3° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

3° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Sábado 22 de Enero, 2022

 


Ayúdanos a cambiar, Señor, el corazón

Dios es la razón de ser de nuestra vida, es el centro de nuestra misión apostólica, es el aire que respiramos en medio de los hombres y mujeres de nuestras ciudades y campos. Somos los creyentes, es decir, los que tienen fe en Dios, a veces muy conscientemente, otras, con una débil sensación que hay un Ser Superior. Formamos la Iglesia, Pueblo de Dios, no solo los creyentes comprometidos y conscientes sino también esa otra humanidad que no se da por enterada que también están bajo la protección de su Creador y Padre. Y como Iglesia precisamente nos hemos reunido para seguir las huellas de Jesús por variados senderos. Para un pequeño resto conformado por hombres y mujeres consagrados por los votos a Dios, Cristo es la razón de ser de nuestra vida personal y comunitaria. Para la inmensa mayoría de bautizados, seguir a Cristo les significa caminar en medio de las ocupaciones humanas de cada día, incluyendo sus familias, lugares de trabajo, etc. Y no podemos olvidar a los bautizados que por una especial llamada ejercen el ministerio o servicio del Pueblo de Dios, siguiendo las huellas de Cristo Servidor. Son los obispos, los sacerdotes y los diáconos. Todos tienen una única pasión que compromete su vida entera: la salvación eterna. Todos estamos embarcados en una misma aventura, un sueño, un propósito. Somos la Iglesia peregrina en medio del mundo de los hombres. No nos interesa sólo salvarnos cada uno, nos preocupa la salvación del mundo, la salvación de la humanidad. Y Jesús no se ofreció por un pequeño grupo de seguidores. No, Él se ofreció por todos, sin excepción. Nadie queda fuera de la salvación de Cristo. El Señor quiere que todos los hombres se salven. Nadie debe quedar fuera de la fiesta del Reino. Todos están llamados, invitados. De esto tenemos que tomar conciencia. No sea que perdamos la auténtica dimensión universal de la salvación obrada por Cristo y nos encerremos en nuestro pequeño espacio donde somos cristianos. Por eso el Papa Francisco nos convoca a ponernos nuevamente en camino, a salir al encuentro de los demás, a abandonar la actitud del encierro. Ese es el sentido del camino sinodal, de la Iglesia en sinodalidad. El Sínodo de los Obispos se llevará a cabo en octubre del próximo año en Roma. Pero el Papa no quiere que esto sea un asunto que queda entre los obispos. Es necesario poner la Iglesia entera en actividad, en movimiento, en trabajo para escuchar y discernir juntos, como familia de Dios, como Pueblo de Dios, lo que quiere el Señor de nosotros. Esto reclama una conversión sincera de parte de cada uno. Requiere escuchar lo que piensa la gente, los bautizados y también los hombres. La Iglesia quiere ser un pueblo peregrino junto a la humanidad. Por eso, la convocatoria es a salir, a abrir los corazones, y a dejar entrar el aire fresco del Espíritu. El Sínodo es un evento espiritual por sobre todas las cosas. Reclama renovar la fe en el Señor, escucharlo, acogerlo y seguirlo. Peo este ejercicio de la escucha nos lleva también a escucharnos y a escuchar a los hombres, hermanos de camino. Sólo así podemos responder a lo que el Señor espera de nosotros, Pueblo de Dios. Por eso, nuestra Iglesia ya está entrando en sínodo, en prestarle atención a la vida misma de los bautizados y a las comunidades. Y la palabra clave de la Iglesia en sínodo es el discernimiento de los signos de Dios en el tiempo presente. Estamos ante un hermoso desafío como Pueblo de Dios en medio de los hombres de este tiempo como es distinguir la voz de Dios en lo que vivimos.

PALABRA DE VIDA         

Neh 8, 2-6.8-10                 No ayunen, que al Señor le gusta que estén fuertes

Sal 18, 8-10.15                  Tus palabras, Señor, son Espíritu y Vida.

1Cor 12, 12-30                  Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese cuerpo                                                                                          

Lc 1, 1-4; 4, 14-21            Hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje de la Escritura

                 En la rica tradición espiritual de la Iglesia, se gestó una forma de comunicación con la Palabra de Dios que recibió el nombre de lectio divina. Dicen los obispos en el Documento de Aparecida: “Entre las muchas formas de acercarse a la Sagrada Escritura, hay una privilegiada a la que todos estamos invitados: la Lectio Divina o ejercicio de lectura orante de la Sagrada Escritura. Esta lectura orante, bien practicada, conduce al encuentro con Jesús Maestro, al conocimiento del misterio de Jesús Mesías, a la comunión con Jesús Hijo de Dios, y al testimonio de Jesús Señor del universo. Con sus cuatro momentos (lectura, meditación, oración, contemplación), la lectura orante favorece el encuentro personal con Jesucristo” (n°249). Y la Sagrada Escritura, “Palabra de Dios escrita por inspiración del Espíritu Santo”, es, con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. Comienza por acercarte a la Biblia y deja los temores fuera. Comienza a leer lo más sencillo, pero se constante.

                Del Libro de Nehemías 8,2-6.8-10

                Estamos ante uno de los llamados Libros Históricos de la Biblia y prácticamente es la continuación de los libros de las Crónicas. Normalmente se los conoce como Esdras y Nehemías, dos personajes centrales que hacen que estos libros se los identifique con sus nombres. Corresponderían aproximadamente al año 400 antes de Cristo y se sitúan en pleno inicio de una nueva era: la reconstrucción del nuevo pueblo de Dios. Si el castigo del exilio está vinculado a Nabucodonosor, rey de Babilonia, la restauración está centrada en Ciro, rey de Persia. Ambos paganos, no pertenecientes al pueblo israelita. Es muy fuerte la convicción que la historia humana está completamente traspasada por el poder de Dios. Uno de esos momentos emocionantes es el que nos relata la primera lectura de este domingo. No sólo se ha encontrado el Libro de la Ley; se reencuentran con las fiestas tradicionales de Israel, una de ellas era la fiesta de las chozas o tiendas, el recuerdo simbólico de Israel en el desierto luego de la salida de Egipto, tierra de esclavitud. La lectura de la ley se hace en un clima de intensa celebración comunitaria. Hay momentos de hondo dramatismo, pero finalmente se impone el sentido profundamente religioso del encuentro. “Hoy es un día consagrado al Señor, su Dios. No estén tristes ni lloren”(v.9) es una estupenda invitación con que concluye esta primera lectura. La Palabra siempre nos saca de esos estados de preocupación y congoja que nos provoca la existencia y nos recupera el ánimo, la esperanza y la alegría.  Para el “santo pueblo de Dios que peregrina en Chile” es saludable que imite el ejemplo de estos retornados a su tierra después de haber pasado 40 años de penurias en el exilio babilónico.  No podemos dejar que nos aniquile la penosa situación de los abusos y luego también de esta pandemia del Covid 19 que estamos viviendo; es hora de levantar la cabeza y reanimar la vacilante fe. La Palabra es el remedio para nuestros males porque solo ella tiene la fuerza para convertirnos a Dios.

                El Salmo 18 con que respondemos al llamado de la Palabra que hemos escuchado se centra en la gloria de Dios en sus obras. Los versículos que nos indica la liturgia se refieren a la segunda parte del salmo y es el elogio a la Ley de Dios. Exaltamos las sublimes cualidades de la Ley de Dios junto con el salmista y nos comprometemos a ponerla en práctica. Este salmo es muy apropiado para confrontar la vida con la presencia de Dios.

                De la Primera Carta de San Pablo a los Corintios 12, 12-30

                Una “lectura continuada” es esta segunda lectura de hoy. A la teología de los dones espirituales o carismas, le sigue la sugerente imagen del cuerpo humano como forma pedagógica de comprender el misterio de la Iglesia. Esto no surge de la nada sino de la necesidad de enfrentar uno de los problemas de la comunidad de Corinto como eran las rivalidades, celos, peleas, discrepancias, discriminaciones y competencias a causa de los diversos dones o carismas. Era una comunidad viva y dinámica, razón por la cual todas las comunidades del mundo se sienten en sintonía con el caminar de la iglesia de Corinto. La imagen del cuerpo humano resalta la diversidad de miembros que lo componen, por una parte, y la absoluta dependencia de todos y cada uno, por otra, permite entender que la comunidad cristiana es “Cuerpo de Cristo”. Así se comprende que los dones, servicios y operaciones no son de uso exclusivo personal ni son dones naturales o adquiridos humanamente hablando. Son dones del Espíritu Santo, de Cristo y del Padre. En conclusión, nadie tiene la totalidad de los dones, todos pueden compartirlos desde los más humildes a los más destacados. La idea de cuerpo, aplicada a la Iglesia, lleva a comprender la unidad indisoluble entre todos los bautizados. Quedémonos con el hermoso desafío: “Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular, miembros de ese cuerpo” (27).  Sólo así comprendemos que todos los bautizados son sacerdotes, profetas y reyes. Que todos tienen la común vocación a la santidad y que todos participan de la única misión que Cristo nos dejó en este mundo. Por desgracia, estas certezas teológicas no son todavía adquisiciones de todos los bautizados. Muchos siguen pensando en “parcelas” cristianas de unos pocos. Falta asumir la dimensión de Pueblo de Dios, de cuerpo de Cristo. Por eso el Concilio Vaticano II nos ofrece la eclesiología del Pueblo de Dios y solo dentro de él se comprenden las distintas vocaciones y estados de vida cristiana. Y si todos somos Pueblo de Dios, todos tenemos la común dignidad de bautizados y el común desafío de la evangelización del mundo. Desgraciadamente hemos creado un clericalismo dominante que como contrapartida puede generar un laicismo desafiante. La Iglesia es Pueblo de Dios y por ello la unidad y comunión es la única forma de vivirlo, unidad ante todo en Cristo y común unión en el único Cuerpo de Cristo, la Iglesia. El olvido de este principio teológico conduce a la formación de grupos, rivalidades, pendencias y desunión, todo esto resta credibilidad del mensaje y socaba la base del amor fraterno.

                Del evangelio según san Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

                El evangelio de este domingo presenta dos partes: los primeros cuatro versículos del capítulo uno, es el llamado “prólogo “del tercer evangelio, el de san Lucas.  En la segunda, tomado del capítulo cuatro, se nos ofrece uno de los textos más esplendorosos del evangelista donde Jesús de Nazaret inicia la historia de salvación definitiva, su misión apostólica.                                                         Respecto a la primera parte, Lc 1, 1-4, hay que decir que el evangelista Lucas se nos revela como un historiador diligente, con una introducción semejante a la de un historiador o un biógrafo contemporáneo de la talla de la Vida de Moisés de Filón de Alejandría o de las Antigüedades Judías de Flavio Josefo, pues relaciona su cometido de “escribir una exposición ordenada”, fruto de su investigación de todo lo sucedido desde el principio. Y ¿qué es lo que ha sucedido desde el principio? Se trata de una Persona, Jesús de Nazaret, su vida, pasión, muerte y resurrección. Y todo va a girar en torno a este acontecimiento salvífico. El destinatario de esta obra como también del Libro de los Hechos de los Apóstoles, es el mismo “ilustre Teófilo”, que podría ser real o ficticio pero todo cristiano está llamado a ser “amigo de Dios” que es lo que significa Teófilo. Pretende que, con este escrito, su destinatario “llegue a comprender la autenticidad de las enseñanzas que has recibido” (v.4). Lucas reconoce que este cometido no es exclusivo suyo; por el contrario, “muchos se han propuesto componer un relato de los acontecimientos que se han cumplido entre nosotros” (v. 1). Y una observación absolutamente fundamental en la trama es que han escrito no por su cuenta y creatividad sino “según nos lo transmitieron quienes desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la Palabra” (v. 2). El Evangelio es la experiencia de unos hombres y mujeres que vivieron la cercanía y amistad con Jesús. Es siempre la fe “recibida” de los primeros testigos de Jesús. Es la Tradición viva de quienes compartieron la vida de Jesús en la tierra y eso es lo que nos comunican para que teniendo fe en Jesús alcancemos la vida eterna. El corazón de la fe cristiana no es un libro santo como acontece en confesiones religiosas diversas sino la Persona de Jesús, verdadero Dios y hombre verdadero. Creemos en Él que nos revela al Padre y nos abre el cielo que el pecado de Adán había cerrado irremediablemente.

                La segunda parte del evangelio de hoy, Lc 4, 14-21, es la manifestación de la misión de Jesús. No olvidemos que el Espíritu Santo y la Palabra son los detonantes de la misión de Jesús. En el bautismo es ungido por el Espíritu Santo y proclamado por la Palabra del Padre como el Hijo muy amado. En el desierto vence al tentador mediante la fidelidad irrenunciable al Padre y a la Palabra. Ahora enfrenta otro desafío. Lo hace en el mismo lugar donde se crió y en la sinagoga de Nazaret proclama la misión a la que está enviado.

                Le otorgan el honor de proclamar la palabra y le pasan el rollo o libro del profeta Isaías. Corresponde a Is 61, 1-2 en que el profeta, portador de Buena Noticia, describe su misión como la consolación de Dios para su pueblo. Por lo tanto, Jesús sitúa su misión en la línea de los profetas, pero la nota central de su misión es la liberación de Dios a favor de los sufridos descritos con las categorías de pobres, cautivos, ciegos y oprimidos. Hecha la lectura correspondía un comentario que ayudara a comprender la Palabra escuchada. Dice el texto: “Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él” (v. 20). Entonces Jesús inicia su comentario con una declaración sorprendente: “Hoy, en presencia de ustedes, se ha cumplido este pasaje de la Escritura” (v. 21). Esto quiere decir que Jesús es el liberador anunciado por el Antiguo Testamento, el que inaugura el año definitivo de gracia del Señor. En sus palabras y acciones ya no prima el tema del desquite y de la venganza de Dios, como suena en los profetas y en la predicación de Juan Bautista. Aquí, en el corazón de la celebración litúrgica de la sinagoga de Nazaret, todo suena a misericordia y compasión hacia los sufridos de la tierra. Jesús está inaugurando el Reino de Dios, esa cercanía tan anhelada de Dios hacia nuestra pobreza no sólo material sino moral y espiritual. Efectivamente Dios está con nosotros, los pecadores oprimidos por el maligno. Jesús trae Buena Noticia para los pobres, liberación para los cautivos y oprimidos, luz para los ciegos y perdón abundante para todos. Esto es lo que significa “proclamar un año de gracia del Señor”, es decir un Jubileo definitivo superando así lo que era cada siete años en Israel. El “hoy” que dice Jesús expresa que Él es el Mesías que está realizando lo que señala la Escritura. Jesús es el liberador anunciado e inaugura el tiempo definitivo de la salvación, tan largamente anhelado y esperado por Israel.

                Todavía podemos llamar la atención sobre otra observación de Lucas y es la siguiente: Jesús inició su actividad guiado por el Espíritu: “Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu (v.14).  Su enseñanza se realiza en las sinagogas. La sinagoga era el lugar natural donde Jesús se podía dirigir al pueblo judío en una comunidad. La sinagoga era el centro de la comunidad judía y por lo tanto el lugar de encuentro. En la sinagoga, “casa de oración”, no se ofrecían sacrificios, esto sólo se hacía el templo de Jerusalén. Toda ciudad y toda aldea judía tenía al menos una sinagoga; allí donde había diez hombres debía haber una sinagoga.

                Al regresar a su patria, Jesús tuvo una acogida imprevista, lo que indica que había enseñado en otras partes y su reputación crecía. Fue a la sinagoga al atardecer del viernes o fue el sábado según la costumbre judía. Le dieron el honor de leer el texto bíblico de Isaías 61, 1-2. Y este texto de Isaías se dirigía a los desterrados en Babilonia y les ofrecía la esperanza de que Dios los liberaría de esa terrible situación. La fuerza del breve comentario de Jesús recae sobre el “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír” (v. 23).

                Fraternalmente en Cristo                       

                     Fr. Carlos A. Espinoza Ibacache, O. de M. 

               

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