Palabra de Dios, porque “no recibirla quiere decir no escuchar su voz, no configurarse con la Palabra. En cambio, cuando el hombre, aunque sea frágil y pecador, sale sinceramente al encuentro de Cristo, comienza una transformación radical” (VD 50). La clave de una conversión sincera y permanente radica en el acto fundamental de escuchar o no escuchar al Señor que nos habla. Recibir la Palabra, a Cristo quiere decir dejarse plasmar por Él hasta el punto de llegar a ser, por el poder del Espíritu Santo configurados con Cristo, con el Hijo Único del Padre. “Por el Verbo existes tú. Pero necesitas igualmente ser restaurado por Él”, dice San Agustín. Que este acercamiento a la Palabra de Dios nos ayude a seguir siendo discípulos y discípulas en camino.

                Del libro de Isaías 60, 1-6

                Este texto está tomado del Isaías III, la tercera parte del libro de Isaías. Corresponde al momento en que los retornados del destierro babilónico y ya situados en Jerusalén comienzan a saborear el desaliento y la falta de futuro. La restauración de la ciudad se les hace cuesta arriba y cunde la desilusión. En este ambiente cargado de desaliento y pesimismo surge el mensaje de un discípulo de Isaías cuyo mensaje es de esperanza y aliento. Usa dos símbolos muy potentes para describir el futuro de Jerusalén y sus habitantes: la luz como símbolo de la salvación y el amanecer como símbolo de una nueva época, una nueva etapa en la historia. Si nos fijamos bien, el texto comienza con una llamada: “¡Levántate, brilla, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (v.1). Este lenguaje se expresa en imágenes que describen el esplendor y el gozo de Jerusalén desde este capítulo 60 al 62. El gozo no es otro que el hecho que la ciudad santa, Jerusalén ya está habitada por el retorno de los desterrados. La invitación a la esperanza y al aliento se reafirma mediante la imagen contraria: “Mira, las tinieblas cubren la tierra, la oscuridad los pueblos” (v.2). Es tan fuerte el signo de la luz como expresión de la presencia del Señor sobre Jerusalén, obrará un milagro: “Y acudirán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (v. 3). Junto con las multitudes que convergen hacia Jerusalén vienen las riquezas de los pueblos.

                El salmo 71 es una plegaria por el rey y especialmente compuesta para la ceremonia de su entronización. Se trata de una súplica a Dios para que el rey pueda llevar a cabo su cometido de regir felizmente a su pueblo. El rey era un elemento clave en el ordenamiento social, pues su gobierno podía garantizar abundancia y bienestar a la nación. Al relacionar al Mesías como Rey la tradición posterior realizó una relectura mesiánica del salmo 71.

                De la carta de san Pablo a los Efesios 3, 2-6

                El breve texto de la segunda lectura se refiere a la misión del apóstol Pablo. Interesa descubrir el nexo de este texto con el sentido de la solemnidad que estamos celebrando. Pablo se declara apóstol de los paganos y ciertamente lo fue. Pero lo más que le preocupa es descubrir el misterio de Cristo que no se dio a conocer a las generaciones pasadas. Ahora se ha revelado a sus santos apóstoles y profetas. ¿Cuál es ese misterio de Cristo? Dice Pablo: “Y consiste en esto: que por medio de la Buena Noticia los paganos comparten la herencia y las promesas de Cristo Jesús y son miembros del mismo cuerpo” (v. 6). Esto significa que el Mesías esperado por los judíos vino también para los paganos. Este es el gran secreto que Dios mantuvo guardado por muchos siglos refiriéndose naturalmente a la historia de Israel. Posiblemente para nosotros no sea esto novedoso, pero si consideramos los textos del Antiguo Testamento con alguna apertura hacia el mundo pagano, más bien pocos, nos damos cuenta que siempre había cláusulas y límites que hacían de los paganos personas de segunda categoría. Cuando los paganos acogen el evangelio y son parte importante de las comunidades cristianas, se puede afirmar que la riqueza de Cristo se desborda y ahora se reparte a todos. Entonces podemos comprender mucho mejor la catolicidad de la Iglesia, su universalidad. San Pablo se siente orgulloso de esta revelación del misterio de Cristo que no es otro que los paganos comparten la herencia y promesas de Cristo como auténticos miembros de la Iglesia.

                Del evangelio según san Mateo 2, 1- 12

                Nos encontramos con el relato de Mateo sobre la manifestación del Señor en el pequeño que ha nacido en Belén de Judá. La adoración de los magos o mejor aún de los sabios que vienen de Oriente a visitar y adorar al Rey de los Judíos que ha nacido. Mateo ilumina el relato bíblico con algunos elementos históricos y referencias al Antiguo Testamento. En cuanto a esto último podemos recordar el mismo texto de Is 60, 1-6 que es la primera lectura de esta solemnidad. Los sabios reciben una revelación extraordinaria que conduce a los sabios del Oriente a descubrir al Rey de los Judíos, nacido en Belén, como el Rey del universo. De otro modo, no sería posible entender el camino que emprenden, las indagaciones que hacen al llegar a Jerusalén y la continuación de su itinerario que los lleva al fin deseado: a postrarse y adorar al Niño Jesús en casa de María.

                Sólo a partir del siglo quinto de nuestra era cristiana fue fijado el número tres de los Magos o sabios. Si leemos con atención el relato de Mateo nos damos cuenta que en ninguna parte se refiere a un número. El texto es preciso: “Jesús nació en Belén de Judea en tiempo del rey Herodes. Unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén” (v.1). El número tres surgió sólo para hacer coincidir los tres regalos que ofrecen a Jesús. Tampoco Mateo menciona sus nombres. Simplemente dice: “unos magos que venían de Oriente”. En el siglo VIII de nuestra era cristiana les pusieron los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. Si leemos atentamente el texto de Mateo no estas populares costumbres que han influido en nuestros pesebres de Belén que adornan nuestras casas.

                Pero ¿qué intención tiene Mateo al ofrecernos este relato de los Magos o sabios de Oriente? He aquí lo que realmente importa para nosotros, los creyentes, hombres y mujeres de fe. Porque el evangelio no es un anecdotario o una crónica o un cuento o leyenda. Si Mateo, apóstol y evangelista, nos ofrece este relato es para comprender mejor la presencia y acción de Jesús en medio de los hombres. Desde esta perspectiva el relato requiere una comprensión más profunda. Tratemos de realizar ese camino de comprensión más de fondo del evangelio de hoy. Al respecto quisiera recordar la reflexión de Benedicto XVI: “Difícilmente habrá otro relato bíblico que haya estimulado tanto la fantasía, pero también la investigación y la reflexión, como la historia de los “Magos” venidos de “Oriente”, una narración que el evangelista Mateo pone inmediatamente después de haber hablado del nacimiento de Jesús” (La infancia de Jesús, p.95)-

                Los protagonistas: varios magos o sabios de Oriente. Efectivamente el relato comienza con el marco histórico, mencionando el reinado de Herodes y el lugar geográfico, Belén, pueblo natal del rey David. Incluso al decir “Belén de Judá” nos remite a la bendición de Jacob cuando bendijo a su hijo Judá y le dice que “No se apartará de Judá el cetro… hasta que venga aquel a quien está reservado” (Gn 49,10). Los quedan situados dentro del hecho central que no es otro que Jesús nació en Belén de Judea en tiempo del rey Herodes. Así el escenario donde actúan estos magos es precisamente la búsqueda del rey de los judíos: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?” (v. 2). Pero ¿por qué lo buscan estos personajes que no son judíos? Dicen: “Es que vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarlo”. La expresión “magos o sabios de Oriente” es muy vaga y amplia. Se puede pensar en Persia, Babilonia o el sur de Arabia, es decir en la región de los sabios astrólogos por excelencia.

                El sobresalto del rey Herodes. Se trata de Herodes el Grande que gobernó desde el año 37 a.C. y hasta el año 4 d.C. Su reino comprendió las regiones de Judea, Idumea, Samaría, Galilea, Perea y otras regiones. Ante la presencia y búsqueda de los sabios de Oriente, el rey Herodes y la misma ciudad de Jerusalén se turban ante el nacimiento del Mesías. Esta preocupación lleva a Herodes a convocar una reunión de sumos sacerdotes y escribas a fin de averiguar dónde había de nacer el Mesías o Cristo. La respuesta no es otra que la profecía que indica que nacerá en Belén de Judá como lo anuncia el profeta Miqueas 5, 1-3. Herodes personifica el misterio de la iniquidad, lo retrata muy bien la malicia con que procede externamente parece estar interesado realmente por el Rey de los judíos que ha nacido. Sin embargo, su afán de averiguar brota del temor y la envidia y no otra noble razón: “Averigüen con precisión lo referente al niño y cuando lo encuentren avísenme para que yo también vaya a adorarle” (v.8). No podemos dejar de admirar la astucia y audacia del enemigo de Dios en su actuación concreta en la historia humana. La tentación se disfraza de bondad y así logra engañar y seducir al creyente. Los sabios de Oriente, movidos por una recta intención, se encuentran con la simulación maliciosa de Herodes.

                Vimos su estrella en Oriente. La estrella cumple una importante misión: conduce a los Magos al encuentro con el Rey de los Judíos que acaba de nacer. Es la estrella que impulsó a los Magos a buscar en Judea al soberano que ha nacido, a Jesús. Desde el punto de vista de la astronomía hay que decir que fue Johannes Kepler, muerto en el año 1630, quien calculó que entre los años 6-7 a.C., considerado hoy por los estudiosos de la Biblia como el año más verosímil del nacimiento de Jesús, hubo una conjunción de los planetas Júpiter, Saturno y Marte. Esto generó una luminosidad extraordinaria lo que explicaría la Estrella de Belén. Sea cual fuere el avance de los estudios de astronomía, está claro que para san Mateo la Estrella de Belén representa la búsqueda exterior e interior de un recién nacido que tiene, misteriosamente, importancia mundial. Porque su salvación también abraza a los “hombres de buena voluntad que ama el Señor”. Fijémonos que es un signo luminoso que expresa el amor de Dios a los hombres de buena voluntad. Cristo es el Amor de Dios manifestado en un hombre verdadero. Jesús es la expresión palpable del amor que Dios nos tiene. La Estrella conduce a Belén y, a su vez, señala que el universo entero, creado por Dios a través de su Palabra, se pone en movimiento en búsqueda del Salvador. También la creación entera está llamada a entrar en la salvación de Cristo, ya que ella nos habla de Dios.

                San Mateo nos quiere conducir al encuentro con Cristo al modo de los sabios de Oriente. La fe es ruta, es peregrinación, es movimiento, es cambio de dirección de la vida que quiere encontrar a Cristo Salvador, adorarlo y ofrecerle los dones de una vida entera.

                Entonces se postraron y lo adoraron y le ofrecieron sus dones de oro, incienso y mirra. No cabe duda que en este detalle aflora la referencia a Is. 60, 6: “Vienen todos de Sabá, trayendo oro e incienso y proclamando las alabanzas del Señor”.  El profeta Isaías ve una caravana que avanza hacia la ciudad santa: una formada de israelitas que retornan del cautiverio y la otra, por las naciones extranjeras atraídas por la luz y la gloria de Dios que ilumina la colina del Sinaí.

                En conclusión. El plan de Dios concierne a todos los pueblos, llamados a ser envueltos por la luz de la Jerusalén Celestial y por la transparencia de la presencia de Dios que habita en medio de su pueblo. En el nacimiento de Jesús, en la perspectiva de los evangelistas, se hace patente la revelación de Dios y el cumplimiento de la profecía. Jesús es la Epifanía de Dios para la humanidad entera.

                ¡Feliz Navidad, Dichosa Epifanía y Próspero Año Nuevo 2022! Bendiciones abundantes.

                Fr. Carlos A. Espinoza I., O. de M.   

 



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