6°DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)
Provincia Mercedaria
de Chile

6°DOMINGO DURANTE EL AÑO (C)

Sábado 12 de Febrero, 2022

 


 

¡Señor!, ayúdanos a trabajar por la justicia y la Paz

                  La Palabra semanal que escuchamos los cristianos, domingo a domingo, es el grito de Dios dirigido a cada uno como un leve susurro al oído interior, al corazón o una suave brisa que refresca el aire cargado de calores de disipación.  El Señor no deja de gritar su Buena Noticia y nosotros siempre en el mismo ritmo adormecido y cansino, como dice el Papa Francisco. Porque no estamos cumpliendo la tarea, y nos estamos acostumbrando   a un cristianismo poco convincente, poco creíble, como sin fuerza de transformación profunda de quienes nos confesamos cristianos católicos. La Palabra de cada día y especialmente la del domingo o “día del Señor” nos puede conmover anímicamente, pero eso no basta para producir un cambio profundo, no en la periferia de la existencia sino en la hondura del ser de cada uno. Me gusta la imagen de un pensador que dice que estamos viviendo una larga siesta y no queremos despertar y abrir los ojos para ver lo nuevo que ya hace rato comenzó y no nos damos por enterados. Estamos actuando como si supiéramos el catecismo de memoria, pero no logramos salir al frente de los grandes interrogantes que hoy se nos plantean. Dime como vives y te diré quién eres. Es que el cristianismo es una forma de vida, un estilo de trabajar, convivir, compartir, tratar al prójimo, pensar y vivir día a día. Para muchos cristianos la misa dominical está dentro de las rutinas que hay que practicar. No han logrado descubrir la novedad permanente del evangelio. Para otros, la misa es una ceremonia cultual que no logra iluminar el diario vivir en medio de las realidades de este mundo. ¿Cómo podemos vivir las bienaventuranzas que Jesús proclamó desde el Monte de las Dichas, mientras los oyentes estaban ávidos y absortos de lo que estaban oyendo? Con toda razón se dice que es el Programa del Reino nuevo que proclama y realiza Jesús. Sí, así es. Pero no es un programa para otros sino para nosotros y desde nosotros puede llegar a los otros. ¿Vivimos en clave de dicha nuestra diaria jornada? ¿No nos apesta también este ambiente de desconfianza, de desdicha, de reclamos, de críticas despiadadas? Digamos con humildad: “Venga a nosotros tu reino y hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”. “Felices o bienaventurados o dichosos” es la extraordinaria fórmula que empleó Jesús ante la multitud que acudió de todas partes para escucharlo. Y cada uno de sus gestos y palabras van abriendo la esperanza de un mundo nuevo, de una nueva forma de construir la sociedad desde una liberación que libera de todos los males que nos afligen. Jesús viene a romper aquella realidad humana cerrada en sus dramas y quiere construir con nosotros un sociedad justa y fraterna, abierta a la novedad de Dios. Es el proyecto de Dios que no se aviene con proyectos cerrados en su propia dinámica como la sociedad del consumo o de la abundancia económica o la sociedad líquida, o la sociedad del goce ilimitado o la sociedad del saber o la sociedad del tener o del dominar o del hedonismo, etc. Los seres humanos hemos experimentado muchas formas de organizar la sociedad, pero sólo Jesús ha dado en el clavo al proponer una hermandad universal, basada en el reconocimiento de Dios como Padre Común y del hombre invitado a entrar en esta comunión fraterna. En este sentido. El “proyecto de Dios” pasa por el proceso liberador de pobres y hambrientos, de afligidos y perseguidos por causa del Reino de Dios o justicia. ¿Será posible construir ese estilo de vida hoy? Nos puede parecer excesiva la tarea, pero es la gran propuesta de Jesús y sigue vigente e incluso urgente.

PALABRA DE VIDA

Jer 17,5-8            Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo

Salmo 1,1-4.6    ¡Feliz el que pone en el Señor su confianza!

1Cor 15, 12.16-20            Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria

Lc 6,12-13.17.20-26         Dichosos los pobres, porque el reino de Dios les pertenece

                Hoy es un lenguaje corriente en la sociedad cuando se dice que el hombre es el protagonista de la historia. Pero es un protagonismo que radica en el excelencia y logros destacados a todo nivel. Se habla mucho de liderazgos eficientes y operativos. Sin embargo, el proyecto de Dios manifestado en Jesús da vuelta la pirámide y pone a los que estaban a la cola, a los de abajo, en la cumbre de la felicidad. ¿Quién podía creer que los pobres podrían ser primeros? Y Dios lo proclama así. Ellos los despreciados son agraciados por el Padre y los convierte en los verdaderos protagonistas del Reino que nos proclama y trae Jesús de Nazaret. ¡Vaya qué cambio más brutal! Realmente los primeros son los últimos y los últimos son los primeros en la lógica de Dios. Si queremos entrar también en esta nueva lógica tenemos que “hacernos pobres como y con los pobres”, los preferidos de Dios, los cercanos de Jesús.

                Del Libro del profeta Jeremías 17, 5-8

                Jeremías es un profeta de esos que no deja tranquilo al leerlo. Siempre es apasionante saborear su palabra que es Palabra de Dios. Es un profeta que vive en carne propia el drama de una fidelidad absoluta a Dios y una también absoluta solidaridad con el pueblo rebelde e infiel. Entre estos dos polos se articula la vida y obra de este hombre de Dios. Lo hace por fidelidad a su vocación de profeta de Dios y debe anunciar la catástrofe que sobreviene al pueblo a causa de sus pecados. Jeremías se mantiene fiel y sostiene esta fidelidad en el contacto continuo con Dios, es una fidelidad marcada por el sufrimiento y arriesgando todo. Lo más duro es conducir al pueblo a la toma de conciencia acerca de la necesidad de un nuevo tipo de relación con el Señor; es extraordinaria la forma cómo la describe el mismo Jeremías: será una nueva forma de entender la alianza, más íntima y personal, más enraizada en el corazón de las personas que en la exterioridad de la ley y el culto. Así anuncia la alianza que Jesús nos propone con su sacrificio redentor.

                El texto de esta primera lectura es una palabra de Yahvé, expresada en estilo poético que abarca los versículos 5 a 13 del capítulo 17 de Jeremías, pero hoy sólo leemos los versículos 5-8 donde encontramos un proverbio que compara al pueblo de Israel con las plantas que crecen en el desierto. Se pone de manifiesto el drama de Jeremías, que es el drama de Judá. El capítulo 17, 1-13 trata de los pecados y castigos que pesan sobre Judá. Y de esta sección tomamos los versículos 5-8. Queda claro que los pecados no quedan sin consecuencias y tienen el merecido castigo. Y entre las consecuencias está la de que el pecador se hace acreedor a una maldición: “¡Maldito quien confía en un hombre y busca su apoyo en la carne, apartando su corazón del Señor!” (v.5). Y la Biblia considera tanto la bendición como la maldición como palabras poderosas que Dios pronuncia y como tales cumplen lo que prometen. Es decir, ser bendecido o ser maldito es una situación muy seria y grave para una persona, porque Dios acoge y acepta cuando bendice y rechaza cuando maldice. Y el pecador aparta su corazón de Dios y lo pone en el hombre, signo de fragilidad. El versículo 6 expresa a través de imágenes elocuentes las consecuencias que arrastra el pecador infiel, una vida infecunda y vacía. Luego la contrapartida: “¡Bendito quien confía en el Señor y busca en él su apoyo!” (v.7). Las imágenes del versículo 8 sirven para sugerir una persona llena de vida y de alegría como una tierra regada por la lluvia. En la Biblia se usa mucho la imagen del “árbol plantado junto al agua” para indicar una vida cerca de Dios.  ¿Qué me dice esta primera lectura? ¿Creo que el pecado no deja consecuencias dramáticas en mi vida? ¿Pienso que el pecado es normal? ¿Qué efectos tiene una vida cristiana alejada de Dios, de la oración, de los sacramentos, de la Palabra de Dios, de la amistad con Cristo? Aplica esta palabra de Jeremías a tu experiencia de gracia y de pecado.

                El Salmo 1, 1-4.6 nos ayuda a expresar nuestra respuesta, tomada de la misma palabra inspirada por Dios y a profundizar lo que Jeremías nos ha dicho. Estamos en el salmo 1 de entrada al Salterio o libro de los Salmos. En él se describe los dos modos de ser y de conducta. Uno es el de los malvados, pecadores y arrogantes, abundante prole que puebla nuestra tierra. El otro es el de los que viven en torno a la ley del Señor, la meditan de día y de noche, y la ponen en práctica. ¿En qué bando me ubico según mi ser y proceder? Solo la gracia de Dios nos puede sostener en pie.

                De la primera carta de San Pablo a los Corintios 15,12.16-20

                Pasividad y apatía parecen ser las notas características de muchos cristianos de hoy frente a un contexto social que no dista mucho del que vivían las noveles comunidades cristianas de Corinto, especialmente el atractivo irresistible que ejerce un ambiente con valores anticristianos como el poder, la indiferencia y el sexo.   Hoy tenemos la ocasión de hacer también nuestros los consejos, amonestaciones y la palabra del evangelio de San Pablo, ese paladín extraordinario de la fe cristiana. La primera carta a los Corintios fue escrita desde Éfeso donde Pablo estuvo misionando entre los años 54 a 57 d.C. Estamos ante un texto extraordinario que nos pone en contacto con las dificultades y tensiones que vivían estos cristianos en un mundo adverso y pagano.

                El capítulo 15 de esta preciosa carta trata del tema de la resurrección de los muertos. El asunto surge de la inquietud que ha llegado a oídos de Pablo planteado en el v.12: “Ahora bien , si se proclama que Cristo resucitó de la muerte, ¿cómo algunos de ustedes dicen que no hay resurrección de muertos? (v. 12). Nunca faltan ni faltarán ideas “nuevas” que perturban la fe débil de muchos cristianos. Es posible que algunos pensadores partidarios de la filosofía griega difundieran la imposibilidad de la resurrección de los cuerpos, ya que comparten el dualismo entre cuerpo y alma; según ellos, sólo el alma es inmortal, el cuerpo es materia despreciable y perecedera. Tampoco esto es muy diferente de lo que muchos piensan y difunden hoy, con matices y acentos distintos, pero siempre desde una visión dicotómica.

                Planteada la dificultad, San Pablo concentra su respuesta en los vv. 16-20 diciendo que la resurrección de Jesús no es un hecho aislado, sino que se ordena a la nuestra de tal manera que si no se da nuestra resurrección tampoco se dio la de Jesús. Es absurdo negar la resurrección. Si Jesús no resucitó, nuestra fe carece de objeto y fundamento, nuestra esperanza es entonces ilusoria y trágica. Y en tal caso los cristianos seríamos las personas más dignas de lástima al haber puesto nuestra esperanza solo para esta vida. Un verdadero desastre para los que ya murieron y un gran vacío para los que aún vivimos. Por esto es insostenible una “inmortalidad solo del alma” sin considerar el cuerpo y no es posible sostenerla desde la condición de cristianos. Es la razón por la que estos versículos constituyen la gran afirmación de la esperanza cristiana. Sin resurrección no hay vida cristiana ni esperanza verdadera. “Cristo ha resucitado de entre los muertos, y resucitó como primer fruto ofrecido a Dios, el primero de los que han muerto” (v.20) es la afirmación que vincula a Cristo con la humanidad de la cual es el primer fruto de la vida nueva que todos estamos llamados a alcanzar, gracias a Él que murió y resucitó. ¿Comparto la idea de que sólo interesa “salvar el alma”? ¿Qué relación el cuerpo humano con el “alma espiritual”? ¿Qué significa la afirmación fundamental de nuestra fe cristiana cuando dice que Cristo murió y resucitó al tercer día?

                Del evangelio según san Lucas 6,12-13.17.20-26

                El evangelio de este domingo tiene claramente dos momentos: el primero referido a la elección de los Doce apóstoles (vv. 12-16) y segundo relacionado con el encuentro de Jesús y los doce con la multitud “en la llanura” donde proclama las Bienaventuranzas (v.17). Esta es la versión de san Lucas. Porque de estas bienaventuranzas tenemos también la versión de san Mateo que dice que Jesús “subió al monte y se sentó” (Mt 5, 1). Ya aquí hay una diferencia entre el relato de Lucas y el de San Mateo: mientras Lucas dice que Jesús proclama las bienaventuranzas “en la llanura”, Mateo dice que Jesús lo hace desde la montaña. También son diversos los destinatarios: mientras Lucas se dirige a una comunidad donde hay grandes diferencias entre pobres y ricos creando una grave situación de injusticia social, Mateo lo hace desde una comunidad en conflicto con el judaísmo y para lo cual resalta las actitudes propias de los que pertenecen al Reino.

                Respecto a la primera parte, vv. 12-13, conviene resaltar un acto típico que Jesús realiza antes de tomar decisiones importantes como en esta ocasión lo es la elección del grupo de los Doce. Me refiero a la oración: “Por aquel tiempo subió a una montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios” (v. 12). Es un gesto muy destacado por el tercer evangelio y muestra la intensidad de la comunión entre el Hijo y el Padre. La montaña es muy significativa a lo largo de la Biblia y tiene por objetivo mostrar la presencia de Dios como distinta y de otra naturaleza que las cosas que nos rodean. La oración de Jesús es el modelo de la oración de todo cristiano, una forma de comunicación cercana y familiar con el Padre; aprendemos a orar dejándonos enseñar por el maestro de la oración, Jesús de Nazaret. “Subir a la montaña para orar” es dejar tiempo y espacio en la jornada diaria para entrar en comunión afectuosa y religiosa con el Misterio de Dios.

                Respecto al número “doce” tenemos que decir que contiene un valor simbólico. Jesús quiere expresar claramente su intención de poner las bases de un nuevo pueblo de Dios que adore en espíritu y en verdad al modo como Dios había conformado a Israel desde los inicios con doce tribus. Jesús da cumplimiento a la elección y a las promesas que Israel no pudo cumplir ni quiso reconocer a Jesús, el definitivo enviado del Padre. Si bien San Lucas no menciona la finalidad de esta elección, solo se conforma con constatarla: “Cuando se hizo de día, llamó a los discípulos, eligió entre ellos a doce y los llamó apóstoles”. La elección es gratuita y Jesús tiene autoridad para hacerlo y poner las exigencias que validan el sentido “apostólico” del Pueblo de Dios. Esta elección acontece en un momento clave en el ministerio público de Jesús, es decir, cuando Jesús establece un itinerario concreto para el discipulado, un proyecto de vida para quienes se arriesguen a seguirlo. Estamos ante el “Programa del Reino” que todo cristiano hace suyo, que conocemos como el Sermón de la Montaña o Sermón de las Bienaventuranzas.

                Las bienaventuranzas de Lucas sintetizan cuatro aspectos de la vida humana: la pobreza, el hambre, el llanto o tristeza y la persecución. Ya se nos ha recordado que la presencia de Jesús se identifica como “el año de gracia del Señor” (Lc 4,19.21), es decir, una invitación a cambiar radicalmente la situación social como acontecía en el año jubilar judío cada cincuenta años. La condición específica de este tiempo de gracia es la justicia y el programa del seguidor de Jesús y acentúa esta dimensión de un cambio que no procede de las estructuras humanas sino de Dios mismo que toma partido por la causa de los pobres de la tierra. Si hubiera más justicia habría menos pobreza.

                En esta lógica del Reino surge lo opuesto al Reino: vv. 22-26. Son las “ayes de Jesús” muy típicamente propio del lenguaje y estilo de los profetas del A. T. Son una lamentación que sirve de advertencia o amonestación que hace Jesús a los que sostienen un orden injusto en la tierra. Si las Bienaventuranzas son bendiciones, lo contrario son las maldiciones. San Lucas ofrece cuatro Bienaventuranzas y cuatro maldiciones. San Lucas anuncia el cambio de situaciones de esta vida a la vida futura; en cambio san Mateo traza en las ocho bienaventuranzas el programa de vida virtuosa con recompensa de la vida futura.

                “Las bienaventuranzas nos indican el camino de la felicidad. El secreto de la felicidad del hombre se encuentra, pues, en tomar parte en la alegría de Dios. Asociándonos a “su misericordia”, dando sin esperar nada a cambio, olvidándonos a nosotros mismos hasta perdernos es como somos asociados a la “alegría del cielo”. El hombre no “se encuentra a sí mismo” más que perdiéndose “por causa de Cristo”. Esta entrega sin retorno constituye la clave de todas las bienaventuranzas. Cristo las vive en plenitud”.

Que el Señor nos bendiga, hasta pronto.                              Fr. Carlos A. Espinoza I. O. de M.             



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