5° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

5° DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Viernes 04 de Febrero, 2022

 


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                ¡Bienvenida, Buena Noticia de este domingo! Siempre nos hace bien acogerla y meditarla. Somos como dice Rahner, el teólogo del “misterio incomprensible y, sin embargo, totalmente cercano”, “oyentes de la Palabra” y no sólo de la Palabra de Dios sino también de la palabra humana. Porque, ¡oh misterio inaccesible! Dios se ha hecho Palabra precisamente para poder entrar en comunión con su creatura, el hombre. Y cada vez que se nos proclama la Palabra de Dios queda abierta la puerta para que entremos a la comunión inaudita con el Misterio Absoluto, Dios. Y cada domingo, la Palabra de Dios ocupa un lugar destacado y solemne. Es el momento de la Liturgia de la Palabra. Desgraciadamente muchos cristianos todavía no se dan cuenta de la importancia que tiene para su vida y su fe el escuchar y meditar lo que Dios nos ha comunicado desde la misma creación. Tenemos el privilegio que en estos tiempos las traducciones del texto sagrado están al alcance de todo cristiano que quiera efectivamente nutrirse de la Palabra de Dios. Hubo siglos en que la Iglesia no permitía la lectura ni cercanía de la Palabra a los fieles. Pero eso, gracias a Dios, ya ha terminado. Hoy es fundamental para vivir la fe cristiana alimentarse de la Palabra Divina. No ha sido fácil que esto se convierta en un verdadero objetivo en la vida de la mayoría de los bautizados. Esfuerzos no han faltado en los programas de pastoral como las catequesis y los grupos de liturgia. Pero no es suficiente, no basta con estos esfuerzos. Hay que trabajar más intensamente para hacer del encuentro con la Palabra de Dios una conducta habitual en nosotros. Sólo así, con lectura constante, con dedicación y constancia, esta lectura y meditación de la Palabra se puede convertir en un medio fundamental para el crecimiento espiritual del cristiano.  Y conste que no me refiero a sacerdotes o religiosos. Todo cristiano, independiente del estado de vida y del camino vocacional que siga, necesita leer y meditar la Palabra de Dios ojalá diariamente. Muchos cristianos se conforman con ciertas prácticas devocionales como alimento de su fe y espiritualidad en el día a día; incluso llegan a creer que tal o cual práctica es lo único que los sostiene. Ninguna de estas prácticas devocionales o rituales pueden reemplazar el sólido alimento de la Palabra de Dios. ¿Acaso no es importante para el cristiano escuchar lo que Dios nos comunica a través de su Palabra? ¿Acaso escuchar a Dios mismo no es el objetivo central de una verdadera vida de fe? Y si no escuchamos a Dios ¿cómo podremos hacer su voluntad? Para realizar en  nuestra vida la voluntad de Dios tenemos que conocerla a través de su Palabra. La verdadera conversión del cristiano es fruto de la atenta escucha de su Palabra, ya que ésta consiste en poner en práctica su Palabra. “Dichosos más bien los que escuchan la palabra y la ponen práctica” fue la respuesta de Jesús ante el elogio de la mujer que le dijo “dichosos los pechos que te amamantaron”. La misma Sagrada Escritura nos ofrece ejemplos de este cambio profundo en las personas que escuchan al Señor en su Palabra. Precisamente la misma vocación nace y se gesta de la Palabra que Dios dirige a una persona, como recordaremos en el caso del profeta Isaías por allá por los años 742 antes de Cristo y la vocación de los discípulos de Jesús en los inicios de nuestra era cristiana. También nuestra vocación surge de una llamada en las profundidades de nuestro ser personal y nuestra respuesta también se expresa, en una palabra: “Aquí estoy yo, envíame”.

PALABRA DE VIDA

Is 6, 1-8                                Aquí estoy, mándame

Sal 137, 1-5.7-8                 Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles.

1Cor 15, 1-11                     Quiero recordarles la Buena Noticia que les anuncié

Lc 5, 1-11                             Navega lago adentro y echa las redes para pescar

¿Es fácil ser cristiano? No, de ninguna manera. Ser cristiano a concho, comprometido con la causa de Jesús y su reino, con radicalidad y entusiasmo, con pasión y capacidad de riesgos, es una aventura que marca la vida entera y envuelve todos los aspectos de la vida de una persona. Ni siquiera permite la dilación de la respuesta ni la condicionalidad del sí. Ser cristiano es jugársela todo sin reservarse nada, absolutamente nada. El cristiano es alguien que es llamado y enviado, por Alguien que tiene autoridad para exigirlo todo. El que escucha la llamada, puede decir sí o puede decir no, y en ambos casos, tiene que aceptar las consecuencias del sí o las del no. No hay posibilidad de término medio. Exige, por tanto, radicalidad, es decir, o es todo o es nada. El cristiano “a mi manera” no está en los registros del encuentro con Cristo. El cristiano aprende a vivir “a la manera de Cristo”, como Él lo propone y lo quiere. Y esto es lo que más cuesta. Porque Jesús y su Evangelio no toleran “medianías”, “respuestas a mitad de camino”. La Palabra siempre  nos deja situados en esta disyuntiva: o acogerla y llevarla a la práctica o rechazarla y no llevarla a la práctica. Dejemos que la Palabra de este domingo nos interpele: ¿Cómo estoy respondiendo al llamado y a la misión? ¿Cómo el Profeta Isaías o como Pedro y sus compañeros o “a mi manera”?

                Del  Libro del profeta Isaías 6, 1-8

                Vocación de Isaías. En este domingo seguimos gustando de relatos vocacionales, el domingo pasado lo hicimos de la mano del profeta Jeremías, ahora con otro de los grandes profetas de Israel, Isaías, que significa en hebreo “El Señor salva”. El texto de la primera lectura de hoy está tomado del Isaías I, (1 – 39), que los estudiosos consideran propios del profeta Isaías. Este profeta ejerce su actividad profética en Jerusalén y durante los reinados de Ozías, también llamado Azarías, (año 742 a.C. en que siente la vocación profética y año en que muere el rey Ozías), de Yotán (años 739 -734 a. C.), de Acaz (años 734 – 727 a. C.) y de Ezequías (años 727 – 698 a. C.).  Sobresale en Isaías la santidad y el poder universal de Dios, lo que queda de manifiesto en el relato de su vocación de esta primera lectura. Estos temas están presentes a lo largo del conjunto del hermoso libro de Isaías (I,II,III). Atentan contra la santidad de Dios la injusticia contra el pobre y el oprimido, lo que es denunciado con fuerza. Vamos a nuestro texto de hoy. El mensaje es nítido. La vocación es un don gratuito de Dios y contrasta claramente la santidad de Dios con la impureza del hombre. La vocación implica un encargo o misión porque Dios llama para confiar una tarea, un compromiso. No hay vocación sin misión; toda llamada es para una misión. En este relato vocacional queda clara la santidad de Dios que sobrecoge al hombre, razón por la cual la llamada acontece en el templo, lugar sagrado por excelencia. La presencia de Dios se expresa mediante una visión de la liturgia celestial en la que los serafines aclaman la santidad de Dios. Frente a esta grandiosa teofanía, Isaías queda anonadado y toma conciencia de su impureza ante el misterio sagrado. Pero, aún así, la santidad y poder de Dios no aniquilan al hombre sino que le abre la posibilidad de lograr una mejoría en calidad humana y santidad. “Yo me dije: “¡Ay de mí, estoy perdido, pues soy un hombre de labios impuros y vivo entre gente de labios impuros; y he visto con mis propios ojos al rey Yahvé Sebaot!” (v.5). Pero Dios, cuando llama y envía, prepara al llamado y lo purifica: “Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, y tocó mi boca diciendo: “Como esto ha tocado tus labios, se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado” (vv.6-7). Entonces puede escuchar la voz del Señor y quedar a disposición de lo que Dios quiera encomendarle. Isaías puede decir ahora: “Aquí estoy, mándame” (v. 8). Es la respuesta de tantos en la historia bíblica como Abrahán, la Virgen María, los apóstoles, los santos, etc.

                Salmo 137, 1-5.7-8 es una acción de gracias de un creyente que se encuentra en un país extranjero, lejos del santuario y rodeado de dioses. Su mirada se dirige al Templo lejano y su fe es firme, se postra en dirección al santuario y da gracias a Dios aún estando en medio de los dioses paganos. Es que la fe no se sostiene solo con el culto, el santuario, la devoción. La fe se sostiene y vive en la confianza radical en el Señor hasta decir: “El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor; ¡no abandones la obra de tus manos!”. Y el hombre es la obra magnífica que Dios ha creado.

                De la Carta de San Pablo a los cristianos de Corinto 15, 1-11

                                La resurrección de los muertos. San Pablo continúa enfrentando otra dificultad que está latente en la comunidad de Corinto: algunos cristianos dicen que no hay resurrección de los muertos. Por eso en estos once versículos del capítulo 15 de la primera carta a los Corintios, el Apóstol comienza por vincular estrechamente la resurrección de Jesús a nuestra propia experiencia. El capítulo 15 se inicia como un nuevo comienzo, de tono solemne y bien delimitado, distinto a los capítulos que normalmente se inician con la expresión “en cuanto a”. Así comienza:  “Ahora, hermanos, quiero recordarles la Buena Noticia que les anuncié: la que ustedes recibieron y en la que perseveran fielmente” (v.1). Esto es tan fundamental porque lo que está en juego es la propia salvación a condición de que se mantengan fieles a la Buena Noticia (=Evangelio) que Pablo les predicó. Si, por el contrario, si se han apartado de la Buena Noticia “habrían aceptado la fe en vano” (v.2). Pero ¿cuál es la dificultad de fondo? Está expresada así: “Ahora bien, si predicamos que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? (v. 12) Así lo que el Apóstol se propone es refutar esta opinión herética de algunos corintios y es lo hace en estos que hoy constituyen la segunda lectura de nuestro encuentro dominical. El núcleo del mensaje se refiere a lo que todas las comunidades cristianas creen y aceptan, especialmente en lo tocante a la muerte y resurrección de Jesús. Es el Evangelio que todos compartimos, el mismo que anuncia Pablo. Y este Evangelio anuncia lo siguiente:

1°) “Que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras” (v. 3), es decir, el carácter salvífico de la muerte de Jesús, lo que constituye un aspecto fundamental del primer anuncio del Evangelio, anterior al mismo Pablo.                                                                                                                                              2°) “Que fue sepultado y que resucitó al tercer día según las Escrituras” (v. 4). La sepultura de Jesús reafirma su muerte del mismo modo que las diversas apariciones del Resucitado ratifican la vida nueva.                                                                                                                                                                                        3°) “Que se apareció a Cefas” (= Pedro) (vv. 5-9). La mención de los testigos del Resucitado, así como sus diversas apariciones, ratifican la vida nueva. Comienza nombrando a los testigos calificados como Pedro y los Doce y otros testimonios del Resucitado. El testimonio apostólico de hombres y mujeres que vieron, hablaron y comieron con el Señor Resucitado es fundamental para nuestra “confesión de fe” cristiana. En nuestra eucaristía dominical “confesamos nuestra fe” con la recitación del Credo Apostólico pero, sobre todo, acogiendo el perdón de los pecados y la promesa y primicia de nuestra propia resurrección. Así compartimos hoy lo que San Pablo le recordaba a los cristianos de Corinto. Esta es la Buena Noticia: la muerte y resurrección de Cristo, causa de nuestra salvación y de nuestra definitiva bienaventuranza. ¿Se puede decir que nosotros perseveramos fielmente en la Buena Noticia que nos han comunicado los testigos directos de Jesús, tal y como la Iglesia lo anuncia y lo cree?

                Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 5, 1-11

                Llamada a los primeros discípulos. Estamos ante un relato vocacional o de llamada. Este llamado acontece en el marco de un signo: la pesca milagrosa. El ambiente que rodea el signo muestra a Jesús en plena misión. Dice San Lucas: “La gente se agolpaba junto a él para escuchar la Palabra de Dios, mientras él estaba a la orilla del lago de Genesaret” (v. 1). El llamado se sitúa dentro de una situación de un grupo humano, concretamente en el mundo de los pescadores. En este ambiente Jesús llama a los primeros discípulos. El lugar donde se desarrolla la acción es conocido por tres nombres: Mar de Galilea, Mar de Tiberíades y Lago de Genesaret. El lago tiene 20 kilómetros de largo por trece de ancho y está situado en un lugar profundo, a unos 207 metros bajo el nivel del mar. Alrededor de él había muchas ciudades con numerosa población. Tiberíades y Cafarnaúm son algunas de las más mencionadas en los evangelios situadas alrededor del Lago o Mar de Galilea.

                En todo momento, la iniciativa procede de Jesús, quien ve dos barcas “que estaban a la orilla del lago”. Estaban vacías porque “los pescadores habían bajado de ellas y estaban lavando las redes” (v.2). Jesús, con suma libertad, elige subir a la barca de Simón y “le rogó que se alejara un poco de tierra”.  Luego, desde la barca de Pedro, Jesús “se sentó y empezó a enseñar desde la barca a la muchedumbre” (v.3). Así la barca de Pedro fue el primer púlpito desde donde Jesús enseñaba la Palabra de Dios a la multitud que escuchaba a la orilla del lago.                                                           Terminada la enseñanza que Jesús imparte desde este increíble paraje natural, se desarrolla la acción siguiente que es la fundamental para la comprensión adecuada del texto del evangelio de este domingo. La escena se traslada desde la orilla al “mar adentro”. Jesús sigue siendo el protagonista central, también en esta segunda escena. En efecto, “Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar” (v. 4). Pedro quedó consternado porque le era insólito lo que estaba mandando Jesús. La reacción de Pedro lo indica claramente: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, basta que tú lo dices, echaré las redes (v. 5). Es importante la actitud de Pedro como enseñanza permanente para los discípulos de todos los tiempos. A pesar de sus dudas razonables, Pedro realiza lo que se le manda. De este modo cumple la voluntad de Jesús por sobre toda otra consideración. No nos será fácil ponen en práctica la voluntad y palabra de Jesús, incluso aceptarla, pero el verdadero discípulo es el que obedece, es decir, pone en práctica lo que escucha. Este es el sentido más hondo de la obediencia realmente evangélica. Jesús es soberano para llamarnos y pedirnos. Pedro lo llama “Maestro” que equivale a “Jefe”, y así reconoce que Jesús ejerce un liderazgo superior al suyo hasta el punto de echar las redes a pleno día y sólo porque “tú lo dices”. 

                El resultado es sorprendente. Se llenan las redes de peces y es tanta la abundancia que tienen que pedir ayuda a los socios de la otra barca y ambas quedan repletas de peces “que casi se hundían” (v.6-7). El resultado es tan inesperado que Simón Pedro no tiene más que hacer una confesión: “¡Apártate de mí, Señor, que soy un pecador!”(v. 8). No es menor la reacción en el resto de los pescadores: “Ya que el temor se había apoderado de él y de todos sus compañeros...” (v.9). Y, finalmente, también en la actitud y decisión que toman: “Entonces, amarrando las barcas, lo dejaron todo y le siguieron” (v. 11). Ante Jesús es imposible no ser sorprendidos.

                Por lo visto, Simón y sus compañeros viven un momento muy significativo en su vida y esto en torno a Jesús. Por cierto, la llamada y misión a la que Jesús los invita no es un asunto de un momento sino más bien, una historia de desarrollo humano y espiritual, tejida con diversos episodios y uno de esos momentos vocacionales fuertes es el que nos relata hoy el evangelio. Lo decisivo es el cambio de dirección que Jesús provoca en las personas: “No temas, en adelante serás pescador de hombres” (v. 10). Simón Pedro y sus compañeros dejan los valores en que confiaban hasta ahora y empiezan el seguimiento de Jesús (v. 11). El “dejarlo todo” es la exigencia que Jesús pone como condición indispensable; se trata del desprendimiento radical e implica un cambio en la escala de valores, todas actitudes que no son de un día para otro sino de un largo caminar tras las huellas de Jesús. Tampoco este paso es de iniciativa propia o un acto de generosidad de un instante; es, por el contrario, respuesta a un inesperado llamado de Alguien que tiene autoridad para pedirlo todo y hasta el sacrificio de la propia vida.

                Un saludo fraterno.                                  

                                     Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.

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